EL SUICIDIO, UN ATAJO HACIA EL INFIERNO SIN FIN
En el mundo actual, la tasa de suicidios se ha incrementado notablemente en relación a tiempos pasados. Las estadísticas nos indican que cada día se suicidan más de dos mil personas en el todo el mundo. Unas diez mil más lo intentan, pero fallan en el intento. Con estos datos, nos encontramos con que un millón de personas en todo el mundo acaban con su vida cada año. Unos datos realmente espantosos. Y, paradójicamente, cuanto mayor es el progreso económico de un país, cuanta más riqueza y bienestar material, más se incrementa el porcentaje de suicidios.
En este artículo vamos a analizar las razones que incitan a esta práctica abominable y sus desastrosas consecuencias para el alma de los suicidas.
El Catecismo de la Iglesia Católica deja bien patente que la vida es un don divino que debe ser conservado hasta que Dios disponga lo contrario:
"2280 Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para Su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.
En la naturaleza humana está insertado el ansia de vivir, por lo que el suicidio es un atentado contra la ley natural:
Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida."
En nuestra sociedad el suicidio está cada vez más extendido, y casi todos conocen algún caso entre familiares, amigos, o conocidos. Existen razones asociadas al suicidio, como el alcoholismo, depresiones diversas, etc. De alguna forma, los suicidas piensan en solucionar todos sus problemas de un golpe, pero, como demostraremos, una vez que el suicidio es cometido con éxito, los problemas no habrán hecho más que comenzar... para no terminar jamás.
Vamos a plantear las razones por las cuales no debe recurrirse en ningún caso a este nefasto sistema para solucionar los problemas.
Éste parece ser el problema número uno de los suicidas: la falta de realismo en sus planteamientos.
No es casualidad que en una época de ateísmo e incredulidad como la actual, se incremente notablemente el número de suicidios. Éstos suicidas tienen la convicción de que tras la muerte no hay nada más. Piensan que después viene la nada, el olvido de los problemas y la paz definitiva. Para ellos, la muerte es el no-ser.
Por supuesto, el juicio divino, los castigos del infierno y la eternidad en el abismo no se tienen en cuenta. Para ellos, todo esto es irreal y no merece la pena tenerse en cuenta. De alguna manera, piensan que se puede pasar por la vida matando, robando, adulterando y engañando a todo el mundo, y que después, todo volverá a ser como antes de nacer: la nada. Niegan la existencia de Dios, de cualquier juício final y de la eternidad en el Cielo o en el infierno.
Un cierto porcentaje de suicidas, más espiritual, puede pensar que quizás exista algo después de la muerte, algo parecido a los fantasmas, los espíritus, o incluso los extraterrestres, pero que, en todo caso, no tiene nada que ver con las Verdades religiosas. A lo sumo, se tratará de una especie de vida anodina, sin matices, como seres espirituales lejanos, sin libertad suficiente para elegir entre el bien y el mal.
En cualquier caso -piensan- haya lo que haya después de la muerte, e hiciera lo que hiciese durante su vida, el suicida tendrá siempre asegurada una morada feliz en el Cielo o en un lugar similar.
Sí, no debe sorprendernos esta actitud tan típica del mundo actual. Vivimos en una época de relativismo moral. Se ha perdido la noción del bien y del mal. Se considera que todo lo que uno haga está bien si es bueno para él, independientemente de las consecuencias que tenga para los demás. La noción del bien absoluto, que Dios nos entregó en Sus Mandamientos, parece haber quedado desfasada para mucha gente. Por esta razón, muchos ladrones "que roban a los ricos podridos de dinero", asesinos "que matan para librar al mundo de ese malvado", adúlteros "que dan a las mujeres lo que su marido no les da", homosexuales "que no hacen daño a nadie", abortistas "que defienden los derechos de las mujeres", mentirosos "piadosos" e incluso los suicidas "que hacen con su vida lo que les da la gana", piensan que el Cielo está esperando impaciente por ellos.
Esta libertina forma de pensar resulta muy actual, muy "progresista" a decir de muchos; pero generalmente se olvida mencionar a continuación las consecuencias que conlleva todo este pecado: muerte, dolor, enfermedades, miseria y condenación eterna.
Los ateos siguen este esquema simple, pero fácilmente comprensible. Es igual lo que diga la ley humana sobre el suicidio, aunque sea ilegal, una vez cometido, ningún juez podrá condenarlo por ello. De la misma forma, un ateo no piensa en la maldad o bondad de su acción, pues ningún Juez podrá tampoco pedirle cuentas en el Más Allá, simplemente se desvanece en la nada.
Este razonamiento explica el inaudito incremento de la tasa de suicidios en nuestras sociedades modernas, donde el ateísmo es una plaga generalizada.
El mundo actual se define como materialista radical. Sólo cuenta lo tangible. Esto explica el desprecio a la vida humana, propia y ajena, explicitada en las masacres del aborto, la eutanasia y el suicidio.
Pero centrémonos en la cuestión. Una vez explicado el razonamiento que permite al hombre salvar la tendencia natural a permanecer con vida, y lanzarse alegremente al suicidio, hay que preguntarse qué causas provocan que tanta gente llegue a esta situación.
La primera y más evidente es la de sentirse abrumado con el peso de la vida. A lo largo de una vida normal, es inevitable que se sucedan las alegrías y también las desgracias. Estas últimas forman parte de la vida, es inevitable que así sea en mayor o menor medida. El problema se presenta cuando la única solución que se encuentra a los problemas es el auto-asesinato.
Un ejemplo típico de este caso es el de los suicidas que se tiraban de las ventanas de la bolsa de Wall Street durante el comienzo de la Gran Depresión de 1929. Al verse abocados a la miseria a causa de la brusca pérdida de valor de sus acciones, estos inversores no dudaban en "solucionar" su problema con el contundente sistema de la auto-defenestración.
Y, cuando no es la pobreza, son los problemas sentimentales o conyugales, matrimonios rotos, enfermedades diversas, etc. De alguna forma, en este tipo de suicidas se manifiesta un desmesurado orgullo que los conduce a rechazar el puesto que Dios les asigna durante su breve estancia en la Tierra. "Los caminos del hombre son del Señor. ¿Cómo puede un hombre comprender su propio camino? (Proverbios 20, 24).
Estos hombres, por su negativa a soportar unos limitados años de dificultades aquí, en la Tierra, se exponen a ver caer sobre ellos el océano de calamidades que aguarda por los pecadores tras la muerte.
Mención especial merecen aquellos que se suicidan a causa de los problemas sentimentales.
En el hombre y la mujer, los afectos amorosos suelen tener una gran importancia, y de hecho, tras las convicciones religiosas sinceras, y el amor por los hijos, suelen ser los sentimientos más intensos. Cuando una relación amorosa se rompe, sobre todo en la juventud, parece que el mundo entero no tiene sentido, el alma se vacía por completo y la vida no tiene valor. Sin embargo, ya hace miles de años que el rey de la sabiduría, Salomón, advertía:
"He visto todas las obras hechas bajo el sol, y he aquí, que todo es vanidad y vejación de espíritu." (Eclesiatés 1, 14).
Sin embargo, a poco que uno piense, no tarda en descubrir cuantas traiciones han tenido lugar, y cuantas tienen lugar actualmente, incluso entre los amigos más íntimos. Hoy en día no es raro ver incluso matrimonios ancianos, que tras una vida de amor, se separan con gran disgusto y con sorpresa general. ¿Y tú, suicida potencial, estás dispuesto a morir ahora por la infidelidad de un amor que ya no volverá? Muchos otros amores se han ido al garete antes, pero finalmente el tiempo los ha enterrado en el olvido. Y otro tanto sucederá con este otro amor roto ahora: el tiempo se encargará de disiparlo en la nada, hasta el punto de que te olvides de esa pareja que ahora tanto te aqueja el alma.
Una de las razones más habituales para el suicidio es la de no poder soportar el peso de la vergüenza pública. Ante algún acto de deshonra, crímenes, delitos vergonzantes, o simples conductas indecentes, aparece la vergüenza. Este sentimiento de vergüenza puede alcanzar unas proporciones inauditas, e incluso mortales. Conozco algún caso en que este sentimiento alcanzó tal magnitud que incluso provocó la muerte súbita del padre de cierto hombre dedicado al comercio que fue acusado y condenado por abuso a menores.
Sin embargo, ante estas situaciones hay que ser objetivos y utilizar la razón. Por muy sangrante que sea la vergüenza, por insoportable que resulte el ridículo público, por muy bajo que haya caído la propia reputación, siempre existe algo peor: pecar contra Dios suicidándose.
De hecho, si se piensa bien, no existe mayor vergüenza y estupidez que el suicidio. Por un lado, el suicidio no es una salida a ningún problema, sino la entrada a un problema infinitamente mayor, el peor imaginable. Por otro lado, el suicidio no soluciona el problema de la pública vergüenza, sino que la agrava aún más, pues al acto vergonzante que provocó esa situación, hay que añadir, además, la vergüenza que supone en sí mismo el propio suicidio.
Y, por si fuese poca la vergüenza ante la gente de este mundo, el suicida tendrá que cargar con este pecado en el otro. El día del Juicio todos los pecados de los hombres serán hechos públicos ante toda la corte celestial. Y el suicida tendrá que añadir a sus otros pecados esta otra vergonzosa culpa de haberse matado, culpa y vergüenza que perdurarán durante toda la eternidad.
¿Puede haber mayor tontería que matarse a uno mismo para librarse de una vergüenza temporal para caer en la eterna vergüenza que aguarda al suicida en el abismo infernal?
Existe un colectivo de personas con gran tendencia al suicidio: los enfermos graves. En este caso, la percepción de tener que padecer una larga y dolorosa enfermedad que quizás no tenga cura supone una carga de tal magnitud que la muerte aparece como la única "solución" posible. Esto además se ve agravado por los avances de la medicina moderna, que alarga considerablemente la esperanza de vida, y, al mismo tiempo, los problemas de salud en las personas mayores.
Sin embargo, es necesario contar con los planes de Dios. La Divina Providencia es la Única que tiene potestad para decidir el momento de pasar a la eternidad.
Una larga enfermedad puede resultar muy penosa, y dejar consecuencias serias el resto de la vida. Plantearse acabar con ellas por medio del suicidio no es una actitud razonable. La Biblia nos ofrece el ejemplo de Job, que soportó pacientemente toda clase de calamidades, desde la pérdida de todo su patrimonio, de su familia, de sus amigos, y de todo cuanto poseía, incluso su salud, al ver todo su cuerpo completamente cubierto de llagas y costras dolorosas; pero que se consolaba pensando que algún día vería el rostro de Dios.
El profeta Daniel prefirió ser lanzado a los leones antes que traicionar sus principios, y fue milagrosamente salvado por Dios.
Y otro tanto se puede decir de los innumerables mártires de la Iglesia, que soportaron con gran paciencia toda clase de sufrimientos, de torturas y muertes crueles antes que renunciar a su fe.
"Otros recibieron pruebas de burlas y de azotes, además de cadenas y cárcel.
Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada. Anduvieron de un lado para otro cubiertos de pieles de ovejas y de cabras; pobres, angustiados, maltratados.
El mundo no era digno de ellos. Andaban errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas y por las cavernas de la tierra." (Hebreos 11, 36-37).
Las Sagradas Escrituras son diáfanas acerca del suicidio. La Biblia tiene mucho que decir acerca de la vida y la muerte, y también del significado de la vida. La Biblia fue escrita desde la perspectiva de que Dios existe, por lo que no procede entrar en esta cuestión. Sin embargo, si tú eres ateo y piensas en el suicidio, te sugiero que continúes leyendo este texto.
Dios se proclama el Señor de la vida y la muerte: "Yo hago morir y Yo hago vivir." (Deuteronomio 32, 39)
Puesto que Dios es el Creador de todo lo que existe, Él determina cuando una persona vivirá y cuando morirá. ¿Acaso Dios no tiene este derecho? Nosotros no determinamos cuando debimos nacer, y tampoco debemos interferir en cuando debemos morir.
Eclesiastés 3, 1-2 nos dice: "Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir."
Para comprender este punto, podemos poner un ejemplo. ¿Acaso un soldado puede abandonar su puesto de guardia porque de pronto, a media noche, se ha puesto a llover? ¿Puede este centinela esperar algo más que reprobación y muerte de su general? ¿Acaso podría servirle de excusa el decir que "desobedecí una orden de un superior porque ...estaba lloviendo y me mojaba el uniforme?" ¿Qué clase de cobardía vergonzosa es esta?
Otro tanto puede decirse de un alma que, por propia voluntad, deserta de su cuerpo y se va a volar sin la debida autorización de su Creador. Imaginémonos la escena. Este suicida se escapa de su cuerpo mortal y se presenta ante su Creador en el mundo espiritual, esperando aprobación por su acto de deserción, diciendo: "Abandoné mi puesto porque encontraba mi cuerpo demasiado pesado para mí... lo he abandonado, pero no he desertado, y espero una recompensa por ello..." ¿Acaso un alma tan insolente puede esperar otra cosa que ser borrado definitivamente de la presencia de su Creador y ser condenado a sufrir condenación eterna sin misericordia ni esperanza alguna?
El quinto Mandamiento dice claramente: "No Matarás"
(Éxodo 20, 13).
¿Acaso no es matar el suicidio? ¿Acaso no acabas con la vida de una persona? Si piensas que este mandamiento sólo se aplica a los demás y no a ti mismo, y que, por consiguiente, tienes el derecho de auto-asesinarte, pero no a tu prójimo, entonces es que no comprendes el verdadero significado de este Mandamiento. Otros Mandamientos explicitan claramente este punto.
El sexto Mandamiento dice: "No Cometerás Adulterio" ¿Significa esto que puedes cometer adulterio con tu propio cuerpo, pero con el de otros no? Esto no tiene ningún sentido.
Existen otras prohibiciones en la Biblia al respecto. Una de las primeras le fue dada por Dios a Noé tras el Diluvio:
"El que vertiere sangre de hombre, por el hombre su sangre será vertida; porque a imagen de Dios fue hecho el hombre."
(Génesis 9, 6).
Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza y, por consiguiente, cuando un hombre es asesinado, el asesino es condenado a muerte. Por lo tanto, tras haber ordenado que un hombre que mata a otro hombre debe ser ejecutado, ¿piensas que Dios no tomará justa venganza en el otro mundo contra los que se asesinan a sí mismos? ¿O acaso piensas que Dios quiere que el hombre castigue en este mundo a los que rompen Su ley en mayor medida de la que Él aplicará en el otro mundo?
En el Apocalipsis se nos habla acerca de aquellos que estarán fuera de la Ciudad de Dios:
"Pero fuera quedarán los perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira."
(Apocalipsis 22, 15).
Aquí se establece claramente que los asesinos no arrepentidos quedarán fuera del Cielo. Esto no significa que quedarán justo en el límite de las puertas del Cielo, disfrutando de todas sus delicias a excepción de algunas. No, la Biblia nos dice claramente a donde irán los asesinos:
"Pero, para los cobardes e incrédulos, para los abominables y homicidas, para los fornicarios y hechiceros, para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda."
(Apocalipsis 21, 8)
Estas palabras son claras y contundentes. El lago de fuego o infierno espera por los asesinos que no se arrepienten de sus crímenes.
Ahora es el momento de preguntarse qué significa estar en el infierno. Para hacernos una idea de lo que esto significa, añadimos a continuación la descripción de Santa Faustina Kowalska:
"Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es! Los tipos de torturas que vi: la primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el eterno remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; la cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo de Dios; la quinta tortura es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto; la sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima es la horrible desesperación, el odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias.
Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero ése no es el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las almas particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar para pecar. Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del infierno para que pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos".
Las descripciones de la Biblia coinciden de pleno con el relato anterior, aunque me temo que no existen palabras en ningún lenguaje humano para describir tal lugar.
El infierno es descrito como un lago de fuego que arde con azufre (Apocalipsis 19, 20); un horno de fuego donde habrá llanto y crujir de dientes (Mateo 13, 42); un lugar de tormento (Lucas 16, 28); fuego eterno (San Judas 7); un lugar donde reinan la oscuridad y las tinieblas eternas (San Judas 13); tinieblas exteriores (Mateo 22, 13); una prisión (I Pedro 3, 19) de la cual nadie será nunca liberado; un abismo sin fondo (Apocalipsis 9, 1) mostrando de esta forma que nadie escapará jamás de ninguna manera y por mucho que lo intente; un lugar de fuego inextinguible (Lucas 3, 17); Tofet, un lugar donde los idólatras quemaban a sus propios hijos hasta la muerte como sacrificios humanos (Isaías 30, 33); y un lugar de castigo eterno (Mateo 25, 46).
Ante semejante panorama, ¿realmente piensas que tus problemas en este mundo son más graves de lo que te aguarda justo inmediatamente después de que te suicides? Te lo aseguro, una vez que empieces a sentir la quemazón de las llamas infernales sobre tu espíritu, todos tus problemas de la vida actual te parecerán ridículas bagatelas en comparación con lo que te aguardará de ahí en adelante: una eternidad de indescriptible suplicio. Antes de que pases tu primer minuto en el infierno ya estarás deseando ardientemente volver a la Tierra y cargarías gustoso con todos tus problemas anteriores... y con todos los problemas de la humanidad entera antes de caer otra vez en el infierno para no volver a salir nunca jamás.
No importa los problemas que tengas. Tu estancia en la Tierra no es más que un período de tiempo muy breve. Unos pocos años de vida, e inmediatamente llega la muerte y el inevitable juicio divino. El cuerpo físico tiene una duración muy limitada. Es un cuerpo débil, frágil, aquejado por innumerables enfermedades y achaques; un cuerpo que se desgasta rápidamente dando paso a la vejez, para luego pudrirse y volver a la tierra de la que emergió. El alma, en cambio, es una entidad eterna e inmutable. No muere, no enferma, no cambia. Dura para siempre, y este hecho puede ser una bendición, o una terrible maldición, dependiendo donde se encuentre. Sin duda los condenados en el infierno preferirían que su alma se extinguiese definitivamente, para acabar de una vez con sus tormentos, pero no es posible, el alma no muere jamás.
Debes valorar esta cuestión con mucho detenimiento antes de optar por el suicidio. El valor de tu cuerpo físico es insignificante en relación con el de tu alma eterna.
Desde luego que siempre te queda la duda. Puedes afirmar que todo esto es falso. Que no crees en Dios y que tampoco crees en ningún Cielo o infierno. Pero debes pensarlo muy muy bien, porque en esta lotería tienes muchísimo que perder y nada que ganar.
Imaginemos por un momento que la probabilidad de que finalmente exista un infierno sea del 50%. Sabes que después de tu suicidio, tendrás al menos la mitad de posibilidades de ser atormentado por toda la eternidad en el infierno, un tormento indescriptible, rodeado por todos los malvados que han existido y existirán en el mundo; tendrás también que soportar a esos engendros de maldad extrema que son los demonios; y te verás privado de cualquier bien. Conseguir una simple gota de agua que alivie tu horrible sed será allá un sueño imposible de alcanzar. ¿Realmente crees que merece la pena exponerse a este enorme riesgo por cualquier problema que tengas ahora, sea el que sea? Y aunque las probabilidades no fuesen más que de una sobre mil, ¿crees que aún así compensaría el riesgo de pasar toda la eternidad entre las ardientes llamas infernales si finalmente te equivocas en tu elección?
Piénsalo muy bien. La Biblia afirma que el infierno existe. La mayoría de la población del mundo cree en la existencia de la otra vida. La evidencia objetiva indica que el universo precisa de un Creador para existir, pues no pudo autocrearse a partir de la nada... ¿Todo esto significa menos para ti que los problemas personales que puedas tener en este momento? ¿Qué clase de locura es ésta?
Aún así podrías decir que estás totalmente convencido de que el infierno no existe y que, de existir, tu no acabarías en él.
Este convencimiento resulta muy sospechoso. Mucha gente acaba convencida de aquello que le interesa creer, aunque las evidencias objetivas testimonien justamente lo contrario. El hecho de que creas que algo no existe, no significa que no exista. El hecho de que te parezca increíble, no significa que no sea real. De hecho, la historia demuestra que muchas cosas increíbles, que se daban por seguras, resultaron finalmente ser falsas. Por ejemplo, durante muchos siglos, hasta los más lúcidos pensadores afirmaban que la tierra era plana. Resultaba algo "evidente" y de "sentido común" el hecho de que este planeta fuese una llanura inmensa porque, de ser redonda, los hombres que estuviesen "abajo" acabarían "cayendo". Finalmente, se descubrió que la tierra era redonda y lo que en principio parecía imposible, resultó ser cierto, aunque ya la Biblia hablaba del "círculo de la Tierra" (Isaías 40, 22).
Otro caso muy conocido: hace algunas décadas, se construyó un barco "insumergible". El Titanic era barco enorme, lujoso, construído con la última tecnología de aquel tiempo. Se decía que "ni Dios podría hundirlo". La razón de esta seguridad estaba en el diseño interior del barco, compartimentado de forma estanca para evitar su inundación en caso de colisión. Sin embargo, la histora de este paquebote todo el mundo la conoce: en su primer viaje se hundió con gran parte de su tripulación y pasaje, una evidencia de que, por un lado no se debe tentar nunca a Dios, y por otro de que incluso lo que a uno le pueda resultar más increíble, finalmente puede resultar cierto.
Por consiguiente, tú puedes estar completamente seguro de que tras suicidarte no irás al infierno; puedes estar completamente seguro de que el infierno no existe y de que no irás a parar allá abajo justo tras tu muerte, y que a partir de entonces ya será demasiado tarde para retornar; pero la realidad se encargará de sacarte de tu terrible error.
I Juan 3, 15 advierte que: Todo aquel que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permaneciendo en él.
Refiriéndose al camino que deben seguir los cristianos en sus vidas, San Pablo dice: "Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí" (Romanos 14, 7).
Y en Mateo 10, 28 el Señor nos dice: "temed a Aquél (refiriéndose a Dios) que puede destruir tanto el cuerpo como el alma en el infierno."
¿Temes a Dios? Él puede lanzar tu alma al infierno. Deberías considerar esta cuestión muy seriamente si estás pensando en el suicidio. De hecho, esta cuestión es lo que más te interesa pensar de entre todo lo que ocupe tu mente, al margen de los pequeños problemas que puedas tener en tu vida actual, los cuales, en comparación, no son más que insignificantes nimiedades.
En la Biblia también tenemos algunos ejemplos de suicidio. Podría ser interesante tenerlos en cuenta. El más conocido es el de Judas Iscariote, el discípulo que traicionó a Jesús. Cuando Judas comprobó que Jesucristo iba hacia la muerte a causa de su traición, sintió su conciencia aterrorizada por el hecho de haber traicionado a un hombre inocente. Pero en su angustia, no se acercó a Dios, sino que se alejó aún más de Él. Y decidió que era mejor morir que vivir con la culpa y la vergüenza de su crimen. Finalmente se ahorcó. La Escritura nos dice:
"Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó." (Mateo 27, 3-5).
Ahora podemos preguntarnos si este acto supuso para él algún tipo de alivio a su vergüenza pública. Es evidente que no. Aún ahora, dos mil años después, Judas sigue siendo sinónimo de infamia y deshonra superlativas.
¿Sigues pensando que morir como Judas es una decisión acertada?
Ahitofel era un consejero del rey David. Cuando David fue expulsado del trono por su hijo Absalom, Ahitofel se alió con Absalom. En principio, Absalom siguó el consejo de Ahitofel, pero cuando Absalom rehusó seguir su consejo para hacer prisionero a David mientras estaba huyendo de Jerusalem y matarlo, Ahitofel se sintió herido en su orgullo, se sintió públicamente avergonzado ante los consejeros de Absalom, y posiblemente temiendo las represalias si David recuperaba el trono, Ahitofel se fue a su casa, la ordenó y se mató (II Samuel 17, 23).
Ahitofel fue demasiado orgulloso para tomar en consideración otras opiniones que no fuesen la suya propia. Este orgullo no pudo soportar tal vergüenza. Para él la muerte fue la mejor alternativa ante la vergüenza de que otro recibiese el honor y las preferencias del rey en su lugar.
Y, con este acto, él consumó el significado de su nombre, Ahitofel, el cual significa, el hermano de un tonto.
Y es evidente que nada indica mayor acto de estupidez que el suicidio.
Otro ejemplo de suicidio en la Biblia es el de Saúl, primer rey de Israel. Saúl fue abandonado por Dios y estaba tratando de matar a David, pensando que era el único camino que le restaba para conservar su trono.
Finalmente, abandonado por Dios y dejado a su perversa voluntad, Saúl fue a buscar la asistencia sobrenatural de un brujo.
Al siguiente día, durante la batalla, Saúl fue herido de tal forma que dio a sus enemigos una oportunidad de avergonzarlo, y ordenó a su escudero que acabase con su vida, pero fue incapaz de convencerlo. Entonces Saúl se dejó caer sobre su propia espada. (I Samuel 31, 3-4)
De esta forma, siendo su propio ejecutor, pensó que evitaría la vergüenza, incurriendo así en un aún más vergonzoso pecado, de tal manera que su nombre quedó asociado a la vergüenza perpetua del suicidio. Saúl murió de una muerte estúpida y cobarde causada por un orgullo estúpido. Un despreciable cobarde que murió como un hombre que no tuvo ni temor de Dios, ni esperanza alguna en Dios.
Otros ejemplos bíblicos de suicidio son igualmente estúpidos. Abimelec, temeroso de la vergüenza que caería sobre él por el hecho de que una mujer le provocase la muerte, pidió a su escudero que acabase con su vida. (Jueces 9, 54).
Las Escrituras tambén nos hablan de la muerte de Zimri, quien reinó como rey sólo siete días:
"Mas viendo Zimri conquistada la ciudad, se metió en el palacio de la casa real, y prendió fuego a la casa consigo dentro; y así murió, por los pecados que había cometido, haciendo lo malo ante los ojos de Dios, y andando en los caminos de Jeroboam, y en su pecado que cometió, haciendo pecar a Israel." (I Reyes 16, 18-19).
De esta forma, Zimri salió de este mundo convertido en una ardiente llama de fuego solamente para caer en forma de brasa candente en el infierno eterno.
Consideremos la clase de hombres de los que habla la Escritura como suicidas: Ahitofel, un traidor que aconsejó a Absalom rebelarse contra su padre, David. Saúl, un hombre sanguinario, que abandonó a Dios y fue abandonado por Dios. Zimri, uno de los más pecadores reyes de Israel. Y Judas, que traicionó a nuestro bendito Salvador.
Piénsalo por un momento, ¿son esta clase de personas las que quieres seguir como ejemplos y modelos? ¿Quieres que la infamia que los persigue a ellos, te persiga a ti tras tu muerte? ¿Quieres reunirte con ellos en el infierno?
La sabiduría del rey Salomón te avisa: "No cometas mucho pecado, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo? (Eclesiastés 7, 17).
Existen también otros argumentos en la naturaleza humana contra el suicidio.
El Catecismo nos advierte sobre este atentado contra la naturaleza:
2281 El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.
El suicidio es uno de las más egoístas, cobardes e irresponsables actos que una persona puede cometer. Si exceptuamos la distracción extrema o la enfermedad mental, sólo una persona completamente consumida por el egoísmo y que vive únicamente para la autosatisfacción puede voluntariamente acabar con su vida. El suicidio no es el acto de alguien que se odia a sí mismo, sino que se ama a sí mismo de forma exagerada y no puede verse a sí mismo soportando el dolor, la vergüenza, deshonrado o rechazado a causa de su enorme orgullo y un exagerado amor por sí mismo.
El suicida está dominado por el egocentrismo, por pensamientos sobre sí mismo y concede una mínima importancia o consideración a los sentimientos de los demás.
El suicidio es un acto cobarde mezclado con una estupidez extrema. En lugar de soportar las circunstancias en las que Dios lo colocó en este mundo, durante un breve período de tiempo, se suicida. En lugar de ejercer la paciencia de espíritu y la perseverancia ante las dificultades, es impaciente y acaba con su vida por su propia mano. El suicida afirma: no quiero soportar esta prueba; quiero escapar de esta prueba, no deseo soportarla más, no tengo paciencia ni deseo someterme a este método de probación divina. Quiero acelerar mi juicio, y el Juez determinará mi estado final de acuerdo con los días de mi vida pasada y mis pasadas pruebas. No quiero prolongar estos días de probación aún por más tiempo.
¿Cómo es posible que tal criatura rebelde pueda esperar una absolución o sentencia favorable en las manos de Dios, su Juez?
El suicidio es un acto irresponsable. El suicidio deja a la familia y a los amigos detrás. No es un acto aislado cometido en el vacío. Trae humillación y desgracia a los miembros de la familia que quedan. Trae angustia profunda y dolor de espítiru a los amigos y familiares.
¿Qué tormento espera a tu padre, madre, hermano, hermana, hijo o hija a causa de tan imprevista y desgraciada decisión? Tal pérdida puede afectarlos por el resto de sus vidas de una forma que ninguna otra forma de muerte podría hacer. ¿Deseas traer tal dolor y tormento sobre estos seres que tanto amaste? ¿Deseas para ellos que vivan en la vergüenza el resto de sus vidas? Esta sola consideración debería poner punto y final a cualquier pensamiento suicida que pudieses tener.
Tu reputación entre los hombres será completamente destruída. Si estás temeroso de la vergüenza que te espera si sigues vivo, considera que tu nombre será asociado con la vergüenza tanto tiempo como sea recordado entre los hombres si te matas a ti mismo.
Hasta no hace muchos años, los suicidas eran tratados de forma muy diferente a la actual. No se les consentía que tuviesen un entierro cristiano y la Iglesia los consideraba como si estuviesen excomulgados. No se les enterraba en tierra sagrada, sino que sus cuerpos eran tirados en un pestilente habitáculo, similar a una cuadra de animales, destinado a tal efecto. Incluso en algunos países eran simplemente tirados a la vía pública, de forma que la vergüenza y la infamia pudieran ser conocidas por todos los transeúntes, y para que esta infamia perdurase, las leyes civiles de algunos estados ordenaban que se clavase una estaca sobre sus cuerpos para que no fuesen movidos. Sus posesiones personales eran confiscadas por el Estado y no podían ser heredadas por sus familiares, a no ser que se tratase de un caso de suicidio por distracción.
Tal persona al suicidarse estaba segura de que su estatus social sería anulado y su fortuna apartada de su mujer, hijos y familia; estaba segura de que su cuerpo sería expuesto a pública vergüenza, en cualquier camino, y con una estaca clavada sobre él, como marca de suprema infamia. De esta forma, el suicida se veía severamente compelido a reflexionar serenamente sobre su muerte y así quizás podría seguir consejos menos precipitados; e incluso estar contento soportando una pequeña vergüenza, o dolor, o pérdida, hasta que Dios pusiese fin a todos sus sufrimientos por medios naturales.
Por otro lado, debes considerar que cometiendo suicidio das un pésimo ejemplo para otros que te observan y están tentados de imitar tu crimen. El Catecismo menciona explícitamente este punto en el canon 2282:
"Si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral."
Igualmente, este mismo caso es mencionado en algunos pasajes de la Biblia:
Cuando el Rey Saúl se dejó caer sobre su propia espada, su escudero lo imitó inmediatamente haciendo otro tanto: "Y cuando su escudero vió que Saúl estaba muerto, él también se dejó caer sobre su espada y murió con él" (I Samuel 31, 5).
Desde hace algunas décadas se vienen produciendo con cierta frecuencia suicidios en masa. No ya uno o varios seguidores de algún líder carismático, sino cientos de personas que se autoinmolan siguiendo algún nefasto ejemplo de este tipo. Por lo tanto, debes tener en cuenta que tu ejemplo como suicida puede ser seguido por otros. Esto no es que sea posible, sino muy problable, dada la gran resonancia que tienen en los medios de comunicación de masas estos hechos. Y esto también te hace responsable. ¿Deseas que se te tenga en cuenta ante Dios no sólo tu propia muerte, sino la de aquellos que tu arrastras al suicido con tu ejemplo y del cual eres, por consiguiente, parcialmente responsable?
Por lo tanto, no ya el suicidio en sí mismo, sino el ejemplo que das, resulta nefasto. Incluso el mero hecho de hablar bien de cualquier suicidio puede ser una cuestión extremadamente grave por la sugestión que supone en los demás.
Sí, incluso el hecho de hablar bien del suicidio supone en sí mismo una maldad. El suicidio supone la condenación eterna en el infierno para la inmensa mayoría de los suicidas que logran su mortal propósito. Por lo tanto, afirmar que los suicidas van al cielo supone un grave perjuicio moral. Si una persona se ha suicidado, a no ser en el caso de distracción o enfermedad mental, y no existe ninguna evidencia de arrepentimiento tras su muerte, difícilmente podremos afirmar que esta persona está en el cielo, pues, de alguna forma, tratando de ser caritativos con el muerto, nos volvemos crueles con los vivos. La razón es evidente, afirmar tal cosa puede animar a otros a seguir el mismo camino, con la consiguiente condenación eterna.
Podemos encontar en la Biblia algunos argumentos contra el suicidio. El primero y más evidente, es que el suicida se sitúa en una posición donde el arrepentimiento, imprescindible para salvarse y alcanzar la vida eterna, es imposible. El Señor Jesús nos advirtió repetidamente que a no ser que nos arrepintamos de nuestros pecados, pereceríamos en el infierno. "Si no os arrepentís, pereceréis todos de la misma manera" (Lucas 13, 5).
Alguien incluso podría afirmar que sería posible arrepentirse rezando por el perdón antes del suicidio, pero esto es un absurdo. El hecho de arrepentirse sinceramente, implicaría necesariamente el fin de cualquier conducta pecaminosa, como es el asesinato. "Si yo veo iniquidad en mi corazón, El Señor no me escuchará" (Salmo 66, 18). Por lo tanto, si alguno viene ante Dios con malas intenciones en su corazón, Dios no escuchará sus oraciones: "Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando recitéis muchas oraciones, Yo no las oiré; vuestras manos están llenas de sangre" (Isaías 1, 15).
No, es simplemente grotesco afirmar que me arrepiento de matar y a continuación matar. Pensemos en un adúltero que dice con sus labios que se arrepiente de adulterar, pero su mente está ya buscando nuevos adulterios que consumar. Esto no es más que un ejercicio de hipocresía que de ninguna manera puede encontar misericordia. El arrepentimiento sincero es una profunda toma de conciencia de uno mismo a la vista de Dios, viéndose tal como es a los ojos de Dios, lo cual causa que el pecador se culpe y condene a sí mismo; resultando de todo esto una repugnancia hacia el pecado, y un cambio de vida en el sentido de abandonar definitivamente el mal. Es el reconocimiento de la santidad y la bondad de la ley de Dios y la insubordinación del pecador hacia ellas. Es el descubrimiento de las justas llamadas de Dios y los repetidos rechazos hacia estas llamadas. Es la percepción de que Dios tiene el derecho a ejercer Su ley y gobernarme, y mi resistencia a someterme a Él.
En definitiva, el arrepentimiento sincero implica un cambio de dirección. Un cambio que provoca que el pecador se desprecie a sí mismo por su propia corrupción y depravación, odiando el pecado porque es maldad y una afrenta a Dios, y Sus justas Leyes. El arrepentimiento sincero conlleva el amor hacia la Santidad de Dios, y también un amor estricto a Su ley, de forma que voluntaria y amorosamente el pecador arrepentido abrace a Jesucristo como Señor de toda su vida, y Lo sigua en obediencia todos sus días. Un pecador arrepentido jamás desea volver a su propia vida, sino que somete su mente y voluntad a la autoridad de Dios sobre su vida y acepta la Providencia de Dios sobre sus propios designios y su vida.
En resumen, es necesario tener la intención de no volver a pecar para que haya un arrepentimiento verdadero. En el caso del suicida, este arrepentimiento es difícil, aunque no imposible, tal como afirma el Catecismo:
2283 "No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida."
En segundo lugar, el suicida demuestra una completa falta de fe en Dios. La Biblia nos dice que "el justo vivirá por la fe" (Romanos 1, 17).
Entonces, ¿qué clase de fe es ésta que no confía en Dios como Aquél que dispone las circunstancias de su vida? ¿Qué clase de fe es ésa que no permite que Dios determine cuando debe vivir o morir? ¿Cómo podrías tú decirle a Dios, tal como hizo el Señor Jesús: "hágase Tu voluntad", cuando ni siquiera quieres dejarLo que determine en qué mundo quiere que vivas, en este o en el venidero?
El apóstol Santiago dijo: "Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma." (Santiago 2, 17).
El suicida demuestra una completa carencia de fe y confianza en Dios. No permite que Dios disponga los acontecimientos de su vida según Su voluntad, ni siquiera en lo más básico de la vida: cuando se debe morir. Y es Dios quien dice: "Yo hago morir, y Yo hago vivir" (Deuteronomio 32, 59).
Por consiguiente, no puedes decir que eres una persona con fe, si consciente y voluntariamente, con premeditación y alevosía, apagas tu propia vida como si fuese una vela. ¡No te engañes a ti mismo!
Se puede concluir que la inmensa mayoría de los suicidas se lanzan ellos mismos hacia el tormento eterno del infierno tan pronto como su vida termina. El apóstol San Pedro nos advierte que los hombres deben rendir cuentas a Dios, Quien es el único que juzgará a los vivos y a los muertos (I Pedro 4, 5).
No te confundas, el suicidio no es un camino hacia la paz, sino la autopista hacia el infierno eterno de casi todos los que tienen éxito en su intento.
Sobre el infierno es necesario enfatizar su eternidad. El infierno dura para siempre. ¡No hay vacaciones en el infierno! Dios creó a los hombres como seres eternos destinados a vivir para siempre. Y la duración eterna del infierno es posiblemente lo más espantoso de todo lo que se puede decir sobre él. El infierno empieza para el suicida tras la muerte, y ya no terminará jamás.
Como ejemplo vívido de lo que aguarda por los pecadores no arrepentidos, podemos citar el infierno que los tres niños vieron en Fátima, en 1917. He aquí la descripción que Lúcia hace del lago de fuego:
"Ella (la Virgen María) abrió Sus manos una vez más, como lo había hecho los dos meses anteriores. Los rayos [de luz] parecían penetrar la tierra y vimos, por decirlo así, un vasto mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma humana. Llevados por las llamas que de ellos mismos salían, juntamentecon horribles nubes de humo, flotaban en aquel fuego y caían para todos los lados igual que las pavesas en los grandes incendios sin peso y sin equilibrio, entre gritos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de espanto. (debió haber sido este espectáculo lo que me hizo gritar, como dice la gente que así me escuchó). Los demonios se distinguían por formas horribles y repugnantes de animales espantosos y desconocidos pero transparentes igual que carbones encendidos. Esa visión duró sólo un momento, gracias a nuestra bondadosa Madre Celestial, Quien en la primera aparición había prometido llevarnos al Cielo. Sin esto, creo que hubiéramos muerto de terror y miedo."
Piénsalo bien, después de leer este texto, ¿aún crees que encontarás en la muerte esa paz que andas buscando? ¿Te parece un cambio ventajoso el infierno por los problemillas que ahora tienes?
Una de las razones más importantes para no finalizar con tu vida es mantener la relación con Dios. Mientras continúas viviendo, existe la posibilidad de que puedas buscar a Dios y encontrarLo. Con la muerte, esta posibilidad se desvanece definitivamente. No existen segundas oportunidades tras la muerte.
Las palabras de los profetas en la Biblia te gritan para que busques a Dios mientras Él puede ser encontrado. LlámaLo mientras aún está cerca. Abandona tus actos de pecado y cesa de pensar sobre todo aquello que es malvado y egoista, y retorna a Dios (Isaías 55, 6-7).
Jesucristo nos urge: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán" (Lucas 13, 24).
Busca a Dios con toda tu mente. BuscaLo y haz ese cambio de corazón imprescindible para la vida eterna. A no ser que tu corazón corrompido sea purificado por el poder de Dios, permanecerás en un estado de inconversión hasta que mueras y entonces te encontrarás con el Juicio de Dios.
La vida eterna se encuentra solamente en Jesucristo. Cristo clamó que era el único Camino por el cual el hombre puede ser liberado del pecado y del egoísmo y ascender directamente hacia Dios: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino es por Mí" (Juan 14, 6).
Es de la mayor importancia para ti volver a Jesucristo y buscar la vida eterna en Él antes de que sea demasiado tarde.
El alma que está ansiosa de realizar la voluntad de Dios, no se encuentra consumida por el orgullo, el amor a sí misma, y la autogratificación, y por lo tanto, está menos tentada por motivaciones egoístas para acabar con su propia vida.
Ahora vamos a hablar sobre como vencer la tentación del suicidio. ¿Qué pasos puedes tomar para reducir la posibilidad de acabar con tu propia vida? Te puedo sugerir una decena de remedios con los cuales, si los sigues, puedes fortalecerte en esta lucha:
1º Mantén el temor de Dios ante ti en todo momento. Deja que los terrores del Todopoderoso te mantengan alejados de cualquier pensamiento suicida. La condición en la que puedes encontrarte a ti mismo inmediatamente después de tu suicidio será mucho, muchísimo peor que cualquiera que sean tus circunstancias en el presente. "El temor de Dios es el principio de la sabiduría" (Proverbios 9, 10).
2º Trata de mantenerte ocupado. Se dice que la mente ociosa es el taller del diablo. Mantente siempre ocupado haciendo cualquier cosa, incluso si no es más que una distracción de cualquier tipo. Búscate un pasatiempo. Practica deporte. Un cuerpo y una mente ocupada en actividades tiene menos tiempo para pensamientos perniciosos.
3º Evita estar solo demasiado tiempo. Busca otra gente para relacionarte, especialmente si estás depresivo y melancólico.
4º Evita lugares, situaciones y cosas que puedan incrementar la tentación. Permanece lejos de lagos, mares, acantilados y otros lugares peligrosos. No tengas ningún arma al alcance de la vista ni de la mano. Si tienes armas en casa, procura mantenerlas siempre lejos de tu alcance. Aleja todo aquello que te recuerde al suicidio o pueda significar muerte o destrucción.
5º Si sufres de una depresión crónica, busca el consejo de un buen médico para que te ayude a tratarla. Quizás tengas algún tipo de desequilibrio químico que contribuye a mantenerte en ese estado. La mayoría de los suicidios son cometidos por personas con depresiones crónicas.
6º Evita el consumo de alcohol o de medicamentos que alteren tu estado mental. No busques ahogar tus penas en una taberna. Una persona está mucho más inclinada a cometer tonterías cuando está borracha o drogada. El alcohol es un elemento a tener muy en cuenta en el porcentaje total de suicidios.
7º Revela tus tentaciones y luchas a tu confesor, a un ministro de la Iglesia o a un amigo piadoso. Pídele que rece por ti y contigo para vencer las tentaciones de la auto-destrucción. La oración es un arma muy poderosa, y debes practicarla con regularidad y constancia para lograr acabar con todas estas tentaciones demoníacas.
8º Memoriza algunas citas bíblicas para ayudarte a resitir las tentaciones del diablo. Santiago 4, 7: "Someteos, pues, a Dios. Resistid al diablo, y huirá de vosotros." I Juan 3, 15: "Todo aquel que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permaneciendo en él." Colosenses 3, 2: "Ocupad la mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra." Apocalipsis 21, 8: "Pero, para los cobardes e incrédulos, para los abominables y homicidas, para los fornicarios y hechiceros, para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda."
9º Procura buscar la alegría de vivir. Debes dar aprecio a las cosas pequeñas de cada día y procurar encontar en ellas la sensación de alegría y vitalidad que tanto ayuda a superar las contrariedades. El mismo Jesucristo recomendó encarecidamente estar alegres y esperanzados ante la próxima venida de Su Reino; Mateo 5, 12: "Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos". San Pablo nos repite el mismo consejo en Tesalonicenses 5, 16: "Estad siempre gozosos".
10º Reza para poder dominar tu orgullo, la autosuficiencia, y el amor exagerado hacia las cosas de este mundo, así como los sentimientos de desesperación. Debes tener claro que las cosas de este mundo sólo duran un breve tiempo, mientras que una vez que pases el umbral de la muerte, entrarás en la eternidad, y no hay posibilidad de retornar, ni de arrepentirse, ni de volver atrás. Tómate las cosas de esta vida con calma, y mantén la moral y el orden, teniendo siempre presente que la vida auténtica está aún por venir.
Cuando el apóstol San Pablo estaba prisionero en Filipos, tuvo lugar un terremoto, las puertas de la celda se abrieron, y los prisioneros vieron como se quebraban sus cadenas. El carcelero fue despertado de su sueño, y temiendo ser ejecutado si alguno de sus prisioneros ya había escapado, extrajo su espada de la vaina para matarse. San Pablo lo detuvo inmediatamente:
"No te hagas ningún mal" (Hechos 16, 28). Palabras llenas de sabiduría que finalmente el carcelero tomó en consideración.
Palabras que ahora te repito a ti, si estás pensando en matarte. Te lo ruego, en el nombre de Dios: No te hagas ningún mal.
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