EL SEXO
LAS ABERRACIONES SEXUALES CONDUCEN AL INFIERNO
"Los pecados de la carne son los que más almas llevan al infierno. Vendrán ciertas modas que ofenderán mucho a Dios..." predijo la Virgen a los pastorcillos de Fátima en 1917. Hoy, noventa años después, el resultado es de acierto absoluto. Con la explosión de la pornografía impresa, en el cine, la televisión, y últimamente en internet, las "modas" mencionadas anteriormente se han convertido en una plaga. Si a alguien le interesa conocer de antemano el destino reservado a toda esta clase de pecadores, le invito a recordar lo sucedido en 1917, en una pequeña aldea de Portugal:
En Fátima, la Santísima Virgen María le dijo a los tres niños videntes que muchas almas van al infierno porque no tienen a nadie que rece o haga sacrificios por ellas. En sus Memorias, la Hermana Lucía describe la visión del infierno que Nuestra Señora les mostró a los niños en Fátima:
"Ella abrió Sus manos una vez más, como lo había hecho los dos meses anteriores. Los rayos [de luz] parecían penetrar la tierra y vimos, por decirlo así, un vasto mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma humana. Llevados por las llamas que de ellos mismos salían, juntamente con horribles nubes de humo, flotaban en aquel fuego y caían para todos los lados igual que las pavesas en los grandes incendios sin peso y sin equilibrio, entre gritos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de espanto. (debió haber sido este espectáculo lo que me hizo gritar, como dice la gente que así me escuchó). Los demonios se distinguían por formas horribles y repugnantes de animales espantosos y desconocidos pero transparentes igual que carbones encendidos. Esa visión duró sólo un momento, gracias a nuestra bondadosa Madre Celestial, Quien en la primera aparición había prometido llevarnos al Cielo. Sin esto, creo que hubiéramos muerto de terror y miedo."
Desde hace unas décadas, coincidiendo con la explosión de la pornografía en revistas, en vídeo y ahora en internet, se ha producido una súbita degeneración de las prácticas sexuales. Las gentes que van de progres y liberales por la vida, incluyendo muchos dirigentes políticos que deberían velar por la moral pública, afirman que todas estas prácticas depravadas, que antes sólo eran conocidas y practicadas por una pequeña porción de la sociedad más privilegiada, suponen en sí un progreso y algo positivo y deseable. Nada más alejado de la realidad.
Como mucha gente tiende a identificar la amabilidad con la permisividad, hablaré de forma explícita. La gran pregunta es: ¿supone realmente un avance para la humanidad el sexo aberrante? ¿Tiene algo bueno que aportar a las relaciones humanas el sexo oral, anal, zoofílico, coprofágico o cualquiera otra de las infinitas modalidades que tanto proliferan actualmente? ¿Realmente supone esto un progreso, o no es más que un avance, uno más, en la degradación moral, personal y física de las parejas? Y, como casi siempre sucede, la mujer suele llevar la peor parte. Basta con abrir alguna de estas publicaciones tan "progresistas" para comprobar como "avanza" la "liberación" femenina en el terreno sexual. El propio término de "mujer liberada", que tanto significó en la década de los sesenta, no es ahora más que un sinónimo patético de la prostitución más repugnante. Aunque algo de razón no le falta al término. Estas mujeres se han liberado de cualquier tipo de escrúpulo moral y han convertido sus cuerpos en una especie de coladores que lo mismo se "tiran" a un jovencito armado con un falo mastodóntico que a un vejete arrugado y maloliente necesitado de toda clase de manipulaciones previas para alcanzar una mínima erección.
¿Y los matrimonios? ¿Realmente están mejor las mujeres casadas que las prostitutas antes mencionadas? Preguntémonos por un momento que es lo que se obtiene de toda esta clase de sexo. ¿Realmente es más placentero, o ese supuesto placer que alcanza el varón con las aberraciones sexuales no se debe a un mayúsculo sentimiento de superioridad logrado a través de la degradación infinita que suponen estas prácticas para su pareja? Alguien podría argumentar que la mujer disfruta también con su propia degradación. Como sexo teóricamente débil, la mujer podría sentirse "realizada" a través de estas prácticas degradantes que la situarían explícitamente en el lugar que le correspondería como adlátere del hombre: en posición siempre inferior, arrodillada o en posturas aún más "liberadoras". No nos engañemos, la concupiscencia no es una liberación ni un progreso, sino un retorno a la esclavitud de los instintos más primarios del hombre.
Lo más sorprendente es que las que deberían levantar la voz contra toda esta proliferación de esclavitud sexual, las feministas, ni siquiera abren el pico. En mi opinión, el feminismo actual no hace más que enmascarar cierta clase de indefinición sexual latente, pero aún desde esta postura lésbica, hay algo de repugnante en la sumisión que la mujer asume con respecto al hombre por medio de estas prácticas en extremo degradantes y no menos repugnantes. Pero ellas callan, quizás porque sus propias prácticas de pareja no difieran demasiado de aquellas. En toda pareja, incluso en las lésbicas, suele haber una parte dominante...
¿Y el resto de las mujeres? Me consta que la mayoría de las mujeres se dejan ir. Por miedo a ser tachadas de beatas, de retrógradas o de mojigatas, las chicas acceden a hacer de tripas corazón y no dudan en lamer hasta las heces de su amado para mayor gloria de la "liberación femenina". Contra todo lo expuesto, yo simplemente me atengo a lo escrito unos milenios ha. Existe una forma natural de ejercer el sexo. La voluntad divina se expresa a través de lo natural y lo que va contra-naturam es una ofensa muy grave a este principio. La dignidad humana es un valor primordial, y este valor desaparece cuando no se respeta el propio cuerpo
SEXO ORAL Y ANAL: PORTAL HACIA EL LAGO DE FUEGO.
Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.
Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.
(San Mateo 5, 29-30)
LAS LEYES DE LA NATURALEZA COMO EXPRESIÓN DE LA VOLUNTAD DIVINA.
La voluntad de Dios está reflejada en la naturaleza, por lo tanto, lo que contraviene a la naturaleza, ofende a la Voluntad Divina. Las Escrituras mencionan repetidas veces a Dios como el Artífice de todo lo creado. Desde el Génesis, Dios, como Creador del hombre y la mujer, expone Sus leyes de forma explícita en la propia naturaleza: "Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó, de modo que nadie tiene excusa" (Romanos 1, 20). En este artículo trataremos la cuestión de las aberraciones sexuales. Un tema que ha emergido en los últimos tiempos como una moda que muchos consideran inofensiva, pero que, como quedará demostrado, lleva implícitas unas consecuencias catastróficas.
Los órganos genitales humanos están perfectamente diseñados para su función reproductiva y sexual. Y a su vez, esta función está en el origen de la estructura básica de la sociedad: la familia. Una célula necesaria para la continuidad de la obra de Dios en la Tierra, para la educación de los hijos, la realización personal dentro de la pareja, etc. La fidelidad como forma de expresión del amor y entrega de los esposos es una necesidad evidente, y no menos necesario es el respeto entre ambos, respeto fundamentado en el seguimiento de las leyes más elementales de la naturaleza humana.
Sin embargo, actualmente existe una corriente -que parece afectar incluso a los sectores más conservadores de la sociedad- que preconiza la ruptura de la moral natural y la aceptación de la propia voluntad como única forma de establecer los patrones de conducta sexual. Un relativismo moral en el que uno se convierte en juez y parte para juzgar sobre lo que está bien y lo que está mal. Y es evidente que cuando uno juzga sobre si mismo, no tiene en cuenta el mal de los demás como lo tendría un juez imparcial. Este concepto, desarrollado en principio por los ideólogos marxistas ateos, y fomentado posteriormente por la difusión generalizada de la pornografía, dio como resultado la difusión de algunas monstruosidades muy en boga actualmente, como el genocidio de millones de niños inocentes por medio del aborto, la banalización del matrimonio a través del divorcio generalizado, y las prácticas sexuales aberrantes.
Estas prácticas sexuales que la pornografía ha puesto de moda actualmente son depravaciones execrables que contradicen las más elementales leyes de la naturaleza. La naturaleza nos indica claramente la función que desempeña cada uno de los órganos del cuerpo, y no hace falta exprimir demasiado el cerebro para llegar a la conclusión de que estas prácticas contravienen este principio al mezclar las funciones genitales con las del aparato digestivo. Tanto la boca como el ano cumplen una función específica dentro del proceso alimenticio, y el hombre siente una repugnancia natural hacia cualquier práctica que contravenga las disposiciones naturales.
La anatomía humana habla por si misma. Los órganos genitales masculinos se complementan a la perfección con sus homólogos femeninos. La misma naturaleza expone las reglas a seguir: las relaciones naturales se verifican entre genitales masculinos y femeninos. Este hecho, que hace sólo unas décadas no haría falta ni explicarlo, resulta ahora difícil de asimilar para mucha gente. Y de hecho, en muchas parejas se ha sustituido la relación genital-genital por otras más exóticas, como la oral-genital, la genital-anal e incluso la oral-anal. A poco que uno busque, no tardará en hallar combinaciones aún más abominables. A algunos todo esto les parecerá muy creativo, pero obviamente no es natural. Lo natural está escrito en la realidad de las cosas, no es un invento que dependa de la voluntad de cada individuo. La verdad es objetiva, no relativa. Reemplazar la realidad objetiva de la sexualidad humana por el sexo oral, anal, grupal, manual, bestial o cualquier otro que se pueda imaginar supone violentar la ley natural. Y, como ya se expuso más arriba, se violenta también el plan que Dios trazó para los hombres.
Por otra parte, el cuerpo también se resiente de estas prácticas que fuerzan hasta el extremo unos esfínteres desprovistos de lubricación natural para la nueva función a la que los sodomitas y homosexuales intentan someterlos.
La orientación sexual o el hecho de tratarse de un matrimonio no alteran en absoluto estos principios. Algunos piensan que el hecho de estar casados supone una licencia para practicar toda clase de depravaciones, pero esto no tiene sentido alguno. Una aberración sexual no deja de serlo por el hecho de estar casados los que la practican. Si cabe, aún incrementa su nivel de perversión, al atentar contra la santidad del sacramento matrimonial, como nos recuerda la Escritura:
Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. (Tobit 8, 7)
Los deseos impuros no tienen cabida en el matrimonio. Si alguien siente este tipo de deseos, que no piense en casarse para poder satisfacerlos. Es la continencia y el auto-control lo que debe ejercitar. Es más, el apóstol San Pablo nos recomienda explícitamente el celibato. Sin embargo, reconoce que no todos los hombres y mujeres pueden ejercer la contención:
Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra.
No obstante, digo a los célibes y a las viudas: Bien les está quedarse como yo.
Pero si no pueden contenerse, que se casen; mejor es casarse que abrasarse. (1 Corintios 7)
Estas palabras son diáfanas: el matrimonio es un medio idóneo para los que "no pueden contenerse" y de otra manera acabarían cayendo en el pecado de la fornicación. No es para consagrarlo al vicio y la degeneración de los esposos:
"Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreséis más. Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús. Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Que nadie falte a su hermano ni se aproveche de él en este punto, pues el Señor se vengará de todo esto, como os lo dijimos ya y lo atestiguamos, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad.
Así pues, el que esto deprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os hace don de su Espíritu Santo." (1 Tesalonicenses 4, 1-8)
Los homosexuales se quejan de que este tipo de planteamientos los condena a la anulación de su sexualidad de por vida. Pero ellos no tienen por que ser diferentes de otro tipo de aberrantes sexuales. Si aceptamos el sexo anal para los homosexuales, ¿por qué no aceptar también el sexo con animales, el incesto o el sexo con orina o excrementos? El caso homosexual es idéntico a cualquier otra tendencia contranatural que pueda existir en el hombre. Cuando aparece una tentación contraria a la moral, es necesario ejercer el autocontrol:
Ciudad abierta y sin muralla es el hombre que no domina su ánimo. (Proverbios 25, 28)
Cuando se abandona la moral natural abandonamos el plan establecido por Dios para el hombre, y entonces lo único que hay en el horizonte es una depravación sin límites.
El sexo oral adolece de las mismas connotaciones degradantes del anal. Algunos defensores de esta práctica argumentan que, al contrario que la anterior, carece de riesgos para la salud, y de alguna forma resulta más "inocente". Argumentaciones fácilmente rebatibles: numerosas enfermedades venéreas encuentran en esta práctica una vía de contagio habitual, como ocurre con la gonorrea, el sida, la hepatitis, el herpes, e incluso el cáncer. De hecho, el herpes bucal producido por éstas prácticas ya es una verdadera plaga incurable que afecta a un porcentaje enorme de la población de muchos países.
Pero vayamos con otras cuestiones no estrictamente médicas. El sexo oral es tan contranatural como el anal. Lo mismo que aquél, el sexo oral está cerrado a la reproducción, y el hecho de que sea fisiológicamente posible practicarlo, no implica que sea moralmente aceptable.
Algunas parejas, incluso casadas, explican que estas prácticas son una "expresión de amor". Sin embargo no parece que someter a la pareja a unas prácticas degradantes tenga significado amoroso alguno. El auténtico motor de toda esta actividad antinatural es la consecución del placer sexual y la satisfacción de vicios perversos. Durante estas prácticas, la pareja no es considerada como el ser amado, sino como un mero objeto de placer. Lo mismo sería afirmar que un hombre está realizando esa misma "expresión de amor" cuando fornica con una muñeca hinchable. Me temo que no pocos matrimonios se rompen porque uno de los cónyuges intenta imponer al otro este tipo de actividades contra-naturam.
Y, en el caso de no ser así, tampoco estaría justificado. El acuerdo de ambos para practicar aberraciones no justifica esta conducta en absoluto. Sólo indica que se trata de una pareja corrupta que acepta la corrupción como pauta de conducta. Pero no es esto lo que Dios dispone:
Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado; que a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios. (Hebreos 13, 4)
Aparte de las razones sanitarias, fisiológicas y morales ¿qué decir de las connotaciones sobre la dignidad humana? ¿Resulta éticamente admisible cambiar el uso natural de la boca para convertirla en el receptáculo de un esfínter diseñado para evacuar orina? Sin duda, los defensores de estas prácticas no dudarán en apresurarse a lanzar una respuesta afirmativa. Quizás sentir las deyecciones de orina y secreciones seminales en sus bocas les resulte una experiencia no excesivamente traumática. Después de todo, la pornografía galopante se ha encargado de eliminar la noción de repugnancia natural que implica esta práctica.
Sin embargo los datos son tozudos. Para el hombre natural, el sexo oral es objetivamente tan degradante como pudiese serlo comer una ración de excrementos.
Me temo que muchos no podrán llegar a comprender lo que significan estas palabras. Están tan profundamente inmersos en la degradación moral que lleva implícita esta clase de sexo depravado que son incapaces de imaginar siquiera cuál es el estado natural del sentido de la repugnancia humana. Éste es el producto de la pornografía generalizada: la conversión de la inmoralidad humana en un negocio. Cuanto más se fomente la degeneración, la perversión y la abyección de los instintos naturales, más adicción se creará en los pobres consumidores de pornografía, que necesitarán comprar revistas, vídeos, tv., etc donde se les muestren prácticas cada vez más degeneradas con las que seguir alimentando sus instintos cada vez más distorsionados.
No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. (Gálatas 6, 7-8)
Y, naturalmente, la abyección no tarda en trasladarse del mundo pornográfico al real. La pornografía masiva de las últimas décadas ha conseguido calar tan hondo en las conciencias humanas que resulta ya inconcebible para la mayoría de la gente que alguien pueda siquiera plantear las cuestiones que se exponen en este artículo. El sexo oral y anal han sido incorporados a la civilización occidental a través de las publicaciones más abyectas imaginables, y actualmente resulta chocante que alguien pueda siquiera plantear su erradicación alegando que son prácticas degradantes, repugnantes, inmorales y antibíblicas. Cualquiera que exponga algo así no tardaría en ser tachado de retrógrado, nazi y fascista... tan asimiladas están ya todas estas prácticas en el imaginario colectivo actual.
Sin embargo, tanto la naturaleza como la Biblia son explícitas al respecto: "como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno" (San Judas Apóstol 7).
Las ciudades de Sodoma y Gomorra y otras circunvecinas tenían en común una cosa: todas ellas estaban corruptas y depravadas. Los vicios de impureza estaban generalizados. Estos vicios resultaban tan abominables a los ojos de Dios que la Escritura nos advierte que estas poblaciones fueron exterminadas de raíz. De hecho, los sodomitas incluso intentaron abusar de los ángeles que venían a inspeccionar tan depravado lugar.
"No bien se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, rodearon la casa desde el mozo hasta el viejo, todo el pueblo sin excepción.
Llamaron a voces a Lot y le dijeron: «¿Dónde están los hombres que han venido donde ti esta noche? Sácalos, para que abusemos de ellos.»" (Génesis 19, 4-5)
Al margen de la historicidad de estos hechos, el mensaje del escritor bíblico es el mismo que da título a este artículo: las aberraciones sexuales son una abominación a los ojos de Dios y la antesala del fuego infernal.
No hay que engañarse ni engañar a los demás. La Biblia nos explica de forma clara e inequívoca que las aberraciones sexuales serán castigadas de forma contundente. No te dejes embaucar por los depravados ni los pornógrafos. Esta gente no busca tu interés, sólo desea satisfacer unos instintos bestiales y obtener dinero a costa de tu condenación eterna. La lluvia de fuego y azufre se prolongará para los sodomitas por toda la eternidad. ¡No juegues con fuego!
El diablo utiliza estas tentaciones carnales para condenar a las almas. Satanás no puede alterar el libre albedrío de los hombres, pero sí puede tentarlos con el pecado. Pero aunque tentado, el hombre conserva siempre su libertad y es quien decide lo que hace o deja de hacer. El apóstol nos explicita todo el proceso:
Sino que cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte. (Santiago 1, 14-15)
La palabra del Creador es eterna e inmutable, y no puede quedar desfasada en función de modas, caprichos ni negocios multimillonarios.
El hecho de que la mayor parte de la sociedad apruebe una conducta objetivamente inmoral no hace que ésta sea moral. El argumento de que "todo el mundo lo hace", no es una razón que justifique lo injustificable. En nuestra sociedad el asesinato de niños por medio del aborto está muy extendido, pero no por ello deja de ser un crimen. Los que se escudan en esta argumentación están reeditando las palabras de Goebbels, el ministro de propaganda del III Reich: "Una mentira repetida muchas veces acaba siendo verdad".
La verdad no depende de la percepción particular de una persona concreta, sino que es una realidad objetiva. No seguir esta premisa elemental sería caer en una especie de relativismo moral en el que prescindimos de Dios y cada cual se convierte en una especie de dios capaz de juzgar el bien y el mal. Esta es la tendencia dominante actual. Sin embargo la misma realidad nos demuestra que la naturaleza no se guía por el caos, sino que guarda escrupulosamente unas leyes básicas que, cuando se quiebran, nunca dejan de pasar factura:
"porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío. Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, entrególos Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados, los cuales, aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen.". (Romanos 1, 21-32)
Como puede comprobarse en este pasaje, las depravaciones existían ya hace varios milenios, y ya entonces los apóstoles del Evangelio advertían contra la distorsión de las leyes naturales. Sin embargo, la pornografía omnipresente en la sociedad actual está modificando la percepción de las leyes naturales a una escala sin precedentes. La pornografía se ha convertido en una industria que mueve ingentes recursos económicos y laborales. En muchos países desarrollados una de cada tres publicaciones editadas es de contenido erótico. La proliferación de cuerpos desnudos está alterando la percepción de la función sexual, desviándola de su encuadre familiar natural hacia otro más trivial, donde la búsqueda del placer es una finalidad en si misma.
Cualquiera puede comprender que la desnudez no es lo natural en la humanidad. La desnudez va contra la moral natural. Es cierto que nacemos desnudos, pero los niños carecen de instintos sexuales, y por consiguiente pueden mostrarse unos a otros sin mayor problema. No ocurre así con los adultos. El instinto sexual se activa entre otros factores por la visión de la desnudez del prójimo. Si fuésemos desnudos, iríamos provocando la estimulación de los instintos sexuales naturales, y esto no es lo natural en la especie humana. Lo natural es que se formen familias compuestas de un hombre y una mujer, y es entre estos cónyuges entre quienes debe encenderse el estímulo sexual mediante la desnudez, no con terceras personas.
Esta evidencia tan elemental se pasa por alto muchas veces en estos tiempos, y la consecuencia es más que evidente: la mitad de los matrimonios acaban en divorcio. En gran medida, estos divorcios se deben a estímulos sexuales producidos por la desnudez de personas ajenas al matrimonio. Y es que el mal siempre pasa su inevitable factura.
Algunos podrían argumentar: Si Dios crea a los humanos con su inteligencia, sexo y, consecuentemente, con su sexualidad o tendencias: una de dos, o estas tendencias están previstas en la creación de Dios, o son un fallo técnico del Infalible Gran Creador.
Aclarémoslo: El sexo está diseñado por la naturaleza para la procreación y la unión matrimonial. Nosotros somos animales "racionales"... ¡Y nos podemos saltar las leyes de la naturaleza...! Lo mismo que los humanos, existen también animales que tienen estas disposiciones pervertidas en sus genes. Los animales viven guiados por sus instintos -pervertidos o no- a los que deben seguir siempre. Los humanos debemos superar nuestros instintos y guiarnos por la voluntad y el sentido común que nos indica qué es lo que está bien y lo que no. No es válida, por lo tanto, la excusa de que la las aberraciones sexuales también se dan entre los animales para justificar su práctica entre los humanos.
LA HISTORIA DE LAS DEPRAVACIONES.
A lo largo de los siglos, las sociedades variaron en gran medida sus patrones de conducta al respecto de las degeneraciones sexuales. La época clásica contempla una proliferación masiva de todo tipo de prácticas aberrantes, todo ello muy facilitado por el hecho de que las tres cuartas partes de la población estaban compuestas por esclavos. En medio de esta esclavitud generalizada no es difícil suponer una facilidad extrema para dar rienda suelta a toda clase de vejaciones y degradaciones infrahumanas con los esclavos, hombres y mujeres estos que en los tiempos de la "avanzada" civilización romana eran considerados al mismo nivel de los animales.
En este caso, es evidente que el libertinaje sexual generalizado era la expresión externa de una situación de dominio efectivo del propietario esclavista sobre sus "infrahombres".
Sólo con la llegada del cristianismo comenzó a tenerse en cuenta la dignidad de la persona humana como un valor esencial. En los diez primeros siglos de nuestra era, tanto la Iglesia Católica como las Iglesias orientales, aún formalmente unificadas, coincidían en condenar cualquier práctica sexual atentatoria contra la dignidad de la persona. Este punto condujo al patíbulo a gran cantidad de sodomitas, ya durante la época del imperio romano tardío.
Hoy, esta actitud es considerada excesivamente rigurosa, pero hace dos milenios la pena de muerte era de aplicación generalizada, incluso por delitos de robo menor.
Esta situación se mantuvo con ciertos altibajos hasta el siglo XIX, en el que se produjo una relajación general en la aplicación de las condenas a muerte. Por poner un ejemplo, en un país considerado como el más avanzado del mundo en su época: la Inglaterra victoriana, el robo de una oveja era motivo suficiente para enviar a la horca a un hombre. La práctica de sexo oral o anal entre hombre y mujer era castigada con la deportación de por vida a una remota colonia penitenciaria en el otro lado del planeta.
Ya en el siglo XX, a partir de la década de los sesenta, con el advenimiento de la llamada contracultura, de los movimientos antisociales y de las influencias del ateísmo extendido por medio mundo por los regímenes comunistas, surgió una nueva forma de entender el sexo. Las raíces de todo este proceso hay que buscarlas en las teorías revolucionarias marxistas que negaban la existencia de Dios y dejaban al libre albedrío de cada cual todo lo concerniente a la sexualidad y la familia.
Este concepto, la entonces llamada "revolución sexual", condujo a la progresiva destrucción de la célula familiar tradicional, y a la generalización del divorcio y el matrimonio civil como forma de fornicación institucionalizada.
Al mismo tiempo, proliferaron nuevas formas de pareja totalmente contrarias a lo que es natural en la especie humana.
El sexo se vio profundamente marcado por esta ola de ateísmo generalizado. La nueva ideología libertina encontró en la pornografía, promovida a escala masiva en la década de los años sesenta, una fuente inagotable de propaganda con la que pervertir a la generalidad de la masa social. De esta forma, se convirtió en "normal" lo que hasta entonces se consideraba pura "aberración" e incluso en manifiesta "degeneración", penada con la cárcel e incluso el patíbulo.
La sexualidad humana se encontró con unas llamadas nuevas formas de "amor" que en realidad sólo son maneras de enmascarar una nueva y más profunda forma de esclavitud sexual con la que satisfacer ciertas tendencias de placer morboso en el dominio, la degradación y la sumisión del otro.
Tendencias que, merced a la omnipresente pornografía, han conseguido implantarse en amplias capas de la sociedad de todo el mundo.
Actualmente, la relajación generalizada de costumbres que ha acarreado la extensión del ateísmo en la sociedad ha eliminado la mayor parte de las penas de cárcel por los pecados de perversión sexual en el mundo occidental, aunque no así en los países de la esfera islámica y oriental, donde la sodomía y cualquier otro tipo de sexo aberrante está severamente castigado, incluso con la muerte.
Pero el hecho de que la ley no las castigue no implica que estas prácticas abominables sean aceptables. En absoluto. Nada más contrario a la verdad. Para comprobarlo no tenemos más que acudir a los Textos Sagrados.
EL SEXO Y LA LEY DE DIOS.
En numerosos pasajes, la Iglesia (CIC 2366; Humanae Vitae 11) y la Biblia nos instruyen sobre la necesidad de guardar las leyes naturales en materia sexual. No son menos elocuentes las advertencias sobre las terribles consecuencias que supone quebrar las leyes de Dios. En el Levítico, se encuentran las siguientes amonestaciones:
(Levítico 18, 22): "Y no debes acostarte con un varón igual a como te acuestas con una mujer. Es cosa detestable".
(Levitico 20, 13): "Y cuando un hombre se acuesta con un varón igual a como uno se acuesta con una mujer, ambos han hecho una cosa detestable. Deben ser muertos sin falta. Su propia sangre está sobre ellos".
(Deuteronomio 22, 5): "Nada del ropaje de un hombre físicamente capacitado debe ser puesto sobre una mujer, ni debe un hombre físicamente capacitado llevar puesto un vestido de mujer, porque cualquiera que haga estas cosas es algo detestable a Yahveh".
(1 San Juan 2, 15-17) No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y susconcupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre.
(Romanos 13, 14) Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.
(1 Corintios 6, 16-20) ¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los dos se harán una sola carne. Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él. ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espírítu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.
(2 San Pedro 1, 4) por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia.
(1º Corintios 6, 9-11) " ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios. Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios".
(2 San Pedro 2, 6-18) si condenó a la destrucción las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas, poniéndolas como ejemplo para los que en el futuro vivirían impíamente; y si libró a Lot, el justo, oprimido por la conducta licenciosa de aquellos hombres disolutos pues este justo, que vivía en medio de ellos, torturaba día tras día su alma justa por las obras inicuas que veía y oía es porque el Señor sabe librar de las pruebas a los piadosos y guardar a los impíos para castigarles en el día del Juicio, sobre todo a los que andan tras la carne con apetencias impuras y desprecian al Señorío. Atrevidos y arrogantes, no temen insultar a las Glorias, cuando los Ángeles, que son superiores en fuerza y en poder, no pronuncian juicio injurioso contra ellas en presencia del Señor. Pero éstos, como animales irracionales, destinados por naturaleza a ser cazados y muertos, que injurian lo que ignoran, con muerte de animales morirán, sufriendo daño en pago del daño que hicieron. Tienen por felicidad el placer de un día; hombres manchados e infames, que se entregan de lleno a los placeres mientras banquetean con vosotros. Tienen los ojos llenos de adulterio, que no se sacian de pecado, seducen a las almas débiles, tienen el corazón ejercitado en la codicia, ¡hijos de maldición! Abandonando el camino recto, se desviaron y siguieron el camino de Balaam, hijo de Bosor, que amó un salario de iniquidad, pero fue reprendido por su mala acción. Un mudo jumento, hablando con voz humana, impidió la insensatez del profeta. Estos son fuentes secas y nubes llevadas por el huracán, a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas. Hablando palabras altisonantes, pero vacías, seducen con las pasiones de la carne y el libertinaje a los que acaban de alejarse de los que viven en el error.
(San Judas 1, 7-13) Y lo mismo Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, que como ellos fornicaron y se fueron tras una carne diferente, padeciendo la pena de un fuego eterno, sirven de ejemplo. Igualmente éstos, a pesar de todo, alucinados en sus delirios, manchan la carne, desprecian al Señorío e injurian a las Glorias.
(Gálatas 5, 19-21) Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.
(1 Tesalonicenses 4, 3-8) Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Que nadie falte a su hermano ni se aproveche de él en este punto, pues el Señor se vengará de todo esto, como os lo dijimos ya y lo atestiguamos, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Así pues, el que esto deprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os hace don de su Espíritu Santo.
(Efesios 4, 19-24) los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas. Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad.
(1 Timoteo 1, 9-11) teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreligiosos y profanadores, para los parricidas y matricidas, para los asesinos, adúlteros, homosexuales, traficantes de seres humanos, mentirosos, perjuros y para todo lo que se opone a la sana doctrina, según el Evangelio de la gloria de Dios bienaventurado, que se me ha confiado.
(Efesios 5, 3-6) La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos. Lo mismo de la grosería, las necedades o las chocarrerías, cosas que no están bien; sino más bien, acciones de gracias. Porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso - que es ser idólatra - participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con vanas razones, pues por eso viene le cólera de Dios sobre los rebeldes.
Cristo abolió la inmediata ejecución del transgresor de la Ley de Dios. A veces lo sentenciaban inmediatamente a la pena de muerte a pedradas. Él cambio ese modo de castigo, dejándoselo sólo a su Padre, el Creador, quien a su debido tiempo castigará a los violadores de Su Ley. De esta forma, el transgresor de la Ley tiene la oportunidad de arrepentirse y salvarse del inevitable castigo eterno de los pecadores empedernidos.
Las Leyes de Dios no están sujetas a cambios, sólo las que Jesús se dignó en acomodar mejor. Creen muchos que defienden las aberraciones sexuales que las Leyes del Divino pueden ser alteradas por cualquier hombre para añadirles cualquier otro detalle o para "ajustarlas a los nuevos tiempos".
No podemos ajustarnos como más nos convenga a las reglas de Dios, hay que seguirlas en el mismo espíritu que Jesús nos enseñó.
LA PRIVACIDAD DEL LECHO CONYUGAL
La Santísima Virgen nos reveló en las apariciones de Fátima que los pecados de la carne son los que más almas llevan al infierno. Si tenemos en cuenta la situación social en aquella época de principios del siglo XX en relación a la actual enseguida percibimos que la situación ha empeorado drásticamente. La sociedad coetánea de Fátima era mucho más conservadora que la actual, y aún así, la mayor parte de los hombres y mujeres que se condenaban entonces era a causa de los vicios sexuales. Entonces, ¿qué podemos decir de nuestra sociedad actual? Pues simplemente que estamos viviendo en Sodoma y Gomorra. Los pecados de la carne están tan generalizados que ya ni se consideran pecados. Incluso entre algunos clérigos católicos es fácil percibirlo: Peccata minuta, dicen muchos. Sin embargo, son estos "pecaditos" los están arrastrando al infierno a la mayor parte de las almas que se condenan.
Por la Biblia, las apariciones marianas y de los santos, y por los exorcismos, conocemos que existen a nuestro alrededor una gran cantidad de espíritus. Algunos, los ángeles, nos inspiran la verdad. Otros, los demonios, procuran desviarnos hacia el error.
Cuando la verdad expresada en la religión no nos atrae, prestamos oídos a las ideas inspiradas por los demonios. La virtud cuesta esfuerzo, mientras que el vicio es un tobogán muy inclinado que nos arrastra a poco que nos dejemos ir.
Los pecados carnales se prestan admirablemente a la labor destructiva de los demonios por dos razones. La primera es que es un vicio que se propaga con facilidad. Para despertarlo basta con un leve estímulo externo a través de la pornografía, leves recuerdos, miradas indiscretas, pensamientos pecaminosos, etc. Mucho más dificultoso es el proceso inverso, el del desenganche. De hecho, funciona igual que una droga. Cuanto mayor sea el grado de degeneración alcanzado, tanto mayor será la necesidad de experimentar con aberraciones más brutales para mantener el mismo grado de excitación.
Esto lo conocen bien los psiquiatras que se encargan de los presos condenados por delitos sexuales. Todo suele comenzar con una primera etapa de adicción a la pornografía, que no tarda en trasladarse de la imaginación al mundo real. Cuando la esposa se niega a acceder a estas depravaciones, buscan prostitutas. Y cuando ya ni éstas acceden a unas prácticas cada vez más aberrantes, salen de la legalidad: violaciones, pedofilia, asesinatos, etc.
La progresión continua hacia las aberraciones más extremas es imprescindible para mantener el estímulo sexual. De la misma forma que un drogadicto precisa cada vez más droga para conseguir el mismo nivel de excitación.
Las estadísticas confirman que un porcentaje considerable de violadores e incluso de asesinos en serie comenzaron sus andanzas de esta guisa.
En segundo lugar existe el fenómeno del pudor. Hablar de estas cuestiones está socialmente mal visto. Existe incluso la idea de que lo que pase en el lecho conyugal es cosa exclusiva de la pareja casada y de nadie más. Sin embargo, esta gente se olvida de algo muy importante, como dijo el papa Juan Pablo II el matrimonio es cosa de tres: el marido, la mujer y Dios.
Aunque muchos prefieran no creerlo, Dios es omnisciente y como corresponde a Su naturaleza, nada puede quedarle oculto. Dios está siempre presente, y es testigo presencial de todo lo que sucede. No se le puede pedir a Dios que cierre los ojos y mire hacia otro lado, eso va contra Su naturaleza omnisciente. Él lo penetra todo.
"Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque el artífice de todo, la Sabiduría, me lo enseñó. Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza." (Sabiduría 7, 21-24)
Por lo tanto, los que argumentan que en el lecho matrimonial vale todo, no están siguiendo los mandatos de Dios, sino del diablo. Es a los demonios a quienes más conviene esta actitud. Sabiendo que las depravaciones sexuales son pecados mortales, Satán y sus demonios están muy interesados en fomentarlas y al mismo tiempo que permanezcan lo más ocultas posible. Si se le diera publicidad a las aberraciones sexuales que se suceden sobre las sábanas matrimoniales, la vergüenza al público desprecio y al ridículo provocaría una reducción en el ardor amoroso de la pareja aberrante. No conviene, pues, publicitar los pecados carnales para permitir que éstos continúen indefinidamente, que cada vez arraiguen más, hasta que sean ya imposibles de extirpar.
Sin embargo, un verdadero cristiano sabe que tras la muerte viene el juicio y que
«no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. (San Mateo 10, 26)
En el Juicio Final todos nuestros pecados serán publicados al universo entero. Entonces sabremos que Dios estuvo presente en cada uno de ellos.
El sondea el abismo y el corazón humano, y sus secretos cálculos penetra. Pues el Altísimo todo saber conoce, y fija sus ojos en las señales de los tiempos. Anuncia lo pasado y lo futuro, y descubre las huellas de las cosas secretas. No se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. Las grandezas de su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la eternidad y por la eternidad; nada le ha sido añadido ni quitado, y de ningún consejero necesita. (Eclesiástico 42, 18-21)
Estas palabras son incontestables. Todo lo que haces hoy ocultamente, será mañana expuesto a pública subasta delante de toda la creación; para tu vergüenza y el mayor regocijo de los demonios que te incitaron a obrar de esta manera, y a los cuales tú escuchaste y obedeciste fielmente.
Ese es su objetivo, que los hombres y mujeres corrompan sus cuerpos con toda clase de depravaciones e inmundicias y estén en situación de pecado mortal. Y de esta forma, los cuerpos de los depravados dejan de ser templos del Espíritu Santo.
En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. (Romanos 8, 14)
Una vez que se aleja el Espíritu de Dios a causa del pecado, el alma pasa a pertenecer a los demonios. Porque el que no está en estado de gracia, ya pertenece al infierno.
San Pedro nos advierte que la carne es enemiga del espíritu:
Queridos, os exhorto a que, como extranjeros y forasteros, os abstengáis de las apetencias carnales que combaten contra el alma. (1 San Pedro 2, 11)
Y por su parte, San Pablo nos invita:
a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4, 22-24)
Por lo tanto, que nadie se engañe. Cuando alguien se justifica en que "esto son cosas privadas" no está siguiendo las palabras del Mesías, sino del Anticristo. Los pecados de la carne son tan graves que incluso el mismo Jesús nos habla del castigo especial que recibirán los sodomitas:
Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. (San Lucas 17, 28-29)
EL ESPANTOSO CASTIGO DE LOS DEPRAVADOS.
El infierno es una necesidad de la Justicia divina. Leyendo la Biblia se llega fácilmente a una conclusión inequívoca: Dios es justo. Es estrictamente justo. Es tan justo como pueda serlo una ecuación matemática. De alguna forma, la naturaleza de Dios tiene algo que ver con los números, la precisión, la exactitud más precisa y radical. Podría decirse que Dios se atiene a una justicia matemática.
Pues bien, de la misma forma que los justos esperan una vida ETERNA, en un lugar lleno de DELICIAS, en PROPORCIÓN a sus méritos en la vida terrenal, en justicia, los que no se atienen a unos mínimos niveles de bondad deben esperar justamente lo opuesto: una vida ETERNA, en un lugar plagado de TORTURAS, en PROPORCIÓN al mal causado durante sus vidas y a las gracias recibidas para que cambiasen hacia la bondad.
El propio Jesús lo afirmó en cierta ocasión: OS DARÉ EL CIENTO POR UNO (Mt. 19, 29). Y esto debe interpretarse literalmente, tanto para los buenos como para los pecadores. Dios dará cien veces más a aquel que respetó Sus justas leyes, y cien veces más al que no las respetó, a cada cual según sus obras.
Por hacer un símil, podríamos imaginar que es una inversión que ponemos en un banco a plazo fijo. Cuantas más bondades acumulemos en el banco, mayores serán las bondades que recibamos en el día del juicio a cuenta de esas obras buenas. Y en la misma proporción recibiremos la paga por las maldades. Cuanto más mal atesoremos en el banco, más mal recibiremos centuplicado cuando llegue el día del juicio. Esto debe ser así, porque es justo, y Dios es justo.
Pero hemos de tener en cuenta que Dios no nos manda al infierno; somos nosotros los que libremente lo elegimos. "Dios quiere que todos los hombres se salven" - San Pablo: Primera Carta a Timoteo, 2, 4. Él ve con pena que nosotros le rechazamos a Él por el pecado; pero nos ha hecho libres y no quiere privarnos de la libertad que es consecuencia de la inteligencia que nos ha dado. Jesucristo nos enseñó clarísimamente la gran misericordia de Dios. Pero también nos dice que el infierno es eterno. Cristo afirmó la existencia de una pena eterna, entre otras veces, cuando habló del juicio final: "Dirá a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo" - Evangelio de San Mateo, 25, 41. Y después añade que los malos "irán al suplicio eterno y los justos a la vida eterna" - Evangelio de San Mateo, 25, 46.
Aunque Dios es misericordioso, también es justo. Dice la Sagrada Escritura: "Tan grande como ha sido Mi misericordia, será también Mi justicia"- (Eclesiástico, 16, 12). Y Su misericordia no puede oponerse a Su justicia. Como es misericordioso, perdona siempre al que se arrepiente de su pecado; pero como es justo, no puede perdonar al que no se arrepiente. La justicia exige reparación del orden violado. Por lo tanto, el que libre y voluntariamente pecó y muere sin arrepentirse de su pecado, merece un castigo. Y este castigo ha de durar mientras no se repare la falta por el arrepentimiento; pues las faltas morales no se pueden reparar sin arrepentimiento. Sería una monstruosidad perdonar al que no quiere arrepentirse. Dios no puede perdonar al pecador sin que éste se arrepienta previamente. Ahora bien, como la muerte pone fin a la vida, el arrepentimiento se hace ya imposible, porque después de la muerte ya no habrá posibilidad de arrepentirse.
El alma es eterna e inmutable. En el estado en que se produzca la muerte, así se mantendrá por toda la eternidad. La falta del pecador que murió sin arrepentirse queda irreparada para siempre, luego para siempre ha de durar también el castigo.
De hecho, los condenados en el infierno, demonios y hombres réprobos, tienen una cosa en común: todos son pecadores y no se arrepienten de serlo, ni nunca se arrepentirán. Pecaron antes, durante el período de prueba, y siguen pecando ahora, en el infierno, y dado que sus almas ya no pueden cambiar, jamás se arrepentirán de sus pecados, ni nunca querrán hacerlo. En el infierno seguirán pecando, blasfemando, odiando a Dios y al prójimo, y al mismo tiempo remordiéndose la conciencia por no haber aprovechado las oportunidades de conversión que tuvieron. Este remordimiento de conciencia no se debe al pecado cometido, sino a que ahora pueden percibir claramente la inmensa felicidad que perdieron al rechazar a Dios. La libertad del hombre le permite incluso rechazar a su Creador. Y el Creador respeta esta libertad. Sólo en el infierno la criatura puede percibir en toda su magnitud la tragedia que supone apartarse de su Creador, y de aquí nace un terrible remordimiento que Jesucristo describe como el "gusano que corroe y no muere" (San Marcos 9, 48) . La pérdida definitiva de Dios es el primero y mayor castigo del infierno. El segundo es este terrible remordimiento de conciencia que nace de saber que él mismo eligió libremente el infierno al rechazar a Dios. El condenado sabe que Dios es misericordioso, y que incluso tras toda una vida dedicada al vicio y la perversión, Dios estaría dispuesto a perdonarlo... si se arrepintiese. Sí, incluso en el último momento Jesucristo perdonó al ladrón crucificado a su derecha:
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.» (San Lucas 23, 42-43).
Tanta y tan gran misericordia rechazada incrementará aún más el remordimiento de conciencia del réprobo, y este gusano que corroe y no muere perdurará por toda la eternidad.
Muchos se resistirán a creer en todo esto, y, en todo caso, les importará muy poco contravenir la voluntad de Dios, pero esto no es más que el producto de la ignorancia de lo que el infierno significa. Dios representa todo aquello que es bueno para el hombre. Y la ausencia de Dios implica la pérdida de toda bondad. Como a muchos les puede resultar difícil comprenderlo, pondré un pequeño ejemplo de lo que significa la pérdida de todo bien.
Imaginemos que algunos de los depravados aficionados a este tipo de prácticas sexuales han llegado a su último segundo y ni siquiera delante de la muerte han rectificado de sus nefandos vicios para solicitar el perdón divino. Tras el preceptivo juicio, sus almas son apartadas definitivamente de las Bondades divinas y condenadas a morar en una estrecha cloaca. A partir de este momento ya nada bueno podrá sucederles. La Fuente de todo bien se ha secado para ellos, y sólo pueden contar con ese estrecho habitáculo cloacal para el resto de la eternidad.
Si alguien no ha estado nunca en uno de estos lugares pestilenciales, lo invito a visitar alguno para que pueda hacerse una idea de lo que será la eternidad de nuestros réprobos condenados.
Todos los sentidos quedarán privados de cualquier estímulo positivo. La absoluta oscuridad, el nauseabundo olor a excrementos podridos, la continua tortura de las ratas, los tábanos, y los mosquitos que perforan cada centímetro de sus cuerpos, los continuos gritos de odio y rabia de sus compañeros de cautiverio, y, sobre todo, la desesperación más absoluta y total. Esto último es sin duda lo más espantoso: la falta de esperanza de algo mejor para nunca jamás.
Cuando nuestro depravado condenado rechazó el perdón de Dios, él mismo se privó de todo lo que Aquel podía ofrecerle. ¿Podemos siquiera imaginar lo que esto significa?
Pensemos por un momento en uno de esos secuestros de los que a veces informan los diarios. En algunos casos los secuestrados viven durante muchos meses en habitáculos de dos metros cuadrados, sin luz, mal alimentados, sin apenas poder estirar el cuerpo para dormir... y esto durante inacabables noches sin fin.
De la misma forma que los santos que ascienden al Cielo ven perfeccionadas sus virtudes de amor, caridad y bondad, los réprobos que bajan al infierno pierden sus habilidades para el bien. Sólo la maldad, el odio y la desesperación extrema alcanzan su perfección en el abismo eterno. Ningún amor, ninguna esperanza, ninguna caridad por toda la eternidad. "Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará." (San Mateo 25, 29)
Imaginemos ahora lo que es un sólo día de "vida" en la cloaca de nuestros libertinos condenados. Y un año... ¿podríamos siquiera llegar a imaginar los pensamientos que rondarían por la cabeza de nuestros condenados al cabo de un año de oscuridad, hedor, ratas, insultos, blasfemias y, sobre todo, la más absoluta desesperación? Y... diez años. Imaginemos diez años en esta "vida". ¿En qué clase de monstruos odiosos y blasfemadores se habrían convertido ya nuestros réprobos aficionados a esas vomitivas depravaciones sexuales que dan título a este escrito? Unas prácticas que aún seguirían presentes en sus memorias, porque el alma nunca cambia, pero que nunca podrán realizar en su maloliente cloaca-prisión.
Por un lado, rechinarían los dientes cada vez que recordasen que acabaron en tan miserable lugar por dejarse llevar por sus repugnantes inclinaciones contra-natura, y al mismo tiempo maldecirían continuamente su suerte, al sentir el furibundo impulso de realizar sus instintos más abyectos y no poder hacerlo. Porque es necesario recordar que el alma no cambia. Es eterna e inmutable. Tal como murió, así permanecerá para siempre. Cada quien será en el infierno tal como él mismo se ha hecho a sí mismo durante su vida en la Tierra. Y también los vicios más queridos seguirán presentes. Los vicios seguirán rondando la mente de los condenados, pero no podrán realizarlos de ninguna manera, con lo cual, sus vicios se convierten en su tortura.
Y esto durante años, décadas, siglos y milenios. ¿Podemos siquiera imaginar lo que siente un secuestrado durante su primer mes de cautiverio? ¿Y si le dijésemos que nunca más podría salir de su estrecho, oscuro y hediondo habitáculo de dos metros cuadrados?
He conocido gente que sufre ataques de pánico simplemente con quedarse unos minutos encerrada en un ascensor. Podríamos siquiera llegar a hacernos una pequeña idea de la magnitud de este pánico de saber que NUNCA podríamos abandonar ese oscuro ascensor. Que JAMÁS volverían a abrirse las puertas para dejarnos salir al mundo exterior. ¿Alguien puede imaginar lo que significan las palabras NUNCA JAMÁS?
Toda la eternidad en una cloaca pestilente... por consagrar la vida a unas depravaciones que tienen más relación con pestilentes excrementos que con el sexo.
Intuyo que muchos aún no se han convencido. Se niegan a aceptar la realidad del infierno que acabo de describir para no tener que renunciar a sus más bajos y desenfrenados instintos. Se autoconvencen de que todo esto no son más que patrañas ridículas inventadas con el fin de discriminar a los que no piensan como la mayoría; que lo natural no existe, que todo son convencionalismos culturales, sociales, ideológicos, etc.
Cada quien es muy libre de pensar lo que quiera. Puede ignorar las realidades más evidentes de la naturaleza e incluso de la fisiología humana; pero la realidad no dejará de estar ahí. Y ahí tampoco dejarán de estar las nefastas consecuencias de transgredir las leyes naturales.
Nuevamente la Escritura nos advierte de la realidad del infierno. Jesucristo habla en el Evangelio quince veces del infierno, y catorce veces dice que en el infierno hay fuego. Y en el Nuevo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego.
Difícilmente podría darse una advertencia más seria. El infierno es una realidad que aguarda a los pecadores, de la misma forma que la cárcel aguarda a los criminales. No es posible describir ni remotamente la magnitud de las penas en la eternidad del infierno.
La realidad supera a la imaginación humana. No se trata de asustar a nadie, simplemente avisamos de que todo lo dicho anteriormente no es ni una sombra de lo que realmente significa la pérdida del Bien divino. La pérdida absoluta y definitiva de todo bien. En el infierno real, no en esta metáfora descrita anteriormente, cada instante es un momento consagrado al mal propio y al ajeno. Los cinco sentidos sólo están habilitados para percibir el mal.
Los ojos diseñados para admirar la indescriptible belleza del Creador sólo podrán encontrar oscuridad, tinieblas eternas y visiones aterradoras.
El cuerpo diseñado para unificarse en un abrazo de amor infinito y definitivo con Dios y el prójimo, sólo será una carga constante y odiosa consumida desde dentro y por fuera por las brasas ardientes del odio y la desesperación más absolutas.
Los oídos no se deleitarán jamás con las suaves melodías celestiales inspiradas por el Espíritu Santo, bien al contrario, blasfemias, insultos, gritos, gemidos, aullidos de terror, rabia y total desesperación perforan constantemente los tímpanos de aquellos que edificaron su propio dios sobre su degeneración personal y la degradación del prójimo.
El sentido del olfato nunca podrá recrearse en ese intenso aroma a rosas que exhalan aquellos que mueren en olor a santidad. Para los que eligieron la vía de la repugnancia y la degeneración contra-natura, repugnancia y degeneración pútrida habitarán para siempre en sus pituitarias olfativas. Toda la podredumbre generada por la humanidad más vil confluye en el abismo en la forma de gigantesco sumidero cloacal.
El paladar jamás saboreará los dulces frutos que nacen en el Edén para el infinito deleite de los benditos. Sólo el azufre calcinado del lago de fuego enjuagará las lenguas maldicientes de los que perseveraron hasta el final en la adoración de sus vicios nefandos.
Ni una brizna de amor encontrarán jamás en el abismo. "Dios es amor, y el amor es de Dios", escribió el Apóstol San Juan (1º 4, 8). El amor verdadero es libre y no puede imponerse. Aquellos que libremente rechazaron al Amor, sólo podrán contar ya con el desamor más perfecto.
Al contrario de lo que muchos piensan, no se trata de una elección entre Dios o el diablo. El demonio no representa ni un átomo en relación a la Infinitud divina. La elección está entre aceptar a Dios o rechazarlo. Dios o no-Dios. Dos caminos y una sola decisión. El anverso y el reverso de la moneda. La elección es simple: o Dios, o la ausencia de Dios. El Amor más perfecto o la ausencia total de amor. El Bien más absoluto, o la ausencia absoluta de toda bondad.
Y la elección debe verificarse durante la vida. De la misma forma que un examen tiene duración limitada, también nuestra decisión tiene un límite temporal. Cuando llega la hora y el examen termina, ya no hay posibilidad de rectificar. Entregamos el examen y esperamos la calificación, y a partir de entonces ya no es posible volver a sentarse delante del papel para rectificar lo escrito. El tiempo es limitado, y cada acto en la vida representa una respuesta a las preguntas del examen. Cada acto que contradice la Voluntad expresa del Creador es un punto negativo en la nota final, por ello es necesario estar alerta para que el final del examen no nos pille por sorpresa: Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo. (San Marcos 13, 33).
Rectos son los caminos del Señor y diáfanas Sus instrucciones para aprobar el examen. La propia naturaleza de las cosas nos indica cual es Su voluntad. El Creador del universo publica Sus leyes y mandatos en Su creación. Los que retuercen Sus leyes para acomodarlas a sus más bajos instintos son tan culpables como un criminal que viola las leyes humanas para conseguir sus propios fines.
Las leyes divinas son la expresión de la Justicia perfecta de Dios. Quien viole estas leyes es reo en el juicio divino. Dios es misericordioso, pero no conculca nuestra libertad. Aquel que libremente renuncie a la Misericordia divina perseverando en sus vicios contra-natura, y negándose a aceptar el perdón que Dios ofrece a todo aquel que sinceramente se arrepiente, conocerá el espanto de la ausencia total de Dios durante toda la eternidad.
CONCLUSIÓN:
Para acabar, sólo resta resumir lo dicho. Las leyes de Dios están escritas en la naturaleza de las cosas. Cuando estas leyes son infringidas, es de justicia que se produzca una compensación proporcional al daño causado. Cualquier ofensa contra un Ser infinito como Dios merece un castigo infinito. Dios, sin embargo, nos ofrece Su también infinita misericordia, pero sólo si la queremos aceptar.
A aquellos lectores que aún no hayan transgredido Sus mandatos, los encomio a que sigan por el mismo camino con perseverancia y paciencia.
A aquellos otros que un día decidieron que sus instintos pervertidos estaban por encima de las leyes divinas, los apremio a solicitar el perdón divino y cambiar definitivamente el rumbo de sus obras y de sus vidas. Dios Perdona al que se arrepiente... Por eso dice: "¡Arrepentíos y creed en el Evangelio!" (San Marcos 1, 15) y ya sabemos que arrepentirse es dar media vuelta, es cambiar de dirección... ya que nada impuro entrará en el Reino de los Cielos (Apocalipsis 21, 27).
El infierno existe, no porque lo quiera Dios, que no lo quiere; sino porque el hombre libre puede optar contra Dios. No es necesario que sea una acción explícita. Se puede negar a Dios implícitamente, con las obras de la vida. Si negamos la posibilidad del hombre para pecar, suprimimos la libertad del hombre. Si el hombre no es libre para decir NO a Dios, tampoco lo sería para decirle SÍ. La posibilidad de optar por Dios incluye la posibilidad de rechazarlo.
A aquellos pecadores empedernidos que se niegan a solicitar el perdón divino, sólo puedo hacerles esta pregunta: ¿realmente merecen unos instintos pervertidos por la inmoralidad, pasarse toda la eternidad -repito, TODA LA ETERNIDAD- en una pestilente cloaca ardiente, maldiciendo su obstinación en el pecado vergonzante que los condujo a tan siniestro lugar?
En este artículo sólo podemos mostrar el camino, pero la decisión debe tomarla el interesado, porque las terribles consecuencias del pecado, también él las soportará en toda la infinita magnitud de la eternidad. Para terminar, debemos recordar que el infierno es el mal absoluto. Todos los otros males son relativos en comparación, pues antes o después, finalizarán, ya sea porque se solucionan, o ya sea con la muerte.
Es el pecado lo que debemos temer por encima de todo, porque el pecado es lo que dio origen al infierno. El infierno es el mal absoluto, porque supone el fin de todo bien y el comienzo de todas las maldades que no habrán de cesar NUNCA JAMÁS. "En aquellos días la gente buscará la muerte, pero no la encontrará; desearán morir, pero la muerte huirá de ellos." (Apocalipsis 9, 6)
El infierno es un submundo de maldad, horror, oscuridad, pestilencia, dolor, odio y rabia salvaje contra todo y contra todos. Y nunca acabará. Para evitarlo debemos huir del pecado a toda costa. Estas palabras de Jesús no dejan el menor resquicio de duda al respecto:
(San Marcos 9, 43-48)
Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga;
LAS ABERRACIONES SEXUALES EN EL MATRIMONIO
Apariciones de Jesús y María en Prado Nuevo de El Escorial, España
Mensaje del 6 de Diciembre de 1997 (Primer Sábado de Mes)
EL SEÑOR:
Y otras almas, que las gracias las rechazan, hija mía.
LUZ AMPARO:
¿Quiénes son todas esas que hay en esa parte, Señor?
EL SEÑOR:
Son matrimonios, hija mía, que no han cumplido con sus deberes; han sido malos cristianos.
LUZ AMPARO:
¿Y son castigados tan fuertemente?
EL SEÑOR:
Sí, hija mía, son castigados porque no tienen dolor de contrición, porque ellos no le dan importancia al pecado del matrimonio, y en el matrimonio, la mayoría de ellos viven de la concupiscencia de la Carne, cometen aberraciones, hija mía. Ya te lo he dicho muchas veces, pero ahí, hija mía, el demonio no toca ese tema y por ahí no se dan cuenta que, si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, los actos tienen que ser morales, limpios; no vivir bajo esa concupiscencia que les trastorna los sentidos. En la pareja, hija mía, tiene que existir la unidad, el diálogo, el amor. Ya te lo he dicho muchas veces; por eso, sin darse cuenta (de sus pecados), mira cuántos hay en ese lugar; el demonio los tapa bajo la apariencia de que el uno es del otro, pero no para respetarse y amarse sino para cometer barbaridades, hija mía. Pide mucho por ellos, porque la mayoría de los matrimonios no se dan cuenta de estos pecados feos e impuros.
Mensaje del día 1 de Septiembre del 2001, primer sábado de mes, en Prado Nuevo de El Escorial. (Madrid)
EL SEÑOR:
Hijos míos, cumplid con los Mandamientos, acercaos a los Sacramentos y no seáis tan ingratos. Hoy el único "mandamiento" que resplandece, que el hombre lo ha creado, es la pasión, el placer. Han deformado todos los Sacramentos, hasta el Sacramento del Matrimonio.
Yo podía haber creado ángeles y querubines, y sin embargo quise que el hombre naciera del hombre, por amor. Por eso dejé la libertad al hombre y lo hice racional; y a los animales les dejé frigidez y no les di una inteligencia racional, como al hombre. El hombre fue creado con el fin de procrear, y ¿qué han hecho de este Sacramento?: aberraciones, placeres, pasiones; y han destruido el amor; porque el hombre se ha degenerado, y el amor ha desaparecido con la pasión y el placer. Por eso el hombre tiene que dar cuenta a Dios de esos pecados de adulterio, de placer, de pasión. El hombre se ha vuelto loco, sólo piensa en el sexo, hija mía; no encamina ese Sacramento a la Ley de Dios, con el amor; que Dios está en ese momento tan hermoso, que es que el hombre ame con todo su corazón, pero con la gracia que viene por el Sacramento. El hombre hoy es como un animal, pero racional. Los animales los he dejado Yo, hija mía, con esa frigidez, pero al hombre le he dado libertad para llegar a Dios por el amor, y la gloria que se le da a Dios en ese matrimonio lleno de amor, de pureza y de belleza.
¡Ay, criaturas, que no hacéis nada más que cometer pecado tras pecado y lleváis el pecado de la carne en triunfo! ¿No véis, hijos míos, que el mundo se ha desbocado en una degeneración? El hombre no respeta la dignidad que Dios le ha dado; se ha vuelto un animal salvaje; no le da importancia al pecado; por eso el mundo está en esta situación, hija mía. Sólo pido, hijos míos, que conservéis la Ley de Dios, procreéis con amor, con ese amor que viene del costado de Cristo y que por la gracia del Sacramento, se impregna en vuestros corazones.
¡Ay, criaturas, hasta dónde llegáis con la pasión y el placer! Todo es la falta de amor que hay entre los hombres, y todo lo han convertido en pasión y placer; no buscan nada más que sus propios gustos y sus propios placeres. Es lo que vengo a recordar, hijos míos, y el hombre no quiere oír. ¡Cuántos llegan ante la Divina Majestad de Dios y tienen que oír las palabras: "no te conozco, porque no cumpliste mis Leyes"! Cumplid los Mandamientos, amad a la Iglesia y bebed de sus fuentes, hijos míos, pero que esas fuentes eleven vuestro espíritu a la Divina Majestad de Dios; no os quedéis en los placeres del mundo. Desprendeos del mundo, hijos míos; amad a vuestros hermanos. No existe el amor entre los hombres, ni entre los mismos matrimonios, hija mía; lo han convertido todo en sexo y pasión. Y repito, hijos míos, que Yo quise que el hombre naciese del amor; si no, hubiese creado ángeles y querubines y serafines. Respetad este Mandamiento.
Mensaje del día 2 de Febrero del 2.002, primer sábado de mes, en Prado Nuevo de El Escorial. (Madrid)
EL SEÑOR:
... Por eso pido a los hombres: acercaos a los Sacramentos, hijos míos, no os abandonéis en la oración, dejad el mundo y todas las vanidades que hay en el mundo y llevad un camino recto y seguro. En el mundo hay una crisis de fe que los hombres han perdido, porque todo lo ven bien. El hombre ha perdido la moral y el mundo está lleno de una inmoralidad: que nada es pecado, la carne la llevan en triunfo y te repito, hija mía, que los hombres quieren cambiar las leyes, no aceptándose cada uno como es, en el camino de la santidad, si no en la inmoralidad y adulterando su cuerpo: hombres con hombres, mujeres con mujeres. ¡Pero hasta dónde vais a llegar criaturas, que no respetáis la ley de Dios! Dios creó al hombre para procrear y a la mujer; no para gozar ni para placeres ni pasiones. El hombre lo ha olvidado; te repito, hija mía, esto parece Sodoma y Gomorra: ¡Hasta cuándo tiene Dios que avergonzarse de los hombres! Orad, hijos míos, orad, para no caer en tentación.
Acudid a este lugar, hijos míos, que sólo vengo a enseñar que cumpláis con el Evangelio tal como está escrito y no pongáis leyes cada uno a vuestro antojo. Orad, sacrificaos, hijos míos, acercaos al Sacramento de la Confesión y de la Eucaristía, para fortalecer vuestras almas; que los hombres están en una tibieza porque han dejado a Dios y cada día el demonio se está apoderando más de las almas, y los guías no ven la situación del mundo; ciegos, que vuestra soberbia no os deja ver ni aceptar que Dios se manifieste a los humildes para confundir a los soberbios y a los que se creen grandes y poderosos. Pedid, hijos míos, por ellos.
EL AMOR VERDADERO IMPLICA DIGNIDAD
Y dignidad implica respeto al prójimo. Respeto por su libertad, por su vida, por su cuerpo y por su alma. Es imposible afirmar que amamos de verdad a alguien si a continuación lo degradamos con infinidad de actos contrarios a la más elemental dignidad humana. En el tema que nos ocupa, es evidente que el sexo puede adoptar formas indignas. Para un cristiano la finalidad del sexo está en la unión conyugal y la reproducción. El sexo entendido como la expresión física del amor. Esto implica que en ningún caso la dignidad del otro puede salir mancillada. Es simplemente contradictorio afirmar amor verdadero por la pareja si a continuación la sometemos a toda clase de vejaciones con el fin de satisfacer unos instintos sexuales que son naturales al hombre, y que, por consiguiente, tienen también una forma natural de ejercerse. Esto nos lleva a la cuestión de las depravaciones como el sexo oral, el sexo anal, la zoofilia o bestialismo, e incluso la ingestión de excrementos, la coprofagia, todas ellas tan en boga actualmente gracias a la incesante pornografía que nos bombardea sin piedad donde quiera que vayamos. Es normal oír a los depravados que estas prácticas son un acto de "amor"; que son "naturales"; que tienen una fundamentación genética o ambiental de la que no son responsables. Pero es evidente que el amor no admite la degradación entre sus premisas. Podemos sentir amor por nuestra pareja; pero también por nuestros padres, hermanos, hijos, por nuestros amigos, por nuestro perro y por una obra de arte. Son amores legítimos que nadie discute. Pero hacer de estos sujetos y objetos amados instrumentos de sexo entra ya en el campo de lo aberrante. El amor por un amigo no puede servir de excusa para transgredir una ley natural obvia como es la del sexo entre personas de género distinto. La argumentación de la genética o el ambientalismo tampoco sirve de excusa para lo depravado. Si nuestros genes nos impulsan a algo pecaminoso, nuestra voluntad debe oponerse a ello. Si aceptamos que los genes mandan sobre la voluntad, entonces no tendríamos más remedio que aceptar los asesinatos cometidos por criminales compulsivos; los robos de los cleptómanos; el canibalismo de los antropófagos congénitos... La excusa de que las depravaciones sexuales son tendencias "naturales" es tan válida como que una madre asesine a sus hijos con la almohada porque sufre ese espantoso síndrome morboso. En conclusión: el amor verdadero implica respeto por la dignidad del prójimo. Es ese amor puro e infinito que Dios representa en su grado máximo el que debe guiarnos a la hora de tomar nuestras decisiones. Pero ese mismo amor también implica respeto por la libertad del prójimo. Dios nos respeta esa libertad de elección; aunque la Biblia deja claro que la libertad mal utilizada solo puede conducir a ese oscuro abismo sin esperanza donde no existe el amor.
Por esto es necesario recordar el concepto de la esencia del mal. El mal es, simplemente, el alejamiento de Dios. Existe un orden natural de las cosas en el que se manifiesta la voluntad de Dios. Lo natural es andar de pie, no a cuatro patas, es andar erguido, no encorvado, es buscarse una pareja de otro género, no del mismo. Esa es la voluntad divina, lo demás es una ofensa a Dios. La simple mención de estas aberraciones de las que hablamos resulta grotesca. Algunos convierten en un instrumento de sexo un esfínter anal destinado por la naturaleza a evacuar excrementos. El sexo oral no resulta menos excrementario, y otras aberraciones aun más perversas pudrían ilustrarnos sobre la repugnancia que rodea todas estas manifestaciones. Esta es la lógica que sigue todo este asunto. Si aceptamos que lo que va contra naturam es admisible, debemos considerar normal que cualquier día nos encontremos en la mesa del comedor con un buen plato de excrementos humanos, recién depositados, calentitos y sabrosos, dispuestos ex-profeso para nuestro deleite... buen provecho, señores
Pero aparte de estas motivaciones, existen otras de cariz mucho más físico.
El ano no se diseñó para que un pene lo esté penetrando. La vagina sí y está bien diseñada para esa función.
Abusar de las relaciones anales, podría producirle a usted grandes inconvenientes y vergüenzas. ¿Porqué?
Los estudios médicos dicen que el sexo anal, que es la culminación de una relación sexual entre dos hombres es bastante peligroso, ya que conlleva los riesgos propios de que el ano es un conducto de solo salida, protegido por un pequeño grupo muscular. La fricción del acto sexual fuerza de tal manera el esfínter que ello conlleva su perdida de tensión, y de la capacidad para mantener un cierre firme, y puede provocar en quien lo padece la pérdida crónica de material fecal. Además el intestino tiene una única capa de células que separan el conducto rectal de tejido altamente vascular, por lo tanto cualquier organismo que se introduzca por el recto tiene mucha facilidad para establecer un punto de inicio para la infección. Además de todo eso hay que señalar que el esperma tiene componentes inmunosupresores, que evitan las defensas que hay en la vagina de la mujer con la función de proteger a los espermatozoides. De todo ello podemos concluir que la relación ano genital es muy eficaz para trasmitir enfermedades.
Todo esto no ocurre en la unión heterosexual ya que la vagina tiene un sistema de lubricación natural, y el apoyo de unos músculos fuertes, y esta compuesta por una membrana con un epitelio estratificado que permite aguantar la fricción y que esta preparada para las acciones inmunológicas del esperma.
Parece por lo tanto que este acto sexual anogenital no es muy natural, ya que se utilizan algunos órganos para lo que no están naturalmente preparados, ello me hace pensar que evidentemente las relaciones homosexuales no son lo mismo que las heterosexuales ya que éstas están protegidas por la propia naturaleza y las otras no.
Porque la constante penetración de un pene en el ano hace que éste pierda su función natural de retención del excremento. El ano en si es un músculo cuya función es retener la materia fecal y los gases del intestino grueso y puede dañarse por estarse usando inadecuadamente. Peor aún si el pene que le introducen es de descomunales dimensiones, más rápido podrían dañárselo. Por eso algunos aberrantes sexuales suelen oler a excremento y se les salen involuntariamente gases que pueden comprometerle socialmente. ANO dañado no tiene reparación.".
Cuide su apariencia personal. Obedezca las Leyes divinas sobre el uso del sexo, se editaron para protegerle y hacerle feliz.
SIDA, LA VIDA PENDIENTE DE UNA GOMA
Este mensaje va dirigido a todos aquellos "listillos" que piensan que pueden saltarse a la torera las leyes divinas, morales e incluso médicas, y se dedican a transgredir el sexto mandamiento. El sida mata, mata lenta, dolorosa y agónicamente. El sida es, en su inmensa mayor parte, un producto directo del pecado. Se transmite por vía sexual, sanguínea y por filial. La fornicación, la promiscuidad sexual, la prostitución y la drogadicción son sus vías principales de contagio. Existe un pequeño porcentaje de contagios madre-hijo y por vía de transfusión contaminada. Según la OMS, organización de la ONU para la medicina y la salud, no existe curación para la enfermedad. El condón tampoco asegura la inmunización: su eficacia es del 95-97%. Aunque a muchos pueda parecerles una eficacia total, esto es solo una ilusión. Con un 97% de eficacia, el preservativo implicaría que una pareja quedaría infectada al cabo de treinta relaciones sexuales. Y todo esto sin contar con la rotura del látex, con los defectos de fabricación, con su mala utilización y con otras vías de contagio por heridas, mucosidades, tosidos etc. Por lo tanto, que nadie se engañe. El condón, además de favorecer la promiscuidad sexual, NO ELIMINA EL RIESGO. Hasta el momento la única práctica segura al 100% es la abstinencia sexual y la fidelidad conyugal -curiosamente, las mismas que predica la Iglesia. Me consta que la inmensa mayoría de los lectores de este mensaje no me hará ni caso; pero de todas formas vuelvo a decirlo: EL MAL SIEMPRE PASA FACTURA.
EL MAL LLEVA IMPLÍCITO SU CASTIGO
Las leyes divinas las tienes alrededor de ti: son las que rigen la naturaleza. Se llama moral natural, y son comunes a todas las religiones mínimamente serias. A través de lo natural se percibe la voluntad de Dios, y lo que va contra natura, como el tema que nos ocupa, va también contra la voluntad de Aquel que dictó la moral natural. Y, como bien sabes, toda infracción de la ley, conlleva un castigo. En el caso de los delincuentes, la pena es la cárcel; en el caso de los transgresores de la ley natural, los castigos son diversos, entre ellos las enfermedades y la muerte. A un policía o a un juez puedes engañarlo y escaparte, pero Dios conoce los secretos más íntimos de nuestra consciencia, por lo tanto, el engaño es imposible, y el castigo, antes o después, siempre llega. El que quiera entender que entienda, y el que prefiera seguir engañandose con pamplinas "progres", que lo siga haciendo, pero que se prepare a pagar las consecuencias.
MONSTRUOSIDADES
porque hasta da vergüenza hablar de lo que hacen en secreto los pecadores
Efesios 5, 12
Monstruosidades a nivel de sexo son posibles, lo mismo que en cualquier otro nivel. Es una monstruosidad un asesinato, una violación, una tortura o una sodomización. La única diferencia en este último caso es que la ley, en el mundo occidental, no penaliza esta práctica, no así en otros numerosos países de la esfera islámica y asiática. Pero su legalidad no implica su no monstruosidad. El hecho de que los practicantes lo vean natural es tan aberrante como para un asesino puede serlo su indiferencia ante un nuevo asesinato. Un torturador tortura tranquilamente, con la conciencia fría, sin mayor resquemor por lo que hace, y no por eso deja la tortura de ser una monstruosidad. Un genocida envía a la cámara de gas a miles de judíos mientras masca tabaco y piensa en comerse un bocadillo de carne tierna, y no por eso deja el genocidio de ser una monstruosidad. Un depravado sexual realiza una felación con la misma naturalidad que si jugase al parchís, y no por ello deja de ser una monstruosidad. La monstruosidad no está en la naturalidad con que se cometen estos actos, sino en el hecho en si mismo. En el fondo se trata de una cuestión de percepción distorsionada de la realidad. A toda la gente que realiza estas monstruosidades, no dudaría en invitarlas a un convite suculento. De primer plato pondría una buena ración de excrementos frescos, abundantemente rociados con los escupitajos sanguinolentos de un tuberculoso terminal, y coronaría el plato con un feto procedente de un aborto, un feto aún latiente que mirase directamente al comensal. Y todo ello regado con un buen caldo de orines de un sifilítico salpicado por restos de pus gonorréico. Todo esto, a la mayoría de la gente le parecería absolutamente repulsivo, contra natura, pero estoy seguro de que no me equivoco si afirmo que entre los lectores habrá alguien al que le haya excitado el relato de esta comida. Ahora pregunto. ¿Es esta comida monstruosa aceptable por el hecho de que alguien se excite con ella? Donde dejamos el concepto de lo natural y lo aberrante en este caso? Si aceptamos las monstruosidades sexuales, por qué no aceptar también a los comedores de excrementos, a los fornicadores de gallinas y a los violadores de cadáveres? Sí, esta gente también busca su placer personal, ¿pero alguien puede dudar de que no son otra cosa que monstruos?
BODAS CIVILES: LICENCIA PARA FORNICAR
La fornicación -toda clase de sexo practicado fuera del matrimonio- es un pecado capital que supone la condenación de las almas implicadas ad perpetuam. Esto, evidentemente, se produce en el caso de los solteros, pero también en los casados exclusivamente por el juzgado. Leo en un periódico que el presidente de México se ha casado por lo civil hace un mes, levantando las críticas y abiertas censuras del clero mexicano. Este presidente estaba casado por el rito católico -el único con valor de sacramento y por lo tanto el único matrimonio verdadero que existe a los ojos de Dios- y tras su separación, intentó conseguir la nulidad matrimonial, sin que finalmente le fuese aceptada. Pasando por alto su condición de casado, decidió olvidarse del sacramento matrimonial y arrimarse con una segunda mujer excusandose en que unos papeles firmados por un juez le autorizaban contraer un nuevo "matrimonio". Y, como este señor, tantos millones de parejas en todo el mundo... Debo recordar que el matrimonio eclesiástico dura hasta la muerte de uno de los cónyuges o la consecución de la nulidad matrimonial. El matrimonio civil es papel mojado sin el más mínimo valor para Dios, y toda relación de este tipo entra en el apartado de los pecados mortales. Debo recordar, no obstante, que la Iglesia autoriza el matrimonio civil "para salvaguardar intereses legítimos", como puedan ser los de índole económica o de patria potestad de los hijos; pero los cónyuges deben comportarse de una forma estrictamente casta, sin llegar a consumar ese "matrimonio" solo existente sobre el papel.
Algunos pueden argumentar que "TODA autoridad dimana de Dios". Si el matrimonio civil fue sancionado por una autoridad es válida ante la sociedad y ante Dios. Pero esto no es correcto. No toda autoridad no dimana de Dios. Si aceptásemos esto sin más llegaríamos a la conclusión de que Adolfo Hitler, Stalin, Pol Pot, Castro y otros genocidas estarían legitimados para cometer sus crímenes. La autoridad debe ser respetada cuando es respetable. Y no puede ser respetable cuando no respeta los derechos humanos. Y entre estos derechos humanos existe uno fundamental, para mi el más esencial: la libertad religiosa. Si un gobierno respeta estos principios es digno seguirlo, pero al mismo tiempo, al respetar nuestra libertad religiosa, podemos negar legitimidad a las decisiones de ese gobierno que no concuerden con lo que nos dicta nuestra conciencia. Y nuestra conciencia nos dice que todo lo que atenta contra Dios (como el tema que nos ocupa) es inaceptable.
Aunque muchos no lo crean, la libertad religiosa es el más fundamental de los derechos humanos. Fundamental porque es, de hecho, el derecho a la libertad de pensamiento, a la libertad de expresión, y a la libertad de asociación, todo ello unido en un mismo eje: la religión. La declaración de los derechos humanos es reciente, no hace ni doscientos años que se hizo tal evento. Pero antes de esta época, ya la Iglesia era la principal responsable de guardar la dignidad de la gente. Quizás fuese algo exagerada en ciertos puntos, pero es seguro que la intención fue siempre inmejorable: asegurar la salvación eterna del mayor número posible de almas. Un hombre ecuánime debería saber apreciar estas intenciones.
EL MUNDO ACTUAL: UN GIGANTESCO PROSTÍBULO
Entristece constatar hasta que punto es cierta la aseveración del título. Pero basta con darse una vuelta por cualquier ciudad, e incluso pueblo minúsculo, para comprobar que en todas partes uno de los negocios más prósperos, cuando no el único, es el burdel. Y el caso es que surgen como hongos. En las grandes ciudades, por las noches, pueden recorrerse enormes distancias sin salir de los prostíbulos al aire libre que proliferan por todas partes. Los parques que de día sirven para el recreo de los niños, se convierten en fornicarios así que cae el sol. Y esto se repite una noche y otra, durante años enteros, cada vez con mayor intensidad la segunda actividad, y menor la primera.
Alguien podría pensar que los pueblos pequeños aún se mantienen puros de semejante mugre. Pero no, craso error. Los habitantes rurales tienen acceso, por la televisión, la prensa y, ahora, internet, a todos los "servicios" carnales que antes era imposible hallar fuera de las ciudades. Y es que el "progreso" no tiene fronteras. Pero, no se trata solo de una extensión geográfica. Existen otras dos cuestiones que también se han modificado: la intensidad y la calidad. Es evidente que si la edad de matrimonio se retrasa hasta los treinta años, la necesidad de burdeles aumenta. Los hombres solteros recurren a este sistema para desahogar unos instintos que antes se canalizaban en el matrimonio. Y las mujeres, también son víctimas de esta situación. Los matrimonios se retrasan, y los que tienen lugar duran poco. Según las estadísticas, en Europa occidental la mitad de los matrimonios acaban en divorcio. Y una de las salidas más recurrentes de las mujeres divorciadas, con o sin descendencia, es, precisamente, la prostitución. Y de esta forma completamos el círculo. La fornicación conduce a la ruptura matrimonial, y ésta, a su vez, a la prostitución, con lo cual tenemos más fornicación y más divorcios, generandose un círculo vicioso infernal que parece envolver a toda la sociedad actual.
Pero no acaban aquí los desmanes. Actualmente existe una degeneración de las mismas prácticas sexuales. La pornografía generalizada ha extendido entre la sociedad unas prácticas sexuales aberrantes y contra-naturam que hasta hace sólo unas décadas estaban circunscritas a ciertos niveles de la sociedad más adinerada y de los degenerados sexuales que siempre se han dado en todos los países y épocas. Pero actualmente, la pornografía ha convertido estas prácticas pervertidas en algo "normal". En cualquier sociedad algo menos desnaturalizada todas estas prácticas serían consideradas repugnantes y propias de dementes sexuales. Pero el "progreso" ha convertido estas aberraciones en algo fútil, e incluso "progre". Pero, por suerte, no todo el mundo está dispuesto a pasar por el aro del "progreso" mal entendido. Estas prácticas son causantes de numerosas rupturas matrimoniales, al negarse alguno de los cónyuges a perder su dignidad bajo el pretexto de realizar un supuesto "acto amoroso". Y, nuevamente, los beneficiados de toda esta depravación son los prostíbulos, que se expanden y prosperan como no se conocía desde la época del imperio romano.
Esta es la cruda realidad: el mundo se ha convertido en una nueva Sodoma y Gomorra. Los burdeles prosperan merced al relativismo moral dominante. Se ha perdido el concepto de justicia universal, y las nociones del bien y del mal se han personalizado. El bien, en esta sociedad, ya no es el BIEN que expresan las Escrituras como resultado de la justicia. El "bien" para la sociedad actual es aquello que resulta bueno para una persona en concreto, desentendiéndose en absoluto de las consecuencias que puedan tener estas acciones en su entorno. Es un "bien" egoísta, que busca el placer propio, olvidandose completamente de las desastrosas consecuencias de unas acciones intrínsecamente perversas. Un ejemplo diáfano es la pandemia de sida que sufre el mundo actual. Si lo que importa es el placer, que importancia tienen los contagios que puedan producir las fornicaciones, que importancia tienen los treinta millones de muertos por sida o los cincuenta millones de infectados que aguardan por una muerte inevitable?
Pero no sólo en los burdeles tienen lugar estas abominaciones. El sexo aberrante se extiende como una plaga, ayudado, e incluso promovido, por una ideología hedonista donde es más importante la búsqueda de "nuevas sensaciones" que el respeto a la dignidad del prójimo, el respeto a la ley natural y el respeto a la ley divina. Resulta simplemente inaudita la "naturalidad" con la que esta gente habla de sus prácticas contra-natura.
Y que decir de los matrimonios. Siguen siendo los matrimonios la salvaguarda de la moral, o se han convertido también en una "asociación de intereses carnales" en la que cada cual utiliza al otro como instrumento de placer hasta que tanto el instrumento como el placer se agotan y se vuelve inevitable el divorcio? Y, junto con el divorcio, acuden también sus desastrosas consecuencias para los hijos. En los países del norte de Europa, las estadísticas nos dicen que la mayoría de los niños ya nacen fuera del matrimonio. Pero esto es un "mal menor". Lo que importa es continuar alimentando el propio egoísmo al margen de cualquier otra consideración moral.
La humanidad actual se encuentra en un estado de putrefacción similar al que presentaban los habitantes de Sodoma y Gomorra justo antes de ser abrasados en el fuego purificador. La historia es una sucesión de hechos repetidos una y otra vez a escalas diferentes. Me pregunto si el trágico destino de las dos ciudades cananeas no tardará en repetirse a una escala mayor, esta vez englobando a todo el planeta Tierra.