El caso siguiente fue dado por Dios a los hombres como un signo de alerta ante las artimañas del diablo. Tal como se explica en el mismo exorcismo, esta posesión tan larga constituye una llamada de atención a los hombres sobre la batalla que todos los días se desarrolla en el mundo espiritual entre ángeles y demonios en su constante lucha por las almas humanas. Es por consiguiente un caso-signo que Dios ha concedido a la humanidad para que tome conciencia de la posibilidad de quedar infectado por estos espíritus malignos que sólo buscan la condenación del mayor número de almas posibles. Lo publicamos sin ánimo de lucro en este sitio gratuito de internet para contribuir a la concienciación tanto de creyentes como de no creyentes.
El caso de Marta aparecíó publicado en agosto del año 2004 en el tratado Svmma Daemoniaca del exorcista José Antonio Fortea. Por su extraordinario interés consideramos imprescindible divulgarlo por todos los medios posibles a fin de que se cumpla el propósito que Dios deseó para este caso, es decir, que sirva para la concienciación de los hombres sobre el fenómeno de los espírítus demoníacos.
El caso de Marta aparecíó publicado en agosto del año 2004 en el tratado Svmma Daemoniaca del exorcista José Antonio Fortea. Por su extraordinario interés consideramos imprescindible divulgarlo por todos los medios posibles a fin de que se cumpla el propósito que Dios deseó para este caso, es decir, que sirva para la concienciación de los hombres sobre el fenómeno de los espírítus demoníacos.
El caso de Marta.
Un caso real de posesión demoníaca.
El extraño caso que aquí se cuenta, resulta extraño incluso para mí mismo. Y si me fue resultando menos extraño fue porque se fue desplegando paulatinamente. No hace falta decir que de todo lo que se cuenta en estas líneas fui testigo ocular. Dentro de un siglo o dos, sin duda algún investigador tratará de teorizar acerca de lo que verdaderamente pasó. Pero yo sé lo que realmente sucedió. Los sucesos están frescos, demasiados testigos siguen vivos. Ahora, todavía, no caben las teorías que desdigan lo que aquí se dice, pues los testimonios son demasiado numerosos. Los hechos, de momento, no dejan lugar a teorías oscuras. La luz que nos ha cegado todavía disipa la oscuridad de esas teorías, la oscuridad de esas explicaciones que en el futuro negarán lo que aquí se cuenta. Pero yo estuve allí, y cuento lo que vi.
Todo lo que voy a contar en esta historia como sacerdote puedo asegurar que es verdad, todos los nombres son reales. Y cada vez que se da un nombre, se ofrecen datos adjuntos para poder comprobar que son personas reales a las que se les puede consultar. No obstante, un sólo nombre es ficticio, el de la posesa, a la que se le adjudica el nombre ficticio de Marta. Conocedor como soy de los verdaderos nombres de la posesa y su madre, callaré sus identidades. Después de un año viéndonos semanalmente, no sólo los nombres, apellidos, trabajo, lugar de residencia y teléfonos, sino toda su vida era conocida por mi, porque ya entraron a formar parte de mi vida. Aquellos que viven una tragedia como un naufragio o una guerra y pasan meses juntos establecen vínculos y lazos que permanecen para toda la vida, así también las muchas cosas que vivimos durante más de un año, los muchos sufrimientos, llantos, risas y alegrías han hecho que aquella madre e hija formen ya parte de mi familia.
En el año 2001 yo vivía mi tranquila vida como párroco de una deliciosa parroquia sin saber que una perfecta desconocida llamada Marta y que estaba luchando por su vida en un hospital, me iba a cambiar la vida. Vivía lejos de mí, en otra provincia, nunca nos habíamos conocido, y, sin embargo, nuestras vidas se iban a entrelazar de un modo inextricable. los médicos comentaban la extraña enfermedad que padecía aquella universitaria vigilada 24 horas en la UCI un extraño síndrome cuyo nombre callaré para evitar la identificación de esta jovencita de una carrera de ciencias. La chica estuvo al borde de la muerte durante doce días mientras su madre no hacía más que rezar y rezar para que su hija viviera.
la enfermedad pasó. La joven volvió a su casa. La vida de aquella madre e hija que vivían solas debía haber vuelto a la normalidad. Pero no fue así. La madre comenzó a notar cosas extrañas. Ruídos, crujidos de difícil explicación recorrían la casa. Trató de no darle mayor importancia.
Sin embargo, pronto comenzó a notar en su hija reacciones que en ella no eran normales. Había discusiones a la hora de ir a misa en los días festivos, en algunos momentos mostraba animadversión hacia lo religioso, bostezos casi continuos en el momento en que ella, la madre, comenzaba a rezar, a veces una mirada aterradora que jamás había visto en su hija. La hija comenzaba a mostrar dificultad para centrarse en sus estudios, embotamiento, dolores punzantes y repetitivos en cualquier parte del cuerpo, sobre todo en la cabeza.
Pero todo esto sólo era el comienzo, un día estaban madre e hija juntas en el salón cuando la madre aterrada observó sin dar crédito a sus ojos como su hija entraba en trance, se quedaba inmóvil y comenzaba a levitar con el butacón. La madre no podía creer lo que estaba viendo. El pesado butacón con su hija sentada encima se levantaba lentamente del suelo un palmo, permaneciendo suspendido en el aire. Desde ese momento tuvo la invencible seguridad de que lo que tenía su hija no era nada que pudiera ser curado con medicinas. Seguridad inconmovible que le acompañaría durante los dos años siguientes. Todo esto puede parecer increíble al incrédulo, puede ser motivo de mofa para el escéptico... pero cuando se ve no hay lugar para el escepticismo. Cuando uno ve con sus propios ojos estas cosas la incredulidad ya no es posible. La sonrisa del escéptico se hiela en la cara, los ojos refutan todas las teorías. Las razones nada pueden frente a lo que ven los ojos.
En ese momento comienza un peregrinaje eclesiástico, peregrinaje que cuento con la esperanza de que aprendiendo en cabeza ajena se pongan los medios para que no tenga que volver a repetirse nunca más. Cuento este viacrucis eclesiástico para que aprendiendo en cabeza ajena (o dicho de otra manera, aprendiendo a costa de sufriemiento ajeno), los que tengan autoridad en la Iglesia entiendan que hay que tomar medidas para que casos así no se repitan.
La madre pidió audiencia con el obispo de su diócesis. Penetró en las estancias de palacio con la confianza de una hija que va a pedir ayuda a su padre, a un sucesor de los Apóstoles. Comprobó que si los curas habían sido tajantes, el obispo, por el contrario fue exquisitamente diplomático y cortés. Le aconsejo como primera medida que vaya a un psiquiatra, usted y su hija. La mujer se marchó confiada pensando que por fin su hija iba a ser atendida. Vana ilusión. No sabían que tras la despedida del prelado, éste dio la indicación a su secretario de que nunca más volviera a concederles audiencia.
Pero la madre hizo justamente lo que le había indicado el obispo, ir a un psiquiatra. El psiquiatra escribió un informe indicando que la chica estaba mentalmente sana. Pero cuando quisieron volver a ver al obispo, se encontraron con que éste había dado órdenes tajantes de que no se les volviera a conceder audiencia. La madre no cejó en su empeño. Y las dos comenzaron a peregrinar por los deapchos e iglesias de párrocos, religiosos y vicarios episcopales, un esperanzado viacrucis de petición de ayuda, una ayuda a la que tenían derecho, pero al fin y al cabo un itinerario de audiencias con bastante poco resultado.
La madre, como el proceso de búsqueda de exorcista se alargaba comenzó a rezar al lado de su hija, fue entonces cuando aterrada observó como la hija se convulsionaba sobre la cama. Eran unas convulsiones terribles, el cuerpo de su hija se levantaba medio metro sobre las sábanas como un juguete de peluche sacudido por una fuerza tremenda. Aquellas convulsiones pasaron al cabo de unos minutos, pero la tragedia que iban a vivir sólo estaba comenzando.
Días depués, madre e hija fueron a ver a un sacerdote. Pidieron hablar a solas con él. Cuando la madre le explicó su caso, el sacerdote sonrió con la mayor de las incredulidades. La madre estaba llena de aflicción, le pedía ayuda, pero el sacerdote les aconsejó un psiquiatra. El sacerdote no sólo les aconsejó eso, sino que les trató con el mayor de los desprecios. Aquel hombre que representaba la fe, que se suponía que era un mensajero de la fe, les trató con una dureza que ambas recordarían durante los años siguientes con gran dolor. La negativa a ayudarles marcó el comienzo de las visitas a una larga lista de sacerdotes y religiosos en general. Todos se mostraron férreos en sus respuestas. Vaya a un psiquiatra. Ninguno de ellos se molestó en examinar a su hija. ¿Para qué? La hija llegó incluso a ser explusada de malas maneras de un confesionario cuando trató de suplicar, de implorar, ayuda de un jesuita.
Una madre puede llegar a ser insistente hasta límites increíbles. Así que la madre la llevó un día a su parroquia, iglesia distinta de la de los religiosos a los que había acudido la primera vez. Le pidió al párroco que la bendijera. Él lo hizo sin darle mayor importancia, cuando de pronto se encontró con la chica furiosa cayendo al suelo y revolviéndose allí en la sacristía. Los gritos, la mirada, la furia era tal que el anciano párroco se llevó un gran susto, para ser exactos. el susto de su vida. El sobresalto fue tal que nervioso cogió el teléfono y llamó a uno de los vicarios episcopales. Mira, no tengo ni idea de qué sea esto, pero lo que acabo de ver no es normal, debió decirle. Al final uno de los vicarios episcopales, en un alarde de generosidad, ante la insistencia de la madre, ante el párroco que comenzaba a ponerse al lado de la madre, envió un psiquiatra a que la examinara. Sólo la sacristía fue testigo de aquella hora de conversación entre el médico y la chica.
Como es lógico el informe sobre elcaso se entregó al vicario episcopal. Dijera lo que dijera el médico lo cierto es que al final el vicario logró del obispo que diera permiso al párroco para que la exorcizara. El párroco, sin usar ritual alguno, comenzó a darle bendiciones y a rezar por ella. Hay que hacer notar que el cura hizo exactamente lo inverso a lo que hay que hacer en estos casos. Ojalá que el párroco hubiera visto al menos El Exorcista. Pero parece que ni de esa mínima formación gozaba, pues hizo justo al revés de lo que se debe. Entre otras cosas, cuando el demonio comenzaba a gritar o a agitarse, paraba sus oraciones hasta que se tranquilizara. O sea, justo al revés. Así, de este modo tan infructuoso siguieron un par de breves e inútiles sesiones. Sea por la impresión de lo que vio, sea por la edad, sea por lo que sea, el párroco enfermó gravemente y hasta esas oraciones se detuvieron sine die. La enfermedad se veía que iba por lo menos para varios meses.
mientras tanto en casa la madre no podía hacer la más leve oración en presencia de su hija. Cualquier rezo por breve que fuera, incluso en silencio, provocaba en Marta gritos, amenazas y unas miradas verdaderamente malignas que helaban la sangre de la madre. Al detener sus oraciones, la hija volvía a su estado normal y no recordaba nada. La madre si rezaba debía hacerlo en otra habitación, y aun así su hija entraba en trance en la habitación de al lado. Mientras tanto la vida de la madre y la hija fuera de casa, continuaba normal. La madre seguía trabajando en su puesto de trabajo y la hija seguía yendo a la universidad sin que nadie sospechara nada.
Pero la madre estaba decidida a que las noches de pesadilla que estaban pasando en casa acabaran. En cierta conversación con un sacerdote, éste le dijo. No tenemos a nadie preparado para ocuparse de estos casos.
-¿Pues adónde debo ir? -preguntó desesperada la madre.
Como el sacerdote no le daba respuesta la madre dijo con la mayor mansedumbre.
-Mire, he leído que en Roma hay un exorcista -el padre Gabriele Amorth-, yo pago el viaje a uno de sus sacerdotes para que vaya, se prepare y pueda ayudar a mi hija.
Pero no, ni con tantas facilidades lograría que su hija fuera atendida. El párroco y uno de los vicarios episcopales estaban dispuestos a ayudarla, pero buena parte del clero seguía pensando que esto eran cosas del pasado. Después de tantos meses, después de tantas puertas a las que había llamado, una cosa quedó clara, de su diócesis no podía esperar la solución del problema de su hija. ¿Qué podía hacer? Se le ocurrió a la madre pedir en información el número de casi todos los obispados de España. Les llamó y les fue preguntando si en esa diócesis había algún exorcista o algún sacerdote que pudiera atender el caso de su hija. El resultado fue negativo. En todas se les dijo que no había nadie. La madre no hacía cada día más que rezar y rezar por que el Señor arreglara el problema de su hija. Con lágrimas y horas y horas de rosarios la madre veía con tristeza que estaban en un callejón sin salida. Estuvo pensando en ir a Roma a ver al exorcista de Roma, el padre Gabriele Amorth.
Tiempo antes, uno de los vicarios episcopales había logrado contactar con un sacerdote de Roma que habló con el exorcista de la diócesis de Roma para consultarle si debía aquella mujer trasladarse a que él la viera. El padre Amorth le envió un fax. En él se decía que no se desplazara a Roma, sino que se le exorcizara en España. Era lógico que le respondiera eso, ¿cuánto podía durar un exorcismo? Podía ser cosa de una sesión, de semanas o de meses. no podían hospedarse en Roma indefinidamente.
La madre estaba bastante desesperada. Era una mujer bondadosa, afable, muy religiosa, jamás se hubiera esperado una respuesta así no de un clérigo u otro, sino de todos. El padre Gabriele Amorth, el único experto que conocía y que estaba dispuesto a ayudarle le decía que no fuera a Roma. Evidentemente una estancia de meses en el extranjero, abandonando la madre el único trabajo que las mantenía, las hubiera dejado en la bancarrota.
La madre y la hija seguían solas, su padre había muerto hacía años. Ambas se querían mucho y todos estos sufrimientos reforzaban más y más su afecto. Parecían completamente abandonadas a su suerte, pero es interesante advertir que en una de las últimas y tormentosas conversaciones con un religioso de su ciudad la hija sacó fuerzas de donde pudo y tuvo esta despedida enérgica. Padre, si usted no me ayuda, Dios me ayudará.
La madre era una mujer de fe, y creía en lo que su hija acababa de decir, pero no se veía luz al final del túnel, ni el más leve rayo de esperanza. Sin embargo, no se imaginaba aquella mujer dolorida hasta qué punto Dios la había inspirado al decir estas palabras. No se imaginabga cuan generosamente, cuan sobreabundantemente, el Todopoderoso las iba a ayudar. Aquel religioso debió volver a sus quehaceres sin pensar que Dios le podía haber hablado a través de aquella chica. No debió darle vueltas al mensaje tan terrible que Dios le estaba dando. Padre, si usted no me ayuda, Dios me ayudará.
La vida continuó para ellas, una vida alterada en que lo paranormal se hacía presente cada día. Una vida en que la hija sólo podía rezar con esfuerzos titánicos, para caer finalmente en la pérdida de la consciencia primero y en los gritos después. En estos casos, si la familia puede pagarlo, el final de este tipo de personas suele ser el internamiento en un centro psiquiátrico. Una cadena perpetua en busca de una salud mental que nunca acaba de llegar. Afortunadamente el que la madre hubiera presenciado la levitación del butacón con la hija encima había alejado la peligrosa quimera de buscar la solución por ese camino que la hubiera llevado a la locura. La medicación actuando sobre su cerebro, en internamiento en un centro, hubieran llevado a aquella universitaria sana a la demencia. Pero la madre resistía y la hija se ponía en las manos de Dios. Las dos guardaban su secreto sin hacer partícipes de él ni a familiares ni amigos. Ni siquiera los hermanos mayores de Marta o sus tíos sabían nada del calvario que estaban sufriendo aquellas dos mujeres. Los meses siguieron transcurriendo.
Al final y a través de un cúmulo de casualidades -Dios está siempre tras las casualidades-, supieron de un sacerdote que atendía casos de supuesta posesión. Sacerdote el cual que soy yo. Tras teinta o cuarenta llamadas buscando o preguntando, por fin dieron con mi número telefónico. Cuando oí la humilde voz de la madre oí la voz de alguien que ha sufrido mucho. La voz mansa y afligida de los que han sufrido mucho durante años, es una voz especial. Aquella mujer con una grandísima humildad, con miedo de inpacientarme, de dar un paso en falso, me preguntó si podía explicarme su caso porque necesitaba ayuda. Le dije que por supuesto, que la escuchaba. Le dio un vuelco el corazón, se debía esperar que le dijera que no tenía tiempo, que no podía ayudarla, que se dirigiera a su diócesis o lo que fuera. Pero ante su sorpresa le dije que le escuchaba. Depués de tantas puertas cerradas, todas, alguien del clero la escuchaba. Me explicó su caso. Yo vi que por lo que contaba era un caso claro de posesión así que fui a por mi agenda y le di hora y día para que me vinieran a ver en mi parroquia.
Cuando varios días después llegaron a mi parroquia les escuché, les hice las preguntas que consideré pertinentes y después oré por ella. Al momento dio todos los signos de posesión.
Mara Marta y su madre, tras dos años, su tiempo de espera por fin había acabado. Tenían que venir de lejos, cada viaje que iban a hacer de ahora en adelante, suponía una serie de incomodidades para ellas. Graves incomodidades que no puedo especificar como otros tantos detalles de esta historia, para no revelar ningún hecho que permita identificarlas. Pero a pesar de que cada sesión suponía un inmenso sacrificio por el mero hecho de tener que llegar hasta mi parroquia, las sesiones de oración por Marta darían comienzo de inmediato y ya no se detendrían hasta que el demonio saliera.
Así aquel sábado 2 de marzo de 2002, dieron comienzo las oraciones por aquella chica. Oraciones que pensaba que se prolongarían en todo caso dos o tres días más. Iluso de mí, no sabía lo que aquella chica tenía dentro, no sabía los planes que tenía Dios para aquel caso.
Aquel día estuvimos dos horas orando. Digo estuvimos, pues había pedido a cuatro personas que vienieran a orar por ella y a ayudarme a sujetarla si era preciso. Al poco de dar comienzo a las oraciones, le pregunté al demonio que cuántos había dentro. Contestó que cinco. La chica presentaba los signos normales de posesión. Las cosas sagradas (crucifijos, agua bendita, santo crisma) le producían una profunda aversión que le llevaba a gritar y retorcerse. Habíamos colocado una colchoneta allí en el suelo, ante el altar, sujetándola entre varios sobre esa colchoneta, procedimos a pedir a Dios la liberación de ella.
Cuando le pregunté en latín a aquel demonio cómo había entrado se resistió a responder. Pero insistí en la orden en el nombre de Jesús. Aquel demonio no quería hablar, pero el nombre de Jesús le obligaba. En ese nombre santísimo hay un poder que fuerza a los demonios a responder. Al final respondió. Pero cuando lo hizo yo no entendí nada. Era el nombre de un chico. ¿Qué significaba aquello? La madre me dijo que era el nombre de un compañero de clase de su hija. En latín volví a insistir en que me dijera de qué medios cocretos se había servido para entar en esa persona. Tras insistir yo en mi orden, la respuesta entrecortada que obtuve fue hechizo de muerte. Todo estaba claro. La enfermedad que había padecido y que casi la había matado era el fruto de un hechizo que había llevado a cabo ese chico. Por las muchas oraciones de su madre Marta se había salvado, pero había quedado posesa. Normalmente este tipo de cosas no suceden aunque alguien haga un hechizo, pero cuando se invoca a estas fuerzas demoníacas cualquier cosa puede pasar. Cuando una persona va a misa y se confiesa está protegida por Dios. Y probablemente si hubiera rezado el rosario hubiera estado protegida. Pero sólo con la misa, y aún confesándose de vez en cuando, no fue suficiente para que el hechizo no hiciera efecto en su cuerpo en forma primero de enfermedad y de posesión después.
A partir de entonces tuvimos una sesión cada semana, de dos horas y media. Un día a la semana, durante toda la mañana, nos encerrábamos en la capilla situada bajo el templo propaiamente dicho, una capilla bajo tierra y con paredes de hormigón, y orábamos con fervor a Dios para que librara de aquel mal.
Al principio de cada sesión siempre comenzaba la oración arrodillado en la capilla, pidiéndole a Dios que nos ayudara y nos iluminara. En silencio, en el interior de mi corazón decía esta oración. Dios Padre, derrama sobre nosotros la Sangre que Tu Hijo vertió en la Cruz por amor a los hombres, y que esa Sangre preciosa nos proteja de todo ataque del maligno. Tras eso pedíamos a todos los santos que nos ayudasen. La letanía incluía a todos los santos que venían a mi memoria. Y después seguíamos orando horas y horas. Horas y horas, días y días, semanas y semanas. Y lo que fue más duro para Marta, meses y meses. Al menos la chica al acabar cada sesión no recordaba nada, lo cual era una gran ventaja. Sólo tenía una vaga sensación como de haber pasado por una pesadilla.
En las sesiones estábamos normalmente cuatro o cinco personas rezando el rosario todo el tiempo. Las sesiones a nadie dejaban indiferente. A unos les impactaban más y a otros menos. Algunos quedaban aterrados ante aquellos gritos y convulsiones. Pero conforme pasaba la primera media hora y veían que no pasaba nada más incluso los más impresionables se iban tranquilizando. Una de las cosas que a mí me edificaba profundamente era ver a la madre de rodillas sobre el duro suelo rezando rosario tras rosario durante horas.
A lo largo de todas las sesiones y años que llevo ayudando a la gente con este ministerio puede decir que he hablado muchas veces con el demonio. Por supuesto que estos diálogos han tenido lugar siempre a través de los posesos. Hablar con los demonios me ha revelado lo terrible que es su psicología. Cuando en medio de las oraciones, retorciéndose el poseso de dolor, le he dicho. ¡Necio!, ¿por qué sigues ahí dentro si estás sufriendo? Él me respondia sin dudarlo ni un segundo. Para hacer daño. Un demonio es un ser maligno que quiere hacerte sufrir con toda frialdad. Si puede durante años, y no sentirá piedad alguna. El demonio no siente compasión ni por un débil anciano enfermo ni por una linda niña rubia con toda la vida por delante. Sólo desea torturarte, que padezcas, abocarte a la desesperación, al alejamiento de Dios, conducirte hacia el suicidio, la locura, la depravación o hacia cualquier otra cosa que nos haga llevar una vida más miserable.
Marta tenía cinco demonios en su cuerpo. El primer demonio se llamaba Fausto, el tercero perfidia, el penúltimo en salir Azabel, y el último, el más poderoso, Zabulón. Uno se marchó sin decir el nombre. Todos los demonios, menos el último, fueron saliendo uno a uno en un total de ocho sesiones. Quizá Fausto no era nombre de demonio, sino de un espíritu perdido o de un alma condenada (a efectos del exorcismo, las almas condenadas se asimilan en todo a los demonios. Los espíritus perdidos son las almas de aquellos que han muerto sin pedir perdón a Dios, pero sin rechazarlo de forma definitiva. Estas últimas son almas dejadas para el día del Juicio Final).
Curiosamente al penúltimo demonio, Azabel, lo que más le atormentaba fue el sonido de los besos de la madre a un cricifijo que tenía en las manos. Insisto, descubrimos al cabo de horas de oración que era ese sonido lo que le volvía loco de dolor. Me vais a matar, repetía el demonio. Ya me habéis torturado bastante por hoy, decía suplicante. Cada vez que la madre de Marta besaba sonoramente el crucifijo que tenía en sus manos, la posesa se retorcía como si estuviera a punto de morir. Al final las convulsiones fueron tremendas, y salió. La tranquilidad volvió a la chica que yacía serena sobre la colchoneta.
Al seguir con las oraciones sabíamos que todavía quedaba un demonio. Zabulón. Cuando se le ordenaba que besara una estampa de la Virgen le daba mordiscos. Sin embargo, a pesar de esta rebeldía, cuando se le ordenaba beber el agua bendita en el nombre de Cristo, la bebía. Aunque había que ordenarle después que la tragara, pues de lo contario más de una vez algún poseso me ha regado la cara varios minutos después con el contenido de su boca. Cuando le ordenaba a Zabulón que repitiera versículos del prólogo del Evangelio de San Juan, lo hacía pero con rabia, como si las palabras fueran aceite hirviendo en su boca. Y, además, sempre que llegaba a la palabra Dios decía Él, para no pronunciar una palabra que le resultaba tan odiosa.
Es interesante referir que al investigar acerca del nombre Zabulón descubrí que ese demonio era la cuarta vez que aparecía en la historia. La penúltima conocida fue con el padre Cándido Amantini, maestro del padre Gabriele Amorth. Pero también vi que ese mismo demonio respondió que ese era su nombre en Loudum, cerca de la Rochelle en el siglo XVII en Francia en un exorcismo que se prolongó muchísimo y en el que ocurrieron muchos hechos extraordinarios. Y ya debía haber aparecido antes al menos una cuarta vez, porque el nombre de Zabulón ya había quedado reflejado en ciertos escritos medievales como un nombre perteneciente al demonio, aunque ya no había memoria de cuando había ocurrido la posesión en la que se obtuvo el conocimiento de su nombre. Es de suponer que en esas sesiones medievales debieron descubrir qué era lo que le torturaba en concreto a ese demonio. Pero tal información si alguna vez se consignó, se había perdido. Fue una pena, porque íbamos a necesitar de bastantes sesiones para descubir que a este demonio le atormentaba muchísimo tener que repeteir fragmentos de la Sagrada Escritura. Y especialmente todo lo relativo a Dios como Luz. Muchas sesiones antes había dicho. Yo vi la luz y me alejé de ella. Lo dijo con tremenda pena y rabia. No le dimos mayor importancia a aquella afirmación, pero la tenía.
He observado infinidad de ocasiones que cuando uno le ordena algo a un demonio como besar un crucifijo o decir una alabanza a Dios, se niega. Pero si uno se lo ordena en el nombre de Jesús y repite esa orden con fe, al final obedece. Pero es todo un espectáculo ver la cara de odio y repugnancia que pone el demonio al tener que besar una cruz o rezar una oración. Ese tipo de acciones le atormentan, le dan asco. Pero hay un poder que le obliga a hacerlo. Eso sí, hay que dar la orden en el nombre de Jesús, de lo contrario jamás lo hará. También se le puede ordenar: por mi poder sacerdotal... o por el poder de la Cruz de Cristo... o por los sufrimientos del Redentor en la Pasión... etc. Al demonio hay que ordenarle las cosas, no se le pide nada. Pero aunque hay que ser imperativo, no sirve de nada gritar o enfadarse. El darle órdenes de hacer cosas religiosas le atormenta mucho, de forma que hay un momento en que ya no aguanta más y se marcha. Todas las órdenes y oraciones le van debilitando, y al final no puede resistir la fuerza de las preces y sale.
En un momento dado, le ordené rezar la oración de la Salve, lo hizo al final, arrastrando las sílabas. El odio a la Virgen era tremendo, ya de por sí era una predicación, una predicación de amor a la Virgen. Porque, evidentemente, si los demonios odian tanto a la Virgen María es que Ella es poderosísima. No en vano tiene el título de Reina de los Ángeles.
Cuando el demonio rezó la Salve dijo: Dios te salve Reina y Madre, esperanza vuestra, a ti llaman los desterrados hijos de Eva... Todas las oraciones y textos de la Sagrada Escritura, si se le hacen repetir, los recita, pero cambiando aquello que no se refiere a ellos, los demonios. Por ejemplo, cuando el Evangelio de San Juan dice que la Palabra plantó su tienda y habitó entre nosotros, el demonio dice y habitó entre vosotros. Le he mandado repetir infinidad de textos durante meses, nunca lo he cogido en ningún error. A veces le he hecho repetir frases teológicas que le atormenaran especialmente. Y él las ha repetido, pero alguna de ellas yo no me había dado cuenta de que para un espíritu caído no era válida. En esos casos, el demonio al instante ha exclamado: ¡eso no! En todos los casos, lo he meditado un momento y me he dado cuenta de que tenía razón.
Nunca en tantos meses el demonio que repetía las frases que le mandaba repetir se equivocó, ni una sola vez. Dada la duración de las sesiones, dado que estaba improvisando sobre la marcha, en alguna ocasión yo si que me equivoqué. Por ejemplo, si le decía que repitiera Dios es Rey. Él lo repetía. El Señor me creó, lo repetía. Pero poco a poco iba diciendo cosas que le atormentaran más, pero algunas de más complejidad teológica. Por ejemplo, si le mandaba repetir cuanto más me valiera no haber desobedecido, lo decía. Pues esta aseveración sólo implicaba el reconocimiento intelectual de que su opción le había traído perjuicios.- Pero en un momento le mandé repetir me arrepiento de haberme alejado de Dios. Entonces dijo ¡no! Yo insistí en mi orden, finalmente me dijo rabioso: si quieres lo repito, pero no es verdad.
Otra cosa interesante de observar es que cuando a un demonio se le ordena en el nombre de Jesús que responda a una pregunta, una de dos, o se calla o si responde dice la verdad. Desde luego, si se insiste en el nombre de Jesús acaba diciendo la verdad, porque a veces la primera respuesta puede ser cualquier cosa.
Sólo una vez por más que le di vueltas pensé que Zabulón me estaba engañando por más que insistí en mi orden, el hecho me dejó muy perplejo. En un momento dado invoqué a varios santos. En mi oración en voz alta le pedía a la madre Teresa de Calcuta y a José María Escrivá de Balaguer que nos ayudaran. Entonces aquella voz desagradable habló, cosa extraña, pues casi nunca decía nada salvo que se le obligara a hablar. Pero en esa ocasión dijo: ella si que es una santa (la madre Teresa de Calcuta), él no (Josemaría Escrivá de Balaguer). Yo le repliqué al momento diciéndole que estaba mintiendo. El demonio me dijo: piensa lo que quieras, pero no es santo. Le dije que creía a la Iglesia, y si la Iglesia me decía que Josemaría Escrivá era santo, pues lo era, y punto. Y es más, quise comprobar el poder del nombre de Cristo y le ordené que dijera la verdad. Pero ante mi sorpresa, por más que se lo ordené se mantuvo en su afirmación sin ceder.
Aquello me dejó muy perplejo. Era la primera vez que sucedía. Hasta entonces el poder del nombre de Jesús siempre le había obligado a decir la verdad. Durante un día le di muchas vueltas y al día siguiente de forma repentina me vino a la mente la respuesta. Respuesta que me llenó de alegría, porque podía seguir confiando en el poder del nombre de Jesús. Y de admiración, porque nunca pensé que el demonio podía ser tan escurridizo, tan serpentino y astuto en un simple comentario hecho tan de paso. El demonio no había rectificado porque había dicho la verdad. Cuando dijo que la madre Teresa de Calcuta era una santa se refería a que había llevado una vida santa y ejemplar. Pero cuando dijo que Josemaría Escrivá no era santo, era verdad, pues todavía no había sido canonizado. Iba a ser canonizado la semana siguiente, pero todavía no estaba canonizado. El demonio había usado esa argucia semántica para sembrar la duda. La madre Teresa era santa de facto, Josemaría Escrivá no lo era de iure. Aunque Zabulón no era Satán, Padre de la mentira, si que era maestro del error y estaba dispuesto a usar en una frase un término en dos sentidos distintos, pero verdaderos, con tal de sembrar la desconfianza hacia la santidad hacia el, entonces, beato Josemaría y hacia el juicio de la Iglesia. Debo reconocer que su semilla diabólica, semilla que siembra la duda, hizo que desconfiara por un momento del juicio de la Iglesia, y por ende de la vida de aquel beato. Por un momento en aquella cripta bajo tierra, capilla iluminada por las velas; solos como estábamos (la madre, la posesa y yo), la siembra de la duda comenzó a echar sus malignas raices en mi mente. No lo digo por quedar bien, pero no consentí en la duda. En cuanto vino a mi mente la advertencia del pecado que se me presentaba en aquel pensamiento, lo deseché.
Pero la duda era tremenda, era la duda acerca del juicio de la Iglesia, acerca de la vida de un santo y, en definitiva, acerca de la bondad de una institución de la Santa Madre Iglesia. Yo había improvisado sin pensarlo aquella invocación al beato, y el demonio, había añadido aquel comentario al instante, al segundo. Él conocía el más allá, él nunca había salido victorioso al poder del nombre de Jesús. Por más que le hubiera abrasado tener que reconocer la verdad y confesarla, siempre se había visto obligado al final a hacerlo. Aquel comentario venenoso que había lanzado el demonio, hubiera sido muy destructivo si hubiera habido personas alredodor menos formadas. Pero al día siguiente, cuadno me vino a la mente la solución, vi con claridad que la astucia del demonio se volvía en su contra. Pues si aquel ángel caído había tratado de denigrar la santidad del nombre de aquel beato, entonces era el mayor elogio que podía hacerle. La mayor alabanza de su santidad era precisamente esa, el haber buscado una argucia tan astuta, tan retorcida, para atacarle.
Meditar sobre aquello me recordaría que Zabulón era también un teólogo. Aquel ser que se retorcía, gritaba y aullaba, sabía más Teología que yo. Y en un segundo había formado una frase cuya primera parte era verdadera de hecho y cuya segunda parte era verdadera de Derecho. Según se interpretara aquella frase era cierta la visión tradicional de la Iglesia o por el contariro era cierta una visión según la cual los juicios de la sede de Pablo podían ser errados, sus santos pecadores, y sus instituciones malas. Además se me presentaba la sencillez y santidad de la Madre Teresa frente al juicio de la Sede Apostólica. No podía decirse más, en menos. Afortunadamente, una argucia del Maligno cuando es descubierta y expuesta a la luz reafirma más justo aquello que trata de negar. Y a veces la sombra de una gran duda puede ser tan nefasta como la rotundidad de una pequeña negación.
Aunque aquella frase fue una obra maestra del arte de la duda, fueron innumerables los momentos en que pude comprobar que aquella voz que hablaba por boca de la posesa en Teología nunca erraba. Por citar sólo un ejemplo, irrelevante por otra parte, en una ocasión la madre de la chica le hizo una pregunta a la posesa en medio de una sesión. No contestó. Entonces le dije: repite lo que ha dicho tu madre. Al instante, sin dudarlo ni una fracción de segundo, aquella voz ronca y desagradabe dijo: yo no tengo madre. Era fácil cometer una equivocación así por mi parte, pero la voz nunca erró su respuesta durante meses.
Si le mandaba que alabara a Dios, podía hacerlo al final tras mucho ordenárselo, podía rezar el Sanctus de la misa, podía repetir frases tales como: cuánto más me hubiera valido obedecer a Dios; cuánto mejor hubiera sido no alejarme de la Luz; qué feliz sería si hubiese permanecido junto a la Palabra. Lo repetía con odio; pero lo repetía. Mas cuando, le dije que repitiera: me arrepiento de haberme alejado de Dios. Al instante, contundente, dijo: ¡no, eso no es verdad! Le ordené con las más imperativas conjuraciones en nombre de Dios a que lo repitiera. Al final me dijo: si me lo ordenas, lo repetiré, pero no es verdad. Lo medité y vi que tenía razón él. El demonio puede alabar a Dios, forzado, pero puede alabarle. Pero arrepentirse no puede hacerlo. Para eso es necesaria una gracia. Gracia que él ya no recibirá. Las primeras frases (cuánto más me hubiera valido obedecer a Dios, cuánto mejor hubiera sido no alejarme de la Luz, qué feliz sería si bubiese permanecido junto a la Palabra) si que eran ciertas, pues él con su inteligencia sabe cuánto ha perdido en su rebelión. Pero una cosa es saber eso con su inteligencia, y otra el acto sobrenatural del arrepentimiento. Ejemplos de este profundo conocimiento teológico tuve muchos.
Alguna vez que otra le hice alguna pregunrta a la que contestó: eso no es relevante. Efectivamente, el demonio no tenía ninguna obligación de contestar preguntas que fueran curiosas o que no sirvieran al caso. El demonio no tenía obligación de contestar y por más que oráramos la fuerza de la oración no sacaba de él ninguna respuesta porque Dios no le obligaba a ello. Por ejemplo, decía unas cosas muy extrañas en un idioma desconocido. Le pregunté qué idioma era ese, la respuesta fue que no era relevante y no hubo manera de sacarlo de su mutismo.
En otra ocasión estaba haciéndole repetir frases, frases teológicas que le atormentaban mucho, del tipo que he mencionado antes, llevámabos ya una o dos horas y yo ya estaba muy cansado, francamente muy cansado, entonces fruto de la fatiga no coordiné muy bien la frase, la traté de cambiar sobre la marcha (pues las improvisaba) y el resultado fue que me salió una afirmación teológica que no tenía ni pies ni revés. El demonio aunque no abrió la boca, puso cara de decir eres imbécil. Cualquiera que emplee un segundo en imaginar visulamente la escena se dará cuenta de lo gracioso que era aquello. Ante lo chusco de la situación no pude evitar el comenzar a reírme, de mi frase, de la cara de la posesa. Yo, como santa Teresa, tengo una risa bastante contagiosa, quizá un poco estruendosa, y el resultado es que en un ambiente tan serio y crispado, contagié la risa a todos. Cual fue mi sorpresa al ver que también el poseso en trance comenzó a reirse. Me quedé muy sorprendido. La risa fue leve, mínima, pero la había hecho. El demonio podía reirse. ¡Le había contagiado la risa!
Llegué a la conclusión de que el sentido del humor es consustancial a todo ser inteligente. Todo ser dotado de raciocinio puede sentir lo gracioso de una situación. Desde luego no había ningún problema teológico en que a un espíritu caído le hiciera gracia algo. El demonio como espíritu no puede reir. Algo le puede hacer gracia, pero reir es una operación corporal. Pero cuando posee un cuerpo, los sentimientos de su espíritu angélico si que en ocasiones se manifiestan a través del cuerpo que posee: llorando, dando gritos de horror, risa maligna, etc.
No lo he dicho al comienzo pero todas las sesiones de oración por Marta tuvieron lugar en mi parroquia. Una parroquia cerca a menos de media hora del centro de Madrid. En la iglesia hay varias capillas; todas las oraciones las hicimos en la capilla de Santo Tomás Becket que está bajo tierra lo cual hacía imposible que ningún sonido se oyera fuera de la iglesia. La capilla usada en invierno para las misas de los días de diario está presidida por el sagrario y una reproducción de metro y medio de altura que representa un fresco: un majestuoso cristo románico del ábside de San Clemente de Tahull. Dos bancos situados como dos coros monásticos recorrían las paredes de la capilla. La iluminación y el ambiente, tan románico, hacían que cualquiera que entrase se sintiese naturalmente inclinado a la oración.
En una sesión, comencé a orar, entró en trance, se quedó quieta, pero ni gritó, ni se agitó. No entendía que pasaba. Insistí, pero nada. Le levantaba los párpados, los ojos estaban en blanco, pero no hacía nada más. Al cabo de más de una hora por fin se agitó. En un momento dado hizo gesto con la mano de escribir. Le traje papel y bolígrafo. Y tumbada, sin mirar, con los ojos en blanco, escribió sobre el papel apoyado en su vientre la siguiente frase: tenía refuerzos. Estaba Satán, añadió.
Desde entonces, siempre oro antes de comenzar una sesión para que Dios derrame la preciosísima sangre de su Hijo sobre ese lugar de manera que no puedan otros demonios ayudar al que está siendo exorcizado. Después de pedir eso, con el hisopo, rodeo el perímetro interior de la capilla asperjiendo agua bendita.
Me pregunté por qué había escrito aquello de que tenía refuerzos. Me di cuenta de que el poder de nuestra oración a veces le obligaba a revelarnos cosas. Aquello de la escritura ocurriría más veces otros días, normalmente hacia el final de la sesión. En un momento dado, hacía con la mano el gesto de escribir y si le llevábamos papel escribía. Era curioso que al escribir no se salía del papel a pesar de escribir en una postura tan incómoda. Pues escribía tumbada totalmente, con el papel apoyado sobre su vientre, y con los ojos cerrados y en blanco bajo los párpados. Y no sólo no se salía del papel sino que incluso ponía los puntos sobre las íes. Curiosamente cada demonio tenía su estilo de letra. Un día, incluso, escribió en hebreo.
Como ya he dicho, los demonios no quieren decirnos nada que nos sirva, pero el poder de la oración les obliga. Y eso lo hemos comprobado porque a veces los rosarios y otras oraciones que hacíamos les forzaban a revelar lo que más les atormentaba o, incluso, a revelarnos lo que les iba a hacer salir. Pues cada demonio tiene algo que es lo que más le atormenta a él en especial.
Al demonio no hay que preguntarle nada ocioso. Pero algunas preguntas son útiles. Tales como el número de demonios que hay dentro, sus nombres, qué hay que hacer para que salgan... Los que no saben de esta materia dicen que no tiene sentido preguntarles, porque Satán es el padre de la mentira. Tienen razón, pero a veces el poder de Dios le obliga a responder. Si uno le conmina a decir la verdad en el nombre de Jesús una de dos: o no responde o si responde dice la verdad. Si siempre dice la mentira no tendría sentido preguntarle. Pero el mismo Jesús en ocasiones hizo preguntas a los demonios. El mismo Cristo le preguntó a uno cuál era su nombre, cuántos estaban dentro... tal como aparece en el capítulo del endemoniado de Gerasa en San Lucas.
La chica posesa en el momento que entraba en trance por supuesto obedecía a cualquier orden dada en latín. Un día le ordené: in nomine Iesu, vigesimum secundum psalmum dic. Que significa, en el nombre de Jesús, recita el salmo número 22. La posesa no dijo nada, pero cuando ya creía que no respondería comenzó a musitar: Dios mío, por qué me has abandonado. Me di cuenta de que ese era el comienzo de un salmo, pero no el 22. Fui a por una Biblia y comprobé que el demonio no se había equivocado. Sólo que yo le había preguntado por el salmo 22 de la numeración de la Neovulgata y el demonio me había respondido con el 22 de la numeración de la Biblia hebrea.
Puesto que sólo había comenzado a recitar el salmo le volví a ordenar que lo recitara íntegro. Pero cuál fue mi sorpresa cuando Zabulón protestó lleno de congoja que de ninguna manera: tú me mandas eso para aumentar la fe de los que están aquí, ¡no pienso decirlo! No me pude aguantar la risa, mi carcajada fue monumental. En medio de la seriedad del momento, la risa me vino una y otra vez durante un par de minutos. Fue algo muy gracioso ver al demonio como si dijera: esto ya es el colmo, me usas hasta para tus apostolados. Se sentía un demonio utilizado.
En otro momento hice otro experimento. Sin mover los labios, sólo con la mente, me dirigí a él y le ordené: dime los últimos cuatro versículos del Apocalipsis. No dijo nada; pero al cabo de un par de minutos, con su voz ronca y llena de odio exclamó: no me gusta el Apocalipsis.
Pero lo que más me ha impresionado de los casos de posesión que he visto en todos estos años que llevo recibiendo gente no han sido los fenómenos extraordinarios, ni la fuerza, ni el conocimiento de cosas ocultas, sino los diálogos. Hablar con un ser condenado para toda la eternidad es algo impresionante. El odio, la rabia, la ira, la furia que denotan sus palabras por pocas que sean es algo que nunca se olvida. Sus respuestas eran telegráficas, pero llenas de una profundidad insondable. La insondable profundidad de un odio eterno. El abismo de profundidad de un espíritu que sabe que Dios existe y al que nunca verá. De verdad que escuchar a alguien así supone una verdadera predicación. Ya sólo oír el tono de la voz del demonio hablando a través de un ser humano, su furia, rabia y odio, son cosas que no se olvida.
Por eso aquellas sesiones hicieron un gran bien a mi alma. Fueron una fuente de acrecentamiento espiritual, un don de Dios. Y las sesiones continuaban. Ya llevábamos tres meses. Ya era como una rutina, una vez a la semana, llegaban a mi parroquia y una nueva sesión daba comienzo. Un día me dijo la madre que esa semana había estado en el hospital. Zabulón había provocado un accidente que hizo que ella tuviera que ser atendida en un hospital. Y de hecho durante la sesión de oración el demonio dijo que si que había intentado matarla. Me gustaría dar más detalles del tipo de accidente que sufrió, pero la madre al leer el manustrico me tachó todo lo relativo a este interesante suceso.
Pero con independencia de los detalles, esa era otra cosa que habíamos visto con claridad, los demonios hablaban entre ellos, se ponían de acuerdo, estaban dispuestos a provocar algún tipo de accidente que acabara con la vida de la posesa o la mía. Incluso la vida de la madre estaba en peligro, pues los demonios sabían que muerta la madre, la hija podría sumirse en una depresión o en cualquier otro problema que pusiera fin a esta lenta liberación. Estaban dispuestos a cualquier cosa con tal de que todo este proceso no acabara con el triunfo de Cristo. Pero ninguno tuvimos ningún temor por esta noticia, la Virgen María nos protegería. Y protegiéndonos Ella, no había nada que temer.
Uno de los demonios que quedaban se llamaba Azabel. Cuando salío de la posesa se apagó una vela del altar. Justo cuando va a salir un demonio es cuando se producen tanto la agitación como los gritos más intensos. Son tan tremendos que incluso uno que no sepa sobre esta materia, al verlo, se da cuenta de que va a ocurrir algo.
Otra de las cosas que se puede hacer es darles la comunión. La posesión es algo que afecta sólo al cuerpo, de manera que el alma puede estar en gracia de Dios. Le pregunté antes de empezar la sesión si podía comulgar, me dijo que sí. Si uno durante la sesión va con la comunión y quiere darle de comulgar, el sacerdote observará que el poseso cierra la boca con todas sus fuerzas. No debe tratar de introducir a la fuerza la eucaristía en la boca. Además de que eso sería indecoroso para la comunión, no se lograría. Y si se lograra la escupiría. Por eso la administración de este sacramento debe hacerse sólo cuando el demonio obedece, para lograr lo cual a veces se requieren horas. Horas de oración que le van doblegando. Al final, cuando ya obedece de forma continuada a besar la cruz o una estampa, es el momento de darle la comunión. Pero he dicho cuando ya obedece de forma continuada. Y aún así, cuando llega el momento de recibir la comunión se resiste mucho.
Como la posesa estaba siempre con los ojos cerrados, antes de darle la comunión le ordenaba que abriera los ojos y que mirara la Santísima Eucaristía. Abría los ojos y los mostraba en blanco, pero insitiendo por fin bajaba las pupilas y miraba la forma que le mostraba en mis manos. Al principio la mirada de la posesa al mirar la forma era nuetra, pero segundos después mostraba pánico. Muchas veces al mirarla ha comenzado su cabeza a temblar y se ha marchado rápidamente gateando hacia atrás sin dejar de mirar la Sagrada Eucaristía. Es entonces cuando con autoridad le ordeno que vuelva. La posesa lentamente obedece. Después le ordeno que se arrodille, al final lo hace. Y cuando recibe la comunión hay que ordenarle que cierre la boca. Y después que la trague, sino puede tenerla largos minutos en la boca. Es curioso, sólo cuando entra en el estómago es cuando se produce la explosión de convulsiones y gritos. En la boca no, sino cuando la traga.
Muchas veces (en más de veinte ocasiones) he observado justo en ese momento unas convulsiones imposibles incluso para un consumado gimnasta. Pues en cuestión de fracciones de segundo levanta las extremidades inferiores y las baja con todas sus furzas. Y antes de que las piernas caigan sobre la colchoneta levantaba el torso hacia arriba. De forma que había unos instantes en que el cuerpo quedaba completamente suspendido en el aire. A toda velocidad estas convulsiones se repetían durante cuatro o cinco minutos en cada sesión tras recibir la comunión.
Al principio pensábamos que era cosa de pocas semans más. Los demonios iban saliendo. Un día quedaban ya tres. Otro día dos. Finalmente uno. En ocho ocasiones fueron expulsados paulatinamente todos, pero el último se resitió de un modo tremendo. Ya he dicho al comienzo que el último demonio reaspondía al nombre de Zabulón. Zabulón era el nombre de uno de los hijos de Jacob. Pero el nombre también significaba morada. El sentido del nombre en este demonio estaba claro. Zabulón tenía ese nombre porque era un demonio que hacía morada en el poseso. Y así fue, se resistía y se resistía a salir. Se retorcía, gritaba, aullaba, pero tras dos horas continuaba en el cuerpo. Las semanas comenzaron a pasar. Un buen día la madre me dijo por teléfono algo que yo no sabía.
-Padre, no he querido decírselo para no desmoralizarle. Pero el nombre de Zabulón aparece en el libro del padre Gabriele Amorth -un libro que habían leído madre e hija y que se titula Habla un exorcista.
-¿Y qué dice?
-Pues el padre Gabriele dice que hay demonios que son como los peces gordos del infierno -usaba esa palabra- y que cuesta mucho sacarlos. Da una lista de nombres, y en esa lista aparece este nombre: Zabulón.
Al colgar el teléfono, como tenía el libro, comprobé lo que me había dicho. Y efectivamente allí estaba lo que la madre me comentó. Si hay demonios que cuesta más que otros el sacarlos, hay algunos que son los peores de entre los peores. Y entre ellos estaba éste: Zabulón.
Bien, no me desmoralicé lo más mínimo. Le había dicho que seguiríamos rezando el tiempo que hiciera falta.
La verdad es que el que aquello se prolongara en el tiempo me permitió ir invitando a distingos psiquiatras a que estudiaran el caso. No pocos catedráticos y prestigiosos especialistas pasaron por aquella capilla. Unos llegaban partiendo del hecho de que el espíritu no existía, otros no. Al final unos creían que aquello se podía explicar con categorías meramente psiquiátricas y otros no. En buena parte de los casos, después no quedábamos a comer juntos. Aunque sin la presencia de la madre y la hija, que por cuestiones de horario, nunca se podían quedar con nosotros.
Aquellas comidas resultaron apasionantes discusiones. Unos psiquiatras a favor, otros en contra. Incluso los contrarios a creer que existiera la posesión, reconocían que se trataba de un caso verdaderamente fascinante desde el mero punto de vista psiquiátrico. De entre todos los escépticos que pasaron quiero mencionar al catedrático Higueras de la facultad de medicina de Granada. Un contrincante verdaderamente inteligente donde los haya. En aquella comida en que estuvo el doctor Higueras, en aquella mesa redonda de de un restaurante enfrente del obispado, mantuvimos una discusión verdaderametne antológica. Sólo aquellos cuatro psiquiatras, los bistecs de ternera asada y yo fuimos testigos de aquella discusión entre la psique y el espíritu, entre Freud y San Pablo. La mitad de los psiquiatras presentes estaba de mi lado, la otra mitad del lado de la disociación de la personalidad. Cuando le hablaba a mi adversario de los hechos extraordinarios, la respuesta era siemrpe: pero no han ocurrido delante de mí.
Efectivamente, no en todas las sesiones ocurrían las mismas cosas. En algunas sólo se daban las crisis de odio y furia. Algunas sesiones, incluso, eran decepcionantes para aquellos que iban en busca de cosas extraordinarias. Otras eran más aterradoras en gritos y cosas similares.
Las sesiones siguieron. Seguían y seguían, las semanas pasaban y pasaban, pero el último demonio no salía. ¿Estábamos haciendo algo mal? Yo no desesperaba; pero aquello se estaba alargando mucho. En un momento dado decidí preguntarle por qué no salía. Le ordené en nombre de Jesús que me respondiera, insistí, perseveré en la pregunta. Finalmente dio una repuesta, quizá la única respuesta que yo no me esperaba. De todas cuantas respuestas se me hubieran podido ocurrir, ésta era la única que jamás se me habría ocurrido. La respuesta fue: yo quiero salir. ¿¡Qué quería salir!? ¡Pues que saliese! No entendía nada. Yo era el que le estaba queriendo hacer salir ¿y él quería salir? Con la cabeza hecha un lío le pregunté que, entonces, por qué no salía. Insistí en mi pregunta. Él no quería responder. Pero la fuerza de la oración le obligó finalmente. Y si la primera respuesta había sido la respuesta más desconcertante que había escuchado en toda mi vida, la segunda respuesta iba ser todavía más desconcertante. Si la primera era un enigma, la segunda era un enigma elevado al cubo. Dios no me deja, dijo finalmente. Yo ya no entendía nada. Absolutamente nada. A la pregunta de por qué no salía, la respuesta había sido: yo quiero salir. A la pregunta de por qué entonces no salía la respuesta era: Dios no me deja. Aquello era el mundo al revés. Aquello subvertía todos mis esquemas. El sacerdote tratando de hacer salir al demonio, el demonio queriendo salir y Dios que no le dejaba salir. Desde luego el demonio quería salir porque bien que gritaba y aullaba. Lo llevábamos atormentando durante meses. En esos momentos yo era el cura más perplejo de toda la Iglesia Católica. No se me ocurrió más que llevarlo al sagrario, justo delante del Santísimo Sacramento. Y allí, tan cerca de nuestro Redentor, poniéndome en sus manos, hacerle la pregunta lógica, la pregunta que evidentemente debía seguir a las dos afirmaciones previas: ¿por qué Dios no te deja salir? Pero ¿podía haber alguna respuesta plausible? ¿Podía decir algo que diera sentido a lo que no parecía tener sentido alguno? Debo reconocer que allí junto al sagrario, frente a una preciosa imagen románica de Jesus en majestad -la imagen del ábside de San Clemente de Tahull-, no albergaba ya mucha esperanza de que pudiera escuchar allí algo que me diera un poco de luz. Aún así, confiando más en Jesús en el sagrario, hice con fe, en un supremo esfuerzo de fe, la pregunta: en el nombre de Jesús, te ordeno que me digas por qué Dios no te deja salir. El demonio dijo únicamente cuatro palabras. Musitó cuatro sencillas palabras: para que se conciencien.
De pronto todo tenía sentido: las respuestas anteriores, lo mucho que se estaba prolongando el caso... Todo, aboslutamente todo, tenía ya sentido, un sentido maravilloso que me llenó de gozo. El demonio estaba sufriendo desde hacía meses, él quería salir. Pero Dios no le dejaba salir todavía porque estaba usando este caso para comenzar un proceso de concienciación de la gente. Para que la gente se concienciase de que el demonio existía, de que existían en el siglo XXI las posesiones y que la Iglesia tenía el poder de exorcizar.
Todo tenía sentido. Las tres respuestas encajaban perfectamente. Dios tenía sus planes. Incluso de la permisión del mal, sacaba bienes el Todopoderoso.
Recuerdo qué profundamente gozoso salí de la capilla con la madre. El Señor nos estaba usando como instrumentos para concienciar a la gente de estas realidades. La madre había estado a mi lado todo el rato, de manera que había oído todo. Ella se ponía en las manos de Dios y convenía conmigo en que había que hacer lo posible para concienciar a la gente de estas realidades. Hasta ese momento la madre me había dado tantas facilidades para traer psiquieatras a las sesiones de oración porque quería que la gente se concienciase y que ninguna madre tuviera que pasar por las penalidades que ella había pasado hasta encontrar a un sacerdote que las atendiese. Pero ahora lo que veía claro es que aquel caso era algo más que otro caso de posesión. Era un caso en el que Dios tenía sus planes. La concienciación no era simplemente algo bueno y conveniente que podíamos hacer de paso que orábamos por Marta, sino que la concienciación de la gente era lo que Dios estaba buscando con la prolongación de un caso tan claro, tan de manual. Un caso en que la manifestación del demonio era tan evidente.
La madre entendió perfectamente desde ese día que la concienciación era parte integrante de la liberación de su hija. El caso de Marta no era un caso más, era un caso-signo. Un caso de posesión dado como signo para que mucha gente creyera. Para que a muchos laicos y sacerdotes se les abrieran los ojos y muchos hijos de Dios quedaran liberados del terrible yugo que habían tenido que soportar sin que nadie les ayudase, sin que muchas veces supieran muy bien que lo que sufrían era la opresión del demonio.
Pero las cosas se iban a complicar un poco más. La madre me llamaba una vez a la semana por teléfono, sólo para hablar un rato. Ella no tenía con quien hablar de lo que le pasaba a su hija. Ni sus familiares, ni amigos conocían la situación que estaba viviendo desde hacía dos años. Así que por lo menos conmigo tenía con quien hablar. La verdad es que disfrutaba oyéndola, pues era una persona espiritual, una persona buena. Pero una una noche me llamó y me dijo, padre, no se imagina cómo está esta noche. Ya había habido noches terribles, noches de gritos, de convulsiones, ocasiones había habido en que ella había tenido que sujetar un crucifijo ante su hija y decirle que no se atreviera a atacarla. Pero ahora había cambiado. ¿Qué pasaba? Había entrado otro demonio. Cuando le pregunté si tenía idea del nombre me dijo que si, que lo sabía con seguridad: Satán. El comportamiento de su hija cuando estaba en trance había variado por completo. Era peor, mucho más agresiva. En un momento dado su hija había tratado de agredirla con un cuchillo.
La posesión de Marta era un caso que había trascendido a la prensa. Había tenido una gran repercusión en los medios y no imaginamos que el bien que esa repercusión había hecho para concienciar a otros, clérigos y laicos, iba a tener un aspecto negativo en el interés de los demonios en que este asunto no acabara en una victoria. Y así Zabulón, tras tantos meses, ¡al fin!, salió en la siguiente sesión, había tardado unos nueve meses en salir. Pero el infierno sabiendo que Zabulón estaba a punto de ceder y salir, y sabiendo que era mucha la gente que seguía este caso y que iban a perder mucho si se decía públicamente que habían sido derrotados los poderes de las tinieblas, decidieron no dejar este caso. Y así Satán, el más poderoso de todos los ángeles caídos, había entrado antes de que saliera el último demonio que quedaba en Marta. Directa y personalmente tomaba el Príncipe de los espíritus malignos a su cargo este caso.
Levábamos ya más de nueve meses. Satán estaba dentro de ella y para acabar de complicar la cosa, nuevos demonios seguían entrando en la posesa. ¿Por que? En una sesión lo escribió. Había un grupo satánico que hacía ritos para que entrararn nuevos demonios en ella. Uno de los miembros estaba obsesionado con la chica, la amaba y quería que fuera de él. El grupo satánico se reunía para invocar a nuevos demonios que entraran en Marta. Con lo cual ellos se reunían una vez a la semana para que entraran, y nosotros una vez a la semana para que salieran.
Alguien podría pensar que el grupo del bien tenía la victoria asegurada porque Cristo es más poderoso. Y pensaría bien. Pero también hay que tener en cuenta una cosa: hacer el mal es mucho más fácil que reparar ese mal. Es mucho más fácil hacer entrar un demonio en una persona, que sacarlo. Hacerlo entrar puede ser cosa de un cuarto de hora, y sacarlo puede ser cosa de horas. Aunque tampoco es automático invocar al demonio y que entre, todo depende de la permisión de Dios.
En la sesión que comenzaba aquella mañana ya sabía, por lo que me decía la madre, que sin duda durante la semana había entrado otro demonio. La hija daba otros signos distintos cuando entraba en trance, aquel demonio le hacía mover los pies como si estuviera haciendo un baile extraño. Movía el pie, o las piernas, como llevando el ritmo de una música invisible. Cuando dieron comienzo mis oraciones comenzó a tararear una música. El demonio al final dijo que se llamaba Ledeseil. Cuando le pregunté cuál era su pecado, me respondió que era la desobediencia. Comencé a hablarle de la obediencia. Esto de predicar a los demonios mientras se les exorciza no deja de tener una cierta gracia. Pero hacer eso les tortura muchísimo. El que un demonio de desobediencia tenga que escuchar a un cura que le habla de lo maravillosa que es la virtud de la obediencia, y que cuanto más le hubiera valido obedecer, y que se fijara en la belleza de la obediencia de la Virgen María, y esto intercalado con fragmentos de la Sagrada Escritura acerca de esta misma virtud, entonces todo esto es como aceite hirviendo sobre el espíritu demoníaco. Las palabras era como si le quemaran. La verdad le produce un intenso dolor.
Después de un rato de debilitarle con este sufrimiento, le pregunté qué era lo que más le atormentaba, y me contestó que el agua bendita. Le rocié abundantemente con el hisopo, le dia beber agua bendita, pero no salía. Cuando le pregunté que qué tenía que hacer su frespuesta fue: ¡Impaciente! Y efectivamente insistiendo al final salió. Es curioso, algunos sacerdotes cuando los exorcismos se prolongan mucho se preguntan si lo estarán haciendo bien. Y es que hay que tener en cuenta que por bien que se hagan las cosas, un exorcismo dura su tiempo, se toma obligatoriamente sus horas aunque lo hiciera San Juan de la Cruz. Sea dicho de paso, al mismo San Juan de la Cruz hubo uno que le duró meses.
En la siguiente sesión tuve la alegría de tener en la iglesia al profesor de psiquiatría, Manuel Gurpegui, de la Universidad de Granada. El cual se mostró a favor de la existencia de la posesión y me dio bastante bibliografía de los últimos años sobre el tema de la posesión en las revistas especializadas de psiquiatría. También vino a una de las sesiones el padre Loring. Yo tenía bastante admiración por este famoso jesuíta que tanto apostolado había hecho. Se me ocurrió que invitarle sería un modo de ayudar al proceso de concienciación dentro de las mismas órdenes religiosas. Quedó muy impresionado por lo que vio.
Los meses pasaban y las sesiones de oración por Marta también. En otra sesión el demonio que tenía dentro se resistió dos horas a dar el nombre. Se resistió tanto porque saber su nombre era algo esencial. Ya que era un nombre dado por Dios, y ese nombre le mortificaba de un nombre terrible. Su nombre era Belseinbageim. Cuando le pregunté qué significaba nos dijo que "el que se hundió en la miseria y las tinieblas de Dios". Era mencionarle su nombre y observar terribles agitaciones. Provocaba esto un efecto tan grande en él que incluso le ordené al mismo demonio que dijera su propio nombre. Cada vez que lo decía, porque así se lo ordenaba yo, se convulsionaba terriblemente. Cuando le pregunté cual era su pecado, me dijo que todos. Y añadió: no hay pecado que no tenga. Al inquirir qué había que hacer para que saliera me dijo que insistir con su nombre.
Pero no salía. Se había pasado la hora en que debíamos acabar, pues o salíamos de la iglesia en pocos minutos o la madre y la hija no llegarían a tiempo a sus responsabilidades de la tarde. Y, sin embargo, con esta premura de tiempo el demonio no salía. Al final le ordené en el nombre de Jesús, una vez más, que revelara que debía hacer para que saliera ya, en ese momento. Y entonces me dijo: ordena a Satán que me deje marchar. Era curioso, el demonio inferior sufría y quería marchar, pero Satán no le dejaba. Sufría y sufría, pero Satán no le permitía marchar.
He observado que en un poseso los demonios inferiores son como un escudo para los más fuertes. Cuando el más fuerte se queda solo está como desguarnecido. Aún así, siempre en un exorcismo el último, aún solo, es el que más cuesta que salga.
Le ordené a Satán que le dejara marchar. Pero aquello se seguía demorando. La situación de la hora nos ponía en gran tensión a todos. Pues la madre, que era una trabajadora, debía cumplir un horario obligatoriamente. Volví a interrogar a Belseinbagein. Respondió: ordénale en el nombre de Dios que me deje marchar y que se marche él. Cuando lo hice se convulsionó, gritó terriblemente, y la chica se quedó finalmente tranquila y abrió los ojos. Cuando un demonio abandona a un poseso, la persona abre los ojos y siente una gran alegría, como el que sale de una pesadilla.
El detalle de como salió Belseinbagein puede parecer que no tiene importancia, pero la tiene. En no pocas ocasiones he comprobado la eficacia de usar esta técnica. Es decir, la de exorcizar al demonio superior y ordenarle que deje marchar al inferior. Hago notar que conviene hacer las dos cosas: exorcizar directamente al superior y ordenar que deje marchar al inferior. Para exorcizar directamente al superior es necesario conocer el nombre del demonio de más rango que hay en el cuerpo de esa persona.
Habrá algún sacerdote que se extrañe de que el exorcismo tenga sus técnicas. Pero es así, este ministerio tiene su técnica y sus particularidades. Pues si hay manuales de confesores, es porque hasta en la confesión la experiencia enseña que conviene hacer unas cosas y no otras; lo mismo en esta materia. Y así entre los sacerdotes que se dedican a esta materia hay una cierta comunicación porque hay casos muy difíciles en los que conviene compartir información. Y una de esas cosas importantes es ésta que acabo de decir. Cuando comprobé esto, compredí el sentido de una frase que dijo aquella posesa hacía ya mucho tiempo y cuyo significado no comprendí: el primero y el último. A veces los posesos dicen cosas que creemos irrelevantes y que sólo al conectar esa información con la información de otros casos comprendemos lo que quería decirnos.
Alguién podría preguntarse por qué no nos dice las cosas claramente. Si el demonio responde, ¿por qué en ocasiones lo hace de forma oscura? La razón está en que a veces la fuerza invisible de la oración le obliga a decirnos algo, pero después se resiste con todas sus fuerzas a explicarlo. Y desde luego siempre que explica algo lo hace del modo más breve posible. La explicación a veces es tan críptica como lo que se trata de iluminar. A los sacerdotes que se dedican a este ministerio los años les van dando más luz para entender este tipo de cosas. La experiencia nos ayuda a comprender que todos los casos de posesos están sujetos a las mismas pautas, a las mismas normas.
28 de diciembre 2002
Esta sesión tuvo lugar el 28 de diciembre de 2002. Lo sé con seguridad porque lo anoté. De las otras sesiones anoté sesión por sesión los hechos relevantes, pero no las fechas. Estaba tan convencido de que el caso estaba tan a punto de acabar, de que quedaba tan poco, que esa fue la razón de que sólo anotara los detalles más significativos. Cada día me imaginé que quedaba una o dos sesiones más. He conocido muchos casos de posesión que han acabado en media hora. ¡Pero nunca había llevado un caso de nueve meses! Jamás se me pasó por la cabeza que el proceso iba a ser tan largo y por eso prescindí de llevar un registro más cuidadoso de los detalles. Pero cuando ya llevábamos casi un año fue cuando ante la insistencia de dos psiquiatras me convencí de que aquello debía ser anotado de un modo más detallado. De hecho, hasta la misma fecha del comienzo de todo este proceso tuve que preguntarla a la madre. Afortunadamente, ella sí que la apuntó.
Así que hice de tripas corazón e hice propósio de seguir orando cada semana por aquella chica se prolongase aquello todo lo que se prolongase. A la sesión del 28 de diciembre vinieron dos claretianos y como siempre cierto psiquiatra profesor en Madrid. Este profesor desde que presenció la primera sesión se convirtió durante dos meses en un asistente fijo de las sesiones.
Aquella mañana, en la posesa se encontraba sólo Satán. Se retorció y gritó mucho. Casi desde el principio obedeció bastante. Lo que más hicimos durante aquella mañana fue rezar rosarios, cuatro en total. Hicimos poco más porque yo ya estaba muy convencido de que todo lo que teníamos que hacer era rezar para que Dios dijera: ¡este es el día! De hecho, sólo repetirle: haec est dies, es algo que ponía a Satán frenético. Haec est dies quae fecit Dominus, éste es el día que hizo el Señor. Satán sabía que el día se acercaba. El día en que saldría, el día en que podría salir yo de aquella iglesia y decir públicamente que el pulso entre el poder de Cristo y Satán había acabado. No tenía duda alguna de quien sería el derrotado. Satán conocía su derrota, pero trataba por todos los medios de retrasarla. En cada caso de exorcismo que ha habido en la historia, el demonio sabe que tendrá que salir, pero se resiste hasta el final para hacer sufrir todo lo que pueda.
Yo era consciente de que ya todo dependía de Dios, Satán no quería irse, sólo Dios podía echarle. Teníamos que esperar a que llegara el día determinado por Dios, el día en que Él le echaría. Pero también habíamos descubierto que no eran inútiles las sesiones de oraciones para que saliera. Porque cuanto más se le exorciza, más débil está y más poder perdía sobre la chica. Además, cada exorcismo es un rato de oración. Y la oración aceleraba la llegada de ese día cuya fecha desconocíamos.
Al principio de la sesión le pregunté: ¿cuántos estáis? la fespuesta fue YO. Lo dijo con una voz terrible. Escuchar a Satán es impresionante, su voz es la peor, la que más odio denota. Las oraciones en aquella mañana siguieron. En un momento dado hizo gesto en el aire con la mano de querer escribir. Pero fue San Miguel el que se comunicó con nosotros a través de la escritura, pues nos escribió lo siguiente:
tenéis que tener fe,
queda poco,
Los ángeles no hablan a través de los posesos, pero aquel caso iba a ser especial. Si hablándome de otro caso, me hubieran dicho que San Miguel había dicho algo a través del poseso, hubiera contestado sin dudarlo que aquello era una treta del demonio haciéndose pasar por el arcángel. Hubiera pensado eso y sigo pensando eso. Pero aquel caso era especial. La madre y yo supimos con total seguridad que sí, que era San Miguel. El santo arcángel apiadado del sufrimiento de la hija y la madre les quiso consolar.
Satán sabía que el día en que saldría se aproximaba, pero lo que más le hacía sufrir era tener la certeza de que aquel caso había sido dado por Dios como un signo. Satán sabía muy bien cuanta gente había repensado todo el tema de la posesión a través de los psiquiatras que habían pasado por ahí y habían estudiado el caso. Eran muchos los psiquiatras, sacerdotes que habían pasado. También se había escrito mucho sobre este caso. En cuanto yo se lo recordaba se descomponía y gritaba. Sobre todo cuando le decía que él mismo se había transformado sin quererlo en un instrumento de Dios. Eres un instrumento involuntario para la gloria de Dios, le recordaba. Mucha gente va a creer a través de ti, eres un apóstol involuntario de Dios, le decía yo no sin una cierta ironía.
Los demonios odian la letanía de los santos. Y curiosamente hemos comprobado que algunos santos han recibido el encargo especial de Dios de ayudar en los exorcismos. El terror de los demonios cuando oyen que se invoca a San Miguel es evidente. Otro santo cuya invocación causa también terror en muchos demonios es San Jorge. A San Jorge se le representa clavando una lanza en un dragón. Ha corrido bastante tinta -aunque no rios- sobre qué significaba aquel dragón bajo el santo guerrero. Normalmente se decía que provenía de una leyenda, una leyenda bastante insutancial y completamente inventada. Estoy en condiciones de asegurar que ese dragón representa al demonio. La iconografía primitiva lo pintó así, y los siglos crearon posteriormente toda una leyenda para el dragón. También el cerdo que aparece a los pies de San Antonio Abad representa el demonio contra cuyas insidias luchó. Aunque los siglos han hecho iconográficamente cada vez más simpático al animalillo. Hay que hacer notar que en ciertas ocasiones al invocar a estos santos no se observa ninguna agitación especial en los posesos. Ya he dicho que no todo atormenta de igual manera a todos los demonios. Y que un mismo demonio puede en ocasiones resistir algo que le desagrada y no manifestar nada externamente.
Pero hay veces que cuando se persevera en la invocación a un santo de pronto el poseso mira a un punto concreto del aire y pone cara de terror. Y comienza a arañar al aire, como si hubiera alguien allí, Araña, da golpes, brama, se fatiga como si estuviera combatiendo contra alguien. Y los presentes presenciamos aquella lucha entre dos espíritus. Tras esa lucha el demonio suele salir.
Al comienzo de las sesiones había pensado que daba lo mismo invocar a un santo que a otro, que a pesar de la tradición daba lo mismo invocar a San Miguel que a otro, que todos tienen el mismo poder. Pero ahora veo que no. Por supuesto que se puede invocar a cualquier santo. Pero es San Miguel el que ha recibido un encargo especial por parte de Dios para luchar contra el demonio. En una ocasión Zabulón había dicho que San Jorge ya le había expulsado de posesos en más ocasiones durante la historia. Si hay santos especializados en ayudarnos en los exorcismos, otros santos también pueden estar especializados en ayudarnos en otras cosas.
11 de enero 2003
En esta ocasión estuvimos sólo la madre, la hija y yo.
Había entrado otro demonio de nombre Jánser, que él mismo nos dijo que lignifica "la luz que se apagó". El agua bendita, bebida o asperjada, era lo que más le atormentaba. Ese día era muy frío, e incluso al mediodía las cañerías seguían congeladas y no había agua. Había agua bendita en la pila de entrada, pero por supuesto no quería darle a beber agua en la que todos habían metido los dedos al entrar en la iglesia durante días. Así que me propuse ir a la casa más próxima del vecindario a por agua. Pero antes de salír me topé con una botella de limonada. Pensé, la limonada es encialmente es agua, ¿tendría el mismo efecto que si bendijera sólo agua? ¿Por qué No? Si iba a una casa pidiendo agua tendría que dar explicaciones, así que me dispuse a bendecir aquella botella. La sesión comenzó pero pronto vi que aquel líquido bendito, aunque al demonio le producía alguna molestia, no le atormentaba tanto como el agua. Le pregunté el por qué de aquello. Al princpio se resistió después dijo entrecortadamente, obligado por la oración: que el agua es símbolo de limpieza... pureza... claridad. Comprendí entonces que al demonio le atormentan de un modo especial los objetos materiales bendecidos que le recuerdan cosas espirituales. La Iglesia ha hecho uso especialmente de unas cosas benditas y no de otras. Fue una enseñanza que no me esperaba pero que albergaba un profundo sentido teológico.
Al final, después de mucho insistir, el demonio Jánser exclamó que ordenáramos a Satán que le dejase marchar. Le dije que si quería marchar que se marchase. Pero él insistió que Satán no le dejaba. Años atrás cuando escribia mi tesis sobre los demonios pensaba que los demonios no tenían más poder entre ellos que el de comunicarse. Y por tanto que lo único que podían hacer era tratar de convencerse entre sí para hacer algo. Pensaba también que cuando había una lucha entre un ángel y un demonio, esa lucha consistía en que el ángel atormentaba al demonio al recordarle la verdad. Pero ahora sé que aunque era verdad lo que pensaba, había más cosas de las que en ese momento vislumbré. Y así con este caso descubrí que existía un verdadero poder en las relaciones entre espíritus. Expresamente Jánser me confirmó en ello. Pero cuando le pregunté al demonio qué tipo de poder era ese me respondió con un lacónico tú no lo comprenderías. Pero sí que dijo que Satán es el jefe y yo soy un ángel de nivel inferior.
Al final, tras mucho invocar a San Miguel, vino. Nosotros no lo veíamos, pero la posesa de pronto abrió lo ojos y miró a un punto concreto con terror, como diciendo "no" con la cabeza. Hubo una lucha contra alguien al que no veíamos, lucha en la que la posesa arañaba al aire. Después el arcángel le hizo ir hasta el sagrario y besarlo. Cuando un santo viene a un exorcismo le puede obligar a hacer cosas. Todo lo hizo a la fuerza, con lentitud, pero lo hizo apenas porque ya he dicho que unos espíritus pueden forzar a otros a hacer cosas por más que odien hacerlas. Esto es válido también entre los malos espíritus, que también puede uno superior forzar a algo a uno inferior.
Después que besó el sagrario, acto seguido cayó al suelo, se convulsionó y salió el demonio. Tras salir habló a tarvés de ella San Miguel. Hasta entonces San Miguel se había comunicado con nosotros escribiendo, pero no hablando. Era la primera vez que lo hizo, también la última. Su voz, a diferencia de la del demonio, era bella. Más bella incluso que la de Marta cuando estaba en estado normal. Era una voz que transmitía paz, serenidad, amor y bondad, una gran bondad y ternura. Todos nos emocionamos. Aquella voz nos dijo que tuviéramos fe, que vendría un gran bien para toda España de todo esto. Como es lógico aquella escena fue tan impresionante, que ningún escrito puede reflejar la emoción de ese momento, todos estábamos llorando.
Cuando acabábamos cada semana la sesión, dejábamos de orar por la posesa y ella sola volvía en sí. Ese día, dando por concluida la sesión , nos levantamos todos, pues estábamos arrodillados frente al sagrario, cuando aquella voz maravillosa nos dijo que diéramos gracias a Dios. Era cierto, a veces con la emoción, el cansancio y la alegría de que saliera un demonio, se nos olvidaba agradecer a Dios la liberación que había concedido. Desde entonces ya nunca me he olvidado de dar gracias a Dios al final de cada sesión por el demonio o los demonios que han salido.
18 enero 2003
Nueva sesión, ya han pasado los tiempos en que venían muchos psiquiatras, volvemos a estar solos. La madre, la hija y yo. Nosotros tres y el demonio. Cada vez más veces no viene nadie. Aunque en esta ocasión pronto descubrimos que había otros dos demonios más. Uno era Ledeseil, otra vez, era la tercera vez que entraba fruto de las invocaciones de la secta satánica. Como siempre bailoteaba con los pies y durante el exorcismo cantaba. Era una canción muy hermosa, verdaderamente hermosa. La posesa la cantaba a la perfección en un idioma para mí desconocido, aunque similar al galés. Parecía una balada tardicional del siglo XIX. A Ledeseil ya sabíamos que era el agua bendita lo que más le atormentaba. Pero para que saliera era necesario ordenarle a Satán que le dejase marchar. Al preguntar el nombre del otro demonio, obtuvimos como respueta la palabra inglesa Desiré, "deseo", ese era su nombre. Tenía una voz infantil, dulce, con la entonación de una niña mimada. Así como la voz de Satán era la más abrupta y rugiente, la de éste resultó dulzona. Ledeseil nos dijo que Desiré era el menos malo de los tres. Desiré en un momento dado dijo una cosa que me impresionó. Dijo: Porque me vi tan guapa (al decir "guapa" en feminino nos estaba indicando que se trataba de un alma perdida)... quería hacer tantas cosas... la soberbia me perdió...
Finalmente salieron los dos. En esta salida del demonio, vimos por lo que decía la posesa en trance que a veces un demonio al salir se quda cerca, próximo al poseso del que ha salido. Los dos que habían salido estaban en un lugar concreto de la capilla que la posesa señalaba cuando se lo ordenábamos en el nombre de Jesús. Tuvimos que alejarlos a los dos con agua bendita.
Arrodillado ante el sagrario, le dije al Señor con mucha fe y compasión que no por mí, sino por aquella madre y aquella hija, que para animarles y darles esperanza, que le pedía humildemente que nos dijera cuantas sesions quedaban. No menos de cinco fue la respuesta.
20 de enero 2003
Nada nuevo en la sesión. En el cuerpo de la chica sólo había un demonio, Satán. Tuvo otra vez las extrañas convulsiones en las que no toca la colchoneta. Otra vez íbamos a estar completamente solos al madre, la hija y yo.
Creo que por estas fechas, más o menos, ya no recuerdo bien, no lo apunté, fue cuando entró en ella Lucifer. Lucifer es el segundo demonio más importante del infierno. Tenía una voz distinta y hasta una psicología distinta a la del Diablo. Siendo la ferocidad de Lucifer terrible, Satán, sin embargo, era mucho peor. Satán siempre me recordó como dice la Biblia a un león rugiente.
1 de febrero.
En la sesión de este día la posesa resistió media hora no sólo sin gritar, sino sin dar el más leve signo de trance. Al final cuando si que dijo algo, comprobamos que en ella estaba sólo Satán. También verifiqué que la presión dolorosa sobre la posesa la hacía volver en sí del trance, bastó que paulatinamente le fuera apretando más con el índice y el pulgar sobre la clavícula para que abriera los ojos y volviera en sí preguntándose qué había pasado. Ya lo había comprobado un psiquiatra en otra sesión. Hablé con otro exorcista que me corroboró que en sus casos también le había pasado lo mismo. Si se aplica dolor al poseso, vuelve en sí saliendo del trance. No obstante, en otro caso en Méjico pude ver que la misma técnica no servía para sacar al poseso del trance.
En la sesión ese día, sólo había dos chicos muy religiosos de un colegio mayor y un psicólogo. Al final de la sesión la posesa escribió:
soy San Miguel
rezar
paciencia
falta muy poco
rezar
debes insistir porque se pueden esconder durante mucho tiempo
hay gente que tiene demonios mudos
hacer caso a la intuición y ver los ojos
la mayoría no sabe que tiene demonios
es necesario que se conciencien
si esto no acaba no os desesperéis
tener mucha fe
Él os escucha siempre
muy importante que recéis
tiene una influencia fuerte
Lo de insistir lo dijo San Miguel como consejo para detectar un demonio en los posesos que vinieran a verme. Había que insistir en las oraciones pues algunos demonios tratan de ocultarse con todas sus fuerzas para que el sacerdote no se de cuenta de que están ahí. Lo de que San Miguel hablara a través de un poseso me pareció que podía ser una cosa excesivamente difícil de aceptar para la gente que leyera este tratado, además era algo que no había oído jamás que hubiera sucedido anteriormente en toda la historia. Estuve pensando en omitir este hecho, cuando me enteré de que en el caso de 1949 de Mount Rainier (Maryland, USA), el caso auténtico en el que se basó la película El Exorcista, había sucedido. En la última sesión, San Miguel había hablado a través del poseso. Así que este fragmento y otros fragmentos se salvaron de quedar relegados a algún rincón de mis papeles personales en algún armario perdido de mi casa.
Los dos chicos universitarios habían venido porque había dado en su colegio mayor una conferencia sobre el tema del demonio. Al acabar la conferencia me dijo uno de los chicos presentes que si alguna vez necesitaba a alguien para ayudar en una sesión de oración por alguien que contara con él. Al cabo de un par de meses acepté su invitación a ayudar. Y el chico pasó de la conferencia a la realidad. Me imagino que jamás pensó aquel gallego de veinte años que acabaría viviendo una experiencia como aquella.
Sea dicho de paso, aquel chico en los meses siguientes repitió por lo menos siete veces. Y siempre venía acompañado de alguien del colegio. A veces uno, dos o tres universitarios. Con lo que al pasar las semanas el número de chicos que pasaron fue bastante considerable. Como es lógico en el colegio mayor se hablaba mucho del tema, se discutía, se dividían los estudiantes en partidarios y escépticos. No hace falta decir que en aquel colegio universitario mi conferencia se convirtió en La Conferencia.
15 de febrero.
Dado que algunas semanas se me acumulaban los casos de posesión quise hacer la prueba a ver si tenía la misma eficacia rezar por varios posesos a lavez. Cité una misma mañana a un caso de una mujer que venía de Portugal y a Marta. Comenzamos las oraciones, la portuguesa entró en trance en seguida, pero Marta no. Por más que insistía yo, ella estaba tan tranquila, perfectamente consciente, e incluso sin la más leve molestia.
Al cabo de media hora, llevamos a los portugueses a la sala de al lado, a una sala de catequesis. Unos laicos siguieron rezando por la portuguesa que siguió en trance y con los síntomas típicos de posesión. Pero llevábamos ya varios misterios del rosario y otras oraciones. y Marta en la capilla no entraba en trance.
Después del tercer rosario, dije una frase que sabía que era especialmente odiosa a Satán en el caso concreto de Marta: haec est dies. Al momento apareció en la joven una levísima risa despectiva. Se había manifestado, levemente por más que resistía por ocultarse, pero ya no había podido evitarlo. Seguí orando. Poco despúes Satán comenzó a gritar como siempre. Despues de la comunión pidió escribir. Y escribió:
queda muy poco
Le pregunté acerca de las sesiones de oración por varios posesos, si daba lo mismo orar por uno que por varios a la vez, si cuando había dos uno no sufria. Y escribió:
No, sufre menos, pero sufre
cuando hay dos puede que uno de los dos no se manifieste
no por eso deja de sufrir
debes rezar mucho, España está muy mal
Le pregunté por la portuguesa, ya que venían de tan lejos le pedí que nos dijera las sesiones que quedaban y escribió:
No lo sé [esto estaba subrayado 4 veces]
Paciencia
que no pierdan la fe
soy San Miguel
impacientes!!
paciencia
rezar mucho,
[después Satán escribió] demonios oculpos por eso me han permitido estar tiempo sin manifestarme para que te des cuenta de que se ocultan aun estando casi fuera [es decir, a punto de salir]
Quedaba claro el resultado del experimento. Si se rezaba por dos posesos a la vez, los demonios de ambos sufrían, pero sólo uno se manifestaba. Y además sufría menos el demonio más fuerte. Porque cuando hay dos demonios en una misma persona o en dos -si se reza a la vez) sufre el demonio más débil, y los otros más fuertes sufren algo, pero mucho menos.
Alguien se habrá preguntado como podíamos saber si escribía un demonio o San Miguel. Pues bien, no lo sabíamos. Cuando hablaba era claro, la voz de los demonios es fea y rezuma odio. La voz de San Miguel era agradable y llena de amor. Mas cuando escribía no podíamos saber quien hablaba. Por eso cuando era San Miguel si quería que lo supiéramos escribía: soy San Miguel.
Durante esa misma sesión entré yo en varias ocasiones a rezar por la portuguesa. El caso de la portuguesa era menos difícil y con la oración de los laicos que había allí bastaba. Al final la portuguesa se puso muy mal, gritó peor que nunca. Se levantó, se liberó de nuestras manos y se fue hacia la pared. Su hermana enfadadísima le gritaba, yo de pie junto a la posesa, seguí rezando. La posesa gritaba llena de horror y sollozos. En un momento dado los sollozos se detuvieron y me sacó la lengua, la hermana ni corta ni perezosa le propinó un sonoro bofetón. Le reprendí diciéndole que no era ella, sino el demonio el que había hecho aquello.
Acabada la sesión de aquella mañana con la portuguesa, me comentó que durante toda la semana había estado peor que nunca. Ya no podía trabajar desde hacía una semana. Aunque vinieron varias veces desde Portugal, al final encontré un sacerdote en Lisboa que rezara por ellas ya que en su diócesis nadie se quería encargar de ellas.
Estoy seguro de que a pesar de todo lo dicho habrá quien tenga dudas de si el demonio no nos estaría engañando haciéndose pasar a veces por San Miguel. Yo tengo una cosa muy clara, si San Miguel no hubiera intervenido dándome ánimo y diéndome que tuviera paciencia, puedo asegurar que hubiera enviado a la madre y a la hija a otro sacerdote. Dado lo que se alargaba la resolución del problema, les hubiera explicado a ambas que quizá me faltaban o conocimientos o condiciones para resolver el caso y que yo mismo les buscaría quien se ocupase de proseguir con las oraciones. Pero los mensajes de San Miguel me confortaban dándome la seguridad de que íbamos por el buen camino. Así que el tema de la intervención del arcángel puede parecer anecdótico, pero sin él yo no me hubiera considerado apto para continuar.
22 de febrero 2003
El demonio que respondía al nombre de Belsenbagein había entrado de nuevo. Llevaba ya quince días. Pero en la sesión en que oramos con la portuguesa presente no se había manifestado.
En esta sesión no hubo nada especial. Después de salir estuvo por la capilla. Lo supimos porque la posesa alzó la mano, y con el brazo extendido y los ojos en blanco señaló hacia un lugar de la capilla. Al preguntarle por qué hacía eso, contestó que por qué allí estaba Belseinbagein. Con agua bendita primero y después haciendo la señal de la cruz con el crucifijo de metal que uso en estas sesiones acabó por marcharse. En un momento dado, el demonio que quedaba en la posesa me dijo: tienes que hacer la señal de la cruz cinco veces más. Aunque tardó más en marcharse definitivamente.
8 de marzo
Hoy el primer demonio se llamaba Noise, "ruido" en inglés, era un demonio mudo. Tras rezar los presentes varios rosarios, le forcé a que repitiera una alabanza a Dios. Forzado a hablar por el poder de la oración, finalmente movió la boca pero sin emitir sonido alguno dando a entender que no podía. Al insistir yo en mi orden, se desesperó e hizo gesto con la mano de escribir. Lo que le había ordenado que repitiera, no lo dijo, pero lo escribió; como para dar a entender que hablar le era completamente imposible por más que se lo ordenase. Pero el otro demonio, Lucifer, sí que hablaba. Era un demonio terriblemente furioso. Cuando se le ordenó en el nombre de Jesús que dijera que era lo que más le atormentaba a Noise dijo que cantar. Es curioso, al poco de comenzar la sesión se me había ocurrido que cantáramos. Una vez más entendí la importancia de las intuiciones cuando uno está ejerciendo este ministerio con entes espirituales. Los ángeles, sin duda, nos inspiran cosas que pensamos que son meras ocurriencias nuestras. Le prengunté a Lucifer cuál era al canción que más le atormentaría. Contestó que Adeste Fideles. El villancico comenzó y comenzaron frenéticas convulsiones. Parecía que iba a salir de un momento a otro, pero aquel estado de paroxismo tardó todavía casi una hora.
Cuando salió Noise les dije que nos sentáramos todos en los bancos y rezáramos un rato, un cuarto de hora, por los cuatro chicos del grupo satánico que estaban metiendo los demonios en Marta. Debíamos rezar para que Dios los convirtiera.
Acabamos la sesión sabiendo que estaba dentro Lucifer. Este era el segundo demonio más importante del infierno. A Lucifer le atormentaba especialmente recordarle que él fue la estrella de la mañana. Le atormentaba tanto que se tapaba los oídos para no oírlo.
22 de marzo
Marta tenía cuatro demonios. Perversión, Belcebú, Lucifer y Satán. Durante todo el rato resistieron con verdadera fortaleza. El demonio que respondía al nombre de Perversión hubiera cedido y salido, pero los demonios superiores no le dejaban. Belcebú hablaba con un tono distinto de los escuchados hasta el momento en las sesiones. Un tono en el que dejaba claro que ni contestaba ni pensaba contestar. Y efectivamente no lo hizo en las tres horas siguientes. Ni una respuesta. Sólo frases breves como : ¡¡Eres tonto!!, cuando le preguntaba algo. O "quita esa mierda de encima" cuando le ponía algo sagrado sobre su cuerpo. Los rosarios continuaban, lo mismo que las letanías e invocaciones a San Miguel, San Jorge y la Santísima Virgen, pero ningún demonio obedecía ni contestaba. Me dirigí a Perversión, el demonio más débil, y le pregunté si se quería ir. Me dijo que sí, pero volvió a insistir en que no le dejaban salir de aquel cuerpo. Entonces dijo: el primero y el último. Enseguida supe qué significaba. Para que se fuera el último demonio, el más débil, había que exorcizar al primero. Exorcizarlo por su nombre y ordenarle que le dejara marchar. En el nombre de Jesús quebranto tu poder; deja marchar a Perversión, repetí yo una y otra vez. Pervesión había dicho en un momento de aquella sesión que los dos últimos demonios se marcharían a la vez. Es decir, que saldrían él mismo y Belcebú al mismo tiempo. Como por la tarde no tenía que decir misa, pues venía otro cura a deicrla, celebré misa allí mientras rezaban en voz baja el rosario. Le di a tomar el vino consagrado por intinción.
Ya era casi la hora de marchar y la cosa no acababa. Ni acababa ni el demonio daba signo de estar a punto de ceder. Así que dije, tenemos que dejarlo por la hora. A todos los que había venido les expliqué que aquello no suponía una derrota por nuestra parte, que los demonios habían sido debilitados y si no salían en una próxima sesión, saldrían en dos o tres sesiones más. Pero cuando estaba vaciando en la entrada de los salones parroquiales, el contenido del hisopo en la pila del agua bendita, un terrible bramido resonó del interior de la capilla. La posesa rugió estentóreamente con una fuerza tal como no lo había hecho durante las tres horas anteriores. Yo en ese momento no lo sabía, lo deduje después, pero alguno de los santos que habíamos invocado había venido y estaba obligándole a salir. La posesa sola, sin que nadie hiciera nada, comenzó a gritar y a gritar. Así que al ver claramente que se estaba desarrollando una lucha invisible, nos pusimos a orar para debilitar al demonio y ayudar así en ese combate. Al cabo de diez minutos salieron los dos demonios: Perversión y Belcebú. A la vez, tal como había predicho a mitad de la sesión.
La madre me comentó que en uno de los pasados días, estaba viendo la televisión y al ver las noticias de la guerra de Irak se le ocurrió rezar un padrenuestro por el alma de Sadam Hussein. Al hacer aquello el demonio al momento se puso como loco, gritando fuera de sí. A lo largo de aquella mañana, en medio de aquella sesión de varias horas, hacia el final, se me ocurrió que podía yo también hacer la prueba, y efectivamente, fue decir a lo chicos que estaban allí ayudándome que íbamos a rezar un padrenuestro por el alma de esa persona, y de pronto la posesa estalló en una verdadera tempestad de ira y furia. Seguí rezando el padrenuestro, y el demonio comenzó a gritar con rabia e impotencia:
¡¡ES MÍO!! Repetia eso una y otra vez, ordenándonos que nos calláramos.
El espectáculo de odio, de convulsiones, de gritos era impresionante. Todo el asunto puede aparecer muy anecdótico, pero personalmente para mí tuvo enseñanzas espirituales muy importantes. Pues ante semejante escena saqué dos conclusiones muy claras. La primera es que así como la posesión demoníaca afecta al cuerpo, así también hay personas que tienen el alma como poseída por el demonio. Ciertamente el alma no puede ser poseída, siempre es libre, pero el alma se puede cargar de tantas ataduras, de tantas cadenas, que al final sea un juguete en manos del Maligno. Es decir, una voluntad débil y maniatada por las bajas pasiones arrastrada a merced del viento de la tentación. Por eso repetía: es mío. Frente a eso, nosotros los cristianos tenemos un Dominus, un Señor.
La segunda enseñanza es que nunca me hubiera imaginado que un simple padrenuestro pudiera descomponer tanto al demonio. Que una oración tan sencilla, tan breve le infundiera tanto temor de que pudiera perder la presa tanto tiempo perseguida. Y comprendí que tenía razón. Pues una oración, una sóla, supone que Dios le enviará sin duda una gracia a su alma. Y una sola gracia puede provocar un arrepentimiento que le eche a perder al demonio una presa atada durante muchos decenios. Un padrenuestro podía destruir el trabajo del demonio durante años en una persona. El demonio temía con razón.
Así que entendí que de la misma manera que en ese momento había una guerra material -la de Irak- también hay una guerra espiritual. Una guerra espiritual que se combate con armas espirituales. No somos conscientes del poder que poseemos. No sabemos hasta que punto una oración, una sóla, puede cambiar a alguien en un puesto estratégico, que a su vez puede cambiar todo.
Es a la luz de esta escena cuando uno ve el poder de ese flujo invisible que emerge de los cientos de monasterios repartidos de un confín al otro del mundo. Son una continua fuente de bendiciones. En silencio, desde la oscuridad, ellos cambian la historia. Por eso, por esta enseñanza, pensé que era bueno contar esta anécdota. Satán le dijo a la madre, a través de la posesa en su casa, que lo que buscaba con la guerra era crear destrucción y sufrimiento.
6 de marzo
Nada especial que reseñar. Tan sólo que además de Satán, había un demonio dentro de la posesa que se llamaba Jaislashenka. Los demonios entraban porque la secta satánica les invocaban. Seguíamos rezando para que se convirtieran las personas que pertenecían a ese grupo del demonio. Justo ya a punto de acabar y con la chica todavía en trance, rezamos por la conversión de las personas de la secta satánica. Cuando yo estaba recogiendo el agua bendita, la madre rezó un padrenuestro por la conversión de Sadam Hussein. La madre me miró y me dijo ¿se ha fijado, padre? Sí, era evidente que rezar por él ya no le causaba ningún tipo de temor a perderlo. La madre al instante comentó: eso es que se ha muerto y se ha condenado. Me acerqué e invité a todos: vamos a rezar con verdadera fe por la conversión de Sadam Hussein. Pero por más que oramos aquella sonrisa de triunfo no desapareció de la cara de la posesa. No dijo nada, no le importaba que rezáramos por él, era como si nos dijera: ya no podéis hacer nada por él. La madre en voz alta dijo: padre, yo creo que eso significa que ha muerto en algún bombardeo de esta semana.
No hace falta decir que un año después apareció Sadam en su refugio. ¿Por qué entonces Satán había actuado de aquella manera? Quizá fue una enseñanza que recibimos por parte de Dios al permitir eso para ver hasta que punto nos podemos dejar engañar por Satán. Sí, nunca hay que bajar la guardia en los exorcismos.
12 de abril
En esta sesión salió un demonio mudo (del que no sabemos el nombre) y Desiré.
El espíritu que respondía al nombre de Desiré hizo gesto con la mano de querer escribir. Tumbada la posesa boca arriba y sin mirar nos escribió que no era un demonio sino un alma humana. Después continuó escribiendo lo que sigue:
Paciencia
soy Desiré (este nombre lo pronunció en inglés)
no mala
[es decir, no soy como los demonios, quería decir que fue una mujer en vida] (Lo escrito entre corchetes son explicaciones o preguntas del sacerdote)
rezar es muy importante
rezar
fe
llamar a San Miguel todos juntos
es importante fe
me voy cuando acabe de escribir
yo muy mal
no descanso
tranquilas
yo no rechazo a Dios
yo viví hace mucho tiempo pero no fui buena
muy guapa, yo creía poder todo
[entonces le ordené en latín, en el nombre de Jesús, que me dijera dónde y cuando vivió. Respondió:]
no hay escritos
no comprobable
hace siglos
[insistí mucho rato en mi orden, al final escribió:]
1514
[En el nombre de Jesús, te ordeno que me digas la verdad, le volví a instar]
¿Por qué te tendría que mentir? Si fuera demonio no rezaría
[era cierto que en ciertos momentos se había puesto a rezar oraciones a Dios y a la Virgen]
[insistí en que dijera dónde vivió]
no voy a decir dónde
no es importante
perdida no encuentro luz
te he dicho que me iré cuando acabe de decir lo que me han dicho que os diga
[¿hay muchos espíritus perdidos como tu?, pregunté]
hay muchos
están en la tierra
fueron hombres
no somos ángeles
no somos demonios
debéis rezar
[le pregunté si esos espíritus perdidos se comunicaban entre sí, si tenían algún tipo de relación]
no
ir de un lado a otro
sabéis mucho usarlo bien
queda muy poco
pero no sé cuanto
no depende de mí
[le dije que nos revelase su nombre]
no importante nombre real
tenías que saber que hay otro demonio
echarlo con fe
San Miguel
fe
rezar
[le pregunté si su nombre Desiré era su nombre también en la tierra]
al morir cambiamos de nombre
al invocar a fuerzas ocultas a veces vamos nosotras si el hechizo sólo influye en el pensamiento
nos vamos cuando la persona reza con fe [se refería a que los espíritus perdidos se marchan del cuerpo de una persona cuando se ora, sin necesidad de exorcizar a ese espíritu concreto]
también rezamos, pero el momento fue cuando vivíamos.
Satán furioso, no os asustéis
Dios con vosotros
hay muchos demonios ocultos
debéis rezar durante más tiempo [para detectar los demonios ocultos]
3 o 5 minutos son insuficientes
a veces tardan horas o días en manifestarse
peligro demonios mudos difícil reacción
España fatal, muchos demonios ocultos, gente no sabe
piensan demonios no existen, están muy ciegos
rezar por ellos, piensan listos y son tontos
Ánimo, Me voy
Y tal como dijo, en cuanto acabó de escribir lo que le habían dicho que nos comunicase, sus brazos volvieron a caer sobre la colchoneta y dio un suspiro profundo y prolongado y salió. En cuanto salió, el otro demonio que había dentro de la posesa se manifestó furioso.
A lo dicho había que añadir que nos había respondido a un "sí" a la pregunta de si un alma condenada al infierno podía poseer a una persona. Nos había dicho también que había otros espíritus que vagaban por la tierra. Espíritus perdidos, que siendo malos en vida y muriendo sin haber pedido perdón, no obstante no habían rechazado a Dios. Y que esas almas tenían hasta el Juicio Final para encontrar la Luz.
Unas semanas antes, la posesa también había entrado en trance y escrito que él, la entidad que respondía al nombre de Jaislegel, no era un demonio, sino el alma de un hombre que había sido muy malo en vida. Escribió su nombre tal como se pronuncia en castellano: Jaislegel. Al ser preguntado si buscaba la luz. Respondió que sí. Y siguió escribiendo:
difícil [que era difícil encontrarla, la luz]
tuve mi momento
el momento es mientras vives
no hay solución
Espíritus perdidos vagan buscando un descanso, pero no lo encuentran
purifican sus pecados, muchos tardan muchos siglos, depende de los pecados y del estado del alma
las culpas son nuestras
Algunos [están] mejor que nosotros
nosotros estamos aquí
no salimos de este mundo
[la madre de la posesa manifestó algo de pena, y el espíritu respondió] si supieras mi vida quizá no pensarías así
la diferencia con los demonios es que no rechazamos a Dios, fuimos malos, no pedimos perdón en su momento.
Yo mala vida, pecado
yo vivía sin Dios, como si no existiera
Después dijo que cuando los hombres invocan a fuerzas ocultas vienen almas perdidas, pero que cuando invocan a demonios vienen demonios.
25 de abril
Marta, estuvo muy enferma cuatro días. Tenía un demonio mudo llamado Muerte, enviado para matarla. Estuvimos dos horas con aquel demonio mudo que la mantenía en trance pero que no decía nada, ni una palabra. Al final pensamos que si el demonio mudo no hablaba, Lucifer sí. En cuanto le ordenamos que hablara, habló y rugió. Al ordenarle que nos dijera como saldría dijo que rezando. Y haciendo eso, al final salió.
24 de mayo
Las primeras comuniones y compromisos parroquiales de mayo ha sido un mes muy ocupado y las sesiones han tenido que ser pospuestas. Estaba hoy acompañado de dos religiosos.
Desde el principio había tres demonios: Satán, Lucifer y Fireflea que significa "pulga de fuego". Pensé que quizá era Firefly (luciérnaga) en vez de Fireflea (pulga de fuego). Pero al preguntárselo me dijo que la luciérnaga era algo bello. Con lo que significaba que no, que él era Fireflea.
Le decía yo a ese demonio cosas como que el agua bendita que le daba a beber y que le asperjía apagaba su fuego, y que la Mujer apastaba su cabeza. Pero eran las oraciones vocales que rezábamos, avemarías, lo que más le atormentaba. El demonio estaba localizado en el vientre.
Finalmente, San Miguel o Santa Catalina de Siena, le obligaron a arrodillarse justo delante del altar. Se produjeron los aullidos y lloros aterradores de tantas sesiones. Su cara estaba congestionada. Las lágrimas caían sobre la base de madera del crucifijo del altar mientras la posesa se agarraba a la cruz. Después la envié al sagrario. Al ir hizo lo mismo que había hecho con la cruz, ella, espontáneamente, se dirigió con paso pesado a los pies de la imagen de Nuestro Señor, se arrodilló junto a sus pies mientras con las manos abrazaba el sagrario. Se había abrazado al sagrario como a la cruz, sin rabia, sin odio, sólo aullando y llorando. Los que estábamos alrededor no hacíamos más que rezar avemarías, pues era evidente que invisiblemente algo estaba pasando. Un santo o un ángel le ordenaba hacer todo aquello que le atormentaba como un exorcismo.
Fireflea salió, pero los demonios que quedaban hacían que la posesa siguiera aullando y llorando. Aquella orden invisible se prolongó durante más de media hora. Finalmente calló, quedó en silencio, calmada aunque en trance, pero todavía seguía de rodillas. Como nosotros no la estábamos exorcizando y ella seguía en trance pero con compostura devota ante el sagrario, no nos movimos y permanecimos todos de rodillas ante el sagrario. Después hizo gesto de que le diéramos papel para escribir. Y escribió:
cruz = fin
importante concienciación
final muy cerca
cuando abraza lo que más odia el final está muy cerca
no desesperéis
luego irá todo mucho mejor
paciencia y fe
Dios os escucha siempre
no lo dudéis nunca
soy San Miguel, tranquilos
seguir rezando por Pablo
rezar; rezar
encomendaos a Dios
llamarme que yo iré
Dios está con vosotros
Justo antes de escribir había dicho "cruz sinónimo de fin". Yo sabía muy bien a que se refería. Estaba seguro de que justo cuanto todo estuviera para acabar se desataría una tormenta. Una tormenta eclesiástica contra mí. Aquello confirmaba esa intuición que tenía yo desde hacía meses.
7 de junio 2003
Estamos solos la madre, la hija y yo. Y tres demonios. Pronto contestó el inferior que además de Satán y Lucifer estaba otro llamado Odio. Hacerle la señal de la cruz era lo que más le atormentaba. Yo le hablaba del amor de Jesús, del amor de Dios. En un momento dado, y sin hacerle ninguna pregunta, hizo gesto de querer escribir. Al ponerle las hojas sobre el vientre escribió con una letra distinta a todas las letras anteriores:
las cruces en la cabeza casi ninguno las soporta
muy importante
hazlo a todos
cuando vengan a ti
a ninguno [de los demonios] le gusta
signo tú hacer siempre
Estas líneas se las obligó a escribir San Miguel, para que supiera cómo hacer para descubrir a los demonios que se ocultan cuando un acerdote trata de discernir si alguien está poseso. Y es verdad que el padre Amorth siempre hacía sus oraciones con un gran crucifijo en la mano con el que hacía cruces en la cabeza cuando alguien llegaba a ver si estaba poseso.
Al final el demonio llamado Odio salió, pero cuando le pregunté si efectivamente había salido, la posesa con los ojos en blanco y sin decir nada señaló un punto cerca de ella. El demonio estuvo todavía más de media hora sin alejarse de la posesa. Hacer la señal de la cruz en el aire, bendiciendo, es lo que hay que hacer en estos casos para alejarles definitivamente. Aunque esto puede demorarse, incluso tanto como en este caso: media hora. Sabemos que eso es lo que hay que hacer, porque después de tantos rosarios a la pregunta de qué había que hacer para que se fuera, la respuesta fue levantar lentamente el brazo y hacer una señal de la cruz en el aire con la mano hacia el lugar donde había dicho que estaba. Lo mismo nos había dicho Lucifer muchas semanas antes respecto a otro demonio. En este caso añadió que hacer la señal de la cruz y asperger con agua bendita. Cuando llevábamos más de un cuarto de hora intercalando oraciones y estas dos cosas y seguía sin marcharse, y yo insistí en preguntar que qué más había que hacer la respuesta fue: ¡impacientes!
Pero de pronto emergió una voz completamente distinta de la posesa, una voz que era exactamente igual a la de la niña de la película El Exorcista. No voy a tratar de describir la voz porque era idéntica a esa. La nueva voz dijo que la secta satánica estaba invocando a los demonios. Al preguntar el nombre del nuevo demonio nos dijo que era Soberbia. Le hablé de la humildad de Cristo, e incluso de la humildad de Dios. Le repetí que más valía servir en el cielo que reinar en el infierno. Se retorcía de dolor al oír aquello. También señaló la zona exacta del cuerpo donde estaba, la parte posterior de la cabeza. Al hacer allí la señal de la cruz se retorció y gritó de un modo más desesperado. Pero la secta seguía invocando a demonios para que vinieran en ayuda de los que allí había. Era como la comunión de los santos, pero a la inversa. La voz de Soberbia nos dijo que en la capilla había dos demonios más: Jaizel y Dolor. Incluso nos señaló donde estaban, sobre el altar. No llegaron a entrar porque nos pusimos a rezar por el miembro de la secta que les estaba invocando. Cuando una secta hace eso, lo mejor es rezar y rezar por el que está invocando a los demonios.
También a Soberbia la señal de la cruz era lo que más le atormentaba. Es curioso que la madre en un momento dado le puso una pequeña cruz en la mano de la posesa, y al instante la hija dió un quejido y dijo: me ha pinchado, vuelta completamente en sí y señalando un punto concreto de un dedo de la mano. Fue una vuelta en sí repentina. Y en la pequeña cruz nada podía pincharle. Pero al instante volvió en sí.
Finalmente la posesa se puso de rodillas y dijo: No puedo nada contra Dios. Y se agarró a la cruz del altar. Lo hizo espontáneamente sin que se lo ordenáramos.
Salió el demonio tras veinte minutos de gritos tremendos. Los otros demonios Jaizel y Dolor también se habían marchado. Sólo estaba Lucifer y Satán. Y a juzgar cómo gritaba Lucifer estaba pronto a salir. Y así fue, una hora después, salió. Hay que reseñar que cuando estaba gritando y gritando pero no salía, le ordené en latín: quae formula usare debo ut exeas?, ¿qué fórmula debo usar para que salgas? Y al momento dijo: En el nombre del Dios de la Saud, del Dios de la Luz, te ordeno que salgas inmediatamente. Recitó la fórmula lentamente, haciendo pausas para que la repitiera. Si el poder de la oración obligaba al demonio a hacer aquello, había que reconocer que era un poder impresionante. Seguí repitiendo esa fórmula varias veces y al final salió.
Cuando salió oré un poco para asegurarme de que no estuviera dentro. En seguida emitió quejidos y quejidos. Le pregunté si era Lucifer. ¿Es que no me reconoces? Me preguntó Satán con su furia habitual y su voz algo distinta, algo más agresiva que la de Lucifer.
Lo más gracioso de Lucifer era que a cualquier pregunta que le hiciera siempre me espetaba con un tono muy peculiar: ¡Qué tonto eres! ¡Pero qué tonto...! Siempre repetía esta frase con un soniquete especial, burlesco, alargando la primera "o". Aunque en cambio me produjo una cierta vanagloria cuando en dos ocasiones, repitiendo yo con toda tranquilidad una oración en lenguas, Lucifer no se aguantó más y gritó furioso: Me pone enfermo tu paciencia. ¡Pero es que no te cansas nunca!
Yo, desde que Lucifer me dijo lo tonto que era, he dejado de considerarme un gran teólogo.
14 de junio 2003
Estábamos un sacerdote que se dedica a ayudar a los enfermos de sida de las monjas de la madre Teresa de Calcuta, la hermana de ese sacerdote y yo.
En la posesa estaban sólo Belcebú y Satán. En mitad del exorcismo tuve que marchar a Los Hueros a bautizar a cinco infantes. Pasar del exorcismo a los bautizos es un interesante contraste. Aunque el encanto del rito se rompió por los familiares cargados de cámaras que no dejaban de hablar sentados en sus confortables bancos. Recuerdo que no hacía más que pedir silencio, pero ellos seguían a lo suyo. Aquella iglesia llena de familiares que charlaban entre sí deseando que acabara cuanto antes el bautismo, era un espectáculo patético. No recuerdo cuantas veces tuve que pedir silencio. En un momento dado pensé que prefería el exorcismo, al menos el demonio te hace caso.
El bautizo acabó y volví a Zulema, regresé a las oraciones por la posesa. Al cabo de un rato le pregunté a Belcebú: ¿qué es lo que concretamente te hará salir?
Y el añadió: ¿Qué o quién? Su tono fue encantadoramente juguetón.
Era evidente que se refería a San MIguel, pero insití en mis órdenes hasta que lo dijo. Tras invocarle durante un rato, añadió: comunión.
A los veinte minutos de la comunión salió.
Y después escribió:
Tranquilos, no entran
[pensaba la madre que la secta haría que entraran más]
Seguir rezando
comunión importante
[para que no entraran más]
sesión anterior
lección:
deben seguir los exorcismos
yo estoy con vosotros
no temáis ni os desaniméis al pensar concienciación lenta
todo llegará a su debido tiempo
es muy importante concienciación
[subrayado tres veces]
muchos demonios ocultos en personas que no lo saben.
Tener fe
Dios os escucha siempre
Soy San Miguel
tranquilos
no os preocupéis
Y al cabo de un rato de dar gracias a Dios, dimos por concluida la sesión. Es curioso que en un momento dado le pregunté yo si la secta sabía que nos reuníamos a esa hora para el exorcismo. Y dijo que no sabían nada.
26 de junio
Me llamó la madre por teléfono para decirme que en casa había escrito lo siguiente:
obsesión
ella no caso
no solución.
muerte
Se refería a que Pablo, el chico de la secta satánica, estaba obsesionado con ella, que no debía fijarse en él, pues si le hacía caso se complicaría extraordinariamente. También decía que él estaba tan decidido a seguir en el mal que no había solución. Y que por lo tanto le esperaba la muerte. Cosa que yo ya llevaba presintiendo desde hacía tiempo.
Cuando alguien está voluntariamente haciendo daño a alguien a través del satanismo y comienza a recibir muchas gracias espirituales de arrepentimiento, porque alguien reza por él. Si resiste a esas gracias abundantes y poderosas, Dios se lo lleva con él. Porque la vida sólo le servirá para aumentar su iniquidad. Por aquel chico que era la causa de la posesión, el invocador del demonio, la madre había rezado mucho, muchísimo, durante meses. Y él había rechazado todas las gracias. Yo, desde hacía meses, veía que si seguía diciendo que no a Dios, Él lo llamaría a su presencia. El demonio siguió escribiendo:
no salvación a los hijos de Satán
no salvación
libertad
él nunca feliz
no [se da] cuenta
No salvación a los hijos de satán.
Aviso [esta última palabra estaba metida en un recuadro doble]
los pactos hacen eso.
No [metido en un recuadro] salvación.
Tú no entender nada.
No Pablo almas perdidas
[eso lo dijo porque la madre comentó que Pablo sería como un alma perdida. Pero quedaba claro que no, que iba hacia la condenación]
La voluntad lo niega
[porque la madre antes había dicho que las almas perdidas no niegan a Dios]
Él lo odia.
La madre le preguntó al demonio que si la familia del chico de la secta satánica era creyente y que si estaba bautizado, confirmado o algo así. De palabra el demonio respondió que no. Después escribió:
Inocencia perdida, fealdad de espíritu
[le preguntó que si Pablo sólo tenía a Satán dentro]
Muchos
tonta, él malo.
Lo único rezar
Yo no quiero que nadie rece, quiero que la gente no crea en Dios. Quiero perder el máximo de almas posibles y llevarlos a la más completa desesperación y pena, a la destrucción. Los seduzco con falsas promesas que nunca cumplo para atraerlos a la oscuridad.
Hay gente que sin saberlo se va hundiendo poco a poco porque no me ven. No saben que detrás de "pequeños" vicios estoy yo
[la palabra pequeños la escribió entre comillas y yo dentro de un recuadro]
San Miguel me obliga a escribir porque ellos deben saber para poder defenderse y no caer en mis redes. Yo busco su perdidión. La gente debe volver a Dios de forma intensa, rezar; hablar con Dios, perdirle lo que necesitan, Él os escucha siempre. Yo influencias fuertes para que la gente no crea. Les incluco no creencia, no moral, nada es pecado, todo está bien, les incito a la destrucción.
Los odio.
Ellos no se dan cuenta.
las cosas deben cambiar:
Tienen que saberlo: cuanto más se alejan de Dios más actúo yo
soy Satán.
Reza por ella lo necesita mucho.
Tranquilas. Es pasajero, pasará.
Después de eso me dijo la madre que volvió en sí. Pero me decía que los días pasados habían sido horribles. Los demonios entraban y salían, abría los ojos como si fueran a salirse de sus órbitas, tenía risas maléficas, sacaba las uñas, quería agredirle, alguna vez le cogió del pelo. Pero había como una fuerza invisible que impedía que después le tirara del pelo aunque quisiera hacerlo. Había una orden de Dios que prohibía que le pudiera hacer daño de verdad.
Durante esos días, en uno de esos momentos de furia la madre se rió del demonio y entonces le gritó: ¿es que me has perdido el respeto? Yo después reflexionaba ante esa pregunta llena de odio: una madre indefensa frente a Satanás. Sí, no daba ningún miedo. A un cristiano, desde luego no.
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