Refiere San Gregorio en el libro cuarto de los Diálogos, capítulo cincuenta y cinco, otro caso semejante a éste, y dice que en Centumcellas, que es una ciudad de Italia, era cura en la iglesia parroquial de San Juan un sacerdote siervo de Dios. Éste, para conservar su salud, iba algunas veces bañarse en cierto baño y fuente de agua que sale de su manantial cálida. Entró un día, y halló allí un varón desconocido, el cual le sirvió de descalzarle, recogióle el vestido, sirvióle después de bañado de una sábana, con que limpió su cuerpo, de modo que tuvo particular cuidado de todo lo que fue regalo suyo y servicio, sin pedirle interés alguno. Y acostumbrando esto otras veces, una de ellas, teniendo de él memoria al tiempo que iba a bañarse el sacerdote, quiso llevarle dos roscas de pan blanco. Bañóse, y habiendo de él recibido el servicio acostumbrado, le dio el pan, rogándole que le recibiese con la voluntad que se lo daba. Mostróse el otro afligido, y dijo:
- Este pan que, señor, me das, yo no puedo comerle. Sabe que en otro tiempo fui dueño de este lugar, y por mis pecados me lo señalaron para que en él los purgase. Si quieres hacerme bien y merced, procura de ofrecer al Omnipotente Dios y Señor Nuestro el salutífero pan, en el sacrificio santo de la Misa, y conocerás si te ha oído cuando, viniendo aquí, no me hallares.
Con esto desapareció el que hablaba, y el sacerdote celebró Misa por él una semana entera, ofreciendo con lágrimas el cuerpo y sangre de Jesucristo, Dios y Señor Nuestro, por aquella alma. Y volviendo al baño, pasada la semana, no halló al que antes hallaba siempre, y conforme al concierto y aviso dado por él, entendió que ya había salido de aquella pena y estaba gozando de Dios en su gloria.
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