A algunos, que no han estudiado a fondo la Religión, les parece que siendo Dios misericordioso no va a mandarnos a un castigo eterno.
Sin embargo, que el infierno es eterno es dogma de fe. Pero hemos de tener en cuenta que Dios no nos manda al infierno; somos nosotros los que libremente lo elegimos. Él ve con pena que nosotros le rechazamos a Él por el pecado; pero nos ha hecho libres y no quiere privarnos de la libertad que es consecuencia de la inteligencia que nos ha dado.
Jesucristo nos enseñó clarísimamente la gran misericordia de Dios. Pero también nos dice que el infierno es eterno. Cristo afirmó la existencia de una pena eterna, entre otras veces, cuando habló del juicio final: «Dirá a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo». Y después añade que los malos «irán al suplicio eterno y los justos a la vida eterna».
Es dogma de fe que existe un infierno eterno para los pecadores que mueran sin arrepentirse. Aunque Dios es misericordioso, también es justo. Dice la Sagrada Escritura: «Tan grande como ha sido mi misericordia, será también mi justicia».
El infierno existe, no porque lo quiera Dios, que no lo quiere; sino porque el hombre libre puede optar contra Dios. No es necesario que sea una acción explícita. Se puede negar a Dios implícitamente, con las obras de la vida. Si negamos la posibilidad del hombre para pecar, suprimimos la libertad del hombre. Si el hombre no es libre para decir NO a Dios, tampoco lo sería para decirle SI.
La posibilidad de optar por Dios incluye la posibilidad de rechazarlo.
El gran misterio del infierno es que aunque Dios desea la salvación de todos los hombres, nosotros somos capaces de condenarnos. Dios nos ha creado libres y quiere que nos comportemos como tales. Negar la posibilidad de condenarnos es negar la libertad del hombre.
¿Por qué permite la existencia de su enemigo?
Pregúntaselo a Él: también permite tu existencia, siendo como eres malo con Él, al reírte y despreciarlo y burlarte de Él. Sin embargo, como toda criatura, buena o malo, tú y el demonio, por enemigos que queráis ser de Dios, servís para darle gloria, igual que los personajes malos de una novela, aunque odiasen a su novelista, no dejan de ser instrumentos de su gloria como Autor de una Gran Obra.
Y esa es la tragedia del demonio: intenta el mal, pero de todo mal Dios puede sacar un bien.
Como ya hemos dicho: Dios no llena el infierno; la gente se va de cabeza con sus elecciones cotidianas, cuando endurece su corazón y dice "no necesito a Dios": finalmente llegan a una eternidad sin Dios, y a ese estado de eternidad sin Dios, más allá de la muerte, con ausencia de bien y plenitud de mal, le llamamos infierno.
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