San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

viernes, 20 de noviembre de 2015

La banda americana tocaba “Besa al diablo” en el momento en que los terroristas atacaron

Con dos terroristas muertos, terminó la toma de rehenes en el teatro Bataclan

Querían "besar al diablo", según ellos mismos lo expresaban en la canción...
¿Y qué es lo que declaró el jefe del operativo policial que recuperó el teatro "Le Bataclán"? 
El jefe de policía dijo, al ver ochocientas personas tiradas en un baño de sangre: 
"Vimos el infierno en la tierra...". 
Entonces, ¡Atención! No es tan gratuito decir "quiero besar al diablo"; hay alguien en la oscuridad muy interesado en hacer realidad lo que se le pide...

Le Point informa de que el grupo americano Eagles of Death Metal, traumatizado por los ataques terroristas de París la noche del viernes, está ya de vuelta en California. Supuestamente se encontraban en mitad de una canción titulada acertadamente “Besa al diablo”, cuando los asesinos atacaron la sala de conciertos y comenzaron a matar a la gente.
¿Qué tal un poco de la letra de esa canción de esta marchosa banda americana?

“Besa al diablo”

¿Quién amará al diablo?…
¿Quién cantará su canción?…
¿Quién amará al diablo y su canción?…
Yo amaré al diablo…
Yo cantaré su canción…
¡Yo amaré al diablo y su canción!… ¿Quién amará al diablo?… ¿Quién besará su lengua?…
¿Quién besará al diablo en su lengua?… ¡Yo amaré al diablo!…Yo besaré su lengua…
¡Yo besaré al diablo en su lengua!…
¿Quién amará al diablo?…
¡YO AMARÉ AL DIABLO Y CANTARÉ SU CANCIÓN!

¿Linda, eh?

pace_love¿Saben qué le ha pasado a la guerra de la cultura? ¿Por qué todo el mundo se ha rendido en la campaña contra “la música de Satán”?, en la que nuestros padres y abuelos lucharon con uñas y dientes.

¿Recuerdan con qué vigor los católicos tradicionales solían luchar contra la industria de la música pop -una industria que gasta millones intentando adoctrinar a nuestros niños 24 horas sobre 24, siete días a la semana, con una catequesis luciferina? ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué izamos la bandera blanca?

Quizá sea tiempo de volver a aquello.

Muchas gracias a nuestros amigos del Centro de Fátima por el oportuno post de esta semana de una vieja charla sobre música rock/pop que di en Sao Paulo, Brasil, hace años.

Esta charla se impartió en una de las conferencias del difunto padre Grüner para sacerdotes católicos. Mi esperanza al publicarla aquí es que debería reavivar el debate (e incluso la guerra) contra la podredumbre de la música pop, que, no hace tanto, era tan importante para los polemistas católicos como la revolución litúrgica y la restauración de la misa tridentina.

Podemos asistir a misa en latín todos los días de la semana, y hacer “escuela en casa” hasta el hartazgo; pero si nuestros chicos están escuchando a Miley, Iggy, Justin y Gaga, entonces, olvídenlo. La guerra ha terminado, y hemos perdido.

Michael Matt

[Traducción por José Antonio Gutiérrez. Artículo original]
(Artículo extraído de: http://www.adelantelafe.com/la-banda-americana-toca-besa-al-diablo-en-el-momento-en-que-los-terroristas-atacan/)

viernes, 6 de noviembre de 2015

P. Garrigou-Lagrange: la razón teológica de la eternidad de las penas del infierno



Hemos visto el progreso de la Revelación acerca de las penas del infierno. Según muchos teólogos, es muy probable que sólo los pecadores inveterados y empedernidos en la vida presente vayan al infierno (cf. II Petr., III, 9), porque“el Señor es paciente con nosotros, y no quiere que nadie perezca, sino que todos vuelvan a penitencia”.
Conviene, en primer lugar, considerar la razón de las penas ultraterrenas y, luego, la razón de la eternidad de las penas del infierno.

Ante todo, la justicia de Dios exige que los pecados no expiados en esta vida sean castigados en la otra. Como Juez Soberano de vivos y muertos, Dios se debe a sí mismo el dar a cada cual según sus obras. Esto se afirma con frecuencia en las Sagradas Escrituras (Eccl., XVI, 15; Math., XVI, 27; Rom., II, 6). Además, cómo Soberano Legislador, Rector y Remunerador de la sociedad humana, Dios debe dar a sus leyes una sanción eficaz.

Santo Tomás muestra muy bien (I, II, q. 87, a. 1) que quien se levanta injustamente contra el orden justamente establecido debe ser reprimido en nombre del principio mismo que se halla a la base de ese orden y vela por su mantenimiento. Es la extensión al orden moral y social de la ley natural de la acción y la reacción, según la cual la acción nociva reclama la represión que repara el daño causal. Por eso, el que obra libremente contra la voz de la conciencia merece el remordimiento, que su voz reprende; el que obra contra el orden social merece una pena infligida por el magistrado encargado de la custodia del orden social; el que obra contra la ley divina merece una pena infligida por Dios, bien en esta vida, bien en la futura. Se dan aquí tres órdenes manifiestamente subordinados.

Dice Platón en uno de sus más bellos diálogos, el Gorgias, que la mayor desgracia de un criminal es permanecer impune, y que si él conociese su verdadero bien, diría espontáneamente a sus jueces: “Soy yo quien ha cometido este delito: infligidme la pena que he merecido, para que, con la aceptación voluntaria de la pena, pueda volver a entrar en el orden de la justicia que he violado”. Tan sublime concepción se aplica prácticamente, por modo sobrenatural, por la gracia divina en el tribunal de la Penitencia, y después en el Purgatorio, donde las almas se consideran felices pagando sus deudas con la justicia divina y expiando libremente sus culpas.

De ese modo se explican las penas de ultratumba. Pero ¿por qué han de ser eternas las del infierno?

* * *

Observemos primero que esta eternidad de las penas de los réprobos no puede ser apodícticamente demostrada.

Es un misterio revelado: misterio de justicia, consecuencia de un misterio de iniquidad: el pecado mortal, no seguido de arrepentimiento. Ahora bien: los misterios de iniquidad, junto con sus consecuencias, son más oscuros que los misterios de la gracia, puesto que son oscuros en sí mismos y no sólo respecto a nosotros. Los misterios de la gracia, en cambio, son en sí mismos suficientemente luminosos, y oscuros sólo para nosotros, a causa de la debilidad de nuestro espíritu, semejante al ojo del ave nocturna cuando se coloca frente al sol. Por el contrario, los misterios de iniquidad son oscuros incluso en sí mismos, no solamente para nosotros: son las mismas tinieblas. Este es el caso, sobre todo, de la impenitencia final, de que es la consecuencia el infierno. Y como no se puede demostrar apodícticamente ni la posibilidad, ni la existencia del misterio de la Santísima Trinidad, de la Encarnación redentora, de la vida eterna, así no se puede demostrar apodícticamente la eternidad de las penas.

Se pueden dar, sin embargo, razones de conveniencia, que constituyen argumentos probables, muy profundos y que siempre se pueden profundizar más, sin llegar nunca a transformarlos en argumentos demostrativos; al modo como, en otro orden, se pueden multiplicar los lados de un polígono inscrito en la circunferencia y, sin embargo, el polígono jamás llegaría a identificarse con la circunferencia misma.

* * *

Las principales razones de conveniencia de las penas son las presentadas porSanto Tomás (I, II, q. 87, a. 3 y 4), es, a saber: que el pecado mortal, sin arrepentimiento, es un desorden irreparable, y es, además, una ofensa cuya gravedad es inconmensurable.

El pecado, dice él, merece una pena porque arruina un orden justamente establecido, y en tanto que dure este desorden el pecador merece sufrir la pena debida a la culpa. Ahora bien, este desorden es irreparable, si el principio vital del orden ha sido destruido; por ejemplo, el ojo no puede ser curado si el principio mismo de la vista está destruido, y el organismo entero es incurable cuando es herido de muerte. Ahora bien: el pecado mortal aleja al Hombre de Dios, su último fin, y le hace perder la gracia, principio y germen de la vida eterna. He ahí, por tanto, un desorden irreparable, que por su propia naturaleza dura siempre.

Sin duda que, de hecho, por una misericordia especial, Dios levanta, a menudo, al pecador de su miseria en el curso de su vida terrena; pero si él resiste en el último momento y muere en la impenitencia final, el pecado mortal permanece en el alma como desorden habitual, que dura sin fin; y merece, por tanto, una pena que, también ella, dura siempre.

* * *

Una segunda razón de conveniencia de la eternidad de la pena se funda en que el pecado mortal, como ofensa a Dios, tiene una gravedad sin medida, en cuanto que niega prácticamente a Dios la dignidad infinita de Fin último y de supremo Bien del hombre: supremo bien al que antepone el pecador un bien finito, amándose a sí mismo más que a Dios, aun cuando el Altísimo sea infinitamente mejor que él. Santo Tomás, I, II, q. 87, a. 4; III, q. 1, a. 2, ad. 2; Suppl-, q. 99, a. 1.

La ofensa es, en efecto, tanto más grave cuanto más elevada es la dignidad de la persona ofendida. Es más grave injuriar a un magistrado o a un obispo que faltar al primero con que uno se encuentra en la calle. Ahora bien: la dignidad del Bien Soberano es infinita; el pecado mortal, que niega prácticamente a Dios esta dignidad suprema, tiene, pues, como ofensa una gravedad sin límites, y para repararlo fueron precisos el acto de amor y los sufrimientos de Dios hecho hombre, el acto teándrico de una persona divina encarnada. Pero, si el beneficio inmenso de la Encarnación redentora es desconocido y despreciado, como acontece en el pecado mortal no cancelado por el arrepentimiento, entonces el pecador, por esa ofensa de una gravedad sin medida, merece una pena también sin medida; es la pena eterna del daño, o de la privación de Dios, Bien infinito: pena que, en cuanto a la duración, es también ella infinita. “No puede serlo por su intensidad, porque la criatura no es capaz de ello.” El pecador ha querido separarse definitivamente de Dios, y se verá privado de Dios eternamente.

En cuanto al amor desordenado del bien finito antepuesto a Dios, ése merece la pena de sentido, que es finita en cuanto es privación de un bien finito; pero, según la Revelación, durará también eternamente, ya que el pecador se ha fijado en ese miserable bien para siempre y queda prisionero de su pecado y juzga siempre de acuerdo con su desdichada inclinación. Es como un hombre que ha querido arrojarse a un pozo para siempre, aun sabiendo de antemano que jamás habría de poder salir de él.

* * *

Se debe y se puede añadir otra razón de conveniencia por parte de Dios. Decíamos más arriba que Dios, como Soberano Legislador, Rector y Juez de vivos y muertos, se debe a sí mismo el confirmar sus leyes con una sanción eficaz. En otras palabras, Dios no puede ser impunemente despreciado por los impíos obstinados. Ahora bien: si las penas del infierno no fuesen eternas, el pecador obstinado podría perseverar en la rebelión, sin que sanción alguna reprimiese su orgullo. De ese modo, sería a su rebelión a la que competiría decir la última palabra. Como muy bien se expresa el P. Monsabré: “Trasladar al orden moral la negación de la eternidad de las penas es oscurecer la noción del bien y del mal, la cual únicamente se nos manifiesta a la luz de este terrible dogma”. Conferencias de Nuestra Señora, 1889, 98.a Conferencia.

Por fin, si la bienaventuranza, que es la recompensa de los justos, es eterna, conviene que lo sea también el castigo de los malos. Iguales deben ser la recompensa del mérito y la pena para el pecado. Como la misericordia eterna se manifiesta sobre todo por un lado, el esplendor de la eterna justicia se manifiesta por el otro. Es lo que dice San Pablo (Rom., IX, 22): “Si Dios, queriendo mostrar su cólera (o justicia divina) y hacer conocer su poder, ha tolerado (o permitido), con gran paciencia, vasos de cólera dispuestos para la propia perdición, y si ha querido, otrosí, hacer conocer las riquezas de su gloria respecto a los vasos de misericordia que ha preparado para la gloria, ¿dónde está la justicia?” La justicia, igual que la misericordia, al ser ambas infinitas, exige manifestarse en una duración sin límites.

Tales son las principales razones de conveniencia de este dogma revelado. Y siempre pueden ser ulteriormente profundizadas

“LA VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”

Garrigou-Lagrange O.P.

La deshonestidad, causa principal de la condenación de las almas



Discípulo. — Padre, ha dicho usted que la deshonestidad es el pecado de más terribles consecuencias.

Maestro. — Exacto. La deshonestidad roba las fuerzas para toda obra generosa… Sansón, el más fuerte de los hombres, por haberle dotado Dios de una fuerza extraordinaria, se entrega a un amor impuro, queda reducido a juguete de Dalila, cómplice de sus pecados, la cual por tres veces lo entrega y vende a sus enemigos.
La deshonestidad entorpece el juicio. Salomón, el más sabio de los hombres, se deja dominar de las mujeres amalecitas, y abandonando al Dios verdadero, se da a la idolatría.

La deshonestidad corrompe al corazón. Enrique VIII, el más cristiano de los emperadores, enamorado de Ana Bolena, repudia a la reina su consorte, abandona la Iglesia Católica, convierte a Inglaterra en una nación protestante, y muere excomulgado por el Papa.

La deshonestidad acarrea la pérdida de la fe. Si un gran núcleo de cristianos no creen, han perdido la fe, ha sido a causa de la deshonestidad.

De hecho, ¿cuándo empieza la juventud a abandonar los rezos, a desertar de la Iglesia a no frecuentar a los Sacramentos? Desde el momento en que se da a conversaciones obscenas, a malas compañías, a la impureza. No hace mucho, me encontré con un médico conocido mío; habiéndole reprendido dulcemente por qué no practicaba ya la religión, me contestó: Mientras no me case, no seré creyente ni practicaré la religión. Con ello confesaba, y era la pura verdad, que si había perdido la fe era por la deshonestidad.

La deshonestidad ocasiona los más negros delitos.

¿Por qué Herodes hizo decapitar a San Juan Bautista? ¿Por qué tantos pobres suicidas, tantos desgraciados infanticidas, por qué tanta infancia abandonada? —Siempre la deshonestidad.

La deshonestidad consume la salud, disminuye las fuerzas, acorta la vida. El hecho de abundar en nuestros días los jóvenes enfermizos, las enfermedades secretas, la vejez prematura, el haberse multiplicado tanto los hospitales para los tísicos, raquíticos, dementes, las inclusas para niños abandonados por sus padres, da fe del mal que reporta a la salud el vicio de la deshonestidad.
En la América del Sur y en las Guayanas existe un animal, llamado vampiro que sorbe la sangre de los hombres, cuando los encuentra dormidos, y así que está harto, vuela, dejando la herida sangrante, lo que produce la muerte muchas veces. Pues bien, la deshonestidad también chupa la sangre, disminuye las fuerzas y consume la vida del que se entrega a ella.

La deshonestidad es semejante a la llama de una vela; o se apaga la llama, es decir, se abandona esté vicio, o consume la vela, o sea, acaba con la vida. Pero ¡cuántos no quieren creer y derrochan la juventud, la salud, el honor, la alegría, y la paz, acarreándose una muerte prematura y deshonrada! Piensan los tales aspirar perfumes de rosas, y por el contrario, tragan el veneno se punzan con agudas espinas.

Y ya que he nombrado las rosas, escucha un hecho histórico que viene al caso.

Eliogábalo, emperador romano, abrigando sospechas de que sus generales y cortesanos intentaban traicionarle, pensó ganarles por la mano y castigarlos terriblemente. Hechos los preparativos con la mayor cautela, los invitó a todos a un magnífico convite. Al punto de levantar los manteles, cuando reinaba la más franca alegría y las músicas tocaban las más regocijadas notas, he aquí una grandísima sorpresa. ¡Se abren los artesonados de aquella gran sala, y desde lo alto comienza a caer una dulcísima lluvia de rosas bellas, frescas y perfumadas!
A tal novedad, llega el colmo la alegría, toca hasta el extremo el delirio, todos saltan de contento y gritan: ¡Viva Eliogábalo, viva el emperador! Y toman de aquellas rosas, aspiran su perfume, las restregan por su cuerpo, y se multiplican los aplausos y las vivas.
Entretanto el emperador sale disimuladamente; se cierran herméticamente las puertas por fuera y sigue y se acrecienta la lluvia, llega a ser molestísima, tanto que cubre las mesas y los convidados, los cuales se desvanecen a causa del asfixiante perfume buscan desahogo por todas partes, pero están cerradas las puertas, las ventanas están altísimas y atrancadas con gruesos barrotes. Comprendieron el engaño, aunque demasiado tarde, y todos hubieron de morir allí, asfixiados por el perfume y por el peso de aquellas bellísimas rosas.

D. —  ¿Es ésta, Padre, la historia lamentable de los que se entregan a los placeres de la impureza?

M. — Tú lo has dicho. Desgraciados los jóvenes que, engañados por el perfume lascivo y seductor de tales rosas, pasan sus más bellos años clamando: ¡amor, amor! El amor, es decir, el vicio, se trocará presto en veneno que los castigará terriblemente.

Murió otro joven dado a la deshonestidad, y su cuerpo, horriblemente hinchado, despedía tal hedor, que se le hubo de sacar de casa antes de tiempo. Los compañeros más intrépidos no se atrevieron a llevarlo al cementerio, por el nauseabundo hedor, y se tuvo que cargar sobre un carrito tirado por un jumento. El cuarto en que falleció se hubo de desinfectar varias veces antes de poderlo volver a habitar.

Se cuenta de una muchacha, habituada a cosas impuras, que habiendo muerto con una muerte aparentemente cristiana, su madre y sus hermanas la vistieron de blanco, la adornaron con flores y colocada sobre la cama, le pusieron un crucifijo en las manos, para que como es costumbre, las compañeras pudieran verla por última vez y rogar por ella.

Más ¡oh prodigio! Aquel crucifijo se escapó de sus manos y por más que se hizo por sujetárselo entro las manos todo fue inútil; siempre se le encontraba caído encima de la cama. Jesús no quería permanecer entre aquellas manos que habían sido instrumentos de pecado.

D. — Espantoso es todo esto. Más ¿no tendrá remedio alguno quien se haya habituado funestamente al pecado? ¿No habrá esperanza de enmienda y corrección?

M. — Hay manera de corregirse y enmendarse y consiste:
1° En una voluntad absolutamente resuelta.
2° En evitar y alejar las ocasiones.
3° En la frecuencia de los sacramentos.

Pero, más que nada, en una voluntad resuelta.
San Agustín llevó una vida libertina hasta los treinta años, mas apenas abrió los ojos a la verdad, fue tal la vergüenza que se apoderó de él, que se convirtió (se ordenó sacerdote, llegó a ser Obispo y santo y el más célebre de los doctores, es decir, defensor de la Iglesia).

San Ignacio de Loyola, también a los treinta años, se disgustó de la vida militar, a la que se había dedicado, y con una voluntad resuelta, llamó a la puerta de un convento, se entregó allí a ásperas penitencias, lavó sus pasadas culpas y fundó la Orden de los Jesuitas o Compañía de Jesús, de la que es orgullo y gloria.

Camilo de Lelis, de una noble familia de los Abrazos, también de joven se dio a las diversiones y alegrías mundanas más a los veinticinco años reparó sus errores con un torrente de lágrimas, se hizo religioso y consagró su vida al socorro de los enfermos y moribundos.

¿Qué diré de una Magdalena Penitente, de una Pelagia, de una Margarita de Cortona, que de vaso de corrupción y piedras de escándalo se convirtieron en lirios del Paraíso? Su voluntad resuelta bastó para salvarlas.

En segundo lugar, evitar las ocasiones y alejarlas de sí.

Aprendamos también en esto de los Santos.

Santo Tomás de Aquino, joven noble y elegante, fue encerrado en un castillo y allí tentado por una mujer infame; no pudiendo librarse de otro modo, se vale de la siguiente estratagema: toma del hogar un tizón y dirigiéndose a la mujer exclama: “O te marchas, o te quemo” con lo que puso en fuga a la desvergonzada mujer.

A San Francisco de Sales, noble también, y bien parecido, a los diez y ocho años, siendo estudiante, en Padua, una señorita con pocos modos, se atrevió a abrazarle. ¿Qué hizo él? Prepara un salivazo y se lo arroja en la cara de la impúdica joven diciéndole: “¡Vete de aquí, emisora de Satanás!”

Al jovencito Díscolo, después de vencer todas las insidias de los enemigos de su fe, obligáronle a acostarse en un lecho de rosas. En la imposibilidad de librarse de quien le inducía a pecar, se encomienda a Dios y cortándose con los dientes su lengua, la arroja al rostro de la malvada tentadora, que bañada en la sangre de un mártir, huye horrorizada, llora y se convierte.

D. — Más éstos, Padre, eran santos…

M. — Entonces, todavía no lo eran, obrando con tal esfuerzo se hicieron. Aun sin ser santos se puede y se debe ser valeroso; basta con ser cristiano de verdad. Escucha:

Una joven conocida mía, devolvía en carta cerrada a un soldado libertino una infame tarjeta, diciéndole: “Indigna de mí que soy cristiana y de tí que eres militar”. Otra joven, contestando a una carta desvergonzada de su novio, le escribía: “Nunca será mi marido un deshonesto. Desde hoy quedan cortadas toda clase de relaciones entre tú y yo”.

No hace mucho, en Turín, entre la gente de plataforma de un tranvía, un lascivo pisaverde se permitió no sé qué broma descarada a una señorita muy apuesta. Esta, volviéndose con desdén, le endilgó una bofetada a aquel tonto, diciéndole en alta voz: “¿Quiere saber por qué?”

—Gracias, —respondió el desvergonzado—, no tengo necesidad, y descendió apresuradamente con el pañuelo en la nariz.

D. — ¡Bien, muy bien! ¡Merece la medalla!

M. — Otra medalla igual merece esta otra, también conocida mía, la cual a un mal educado que le susurraba al oído cierta cosa menos honesta le endilgó no ya una sino dos sonoras bofetadas, agregando: “Estoy dispuesta a repetirlo siempre”.

D. — ¡Bien hecho! Si todas hicieran igual, se les apartarían los moscardones, ¿no es así, Padre?

M. – Así es. Y los que no son moscardones se librarían de ciertas moscadas, es decir, de ciertas muchachas sin vergüenza.

También se debe evitar el ocio; ¡ay de los ociosos! En los momentos de ocio es precisamente cuando el demonio impuro asalta y hace sus víctimas.

D. — ¿Será conveniente tratar entonces al demonio a salivazos y a bofetadas?

M. — Seguramente. Y en tercer lugar para librarse de la impureza es menester frecuentar los Sacramentos. La confesión quincenal, o a lo menos mensual y la comunión con la mayor frecuencia posible. En los sacramentos es donde el demonio impuro queda desenmascarado y vencido. Nada teme tanto, porque nada le es más fatal. Es imposible que continúe en la impureza, dice San Felipe Neri, y lo repite San Juan Bosco, el que con frecuencia se confiesa y comulga con las debidas disposiciones.

Mira, el mundo no puede creer que se mantengan castos tantos miles de sacerdotes, religiosas y religiosos, y no se puede persuadir cómo tantos en la flor de la juventud, se puedan mantener puros y castos en medio de tan grande corrupción; mas, ¿sabes por qué? Porque no comprende la arcana fuerza de los Sacramentos, porque no sabe, o no quiere saber que todos ellos se lavan frecuentemente y se purifican en el baño saludable de la Sangre de Jesucristo en la confesión, y más frecuentemente se alimentan con su Cuerpo Santísimo en la Comunión.

Pocos años hace, un joven abogado decíale en tono de broma a un amigo sacerdote:
—estoy persuadido de la sinceridad de tu fe, admiro tu abnegación, mas no puedo creer en tu honestidad, no creo en el celibato. El celoso sacerdote, herido en punto tan delicado le dice:

–– Esta bien, pruébalo y te convencerás.

–– ¿Cómo?

–– Frecuenta algún tanto la confesión y la comunión.

Cambiaron de conversación, mas otra vez se volvió sobre el mismo asunto y a los seis meses el abogadillo elegante cambiaba la toga de los tribunales por la sotana del seminarista. En menos de un año fue admitido a las órdenes sagradas, era sacerdote, y al presente es un acicalado predicador y defensor intrépido de la honestidad y del celibato eclesiástico. Lo probó y quedó convencido por este sacramento milagroso.

D. —Padre, ¿la honestidad reporta algunas ventajas?

M. — Muchas y nobilísimas. La pureza es como el lirio que sobresale entre las demás flores por su perfume y candor; ella se adueña de los tesoros de Dios. El hombre puro y honesto se siente y se muestra siempre tranquilo, no teme sospechas ni chismes; no tiene la mente embarazada de fantasías obscenas e inmundas; no se siente ligado ni esclavo de otra persona: goza de una paz íntima inestimable. Su vida es plácida, y serena es también su muerte. Tiene muy fundada esperanza, o más bien, seguridad, de su eterna salvación. Muy grande y especial será el predio y gozo que poseerá en el Paraíso.

Concluyo con un ejemplo histórico:

El célebre Mozart, a los veinticinco años había llegado al apogeo de su gloria, y el día en que cumplía esos floridos años, 27 de enero de 1881, pudo decir a la asamblea que lo festejaba, las siguientes textuales palabras: “Juro delante de Dios que durante toda mi vida no he tenido ni tengo nada que reprocharme en lo tocante a la impureza. He aquí el secreto de mi buena suerte y de mis triunfos”.
Se sentía puro y por eso también se sentía grande. ¿Cuántos pueden decir otro tanto?

Padre Luis José Chiavarino

La asombrosa historia de un Papa que imploró ayuda desde el Purgatorio


El Papa Inocencio III fue uno de los papas más influyentes e importantes de su época. Fue pontífice desde 1198 hasta 1216.

Él fue quien concedió a San Francisco de Asís y su pequeño grupo de seguidores el permiso para fundar la Orden de los Frailes Menores; convocó el IV Concilio de Letrán que, entre otras cosas, en donde se definió dogmáticamente la doctrina de la transubstanciación; y él organizó grandes esfuerzos para combatir la herejía en Europa y repeler la invasión de las fuerzas musulmanas. Toda la gran energía que mostró, se debió en parte a que era inusualmente joven en el momento de su elección, apenas contaba con 37 años.

Entonces, después de más de 18 años como Papa, murió repentinamente. Pero eso no fue lo último que se supo de él.

Cuando un cristiano muere, los católicos creemos que pueden ir directamente al cielo si no tienen ningún castigo temporal excepcional por los pecados que han cometido. Pero muchos cristianos irán al purgatorio primero, en el que, por la gracia de Jesucristo, son purificados y preparados para entrar en la presencia Santísima de Dios.

La asombrosa historia del difunto Papa y su ruego

La historia cuenta que en el día en el que Papa Inocencio III murió, o poco después, apareció a Santa Lutgarda de Aywieres en Bélgica. Santa Lutgarda es considerada como una de las grandes místicas del siglo 13, conocida por sus milagros, visiones, levitación, y en particular por ser experta en la enseñanza.

Cuando el Papa Inocencio se le apareció, le dio las gracias por sus oraciones durante su vida, pero explicó que él estaba en problemas: no había ido directamente al cielo, estaba en el purgatorio, sufriendo su fuego purificador por tres faltas específicas que había cometido durante su vida.

El difunto Inocencio le preguntó a Santa Lutgarda si podría orar por él, diciendo:

“¡Ay! Es terrible, y mi pena tendrá una duración de siglos si usted no viene en mi ayuda. En el nombre de María, que ha obtenido para mí el favor de poder recurrir a ti, ayúdame!”

Como reflexión a este caso, sabemos que las almas que llegan al Purgatorio, no puede alcanzar, bajos sus propios méritos, o ayudarse a sí mismos, para salir de ese estado, sólo les queda cumplir con la pena impuesta y aceptar la purificación divina. Nosotros, los que quedamos en este mundo, podemos ofrecer oraciones y penitencias para aliviarlos, y de alguna manera, desconocida para nosotros, ellos saben cuándo hacemos eso. ¿Cuánto tiempo debemos orar y sacrificarnos por un alma en particular? ¡No lo sabemos! San Agustín en sus Confesiones, escribió, 10 a 15 años después de la muerte de su madre, Santa Mónica, que aún él pedía oraciones por ella.

El Purgatorio puede durar el equivalente a muchos años – se habla de este modo, porque no hay tiempo en el Purgatorio – hasta que el alma haya reparado las consecuencias que dejaron los errores de sus pecados ya perdonados. Por cierto, es un error, canonizar a nuestros familiares difuntos en un funeral, diciendo: “ya está en el cielo”, “está en la gloria de Dios”, etc… Ya que, esto, solo Dios tiene la certeza del estado de su alma. Además caeríamos en el triste error que cometen los protestantes bajo la influencia del error de Martín Lutero. Tristemente algunos católicos hacen esto en un funeral.

Adaptación, modificación y traducción al español de: PildorasdeFe.net, del artículo publicado originalmente en: ChurchPOP
(http://es.aleteia.org/2015/11/03/la-asombrosa-historia-de-un-papa-que-imploro-ayuda-desde-el-purgatorio/)

martes, 3 de noviembre de 2015

Películas recomendadas por exorcistas (III): "El Exorcista" (de William P. Blatty)



No recomendamos la película con el fin de proporcionar un rato de deleite a los apasionados del género de películas de terror, sino para ayudar a tomar conciencia de la existencia del Demonio como ser personal maligno que actúa en nuestro mundo a través de sectas satánicas, buscando la muerte temporal del ser humano y su condenación eterna, para así descargar su odio luciferino contra Dios Uno y Trino y su "Mesías venido en carne, Jesucristo" (cfr. 1 Jn 4, 3; 1 Jn , 22), el Hombre-Dios.

Películas recomendadas por exorcistas (II): "El rito"



No recomendamos la película con el fin de proporcionar un rato de deleite a los apasionados del género de películas de terror, sino para ayudar a tomar conciencia de la existencia del Demonio como ser personal maligno que actúa en nuestro mundo a través de sectas satánicas, buscando la muerte temporal del ser humano y su condenación eterna, para así descargar su odio luciferino contra Dios Uno y Trino y su "Mesías venido en carne, Jesucristo" (cfr. 1 Jn 4, 3; 1 Jn , 22), el Hombre-Dios.

El rito se abre con una frase de Juan Pablo II y se cierra con un sacerdote consagrado a su tarea más importante, después de decir misa: confesar. Se ha estrenado este viernes en Estados Unidos, llegará a España el 18 de marzo, y es una nueva historia de exorcismos, género que vuelve a ponerse de moda en el cine.

La historia guarda bastantes parecidos con la reina del género, El exorcista (William Friedkin, 1973). Un seminarista a punto de dejarlo (Colin O´Donoghue) y que tiene graves conflictos con su padre (Rutger Hauer), es destinado por su superior a un curso de exorcismos en Roma. Allí, uno de sus compañeros de curso, un dominico, le «coloca» como ayudante del padre Lucas (Anthony Hopkins), veterano exorcista, para luchar contra un demonio que se ha enseñoreado de una adolescente embarazada.
  

El padre Gary Thomas.
John Mulderig, comentarista de Catholic News Service, señala algún error de bulto (como el seminarista, todavía sólo diácono, dando la absolución a una víctima de accidente de coche) y avisa de la presencia en la obra de temas morbosos (suicidio, incesto) y de algunas imágenes explícitas, expresiones duras e irreverencias. Pero considera el film «religiosamente aceptable» y agradece que director y guionista, Mikael Hafstrom y Michael Petroni, respectivamente, hayan logrado una notable afirmación de la fe y del valor del sacerdocio.

De hecho, la película está basada en una historia real, la del padre Gary Thomas, de la diócesis de San José (California), quien asistió a la première de El rito en Los Ángeles, este miércoles. Lo cual parece, en principio, un buen aval.
(http://www.religionenlibertad.com/anthony-hopkins-un-miedo-peor-que-el-silencio-de-los-corderos-13580.htm)