San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

martes, 24 de mayo de 2016

Don Bosco y el demonio


Esas frecuentes comunicaciones con el más allá, con ese Cielo abierto ante la mirada deslumbrada del humilde sacerdote, y esos secretos entrevistos en él, no podían dejar tranquilo al infierno. El príncipe de este mundo, como lo llama Jesucristo, se inquietaba ante el apoyo divino. Su odio por las almas que el apóstol, iluminado de aquel modo, salvaba por millares, lo impulsaba de todas maneras a esterilizar el esfuerzo del Santo. Por innumerables asaltos intentó debilitar su celo. A partir de 1862, esas persecuciones fueron verdaderamente infernales.

   De noche, preferentemente, no cesaba de atormentarlo. Sobre este pinito poseemos las confidencias de la víctima. Al clérigo Cagliero, a Bonetti y a Ruffino, quienes, en una mañana de febrero de 1862, lo hallaron pálido y extenuado, confesó que el demonio infestaba sus noches, y agregó detalles.

   Ora aullaba junto a su oído; ora desencadenaba en el cuarto un viento tempestuoso, que barría con todos los papeles del escritorio; en ciertos momentos partía sin descanso astillas de madera, o hacía salir llamas de la estufa apagada, o bien arrebataba las cobijas, o agitaba violentamente el lecho. La señal de la cruz detenía el asalto, que volvía a comenzar instantes después con renovado vigor. Lanzaba gritos estridentes y siniestros, que provocaban espanto; desencadenaba en el techo un estruendo terrible, semejante a un escuadrón de caballería lanzado al galope; sacudía a Don Bosco por los hombros; se sentaba irónicamente sobre su pecho; hacía danzar la mesa de luz por el centro de la habitación; le pasaba un pincel helado por la frente, por la nariz, por el mentón; levantaba la cama y la dejaba caer bruscamente al suelo; sacudía puertas y ventanas hasta durante un cuarto de hora; se le aparecía en forma de animales feroces: osos, tigres, lobos, serpientes, o de monstruos indescriptibles, que se abalanzaban furiosos sobre él...
                                                                                                                
   Advertidos de tales hechos por Cagliero, algunos discípulos de Don Bosco, los más valientes y fuertes: Savio, Bonetti y Ruffino, quisieron velar junto a la puerta. Pero luego de algunos minutos huyeron espantados. No podían resistir aquel tumulto infernal.

   El mismo Don Bosco, en ciertos días, salía agotado de esa lucha que no le dejaba ninguna noche tranquila. Una vez, incluso no soportándolo más, corrió a refugiarse en casa de su amigo el obispo. La primera noche, todo marchó a maravilla; tranquilidad absoluta. El Santo se lisonjeaba ya de que el demonio había perdido su rastro. Desgraciadamente, desde la siguiente noche el asalto volvió a comenzar. Por precaución habíase quedado charlando de sus asuntos con el buen obispo hasta la una de la mañana. Pero no hacía un cuarto de hora que se había dormido, cuando un monstruo horroroso se alzó a los pies de su lecho, pronto a lanzarse sobre él. Ante esta visión Don Bosco lanzó tal grito, que todos los moradores se despertaron, y acudieron para informarse sobre el motivo de lo sucedido. El Santo respondió que había sufrido una pesadilla, y que era esa la causa de su alarma y terror. Al día siguiente, por la mañana, en el desayuno, confesó todo al obispo, y por la noche retomaba el camino a Turín, persuadido de no poder despistar al adversario.

   ¿Cuál era, pues, el motivo del desencadenamiento de este furor demoníaco?

   Sin duda, el perjuicio que Don Bosco causaba al infierno; la cantidad de víctimas que le arrebataba, y sobre todo, el pensamiento de los estragos que causaba y seguiría causando en el reino del mal la joven Congregación, que ese mismo año iba a afirmar su vigor por la profesión religiosa de sus veintidós primeros miembros.

  Acaso se agregaran también razones especiales. Don Bosco pensó durante mucho tiempo que una de las causas de esos asaltos diabólicos era la parte activa tomada por él en la apertura de la escuela católica que en el otro extremo de Turín, muy cerca de su Oratorio de San Luis, debía combatir a la escuela protestante. Estaba persuadido, sobre todo, que sufriendo tales asaltos desviaba hacia él la rabia del infierno, y protegía también de ese modo el alma de sus hijos.

   — ¿Por qué, pues — le preguntaba uno de sus hijos, al volver de Ivrea —, no exorcizasteis al demonio, como lo habíais prometido?

   —Pero si lo alejo de mí, os atacará a vosotros.

   — Entonces la noche que os dejó tranquilo en Ivrea, ¿hizo de las suyas aquí en Turín?

   —En efecto — respondió Don Bosco. — Esa noche hizo grandes estragos en el Oratorio.

   —Pero, ¿por qué no le preguntáis lo que quiere?

   — ¿Quién os dijo que no lo he hecho?

      —   ¿Y qué os respondió? — preguntaron ansiosos todos los jóvenes.

      Don Bosco juzgó prudente no responder a la pregunta, y dijo simplemente:
   — Orad.

   Los jóvenes no dejaron de hacerlo.

   Don Bosco supo recobrar progresivamente sus fuerzas perdidas.

   Esta lucha con el espíritu de las tinieblas duró, a pesar de todo, más de dos años, con intervalos irregulares, hasta 1864.

   Una vez en que el Santo contaba familiarmente a sus íntimos esas noches diabólicas, y narraba el espanto que causa la sola presencia del demonio, lo interrumpió uno de sus jóvenes, diciendo:

   — ¡Oh, lo que es yo, no le tengo miedo!

   — ¡Cállate! — exclamó Don Bosco con terminante acento que sorprendió a todos. — ¡Cállate! Ignoras hasta dónde llega, con el permiso de Dios, el poder de Satanás.

   — Ya lo sé. Mirad, Don Bosco; si lo viera, lo tomaría por el cuello y le haría pasar un mal rato.

    — Estás diciendo tonterías, hijo mío. El miedo tan sólo te mataría al menor contacto.

    — Pero le haría la señal de la cruz...

   — Eso lo detendría un instante.

   — Entonces, ¿cómo hacéis para rechazarlo?

   — Conozco ahora perfectamente el medio de hacerlo huir. Desde que lo empleo, me deja tranquilo.

   — ¿Cuál es? ¿El agua bendita?

   — En ciertos momentos, la misma agua bendita no es suficiente.

   — ¡Oh, decidnos el remedio! — suplicaron en coro los jóvenes.

   — Lo conozco, lo he empleado. ¡Y cuán eficaz es!...

   Luego calló, guardando para sí el secreto.

   De este diálogo sólo podemos sacar esta conclusión: cierto día, por un medio desconocido, pero que nuestra fe adivina, el siervo de Dios eliminó definitivamente la intromisión del demonio en su vida.

   Creemos que, terminado este largo combate, los ángeles, como en la escena de la tentación del Evangelio, se acercaron para servir al vencedor. Estos, por otra parte, jamás lo abandonaron, pues las comunicaciones de lo alto, durante esos dos años de tortura, fueron más abundantes y consoladoras que nunca.

   Al verlo pasar, actuar, entregarse a menesteres humildes; al ver al pobre Don Bosco, como él se llamaba; al escucharlo hablar y bromear con sus niños, ¿quién hubiera sospechado que su alma era teatro de semejantes fenómenos, y que mientras el Cielo lo inundaba de claridad, el infierno lo llenaba de espanto? Es preciso confesar que Don Bosco ocupa un lugar prominente en las filas de la santidad, cabalmente por ese contraste entre la humildad de su exterior y el esplendor de su alma. Hallamos santos más notables, más milagrosos, de una mayor irradiación de obras en veinte siglos de cristianismo; pero convengamos en que hallamos muy pocos en la historia de la Iglesia tan originales y atrayentes.


“SAN JUAN BOSCO” Un gran educador

A. AUFFRAY

AÑO 1954

miércoles, 18 de mayo de 2016

La existencia del infierno es un dogma de la Iglesia definido en el IV Concilio de Letrán


La existencia del infierno es un dogma de la Iglesia definido en el IV Concilio de Letrán (1.215) y explicado en muchos documentos del Magisterio.

Que la Paz de nuestro Señor Jesús, esté contigo!

Querido hermano en Cristo, el mes de Julio nos encuentra al igual que todos los dias 7 de cada mes, unidos en la oración fraterna del Santo Rosario, oración mariana principal y arma eficaz por excelencia contra la maldad del Infierno.

La existencia del demonio es uno de los temas mas controvertidos en nuestra Iglesia en la actualidad, cuestionado en gran medida por los mismos hombres de Fe, quienes sumidos en un modernismo engañoso, niegan la existencia de este nefasto personaje reduciéndolo a simple mito popular. Pero la realidad va mas allá de toda discusión y polémica: El Infierno existe y encuentra en Satanás la figura del tentador, el ser maligno espiritual capaz de hacer todo lo que esté a su alcance con un solo fin: Alejar al hombre de la presencia de Dios, con el objetivo de ganar su alma poco a poco y conducirla hacia el eterno final: el Infierno.

He aquí que se presenta para el Cristiano verdadero esa lucha espiritual a la que San Pablo se refiere magníficamente en su Carta a los Efesios, “Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sinó contra los Principados y Potestades, contra los soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio” (Ef. 5, 12). Esta lectura, nos da una idea acabada de la calidad del enemigo y del peligro que significa para nuestra alma: se trata de un enemigo invisible, sutil, es una fiera que acecha constantemente a su presa con el propósito de destrozarla en sus fauces y devorarla en la condenación para toda la eternidad.

Debemos tener en cuenta que en esta lucha sin cuartel, que comienza apenas tenemos uso de razón, no se camina solo: La Gracia de Dios, recibida por medio del Don del Espíritu Santo en el Bautismo, nos acompañará como una marca de fuego grabada en nuestros corazones y el Cielo entero nos asistirá en esta batalla personal contra la tentación y la insidia del maligno.

Pero no podemos subestimar nuestra debilidad. La carne es débil y la Gracia Divina solo puede actuar con plenitud si nos predisponemos enteramente a ella, es por eso que nuestra Madre del Cielo insiste en varios de sus mensajes del peligro que nos acecha y nos incentiva a una vida en Cristo, una vida de entrega completa a la Voluntad Divina, en donde encontramos la asistencia del Espíritu Santo a la hora del discernimiento, la intervención de nuestro Ángel de la Guarda “soplando” en nuestra conciencia y advirtiendo ante el peligro de pecado, las almas del purgatorio en una asistencia que poco tenemos en cuenta pero que nos libra de mas de un contratiempo, el mismo San Miguel Arcángel, príncipe de las milicias celestiales, presto para asistirnos en el momento de batalla y aún así, cuando nuestra debilidad nos haga caer, estará esperándonos nuestra Virgen para cobijarnos y refugiarnos en Su Inmaculado Corazón y pedir así por medio del arrepentimiento la Misericordia Divina.


DOCTRINA CATOLICA

EL DEMONIO, EL INFIERNO Y SU INFLUENCIA EN NUESTRA VIDA


Demonio: Nombre general de los espíritus malignos, dichos
Espíritus son los ángeles caídos expulsados del
Cielo, tras rebelarse contra Dios. El jefe de estos
Ángeles rebeldes es Lucifer o Satanás (Mateo 25)

Dios no creó demonios, sino ángeles, espíritus puros, dotados con 
Gracia santificante, muy hermosos y capaces de bondad. Dios dotó a
Todos los ángeles con libertad para elegir el bien y el mal. Hay que 
Tener en cuenta que esa elección de la que gozan los ángeles es 
Mucho mas radical que la nuestra, ya que de acuerdo a lo que elijan
será su condición por toda la eternidad, si eligen el bien, eterno bien
si eligen el mal, eterno mal. A diferencia nuestra, siempre que 
pecamos tenemos la posibilidad del arrepentimiento y la Misericordia
de Dios esperándonos. 
Lucifer y sus seguidores, por orgullo, pecaron, quisieron separarse de Dios y se llenaron de maldad. Es así que se les negó la visión beatífica. 

¿De dónde vino esta maldad? La maldad es causada por una opción libre de separarse de Dios. Es una carencia, una ruina.

Por ejemplo, cuando un auto choca se queda dañado. El daño no es una creación sino la ruina del auto. Los demonios fueron creados como los demás ángeles. Se transformaron en demonios por su pecado. Se pervirtieron sus poderes angelicales los cuales usan para el mal. Dios sabía que algunos ángeles se rebelarían pero los creó porque Dios toma la libertad en serio, hasta sus últimas consecuencias. Pero igualmente el bien tiene y tendrá consecuencias. Si solamente pudiésemos hacer el bien no seríamos libres y no tendría mérito.

Los demonios residen en el infierno y no gozan de los beneficios de la redención de Cristo. Los demonios, sin embargo, no perdieron su capacidad racional, sino que la utilizan para el mal. Dios les permite ejercitar influencia limitada en las criaturas y las cosas. 

El demonio no es una fábula como algunos, para su desgracia, piensan. Su existencia real ha sido siempre enseñada por la Iglesia en su magisterio ordinario. Desmentir la existencia del demonio es negar la revelación divina que nos advierte sobre nuestro enemigo y sus tácticas. Jesucristo vino para vencer al demonio y liberarnos de su dominio que se extendía por todo el mundo sin que pudiésemos por nuestra cuenta salvarnos.



Jesucristo vence al demonio definitivamente en la Cruz. 


La actividad del demonio en la tierra sin embargo continuará hasta el fin de los tiempos. La parusía manifestará plenamente la victoria del Señor con el establecimiento de su Reino y el absoluto sometimiento de todos sus enemigos. Mientras tanto Dios permite que vivamos en batalla espiritual en la cual se revela la disposición de los corazones y nos da oportunidad de glorificar a Dios siendo fieles en las pruebas. Ahora debemos decidir a que reino vamos a pertenecer, al de Cristo o al de Satanás. Si perseveramos fieles a Jesús a través de las pruebas y sufrimientos, el demonio no podrá atraparnos.

Tenemos en la Iglesia todos los medios para alcanzar la gracia ganada por Jesucristo en la Cruz. Dios es todopoderoso y, si estamos en comunión con El, no debemos temer al enemigo. Mas bien debemos temer el separarnos de Dios pues sin su gracia estaríamos perdidos. 

Todos los santos lucharon con valentía contra el demonio pues los sostenía la fe. Sus vidas son modelos que nos demuestran como vivir en el poder de Jesucristo la vida nueva. 

Según el Catecismo de la Iglesia Católica:


2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte".[136] "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn. 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os guarda contra las astucias del diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm. 8, 31).


La Existencia del demonio y su influencia en nuestra vida esta reconocida
En nuestra Iglesia desde los primeros tiempos, convalidados por los 
Concilios de Braga y de Letrán, además de ser un tema tratado en varias
Ocasiones por los Padres y Doctores de la Iglesia. 
El problema es que con el correr de los tiempos, las nuevas doctrinas y
Una peligrosa modernización de la pedagogía catequística, ha llevado a
Que ya no se tenga muy en cuenta la figura del demonio como instigador
De la perdición de nuestra alma. Lo que lo hace mas peligroso aún.

LUCIFER PRINCIPE DE LOS DEMONIOS, CONDENADO A LAS TINIEBLAS

Lucifer, príncipe de las tinieblas, es quien tiene a su cargo las legiones infernales, es él quién  encabezó la rebelión contra Dios, que lo precipitó A la condenación eterna junto con legiones de ángeles que se sumaron a su terrible empresa.
 Veamos ahora a la luz del evangelio el estado privilegiado que tenía Lucifer y la razón de su
Caída. 

“Por haberse estirado en su altura levantando su copa hasta las nubes, y haberse engreído su corazón por su grandeza” (Ezequiel 31)

“Tu esplendor ha caído en el Seol...¿Cómo has caído desde el cielo, brillante estrella, hijo de la Aurora?...Te decías en tu corazón: el cielo escalaré, encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono...Subiré a las alturas de las nubes, seré igual al Altísimo” (Isaías 14)

“Tú eras el dechado de la perfección, lleno de sabiduría y de espléndida belleza. En el Edén, jardín de Dios, vivías. Innumerables piedras preciosas adornaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, carbunclo y esmeralda; de oro era el borde de tu manto, de oro las incrustaduras, todo a punto desde el día en que fuiste creado. Como un querubín protector yo te había puesto en el Monte Santo de Dios. Eras perfecto en tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que apareció en ti la iniquidad. Con el progreso de tu tráfico te llenaste de violencia y pecados; y yo te he arrojado del monte de Dios y te he exterminado, oh querubín protector, de entre las brasas ardientes. Tu corazón se había engreído por tu belleza. Tu sabiduría estaba corrompida por tu esplendor. Y Yo te he derribado en tierra y te he presentado como espectáculo a los reyes” (Ezequiel 28)

EL PECADO DE LUCIFER


...”no sea que llevado del orgullo venga a caer en la misma condenación en que cayó el diablo” (1ª. Timoteo 3)

“El que obra la justicia es justo; quien peca es del Diablo, porque el Diablo es pecador desde el principio” (I Juan 3)

“Dios no perdonó a los ángeles pecadores, sino que, precipitados en el infierno, los entregó a las prisiones tenebrosas en espera del juicio” (II Pedro 2)

“Dios creó al hombre para la incorrupción y le hizo a imagen de Su propio ser. Mas por la envidia del diablo entró la muerte al mundo y la experimentan los que le pertenecen” (Sabiduría 2)

“El Señor ha reservado en eterna prisión, en el fondo de las tinieblas, para el juicio del gran día, a los ángeles que no conservaron su dignidad sino que perdieron su propia mansión” (Judas)

“Por haberse estirado en su altura levantando su copa hasta las nubes, y haberse engreído su corazón por su grandeza, Yo le he entregado en manos del príncipe de las naciones para que proceda con él conforme a su maldad; le he desechado” (Ezequiel 31)

“Tu esplendor ha caído al Seol...¿Cómo has caído desde el cielo, brillante estrella, hijo de la Aurora?...Te decías en tu corazón: el cielo escalaré, encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono; en el monte de la asamblea me sentaré, en lo último del Norte. Subiré a las alturas de las nubes, seré igual al Altísimo” (Isaías 14)

“Eras perfecto en tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que apareció en ti la iniquidad. Con el progreso de tu tráfico te llenaste de violencia y pecados; y yo te he arrojado del monte de Dios y te he exterminado, oh querubín protector, de entre las brasas ardientes. Tu corazón se había engreído por tu belleza. Tu sabiduría estaba corrompida por tu esplendor” (Ezequiel 28)

LA EXPULSION DE LUCIFER DE LA PRESENCIA DE DIOS


“Yo veía a Satanás cayendo del cielo como un rayo” (Lucas 10)

“Su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las lanzó sobre la tierra” (Apoc. 12)

“El Diablo ha descendido hacia vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo” (Apocalipsis 12)

“Dios no perdonó a los ángeles pecadores, sino que, precipitados en el infierno, los entregó a las prisiones tenebrosas en espera del juicio” (II Pedro 2)

“El diablo fue arrojado al estanque de fuego y de azufre, donde están la Bestia y el Falso Profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20)

“El Señor ha reservado en eterna prisión, en el fondo de las tinieblas, para el juicio del gran día, a los ángeles que no conservaron su dignidad sino que perdieron su propia mansión” (Judas)

“Tu esplendor ha caído al Seol...¿Cómo has caído desde el cielo, brillante estrella, hijo de la Aurora?...Te decías en tu corazón: el cielo escalaré, encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono...Subiré a las alturas de las nubes, seré igual al Altísimo” (Isaias 14)

“Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. El Dragón y sus ángeles combatieron, pero no pudieron prevalecer y no hubo puesto para ellos en el cielo. Y fue precipitado el gran Dragón, la serpiente antigua, que se llama “Diablo” y “Satanás”, el seductor del mundo entero, y sus ángeles fueron precipitados con él” (Apocalipsis 12)

“Eras perfecto en tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que apareció en ti la iniquidad. Con el progreso de tu tráfico te llenaste de violencia y pecados; y yo te he arrojado del monte de Dios y te he exterminado, oh querubín protector, de entre las brasas ardientes. Tu corazón se había engreído por tu belleza. Tu sabiduría estaba corrompida por tu esplendor. Y Yo te he derribado en tierra y te he presentado como espectáculo a los reyes” (Ezequiel 28)

Nombres dados al Demonio en la Biblia:

Abaddón (Apoc 9) 
ángel del abismo (Apoc 9) 
ángel de luz (II Cor 11) 
Apolyon (Apoc 9) 
Asmodeo (Tob 3) 
Beelzebul, príncipe de los demonios / dios de Acarón (Mat 10 y 12, Mar 3, Luc 11, II Rey 1) 
Belial (II Cor 6) 
Demonio (Jud 9, Hech 10) 
Diablo (Apoc 2, 12 y 20, Mat 4, 13 y 25, Hech 13, Juan 6, 8 y 13, Luc 4 y 8, I Juan 3, 
I Tim 3, Sabi 2, I Ped 5, Sant 4, Hebr 2, Efe 4 y 6, II Tim 2) 
dios de este siglo (Efe 2, II Cor 4) 
gran Dragón (Apoc 12) 
hijo de la aurora (Isa 14) 
Legión (Luc 8) 
el Maligno (Mat 13, I Juan 2, 3 y 5, II Juan 5, II Tes 3, Efe 6) 
príncipe (Dan 10) 
príncipe de la potestad del aire (Efe 2) 
príncipe de este mundo (Juan 12, 14 y 16) 
Satán (Job, I Crón 21, Zac 3) 
Satanás (Mat 4 y 16, Marc 1, 4 y 8, Juan 13, Luc 10, 11, 13 y 22, Rom 16, I Cor 5, 
II Cor 11 y 12, I Tim 1, I Tes 2, II Tes 2, Apoc 3, 12 y 20, Job 1 y 2, Hech 5 y 26) 
Serpiente antigua (Apoc 12) 
el que está en el mundo (I Juan 4)

EL INFIERNO


Si hay un peligro mortal ante nosotros, el amor exige a quienes lo saben alerten a todos cuanto antes. El infierno es no solo un peligro mortal sino también eterno. Es en realidad la desgracia total y definitiva que nos puede ocurrir. 

Dios es amor. “quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la Conversión” (2 Pedro 3,9). Por ese amor infinito envió a su único Hijo, quien se hizo hombre y murió por nuestra salvación. Pero si no nos convertimos a el en el tiempo limitado que tenemos en la tierra, si nos obstinamos en seguir viviendo en pecado mortal, entonces iremos al Infierno. No podremos culpar a Dios. El ya hizo Su parte, nos abrió las Puertas del Cielo. Pero jamás nos forzará a entrar. 

Los que niegan el infierno no conocen la Palabra de Dios y están separados de la Iglesia. Se dejan llevar por un mundo que se burla u opta por ignorar las realidades más importantes. Pero les ocurrirá como a los compatriotas de Noé que se reían mientras el construía el arca para sobrevivir el diluvio. Todos los que se burlan también morirán y no podrán escapar la realidad.

Los cristianos no debemos basar nuestra buena conducta en miedo del infierno sino en amor a Dios. Pero al mismo tiempo es saludable recordar que hay un justo castigo. En momentos de ceguera y debilidad, cuando la tempestad de la tentación es recia, pensar en el infierno es saludable y provechoso en caso que nuestro amor esté debilitado.

El infierno es un lugar y estado de eterna desdicha en que se hallan las almas de los réprobos y pecadores sin arrepentimiento. La existencia del infierno fue impugnada por diversas sectas. También la negaron todos aquellos que no creen en la inmortalidad del alma (materialismo). Actualmente por ignorancia o por conveniencia sobre este tema muchos niegan su existencia. 

Naturaleza del Suplicio del Infierno


La escolástica distingue dos elementos en el suplicio del infierno:

La pena de daño (suplicio de privación): Corresponde al apartamiento voluntario de Dios que se realiza por el pecado mortal; la pena de daño, que constituye propiamente la esencia del castigo del infierno, consiste en verse privado de la visión beatífica de Dios.
la pena de sentido (suplicio para los sentidos). Corresponde a la conversión desordenada a la criatura. La pena de sentido consiste en los tormentos causados externamente por medios sensibles (es llamada también pena positiva del infierno). La Sagrada Escritura habla con frecuencia del fuego del infierno, al que son arrojados los condenados; designa al infierno como un lugar donde reinan los alaridos y el crujir de dientes... imagen del dolor y la desesperación.

El fuego del infierno fue entendido en sentido metafórico por algunos padres y algunos teólogos posteriores, los cuales interpretaban la expresión «fuego» como imagen de los dolores puramente espirituales, -sobre todo, del remordimiento de la conciencia- que experimentan los condenados. El magisterio de la Iglesia no ha condenado esta sentencia, pero la mayor parte de los padres y casi todos los teólogos modernos suponen la existencia de un fuego físico o agente de orden material, aunque insisten en que su naturaleza es distinta de la del fuego actual. 

Propiedades del Infierno


E t e r n i d a d: Las penas del Infierno duran toda la eternidad (dogma de fe). La verdad revelada nos obliga a suponer que la voluntad de los condenados está obstinada inconmoviblemente en el mal y que por eso es incapaz de verdadera penitencia. Tal obstinación se explica por rehusar Dios, a los condenados, toda gracia para convertirse.

D e s i g u a l d a d: La cuantía de la pena de cada uno de los condenados es diversa según el diverso grado de su culpa (de sentido común).

Los concilios de Lyón y Florencia declararon que las almas de los condenados son afligidas con penas desiguales. Probablemente esto no se refiere únicamente a la diferencia específica entre el castigo del solo pecado original y el castigo por pecados personales, sino que también quiere darnos a entender la diferencia gradual que hay entre los castigos que se dan por los distintos pecados personales.

COMBATE ESPIRITUAL


“El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: el vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda”. - Apocalipsis 2,11

En este mundo libramos un combate espiritual que decidirá nuestro destino eterno. ¡Que pocos lo entienden! Una de las tácticas del enemigo es mantenernos dormidos, distraídos con mil cosas vanas que engañan nuestros sentidos para así vencernos y ganar nuestra alma para el infierno. 

Debemos saber cual es la meta de nuestra vida: No es aumentar placeres, ni hacernos ricos ni famosos. Es mas bien vivir para siempre como hijos amorosos y fieles de Dios. Desearlo con todo el corazón es la mas alta y gloriosa empresa. En esto consiste la perfección cristiana y la verdadera vida espiritual. No se trata de hacer algunas buenas obras para sentirnos buenos. No confundamos los medios, que son las prácticas de nuestra fe con el fin que es el reino de Jesús dentro de nuestros corazones.

Juan Pablo II, 17 feb. 2002 (1er domingo de cuaresma)
Exortó a la vigilancia «para reaccionar con prontitud a todo ataque de la tentación». 
Habló de las armas del cristiano «para afrontar el diario combate contra las sugerencias del mal: la oración, los sacramentos, la penitencia, la escucha atenta de la Palabra de Dios, la vigilancia y el ayuno». 
Estos medios ascéticos, inspirados por el mismo ejemplo de Cristo, siguen siendo indispensables hoy, pues «el demonio, "príncipe de este mundo", continúa todavía hoy con su acción falaz». 



“La Armadura del Cristiano” (Efesios 6, 13-17)

“Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos. Permanezcan de pié, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la Paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la Fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. Tomen el casco de la Salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”. 

Mensaje N° 28 (13-12-99, 17:00 Hs.) 
(Veo a la Virgen llorar sangre y le oigo decir:)
"Satanás se está involucrando. Orad, orad, orad. Donde podáis, pero orad. Orad en vuestras casas, orad en vuestros trabajos. Haced que mi corazón sea vuestro. Ayunad. Ayunad los viernes, el ayuno es muy fuerte. Hay que seguir la mirada de Jesús y como yo ya os dije, no temáis a nada, siempre triunfa la fe, siempre triunfa el Señor. Yo siempre os invito a la oración para así aumentar el amor entre mis hijos. No busquéis consuelo en las tinieblas, Dios es vuestra Salvación, Él es el amor."

SAN MIGUEL ARCÁNGEL



Este Arcángel es reconocido como el Príncipe de las milicias Celestiales, al mando de un ejército de innumerables ángeles. Combate directamente contra las huestes de Satanás. Se lo representa generalmente como un ángel con coraza y blandiendo en alto una espada, mientras pisa a Satanás bajo sus pies.

Marcia ha recibido la visita y el mensaje de este Arcángel y lo describe como un muchacho de aproximadamente 14 años, de cabello negro, lacio y de un largo medio, ojos azules de mirada penetrante, carece de alas y viste simplemente una túnica hasta los pies. Su piel es muy blanca y su tono siempre es grave. 

Siempre debemos invocar su presencia al comenzar el día o al notar un ambiente pesado o un clima enrarecido a nuestro alrededor o cuando nos sintamos perturbados sin sentido alguno.

San Miguel Arcángel:

“¡Orad delante de la Santa Cruz! 
Orad, orad para desterrar a Satanás. Él se burla de vosotros con toda clase de caminos que 
os llevan a la perdición.
Solo un camino debéis recorrer y Jesucristo es el Verdadero Camino.
Orad, Satanás se está apoderando de muchas almas. Bajo muchos aspectos se esconde. 
Orad, orad. Ya vuestra Santa Madre os lo ha dicho. Con la oración del Santo Rosario, es un 
alma que ganáis para Dios.
Orad, hijos del Altísimo, que la Pasión de vuestro Señor Jesucristo sea valedera”.
Mensaje N° 360 (27-Sep-01, 16.00 hs.)

Oración de Invocación a San Miguel Arcángel
San Miguel Arcángel, Príncipe gloriosísimo de las milicias celestiales,
Defensor nuestro en los combates y luchas terribles contra el enemigo infernal,
Ven en auxilio de los hombres, combatiendo al frente del ejército de los Santos Ángeles,
En la batalla del Señor contra el orgulloso Lucifer y sus seguidores.
Tú Príncipe invencible, socorre al Pueblo de Dios y llévalo a la victoria.
Tú a quien la Santa Iglesia venera como su custodio y patrono y se honra de tenerte como escudo defensor contra la maldad del Infierno.
Tú a quien Dios Todopoderoso te ha confiado las almas para conducirlas hasta la celestial Beatitud,
Ruega por nosotros ante Dios, Señor de la Paz, a fin de que el Demonio sea humillado y vencido
Y no pueda tener a los hombres bajo su esclavitud ni dañar a la Santa Iglesia,
Ofrece ante el Trono del Altísimo nuestras plegarias a fin de que la Misericordia Divina descienda sobre nosotros y que el infernal enemigo jamás pueda seducir ni perder al pueblo cristiano.

Así sea.




La Medalla de San Benito 
San Benito y el Cenáculo


Cuando rezamos el Santo Rosario en nuestro Cenáculo, en las oraciones Jaculatorias, pedimos e invocamos la protección de San Benito Abad a fin de que preserve al Grupo de oración, a nuestras familias y a nosotros mismos de la acechanza del maligno.

Por recomendación de nuestra Madre, debemos llevar puesto además de nuestro crucifijo, la medalla de San Benito con el poderoso exorcismo a fin de preservarnos en forma especial. Y colocar también esta medalla sobre puertas y ventanas de nuestro hogar, de forma que se pueda ver la cara de la medalla en la que se encuentra la Cruz, para proteger a nuestra familia.

Cabe destacar que esta medalla, como todo. Debe acompañarse por la oración diaria, la vida acorde a los preceptos de las Iglesia y la observancia constante de nuestros actos tendientes a la santidad.

A continuación, mostramos la medalla, con sus iniciales, su significado en latín o exorcismo y su traducción al castellano:

Crux Sancti Patris Benedicti.
Cruz del Santo Padre Benito.
Crux Sancta Sit Mihi Lux
Non Draco Sit Mihi Dux
Vade Retro Satana
Numquam Suade Mihi Vana
Sunt Mala Quae Libas
Ipse Venena Bibas La Santa Cruz sea mi luz,
no sea el demonio mi guía.
¡Apártate, Satanás!
no sugieras cosas vanas,
maldad es lo que brindas,
bebe tú mismo el veneno.



Mensajes de Nuestra Madre


Mensaje N° 75 (4-3-00, 20:50 Hs.) 
"Me apareceré mañana para daros guía para la vigilia. Nunca dejéis de rezar, no os distraigáis.
Comienza la Cuaresma.
Recordad que en aquellos días, vuestro Señor fue tentado pos Satanás. Lo mismo os pasará a vosotros, pero debéis rechazarlo por medio de la oración de San Miguel Arcángel, orad, donde sea pero orad, y orad por los otros, ya no quiero perder mas hijos."

(Veo a la Virgen que se saca el Corazón y nos lo acerca con sus manos y dice:) "Ved como sangra, aliviadlo con vuestras oraciones y penitencias. No olvidéis la misión que os fue encomendada, Dios os designó.
Ayunad y Yo os digo: durante el día del ayuno, por momentos sentiréis hambre, es ese el momento que debéis ofrecer. Orad para obtener fuerzas, no lo cortéis, Satanás ve vuestras debilidades y no le gusta que trabajéis para Dios.
Si quiero que vosotros dos (se refiere a dos personas del grupo) os consagréis a mi Inmaculado Corazón, pues aún no lo habéis hecho. Os amo y vosotros no podéis imaginar cuanto. Orad también porque mi Corazón sea aliviado y porque el dolor que mi Corazón siente no se multiplique.
Evitad los pecados. No debéis usar los Nombres Sagrados para hacer bromas, decidlo a todos, vosotros no os dais cuenta, pero eso ofende a Dios. Debéis orar para no dar pasos en falso. Yo aparecí acá porque os estabais distrayendo y os olvidabais de orar.
Debéis pedir humildad y obediencia para salvaros. Os agradezco por haber respondido a mi llamado.
No permitáis que Satanás os separe de Dios y que os desuna a vosotros.
A cada uno os daré una tarea especial, pues os elegí. Yo veo vuestros corazones y vuestros sentimientos. Dejaos tocar por el Espíritu Santo. Vuelvo al Cielo. 
Amén, amén y amén."



Oraciones para alejar al maligno
Oración Para alejar a Satanás

"Jesús Luz del mundo, ayudadme, 
Jesús, Luz del mundo, socorredme;
Jesús, Luz del mundo,
Tomadme de la mano,
y dirigidme hacía vuestra Luz .
Que, vuelva Satanás a las entrañas
del infierno. 
Amén.”
(“Oradla hasta que vuestros corazones se tornen calmos")

(Mensaje N° 67-09/02/00)

Oración Para alejar a Satanás

“Jesús que sois la Luz, a auxiliadme.
María Inmaculada, socorredme.
Amor de Dios, Misericordia Divina,
venid a mi corazón,
Para poder así rechazar a Satanás.
San Miguel Arcángel,
Príncipe de las Milicias,
venid a auxiliamos,
auxiliad a las almas,
aquellas a quien Satanás quiere perder,
Quiere alejar de Dios.
Orgulloso Satanás,
alejaos de mí,
volved al Infierno,
Volved de donde habéis salido.
En el Nombre del Padre, y en el Nombre del Hijo, y en el Nombre del Espíritu Santo, amén”.

(Mensaje N°74-03/03/00)


Jesucristo habló claramente del infierno.




En el Nuevo Testamento se le llama "gehenna": 

Mateo 5:22 Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.

Mateo 5:29 Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.

Mateo 10:28 «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. 
Mateo 23:33  «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?

Santiago 3:6 Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la gehenna, prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos. 



El Catecismo de la Iglesia Católica



1033.Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1034. Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5, 22.29; 13, 42.50; Mc 9, 43-48) 
reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

1035. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf DS 76; 409; 411; 80 1; 858; 1002; 135 1; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036. Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) 

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con El en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (LG 48).

1037. Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3:9).

Mística italiana y el Infierno


María Valtorta.

 Preámbulo: "La siguiente descripción del infierno, nos parece reflejar la teología Católica respecto al mismo."

EL SEÑOR HABLÓ SOBRE EL INFIERNO EL 15 DE ENERO DE 1944:
Dijo Jesús: "Una vez te hice ver el monstruo del abismo. Hoy te hablaré sobre su Reino... Recuerda que tienes la misión de llamar a todos a la verdad porque muchos la han olvidado. Y este olvido que es en realidad desprecio por las verdades eternas, procura muchos males a los hombres .Los hombres de esta época ya no creen en la existencia del Infierno. Se han fabricado un más allá a su gusto para hacerlo menos aterrador a sus conciencias merecedoras de muchos castigos.
Discípulos más o menos fieles del espíritu del mal saben que su conciencia no se atrevería a cometer ciertos delitos si realmente creyeran en el Infierno tal como la Fe enseña que es.
Saben que ante ciertos delitos cometidos, con el remordimiento encontrarían el arrepentimiento. En el miedo encontrarían el arrepentimiento y con el arrepentimiento, el camino para volver a Mí. Su malicia enseñada por Satanás, del cual son siervos y esclavos, secundada por su adhesión a los deseos y sugerencias del maligno, no quiere este retroceso ni este retorno. Por eso anulan la Fe en eI infierno tal cual es, y se fabrican otro. Lo cual no es más que una tregua para tomar impulso a otras futuras equivocaciones.
He dicho Yo, Dios Uno y Trino, que quien va al Infierno permanecerá en él por toda la eternidad, porque de esa muerte no se surge a una nueva resurrección. He dicho que aquel fuego es eterno y que ahí serán acogidos todos los operadores de escándalos y de iniquidad. No crean que eso será sólo hasta el momento del fin del mundo, no, porque después de la tremenda revisión, más despiadada quedará aquella morada de llanto y tormento.
El Infierno es remordimiento, es cólera, es odio. Odio hacia Satanás, odio hacia los hombres, odio hacia sí mismos. Después de haber adorado en la vida a Satanás en vez de adorarme a Mí, ahora lo poseen y lo ven en su verdadero aspecto, ya no escondido bajo la maligna sonrisa de la carne, el reluciente brillo del oro, o el poderoso signo de la supremacía. Terminan allí por haber olvidado su dignidad de hijos de Dios.
Terminan ahí por haber adorado a los hombres, hasta convertirse por ellos en asesinos, en ladrones, en tramposos, en mercaderes de inmundicia. Ahora encuentran a su dueño... por el cual han matado, robado, estafado, vendido su honor y el honor de muchas infelices criaturas, débiles e indefensas, haciéndolas instrumentos de vicios que las bestias no conocen, de la lujuria, atributo del hombre envenenado por Satanás. Están allí por haberse dado a todas las satisfacciones, despreciando las leyes de Dios y las leyes morales.
Todo el dolor de haber traicionado a Dios en el tiempo (cuando vivos) está frente al alma por toda la eternidad. Todo el error de haber rechazado a Dios en el tiempo, está presente para su tormento por toda la eternidad.
Han querido el fuego de las pasiones. Ahora tienen el fuego ardiente de Dios de cuyo santo fuego se burlaron. El fuego responde al fuego. ¡Oh! lo que es el Infierno, no lo podéis imaginar. Tomad todo lo que constituye tormento para el hombre sobre la Tierra. Fuego, hielo, agua [que ahoga], hambre, sueño, heridas, enfermedades, llagas, muerte; y si hacéis con ello una cantidad única multiplicándola millones de veces, no tendréis más que un fantasma de aquella tremenda verdad.
Al ardor insostenible se mezcla el hielo sideral. Los condenados ardieron con todos los fuegos humanos, habiendo tenido únicamente hielo espiritual hacia el Señor su Dios. El hielo los espera para congelarlos después que el fuego los haya [calentado] como peces puestos a asar. Tormento sobre tormento es este pasar del fuego que derrite al hielo que congela.
¡Oh! no es [una descripción] metafórica porque Dios hace que las almas cargadas de culpa tenga sensibilidad igual a las de la carne, aún antes que se vuelvan a revestir de carne.
"Vosotros no sabéis, no creéis, pero en verdad os digo que os convendría más soportar todos los tormentos de mis mártires, antes que una hora de aquella tortura infernal. La oscuridad será el tercer tormento. Oscuridad material y espiritual. La reverberación de los espíritus ardiendo ilumina sólo el nombre del pecado por el cual están confinados. El horror de permanecer siempre en las tinieblas después de haber visto la luz del Paraíso y estar abrazado por la tiniebla, después de haber visto la luz de Dios.
Tener que debatirse en aquel horror tenebroso sin encontrar excusas en aquella promiscuidad de espíritus que se odian y se dañan recíprocamente. Se ha dicho que la muerte nutrirá a la muerte. La desesperación es muerte y nutrirá a estos muertos por toda la eternidad.... Yo Dios... cuando descendí... tuve horror de aquel horror ... y vosotros queréis ir a él. Meditad, oh hijos, estas palabras mías.
La vida sobre la Tierra no dura más que unos pocos días. La vida comienza cuando parece que acaba, y entonces ya no tiene fin. Haced que para vosotros transcurra donde la Luz y la Gloria de Dios hacen bella la eternidad y no donde Satanás es el eterno verdugo”...




San Francisco de Sales y el Infierno


Los condenados están en el abismo infernal como dentro de una ciudad malaventurada, en la cual sufren indecibles tormentos en todos los sentidos y miembros; porque como emplearon en el pecado todos sus miembros y sentidos, sufrirán en todos ellos las penas correspondientes al pecado. Los ojos, por sus licenciosas e ilícitas miradas, sufrirán la horrible visión de los demonios y del infierno; los oídos, por haberse deleitado con discursos malos, jamás oirán ' otra cosa, sino llantos, lamentaciones y desesperación, y as los demás.

Además de todos estos tormentos, hay otro todavía mayor, que es la privación y pérdida de la gloria de DIOS, de la cual los condenados están excluidos para siempre. Si Absalón juzgó que el estar privado de ver el amable rostro de su padre David era más penoso que su destierro, ¿cuál será, DIOS mío, la pena de estar para siempre privado de ver vuestro dulce y suave rostro?

Sobre todo, considera la eternidad de las penas, pues ella sola basta para hacer el infierno insoportable. Si la picadura de una pulga en una oreja o el ardor de una ligera calentura es suficiente para que juzguemos larguísimo e insufrible el corto espacio de una noche, ¡qué espantosa será la noche de la eternidad con tantos tormentos! De esta eternidad, nacen la desesperación eterna, la rabia y las blasfemias infinitas.

Santa Catalina de Siena vio entre los condenados,  muchas almas en extremo atormentadas por haber violado la santidad del matrimonio, lo cual sucedió (decía ella misma) no por la grandeza del pecado, por que los homicidios y las blasfemas con  mas enormes, sino por cuanto los que le cometen no hacen caso del, y por el consiguiente continúan en el largo espacio.

Bien ves tú, pues, que la castidad es necesaria a toda clase de gentes.

San Juan Bosco y el Infierno


Don Bosco prosiguió el relato de cuanto había visto en los sueños:

— Debo contarles otra cosa — comenzó diciendo— que puede considerarse como consecuencia o continuación de cuanto les referí en las noches del jueves y del viernes, que me dejaron tan quebrantado que apenas si me podía tener en pie. Ustedes las pueden llamar sueños o como quieran; en suma, le pueden dar el nombre que les parezca. 

Les hablé de un sapo espantoso que en la noche del 17 de abril amenazaba tragarme y cómo al desaparecer, una voz me dijo: — ¿Por qué no hablas? —Yo me volví hacia el lugar de donde había partido la voz y vi junto mi lecho a un personaje distinguido. Como hubiese entendido el motivo de aquel reproche, le pregunté: — ¿Qué debo decir a nuestros jóvenes? 

— Lo que has visto y cuanto se te ha indicado en los últimos sueños y lo que deseas conocer, que te será revelado la noche próxima. Al hombre de la noche siguiente, me dijo: 

— ¡Levántate y vente conmigo! Yo le contesté: —Se lo pido por caridad. Déjeme tranquilo, estoy cansado. ¡Mire! Hace varios días que sufro de dolor de muelas. Déjeme descansar. He tenido unos sueños, espantosos y estoy verdaderamente agotado. Y decía estas cosas porque la aparición de este hombre es siempre indicio de grandes agitaciones, de cansancio y de terror. El tal me respondió: — ¡Levántate, que no hay tiempo que perder! Entonces me levanté y lo seguí. Mientras caminábamos le pregunté: — ¿Adonde quiere llevarme ahora? —Ven y lo verás. Y me condujo a un lugar en el cual se extendía una amplia llanura. Dirigí la mirada a mí alrededor, pero aquella región era tan grande que no se distinguían los confines de la misma. Era un vasto desierto.
Cuando he aquí que diviso a mi amigo que me sale al encuentro. Respiré y dije: — ¿Dónde estoy? —Ven conmigo y lo sabrás. —Bien; iré contigo. El iba delante y yo le seguía sin chistar. Entonces interrumpí el silencio preguntando a mi guía: — ¿Adónde vamos a ir ahora? —Por aquí— me dijo. Y penetramos por aquel camino. Era una senda hermosa, ancha, espaciosa y bien pavimentada. De un lado y de otro la flanqueaban dos magníficos setos verdes cubiertos de hermosas flores. En especial despuntaban las rosas entre las hojas por todas partes. Aquel sendero, a primera vista, parecía llano y cómodo, y yo me eché a andar por él sin sospechar nada. Pero después de caminar un trecho me di cuenta de que insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo y aunque la marcha no parecía precipitada, yo corría con tanta facilidad que me parecía ir por el aire. Incluso noté que avanzaba casi sin mover los pies. 
Nuestra marcha era, pues, veloz. Pensando entonces que el volver atrás por un camino semejante hubiera sido cosa fatigosa y cansada, dije a mi amigo: — ¿Cómo haremos para regresar al Oratorio? —No te preocupes —me dijo—, el Señor es omnipotente y querrá que vuelvas a él. El que te conduce y te enseña a proseguir adelante, sabrá también llevarte hacia atrás. Vi que me seguían por el mismo sendero todos los jóvenes del Oratorio y otros numerosísimos compañeros a los cuales yo jamás había visto. Pronto me encontré en medio de ellos. Mientras los observaba veo que de repente, ora uno ora otro, comienzan a caer al suelo, siendo arrastrados por una fuerza invisible que los llevaba hacia una horrible pendiente que se veía aún en lontananza y que conducía a aquellos infelices de cabeza a un horno. — ¿Qué es lo que hace caer a estos jóvenes?— pregunté al guía. —Acércate un poco— me respondió. Me acerqué y pude comprobar que los jóvenes pasaban entre muchos lazos, algunos de los cuales estaban al ras del suelo y otros a la altura de la cabeza; estos lazos no se veían. Por tanto, muchos de los muchachos al andar quedaban presos por aquellos lazos, sin darse cuenta del peligro, y en el momento de caer en ellos daban un salto y después rodaban al suelo con las piernas en alto y cuando se levantaban corrían precipitadamente hacia el abismo. Algunos quedaban presos, prendidos por la cabeza, por una pierna, por el cuello, por las manos, por un brazo, por la cintura, e inmediatamente eran lanzados hacia la pendiente. 
Los lazos colocados en el apenas visibles, semejantes a los hilos de la araña y, al parecer, inofensivos. Y con todo, pude observar que los jóvenes por ellos prendidos caían a tierra. Yo estaba atónito, y el guía me dijo: — ¿Sabes qué es esto? —Un poco de estopa— respondí. —Te diría que no es nada —añadió—; el respeto humano, simplemente. Entretanto, al ver que eran muchos los que continuaban cayendo en aquellos lazos, le pregunté al desconocido: — ¿Cómo es que son tantos los que quedan prendidos en esos hilos? ¿Qué es lo que los arrastra de esa manera? Y él dijo: —Acércate más; obsérvalo bien y lo verás. Lo hice y añadí: —Yo no veo nada. —Mira mejor— me dijo el guía. Tomé, en efecto, uno de aquellos lazos en la mano y pude comprobar que no daba con el otro extremo; por el contrario, me di cuenta de que yo también era arrastrado por él. Entonces seguí la dirección del hilo y llegué a la boca de una espantosa caverna. Y he aquí que después de haber tirado mucho, salió fuera, poco a poco, un horrible monstruo que infundía espanto, el cual mantenía fuertemente cogido con sus garras la extremidad de una cuerda a la que estaban ligados todos aquellos hilos. Era este monstruo quien apenas caía uno en aquellas redes lo arrastraba inmediatamente hacia sí. Entonces me dije: —Es inútil intentar hacer frente a la fuerza de este animal, pues no lograré vencerlo; será mejor combatirlo con la señal de la Santa Cruz y con jaculatorias. 

Me volví, por tanto, junto a mi guía, el cual me dijo: — ¿Sabes ya quién es? — ¡Oh, sí que lo sé!, —le respondí—. Es el Demonio quien tiende estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el infierno. Examiné con atención los lazos y vi que cada uno llevaba escrito su propio título: el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la envidia, del sexto mandamiento, del hurto, de la gula, de la pereza, de la ira, etc. Hecho esto me eché un poco hacia atrás para ver cuál de aquellos lazos era el que causaba mayor número de víctimas entre los jóvenes, y pude comprobar que era el de la deshonestidad (impureza), la desobediencia y la soberbia. A este último iban atados otros dos. Después de esto vi otros lazos que causaban grandes estragos, pero no tanto como los dos primeros. Desde mi puesto de observación vi a muchos jóvenes que corrían a mayor velocidad que los demás. Y pregunté: — ¿Por qué esta diferencia? —Porque son arrastrados por los lazos del respeto humano— me fue respondido. Mirando aún con mayor atención vi que entre aquellos lazos había esparcidos muchos cuchillos, que manejados por una mano providencial cortaban o rompían los hilos. El cuchillo más grande procedía contra el lazo de la soberbia y simbolizaba la meditación. Otro cuchillo, también muy grande, pero no tanto como el primero, significaba la lectura espiritual bien hecha. Había también dos espadas. Una de ellas representaba la devoción al Santísimo Sacramento, especialmente mediante la comunión frecuente; otra, la devoción a la Virgen María. Había, además, un martillo: la confesión; y otros cuchillos símbolos de las varias devociones a San José, a San Luis, etc., etc. 
Con estas armas no pocos rompían los lazos al quedar prendidos en ellos, o se defendían para no ser víctimas de los mismos. En efecto, vi a dos jóvenes que pasaban entre aquellos lazos de forma que jamás quedaban presos en ellos; bien lo hacían antes de que el lazo estuviese tendido, y si lo hacían cuando éste estaba ya preparado, sabían sortearlo de forma que les caía sobre los hombros, o sobre las espaldas, o en otro lado diferente sin lograr capturarlos. Cuando el guía se dio cuenta de que lo había observado todo, me hizo continuar el camino flanqueado de rosas; pero a medida que avanzaba, las rosas de los linderos eran cada vez más raras, empezando a aparecer punzantes espinas. Habíamos llegado a una hondonada cuyos acantilados ocultaban todas las regiones circundantes; y el camino, que descendía cada vez de una manera más pronunciada, se hacía tan horrible, tan poco firme y tan lleno de baches, de salientes, de guijarros y de piedras rodadas, que dificultaba cada vez más la marcha.
Yo continué adelante. Cuanto más avanzaba más áspera era la bajada y más pronunciada, de forma que algunas veces me resbalaba, cayendo al suelo, donde permanecía sentado un rato para tomar un poco de aliento. De cuando en cuando el guía acudía en mi auxilio y me ayudaba a levantarme. A cada paso se me encogían los tendones y me parecía que se me iban a descoyuntar los huesos de las piernas. Entonces dije anhelante a mí guía: —Querido, las piernas se niegan a sostenerme. Me encuentro tan falto de fuerzas que no será posible continuar el viaje. El guía no me contestó, sino que, animándome, prosiguió su camino, hasta que al verme cubierto de sudor y víctima de un cansancio mortal, me llevó a un pequeño promontorio que se alzaba en el mismo camino. Me senté, lancé un hondo suspiro y me pareció haber descansado suficientemente. Entretanto observaba el camino que había recorrido ya; parecía cortado a pico, cubierto de guijarros y de piedras puntiagudas. Consideraba también el camino que me quedaba por recorrer, cerrando los ojos de espanto, exclamando: —Volvamos atrás, por caridad. Si seguimos adelante, ¿cómo haremos para llegar al Oratorio? ¡Es imposible que yo pueda emprender después esta subida! Y el guía me contestó resueltamente: —Ahora que hemos llegado aquí, ¿quieres quedarte solo? Ante esta amenaza repliqué en tono suplicante: — ¿Sin ti cómo podría volver atrás o continuar el viaje? —Pues bien, sígueme— añadió el guía. Me levanté y continuamos bajando. 

El camino era cada vez más horriblemente pedregoso, de forma que apenas si podía permanecer de pie. Y he aquí que al fondo de este precipicio, que terminaba en un oscuro valle, aparece un edificio inmenso que mostraba ante nuestro camino una puerta altísima y cerrada. Llegamos al fondo del precipicio. Un calor sofocante me oprimía y una espesa humareda, de color verdoso, se elevaba sobre aquellos murallones recubiertos de sanguinolentas llamas de fuego. Levanté mis ojos a aquellas murallas y pude comprobar que eran altas como una montaña y más aún. San Juan Bosco preguntó al guía: — ¿Dónde nos encontramos? ¿Qué es esto? —Lee lo que hay escrito sobre aquella puerta —me respondió—, y la inscripción te hará comprender dónde estamos. Me di cuenta de que estábamos a las puertas del infierno. El guía me acompañó a dar una vuelta alrededor de los muros de aquella horrible ciudad. Se veía una puerta de bronce, como la primera, al pie de una peligrosa bajada, y cada una de ellas tenía encima una inscripción diferente. 
Yo saqué la libreta para anotar aquellas inscripciones, pero el guía me dijo: — ¡Detente! ¿Qué haces? —Voy a tomar nota de esas inscripciones. —No hace falta: las tienes todas en la Sagrada Escritura; incluso tú has hecho grabar algunas bajo los pórticos. Ante semejante espectáculo habría preferido volver atrás y encaminarme al Oratorio. Recorrimos un inmenso y profundísimo barranco y nos encontramos nuevamente al pie del camino pendiente que habíamos recorrido y delante de la puerta que vimos en primer lugar. De pronto el guía se volvió hacia atrás con el rostro sombrío, me indicó con la mano que me retirara, diciéndome al mismo tiempo: — ¡Mira! Tembloroso, miré hacia arriba y, a cierta distancia, vi que por aquel camino en declive bajaba uno a toda velocidad. Pude reconocer en él a uno de mis jóvenes. Llevaba los cabellos desgreñados, en parte erizados sobre la cabeza y en parte echados hacia atrás por efecto del viento y los brazos tendidos hacia adelante, en actitud como de quien nada para salvarse del naufragio. Quería detenerse y no podía. Tropezaba continuamente con los guijarros salientes del camino y aquellas piedras servían para darle un mayor impulso en la carrera. —Corramos, detengámoslo, ayudémosle— gritaba yo tendiendo las manos hacia él. Y el guía: —No; déjalo. — ¿Y por qué no puedo detenerlo? — ¿No sabes lo tremenda que es la venganza de Dios? ¿Crees que podrías detener a uno que huye de la ira encendida del Señor? Entretanto aquel joven, volviendo la cabeza hacia atrás y mirando con los ojos encendidos si la ira de Dios le seguía siempre, corría precipitadamente hacia el fondo del camino, como si no hubiese encontrado en su huida otra solución que ir a dar contra aquella puerta de bronce. — ¿Y por qué mira hacia atrás con esa cara de espanto?, — pregunte yo—. —Porque la ira de Dios traspasa todas las puertas del infierno e irá a atormentarle aún en medio del fuego. 

En efecto, como consecuencia de aquel choque, entre un ruido de cadenas, la puerta se abrió de par en par. Y tras ella se abrieron al mismo tiempo, haciendo un horrible fragor, dos, diez, cien, mil, otras puertas impulsadas por el choque del joven, que era arrastrado por un torbellino invisible, irresistible, velocísimo. Todas aquellas puertas de bronce, que estaban una delante de otra, aunque a gran distancia, permanecieron abiertas por un instante y yo vi, allá a lo lejos, muy lejos, como la boca de un horno, y mientras el joven se precipitaba en aquella vorágine pude observar que de ella se elevaban numerosos globos de fuego. Y las puertas volvieron a cerrarse con la misma rapidez con que se habían abierto. Entonces yo tomé la libreta para apuntar el nombre y el apellido de aquel infeliz, pero el guía me tomó del brazo y me dijo: —Detente —me ordenó— y observa de nuevo. Lo hice y pude ver un nuevo espectáculo. Vi bajar precipitadamente por la misma senda a tres jóvenes de nuestras casas que en forma de tres peñascos rodaban rapidísimamente uno detrás del otro. Iban con los brazos abiertos y gritaban de espanto. Llegaron al fondo y fueron a chocar con la primera puerta. San Juan Bosco al instante conoció a los tres. Y la puerta se abrió y después de ella las otras mil; los jóvenes fueron empujados a aquella larguísima galería, se oyó un prolongado ruido infernal que se alejaba cada vez más, y aquellos infelices desaparecieron y las puertas se cerraron.

Vi precipitarse en el infierno a un pobrecillo impulsado por los empujones de un pérfido compañero. Otros caían solos, otros acompañados; otros cogidos del brazo, otros separados, pero próximos. Todos llevaban escrito en la frente el propio pecado. Yo los llamaba afanosamente mientras caían en aquel lugar. Pero ellos no me oían, retumbaban las puertas infernales al abrirse y al cerrarse se hacía un silencio de muerte. —He aquí las causas principales de tantas ruinas eternas —exclamó mi guía—: los compañeros, las malas lecturas (y malos programas de televisión e internet e impureza y pornografía y anticonceptivos y fornicación y adulterios y sodomía y asesinatos de aborto y herejías) y las perversas costumbres. Los lazos que habíamos visto al principio eran los que arrastraban a los jóvenes al precipicio. Al ver caer a tantos de ellos, dije con acento de desesperación: —Entonces es inútil que trabajemos en nuestros colegios, si son tantos los jóvenes que tienen este fin. ¿No habrá manera de remediar la ruina de estas almas? Y el guía me contestó: —Este es el estado actual en que se encuentran y si mueren en él vendrán a parar aquí sin remedio. — ¡Oh, déjame anotar los nombres para que yo les pueda avisar y ponerlos en la senda que conduce al Paraíso! — ¿Y crees tú que algunos se corregirían si les avisaras? Al principio el aviso les impresionará; después no harán caso, diciendo: se trata de un sueño. Y se tornarán peores que antes. Otros, al verse descubiertos, frecuentarán los Sacramentos, pero no de una manera espontánea y meritoria, porque no proceden rectamente. 
Otros se confesarán por un temor pasajero a caer en el infierno, pero seguirán con el corazón apegado al pecado. — ¿Entonces para estos desgraciados no hay remisión? Dame algún aviso para que puedan salvarse. —Helo aquí: tienen los superiores, que los obedezcan; tienen el reglamento, que lo observen; tienen los Sacramentos, que los frecuenten. Entretanto, como se precipitase al abismo un nuevo grupo de jóvenes, las puertas permanecieron abiertas durante un instante y: —Entra tú también— me dijo el guía. Yo me eché atrás horrorizado. Estaba impaciente por regresar al Oratorio para avisar a los jóvenes y detenerles en aquel camino; para que no siguieran rodando hacia la perdición. Pero el guía me volvió a insistir: —Ven, que aprenderás más de una cosa. Pero antes dime: ¿Quieres proseguir solo o acompañado? Esto me lo dijo para que yo reconociese la insuficiencia de mis fuerzas y al mismo tiempo la necesidad de su benévola asistencia; a lo que contesté: — ¿Me he de quedar solo en ese lugar de horror? ¿Sin el consuelo de tu bondad? ¿Y quién me enseñará el camino del retorno? Y de pronto me sentí lleno de valor pensando para mí: —Antes de ir al infierno es necesario pasar por el juicio y yo no me he presentado todavía ante el Juez Supremo. 
Después exclamé resueltamente: — ¡Entremos, pues! Y penetramos en aquel estrecho y horrible corredor. Corríamos con la velocidad del rayo. Sobre cada una de las puertas del interior lucía con luz velada una inscripción amenazadora. Cuando terminamos de recorrerlo desembocamos en un amplio y tétrico patio, al fondo del cual se veía una rústica portezuela. Mientras yo daba la vuelta alrededor de los muros leyendo estas inscripciones, el guía, que se había quedado en el centro del patio, se acercó a mí y me dijo: —Desde ahora en adelante nadie podrá tener un compañero que le ayude, un amigo que le consuele, un corazón que le ame, una mirada compasiva, una palabra benévola: hemos pasado la línea. ¿Tú quieres ver o probar? —Quiero ver solamente— respondí. —Ven, pues, conmigo— añadió el amigo, y tomándome de la mano me condujo ante aquella puertecilla y la abrió. Esta ponía en comunicación con un corredor en cuyo fondo había una gran cueva cerrada por una larga ventana con un solo cristal que llegaba desde el suelo hasta la bóveda y a través del cual se podía mirar dentro. Atravesé el dintel y avanzando un paso me detuve preso de un terror indescriptible. Vi ante mis ojos una especie de caverna inmensa que se perdía en las profundidades cavadas en las entrañas de los montes, todas llenas de fuego, pero no como el que vemos en la tierra con sus llamas movibles, con elevada temperatura. Muros, bóvedas, pavimento, herraje, piedras, madera, carbón; todo estaba blanco y brillante. Aquel fuego sobrepasaba en calores millares y millares de veces al fuego de la tierra sin consumir ni reducir a cenizas nada de cuanto tocaba. 
Me sería imposible describir esta caverna en toda su espantosa realidad. Mientras miraba atónito aquel lugar de tormento veo llegar con indecible ímpetu un joven que casi no se daba cuenta de nada, lanzando un grito agudísimo, como quien estaba para caer en un lago de bronce hecho líquido, y que precipitándose en el centro, se torna blanco como toda la caverna y queda inmóvil, mientras que por un momento resonaba en el ambiente el eco de su voz mortecina. Lleno de horror contemplé un instante a aquel desgraciado y me pareció uno del Oratorio, uno de mis hijos. —Pero ¿este no es uno de mis jóvenes?, —pregunté al guía—. ¿No es fulano? —Sí, sí— me respondió. — ¿Y por qué no cambia de posición? ¿Por qué está incandescente sin consumirse? Y él: —Tú elegiste el ver y por eso ahora no debes hablar; observa y verásApenas si había vuelto la cara y he aquí otro joven con una furia desesperada y a grandísima velocidad que corre y se precipita a la misma caverna. También éste pertenecía al Oratorio. Apenas cayó no se movió más. Este también lanzó un grito de dolor y su voz se confundió con el último murmullo del grito del que había caído antes. Después llegaron con la misma precipitación otros, cuyo número fue en aumento y todos lanzaban el mismo grito y permanecían inmóviles, incandescentes, como los que les habían precedido. Yo observé que el primero se había quedado con una mano en el aire y un pie igualmente suspendido en alto. El segundo quedó como encorvado hacia la tierra. 

Algunos tenían los pies por alto, otros el rostro pegado al suelo. Quiénes estaban casi suspendidos sosteniéndose de un solo pie o de una sola mano; no faltaban los que estaban sentados o tirados; unos apoyados sobre un lado, otros de pie o de rodillas, con las manos entre los cabellos. Había, en suma, una larga fila de muchachos, como estatuas en posiciones muy dolorosas. Vinieron aún otros muchos a aquel horno, parte me eran conocidos y parte desconocidos. Me recordé entonces de lo que dice la Biblia, que según se cae la primera vez en el infierno así se permanecerá para siempre. Al notar que aumentaba en mí el espanto, pregunté al guía: — ¿Pero éstos, al correr con tanta velocidad, no se dan cuenta que vienen a parar aquí? — ¡Oh!, sí que saben que van al fuego; les avisaron mil veces, pero siguen corriendo voluntariamente al no detestar el pecado y al no quererlo abandonar, al despreciar y rechazar la Misericordia de Dios que los llama a penitencia, y, por tanto, la justicia Divina, al ser provocada por ellos, los empuja, les insta, los persigue y no se pueden parar hasta llegar a este lugar. — ¡Oh, qué terrible debe de ser la desesperación de estos desgraciados que no tienen ya esperanza de salir de aquí!—, exclamé. — ¿Quieres conocer la furia íntima y el frenesí de sus almas? Pues, acércate un poco más—, me dijo el guía. 

Di algunos pasos hacia adelante y acercándome a la ventana vi que muchos de aquellos miserables se propinaban mutuamente tremendos golpes, causándose terribles heridas, que se mordían como perros rabiosos; otros se arañaban el rostro, se destrozaban las manos, se arrancaban las carnes arrojando con despecho los pedazos por el aire. Entonces toda la cobertura de aquella cueva se había trocado como de cristal a través del cual se divisaba un trozo de cielo y las figuras luminosas de los compañeros que se habían salvado para siempre. Y aquellos condenados rechinaban los dientes de feroz envidia, respirando afanosamente, porque en vida hicieron a los justos blanco de sus burlas. Yo pregunté al guía: —Dime, ¿por qué no oigo ninguna voz? —Acércate más— me gritó. Me aproximé al cristal de la ventana y oí cómo unos gritaban y lloraban entre horribles contorsiones; otros blasfemaban e imprecaban a los Santos. Era un tumulto de voces y de gritos estridentes y confusos que me indujo a preguntar a mi amigo: — ¿Qué es lo que dicen? ¿Qué es lo que gritan? Y él: —Al recordar la suerte de sus buenos compañeros se ven obligados a confesar. Gritos, esfuerzos, llantos son ya completamente inútiles. Aquí no cuenta el tiempo, aquí sólo impera la eternidad. Mientras lleno de horror contemplaba el estado de muchos de mis jóvenes, de pronto una idea floreció en mi mente. — ¿Cómo es posible —dije— que los que se encuentran aquí estén todos condenados? Esos jóvenes, ayer por la noche estaban aún vivos en el Oratorio. Y el guía me contestó: 

—Todos ésos que ves ahí son los que han muerto a la gracia de Dios y si les sorprendiera la muerte y si continuasen obrando como al presente, se condenarían. Pero no perdamos tiempo, prosigamos adelante. Se veían los atroces remordimientos de los que fueron educados en nuestras casas. El recuerdo de todos y cada uno de los pecados no perdonados y de la justa condenación; de haber tenido mil medios y muchos extraordinarios para convertirse al Señor, para perseverar en el bien, para ganarse el Paraíso. El recuerdo de tantas gracias y promesas concedidas y hechas a María Santísima y no correspondidas. ¡El haberse podido salvar a costa de un pequeño sacrificio y, en cambio, estar condenado para siempre! ¡Recordar tantos buenos propósitos hechos y no mantenidos! ¡Ah! De buenas intenciones completamente ineficaces está lleno el infierno, dice el proverbio. Y allí volví a contemplar a todos los jóvenes del Oratorio que había visto poco antes en el horno, algunos de los cuales me están escuchando ahora, otros estuvieron aquí con nosotros y a otros muchos no los conocía. Me adelanté y observé que todos estaban cubiertos de gusanos y de asquerosos insectos que les devoraban y consumían el corazón, los ojos, las manos, las piernas, los brazos y todos los miembros, dejándolos en un estado tan miserable que no encuentro palabras para describirlo. 

Aquellos desgraciados permanecían inmóviles, expuestos a toda suerte de molestias, sin poderse defender de ellas en modo alguno. Yo avancé un poco más, acercándome para que me viesen, con la esperanza de poderles hablar y de que me dijesen algo, pero ellos no solamente no me hablaron sino que ni siquiera me miraron. Pregunté entonces al guía la causa de esto y me fue respondido que en el otro mundo no existe libertad alguna para los condenados: cada uno soporta allí todo el peso del castigo de Dios sin variación alguna de estado y no puede ser de otra manera. Y añadió: —Ahora es necesario que desciendas tú a esa región de fuego que acabas de contemplar. — ¡No, no!, —repliqué aterrado—. Para ir al infierno es necesario pasar antes por el juicio, y yo no he sido juzgado aún. ¡Por tanto no quiero ir al infierno! —Dime —observó mi amigo—, ¿te parece mejor ir al infierno y libertar a tus jóvenes o permanecer fuera de él abandonándolos en medio de tantos tormentos? Desconcertado con esta propuesta, respondí: — ¡Oh, yo amo mucho a mis queridos jóvenes y deseo que todos se salven! ¿Pero, no podríamos hacer de manera que no tuviésemos que ir a ese lugar de tormento ni yo ni los demás? —Bien —contestó mi amigo—, aún estás a tiempo, como también lo están ellos, con tal que tú hagas cuanto puedas. Mi corazón se ensanchó al escuchar tales palabras y me dije inmediatamente: Poco importa el trabajo con tal de poder librar a mis queridos hijos de tantos tormentos. —Ven, pues —continuó mi guía—, y observa una prueba de la bondad y de la Misericordia de Dios, que pone en juego mil medios para inducir a penitencia a tus jóvenes y salvarlos de la muerte eterna. Y tomándome de la mano me introdujo en la caverna. Apenas puse el pie en ella me encontré de improviso transportado a una sala magnífica con puertas de cristal. Sobre ésta, a regular distancia, pendían unos largos velos que cubrían otros tantos departamentos que comunicaban con la caverna. 

El guía me señaló uno de aquellos velos sobre el cual se veía escrito: Sexto Mandamiento; y exclamó: —La falta contra este Mandamiento: he aquí la causa de la ruina eterna de tantos jóvenes. —Pero ¿no se han confesado? —Se han confesado, pero las culpas contra la bella virtud las han confesado mal o las han callado de propósito. Por ejemplo: uno, que cometió cuatro o cinco pecados de esta clase, dijo que sólo había faltado dos o tres veces. Hay algunos que cometieron un pecado impuro en la niñez y sintieron siempre vergüenza de confesarlo, o lo confesaron mal o no lo dijeron todo. Otros no tuvieron el dolor o el propósito suficiente. Incluso algunos, en lugar de hacer el examen, estudiaron la manera de engañar al confesor. Y el que muere con tal resolución lo único que consigue es contarse en el número de los réprobos por toda la eternidad. Solamente los que, arrepentidos de corazón, mueren con la esperanza de la eterna salvación, serán eternamente felices. ¿Quieres ver ahora por qué te ha conducido hasta aquí la Misericordia de Dios? Levantó un velo y vi un grupo de jóvenes del Oratorio, todos los cuales me eran conocidos, que habían sido condenados por esta culpa. Entre ellos había algunos que ahora, en apariencia, observan buena conducta. —Al menos ahora —le supliqué— me dejarás escribir los nombres de esos jóvenes para poder avisarles en particular. —No hace falta— me respondió. —Entonces, ¿qué les debo decir? —Predica siempre y en todas partes contra la inmodestia. Basta avisarles de una manera general y no olvides que aunque lo hicieras particularmente, te harían mil promesas, pero no siempre sinceramente. Para conseguir un propósito decidido se necesita la gracia de Dios, la cual no faltará nunca a tus jóvenes si ellos se la piden. 

Dios es tan bueno que manifiesta especialmente su poder en el compadecer y en perdonar. Oración y sacrificio, pues, por tu parte. Y los jóvenes que escuchen tus amonestaciones y enseñanzas, que pregunten a sus conciencias y éstas les dirán lo que deben hacer. Y seguidamente continuó hablando por espacio de casi media hora sobre las condiciones necesarias para hacer una buena confesión. El guía repitió después varias veces en voz alta: — ¿Qué quiere decir eso? — ¡Que cambien de vida!... ¡Que cambien de vida!... Yo, confundido ante esta revelación, incliné la cabeza y estaba para retirarme cuando el desconocido me volvió a llamar y me dijo: —Todavía no lo has visto todo. Leí esta sentencia y dije: —Esto no interesa a mis jóvenes, porque son pobres, como yo; nosotros no somos ricos ni buscamos las riquezas. ¡Ni siquiera nos pasa por la imaginación semejante deseo! 

Al correr el velo vi al fondo cierto número de jóvenes, todos conocidos, que sufrían como los primeros que contemplé, y el guía me contestó: —Sí, también interesa esa sentencia a tus muchachos. —Explícame entonces el significado del término divites. Y él dijo: —Por ejemplo, algunos de tus jóvenes tienen el corazón apegado a un objeto material, de forma que este afecto desordenado le aparta del amor a Dios, faltando, por tanto, a la piedad y a la mansedumbre. No sólo se puede pervertir el corazón con el uso de las riquezas, sino también con el deseo inmoderado de las mismas, tanto más si este deseo va contra la virtud de la justicia. Tus jóvenes son pobres, pero has de saber que la gula y el ocio son malos consejeros. Hay algunos que en el propio pueblo se hicieron culpables de hurtos considerables y a pesar de que pueden hacerlo no se han preocupado de restituir. Hay quienes piensan en abrir con las ganzúas la despensa y quien intenta penetrar en la habitación del Prefecto o del Ecónomo; quienes registran los baúles de los compañeros para apoderarse de comestibles, dinero y otros objetos; quien hace acopio de cuadernos y de libros para su uso... Y después de decirme el nombre de estos y de otros más, continuó: —Algunos se encuentran aquí por haberse apropiado de prendas de vestir, de ropa blanca, de mantas y manteles que pertenecían al Oratorio, para mandarlas a sus casas. Algunos, por algún otro grave daño que ocasionaron voluntariamente y no lo repararon. Otros, por no haber restituido objetos y cosa que habían pedido a título de préstamo, o por haber retenido sumas de dinero que les habían sido confiadas para que las entregasen al Superior. 

Y concluyó diciendo: —Y puesto que conoces el nombre de los tales, avísales, diles que desechen los deseos inútiles y nocivos; que sean obedientes a la ley de Dios y celosos del propio honor, de otra forma la codicia los llevará a mayores excesos, que les sumergirán en el dolor, en la muerte y en la perdición. Yo no me explicaba cómo por ciertas cosas a las que nuestros jóvenes daban tan poca importancia hubiese aparejados castigos tan terribles. Pero el amigo interrumpió mis reflexiones diciéndome: —Recuerda lo que se te dijo cuando contemplabas aquellos racimos de la vid echados a perder—, y levantó otro velo que ocultaba a otros muchos de nuestros jóvenes, a los cuales conocí inmediatamente por pertenecer al Oratorio. Me preguntó: — ¿Sabes qué significa esto? ¿Cuál es el pecado designado por esta sentencia? —Me parece que debe ser la soberbia. —No, me respondió.—Pues yo siempre he oído decir que la raíz de todos los pecados es la soberbia.—Sí; en general se dice que es la soberbia; pero en particular, ¿sabes qué fue lo que hizo caer a Adán y a Eva en el primer pecado, por lo que fueron arrojados del Paraíso terrenal? —La desobediencia. —Cierto; la desobediencia es la raíz de todos los males. — ¿Qué debo decir a mis jóvenes sobre esto? —Presta atención. 

Aquellos jóvenes los cuales tú ves que son desobedientes se están preparando un fin tan lastimoso como éste. Son los que tú crees que se han ido por la noche a descansar y, en cambio, a horas de la madrugada se bajan a pasear por el patio, sin preocuparse de que es una cosa prohibida por el reglamento; son los que van a lugares peligrosos, sobre los andamios de las obras en construcción, poniendo en peligro incluso la propia vida. Algunos, según lo establecido, van a la iglesia, pero no están en ella como deben, en lugar de rezar están pensando en cosas muy distintas de la oración y se entretienen en fabricar castillos en el aire; otros estorban a los demás. Hay quienes de lo único que se preocupan es de buscar un lugar cómodo para poder dormir durante el tiempo de las funciones sagradas; otros crees tú que van a la iglesia y, en cambio, no aparecen por ella. ¡Ay del que descuida la oración! ¡El que no reza se condena! Hay aquí algunos que en vez de cantar las divinas alabanzas y las Vísperas de la Virgen María, se entretienen en leer libros nada piadosos, y otros, cosa verdaderamente vergonzosa, pasan el tiempo leyendo obras prohibidas (¡hasta pornografía!). Y siguió enumerando otras faltas contra el reglamento, origen de graves desórdenes. Cuando hubo terminado, yo le miré conmovido y él clavando sus ojos en mí, prestó atención a mis palabras. —¿Puedo referir todas estas cosas a mis jóvenes?—, le pregunté. —Sí, puedes decirles todo cuanto recuerdes. — ¿Y qué consejos he de darles para que no les sucedan tan grandes desgracias? —Debes insistir en que la obediencia a Dios, a la Iglesia, a los padres y a los superiores, aún en cosas pequeñas, los salvará. — ¿Y qué más? —Les dirás que eviten el ocio, que fue el origen del pecado del Santo Rey David: incúlcales que estén siempre ocupados, pues así el demonio no tendrá tiempo para tentarlos. 

Yo, haciendo una inclinación con la cabeza, se lo prometí. Me encontraba tan emocionado que dije a mi amigo: —Te agradezco la caridad que has usado para conmigo y te ruego que me hagas salir de aquí. El entonces me dijo: —¡Ven conmigo!—, y animándome, me tomó de la mano y me ayudó a proseguir porque me encontraba agotado. Al salir de la sala y después de atravesar en un momento el horrido patio y el largo corredor de entrada, antes de trasponer el dintel de la última puerta de bronce, se volvió de nuevo a mí y exclamó: —Ahora que has visto los tormentos de los demás, es necesario que pruebes un poco lo que se sufre en el infierno. — ¡No, no!—, grité horrorizado. El insistía y yo me negaba siempre. —No temas —me dijo—; prueba solamente, toca esta muralla. Yo no tenía valor para hacerlo y quise alejarme, pero el guía me detuvo insistiendo: —A pesar de todo, es necesario que pruebes lo que te he dicho— y aferrándome resueltamente por un brazo, me acercó al muro mientras decía: —Tócalo una sola vez, al menos para que puedas decir que estuviste visitando las murallas de los suplicios eternos, y para que puedas comprender cuan terrible será la última si así es la primera. ¿Ves esa muralla? Me fijé atentamente y pude comprobar que aquel muro era de espesor colosal. 
El guía prosiguió: —Es el milésimo primero antes de llegar adonde está el verdadero fuego del infierno. Son mil muros los que lo rodean. Cada muro es mil medidas de espesor y de distancia el uno del otro, y cada medida es de mil millas; este está a un millón de millas del verdadero fuego del infierno y por eso apenas es un mínimo principio del infierno mismo. Al decir esto, y como yo me echase atrás para no tocar, me tomo la mano, me la abrió con fuerza y me la acercó a la piedra de aquel milésimo muro. En aquel instante sentí una quemadura tan intensa y dolorosa que saltando hacia atrás y lanzando un grito agudísimo, me desperté. Me encontré sentado en el lecho y pareciéndome que la mano me ardía, la restregaba contra la otra para aliviarme de aquella sensación. Al hacerse de día, pude comprobar que mi mano, en realidad, estaba hinchada, y la impresión imaginaria de aquel fuego me afectó tanto que cambié la piel de la palma de la mano derecha. Tengan presente que no les he contado las cosas con toda su horrible crueldad, ni tal como las vi y de la forma que me impresionaron, para no causar en ustedes demasiado espanto. Nosotros sabemos que el Señor no nombró jamás el infierno sino valiéndose de símbolos, porque aunque nos lo hubiera descrito como es, nada hubiéramos entendido. Ningún mortal puede comprender estas cosas. El Señor las conoce y las puede manifestar a quien quiere. Durante muchas noches consecutivas, y siempre presa de la mayor turbación, no pude dormir a causa del espanto que se había apoderado de mi ánimo. Les he contado solamente el resumen de lo que he visto en sueños de mucha duración; puede decirse que de todos ellos les he hecho un breve compendio. Más adelante les hablaré sobre el respeto humano, y de cuanto se relaciona con el sexto y séptimo Mandamiento y con la soberbia. No haré otra cosa más que explicar estos sueños, pues están de acuerdo con la Sagrada Escritura, aún más, no son otra cosa que un comentario de cuanto en ella se lee respecto a esta materia. Durante estas noches les he contado ya algo, pero de cuando en cuando vendré a hablarles y les narraré lo que falta, dándoles la explicación consiguiente. 



INFIERNO—AÑO 1887



En la mañana del tres de abril San Juan Bosco dijo a Viglietti que en la noche precedente no había podido descansar, pensando en un sueño espantoso que había tenido durante la noche del dos. Todo ello produjo en su organismo un verdadero agotamiento de fuerzas. —Si los jóvenes —le decía — oyesen el relato de lo que oí, o se darían a una vida santa o huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por lo demás, no me es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad los castigos reservados a los pecadores en la otra vida. El Santo vio las penas del infierno. Oyó primero un gran ruido, como de un terremoto. Por el momento no hizo caso, pero el rumor fue creciendo gradualmente, hasta que oyó un estruendo horroroso y prolongadísimo, mezclado con gritos de horror y espanto, con voces humanas inarticuladas que, confundidas con el fragor general, producían un estrépito espantoso. El rumor, cada vez más ensordecedor, se iba acercando, y ni con los ojos ni con los oídos se podía precisar lo que sucedía.

Vi primeramente una masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una formidable cuba de fabulosas dimensiones: de ella salían los gritos de dolor. Pregunté espantado qué era aquello y qué significaba lo que estaba viendo. Entonces los gritos, hasta allí inarticulados, se intensificaron más haciéndose más precisos. Después vi dentro de aquella cuba ingente, personas indescriptiblemente deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las orejas, casi separadas de la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las piernas estaban dislocadas de un modo fantástico. A los gemidos humanos se unían angustiosos maullidos de gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y alaridos de tigres, de osos y de otros animales. 

Observé mejor y entre aquellos desventurados reconocí a algunos. Entretanto, con el aumento del ruido se hacía ante él más viva y más precisa la vista de las cosas; conocía mejor a aquellos infelices, le llegaban más claramente sus gritos, y su terror era cada vez más opresor. Entonces preguntó en voz alta: —Pero ¿no será posible poner remedio o aliviar tanta desventura? ¿Todos estos horrores y estos castigos están preparados para nosotros? ¿Qué debo hacer yo? —Sí —replicó una voz—, hay un remedio; sólo un remedio. Apresurarse a pagar las propias deudas con oro o con plata. —Pero estas son cosas materiales. Con la oración incesante y con la frecuente comunión se podrá remediar tanto mal. Durante este diálogo los gritos se hicieron más estridentes y el aspecto de los que los emitían era más monstruoso, de forma que, presa de mortal terror, se despertó. Eran las tres de la mañana y no le fue posible cerrar más un ojo. En el curso de su relato, un temblor le agitaba todos los miembros, su respiración era afanosa y sus ojos derramaban abundantes lágrimas.