Ana Catalina Emmerich
“Vi
[ ... ] al Salvador acercarse, severo, al centro del abismo. El infierno se me
apareció como una enorme caverna oscura, apenas iluminada por una luz tenue de
brillo casi metálico. En la entrada se destacaban enormes puertas negras con
cerraduras y cerrojos incandescentes. Los gritos de terror se elevaban sin cesar
desde ese abismo tenebroso en el cual, de repente , se hundieron las puertas.
Así pude ver un mundo horrible de desolación y oscuridad.
El
infierno es una prisión de ira eterna, donde luchan los seres enfurecidos y
desesperados. Mientras que en el cielo se disfruta de la alegría y se adora al
Todopoderoso en jardines llenos de flores y frutas deliciosas que comunican la
vida, en el infierno por el contrario se habita en mazmorras cavernosos, y se
ven horribles desiertos e inmensos lagos llenos de monstruos espantosos que provocan
un miedo horrible. Allí dentro hierve la discordia eterna y terrible de los
condenados. En el cielo en cambio reina la unión de los Santos eternamente felices.
El infierno, por el contrario, encierra cuanto el mundo produce de corrupción y
de error; allí impera el dolor y se sufren por lo tanto suplicios en una
indefinida variedad de manifestaciones y penas. Cada condenado tiene siempre
presente este pensamiento: que los tormentos que padece, son el fruto natural y
justo de sus fechorías.
Todo
lo que se siente y ve de horrible en el infierno es la esencia, la forma
interior del pecado descubierto, de aquella serpiente venenosa que devora a los
que la cobijaron en su seno durante la prueba mortal. Todo esto se puede
entender cuando uno se ve, pero no se puede expresar en palabras.
Cuando
los ángeles, que escoltaban a Jesús, derribaron las puertas del infierno, se
elevó como un torbellino de maldiciones , insultos, gritos y lamentos. Algunos
ángeles habían arrojado más allá a una cantidad enorme de demonios, que
deberían haber reconocido y adorado al Redentor. Esto constituía su mayor
suplicio. Muchos de ellos fueron entonces encarcelados dentro de una esfera, que
contenía muchos círculos concéntricos.
En
el centro del infierno se hundía un abismo tenebroso, donde había sido
precipitado Lucifer encadenado, el cual estaba inmerso en vapores oscuros. Todo
sucedió según determinados arcanos divinos. Supe que Lucifer debía ser
desencadenado durante algún tiempo, cincuenta o sesenta años antes del año 2000
después de Cristo, si no me equivoco. Algunos demonios en cambio deben ser
soltados antes de esa época para castigar y exterminar a los mundanos. Algunos
de ellos fueron desencadenados en nuestros días, otros lo serán pronto.
Mientras escribo, veo ante mis ojos escenas del infierno tan horripilantes, que
su sola visión me podría hacer morir”.
Sor
Josefa Menéndez, mística perteneciente a la Sociedad del Sagrado Corazón, tuvo
un carisma particular: Dios le permitió experimentar el infierno para que diera
testimonio de su existencia, especialmente en este momento en el que es
fuertemente rechazado. He aquí su experiencia: “En un instante estaba en el
infierno, pero sin ser arrastrada como en otras ocasiones, tal como caen los
condenados. El alma se precipita desde sí misma, se arroja como si deseara
desaparecer de la vista de Dios, para poderlo odiar y maldecir. El alma se dejó
caer en un abismo, del cual no se podía ver el fondo, que era inmenso [ ... ] .
He
visto el infierno como siempre: cuevas y fuego. Aunque no se ven formas
corporales, los tormentos destrozan a los condenados como si los cuerpos estuvieran
presentes, y las almas se reconocen. Me sumergí dentro de un nicho de fuego y
aplastada como entre placas candentes y como si hierros y picos encendidos se
introdujeran en mi cuerpo. He sentido como si se quisiera –aunque sin lograrlo-
arrancarme la lengua, lo que me reducía al extremo, con un dolor insoportable.
Los ojos parecían salir de órbita, creo que a causa del fuego que los quemaba
horriblemente. No se puede mover un dedo para buscar alivio, ni cambiar de
posición; el cuerpo está como comprimido. Las oídos están aturdidos por los
gritos confusos, que no cesan ni por un momento. Un olor repugnante y
nauseabundo asfixia e invade todo, como si se quemase carne en putrefacción con
brea y azufre. Todo esto lo he experimentado como en otras ocasiones, y aunque
estos son terribles tormentos, serían nada si el alma no sufriera. Pero el alma
sufre de una manera indescriptible. He visto algunas de estas almas condenadas
rugir por el tormento eterno que saben que deben sufrir, especialmente en las
manos. Creo que han robado, porque dijeron: “¿Dónde está ahora aquello que
habías tomado? ¡Malditas manos!”. Otras almas acusaban a su propia lengua, los
ojos... Cada alma acusaba a lo que había sido causa del pecado: “¡Bien pagadas
están las delicias que te concedía, oh cuerpo mío…!”.
“Y
eres tú, cuerpo, el que lo ha querido! (…) Por un instante de placer, una
eternidad de dolor!”. Me parece que en el infierno las almas se acusan
especialmente de pecados de impureza. Mientras estaba en aquel abismo, he visto
precipitarse a los mundanos y no se puede decir ni comprender los gritos y
rugidos que emitían: “¡Maldición eterna! ¡Me engañé! ¡Estoy perdido! ¡Estoy
aquí para siempre , para siempre y ya no hay más remedio! ¡Maldita sea mi alma!”.
Una niña gritaba desesperadamente, maldiciendo contra las malas satisfacciones
otorgadas al cuerpo y maldecía también a los padres, que le habían dado
demasiada libertad para seguir la moda y las diversiones mundanas. Estaba
condenada desde hacía tres meses. Todo
esto que he escrito - concluye Sor Josefa Menéndez - no es sino “una sombra en
comparación con lo que se sufre en el infierno”.
Beata María Serafina Micheli
(el encuentro con Lutero)
Lutero
había dicho que “ni siquiera los ángeles podrían desafiar su doctrina”, lo cual
es “Vanidad de vanidades”, como dice la Biblia.
En 1883, Sor María
Serafina Micheli (1849-1911), beatificada el 28 de mayo de 2011, se encontraba
de paso en Eisleben, Sajonia, ciudad natal de Lutero, con motivo del centenario
de su nacimiento. Encontrando una Iglesia cerrada, comenzó a rezar en las
escaleras, pero un ángel le advirtió que era una iglesia luterana protestante y
le hizo ver a Lutero en el infierno, con sus padecimientos. Así cuenta la
historia: mientras rezaba el ángel de la guarda se le apareció y le dijo: “Levántate,
porque esta es una iglesia protestante”. Luego añadió: “Quiero que veas el
lugar donde fue condenado a Martín Lutero y el castigo que sufre en castigo de
su orgullo”.
“Después de estas palabras vi una horrible
vorágine de fuego, en la cual eran horriblemente atormentadas un incalculable
número de almas. En el fondo de esta vorágine había un hombre, Martín Lutero,
que se distinguía de los otros: estaba rodeado por demonios que lo obligaban a
estar de rodillas y todos, munidos de martillos, se esforzaban, pero en vano,
en clavarle un clavo en la cabeza.
La
hermana pensaba: “Si la gente viera esta escena dramática, con toda seguridad no
le tributaría honores, recuerdos, conmemoraciones y festejos a tal personaje”. Más
tarde, cuando se presentó la oportunidad, recordaba a sus hermanas en religión
el vivir en la humildad y escondidas a los ojos del mundo. Estaba convencida de
que Martín Lutero fue castigado en el infierno, especialmente a causa del
primer pecado capital, el orgullo.
¡Atención!
Con esto no queremos erigirnos en jueces de Lutero, no sabemos si está o no en
el infierno. La pedagogía de Dios va más allá de la curiosidad que a menudo nos
anima, y no es este –la curiosidad vana- el mensaje que Dios quiere darnos a
través de sus santos, sino el evitar aquello que puede condenar nuestras almas,
el pecado mortal.
Decimos con el
salmista: “Señor, mi corazón no es soberbio ni altivos mis ojos, no estoy en
busca de grandes cosas, más allá de mis fuerzas” (Sal 130).
Ofrecemos a Dios
nuestra “nada”: la incapacidad, las dificultades, el desánimo, la desilusión, las
incomprensiones, las tentaciones, las caídas y la amargura de todos los días.
Más bien nos reconocemos pecadores, necesitados de su misericordia. Jesús, precisamente
porque somos pecadores, nos pide que abramos el corazón y nos dejemos amarnos
por Él.
San Juan Bosco
San Juan Bosco: conducido
por su ángel de la guarda hacia el valle de las sombras...
San Juan Bosco tuvo una
visión del infierno que él contó así a los jóvenes: “Me encontré con mi guía
(el Ángel de la Guarda) en el fondo de un precipicio que terminaba en un valle
oscuro. En ese momento aparece un inmenso edificio, que tenía una puerta
altísima, cerrada. Tocamos el fondo del precipicio, un calor sofocante me
oprimía, un humo espeso, casi verde, se levantaba sobre los murallones del
edificio, junto con llamas sanguinosas. Le pregunté: “¿Dónde estamos?”. “Lee
–me dijo mi guía- la inscripción en la puerta”. Había algo escrito que decía: “Ubi
non est redemptio!”, es decir, “¡Donde no hay redención!”.
Mientras
tanto, vi caer en ese abismo [ ... ] primero un joven, después otro, y todavía
otro más; todos tenían escrito en la frente su propio pecado. Exclamó el guía: “Esta
es la causa principal de estos condenaciones: los malos compañeros, los malos libros
y los hábitos perversos”.
Los
infelices eran jóvenes conocidos por mí. Le pregunté: “Pero entonces es inútil
que se trabaje con los jóvenes, si tantos terminan así?”. ¿Cómo impedir tanta
ruina?”. “Aquellos que has visto, todavía están vivos, pero ésta es su
situación actual y si muriesen, ¡vendrían aquí sin duda!”.
Después
entramos en el edificio, se corría con la velocidad del rayo. Leí esta
inscripción: “¡Ibunt ignem impía en Aeternum!”, es decir: “¡Los impíos irán al
fuego eterno!”. “¡Ven conmigo!”, agregó el guía. Me tomó de la mano y me llevó
a una puerta, que se abrió. Se me presentó a la vista una especie de caverna
inmensa, llena de fuego; aquel fuego sobrepasaba los miles y miles de grados de
calor.
No
puedo describir esta cueva en toda su espantosa realidad . Mientras tanto, de
repente, vi a los jóvenes caer en la caverna de fuego. El guía dijo: “La
transgresión del sexto mandamiento es la causa de la ruina eterna de muchos
jóvenes”. “Pero si han pecado, sin embargo se han confesado”. “Ellos confesaron
sus pecados, pero los pecados contra la virtud de la pureza los han confesado mal
o los han callado”. Por ejemplo, uno había cometido cuatro o cinco de estos
pecados, pero él dijo que sólo dos o tres. Hay quienes han cometido uno en la
infancia y han tenido siempre vergüenza de confesarlo, o lo confesaron mal y no
dijeron nada. Otros no tuvieron dolor ni propósito de enmienda; otros, en vez
de hacer un examen de conciencia, estudiaban maneras de engañar al confesor. Y
quien muere con esa resolución, elige ser del número de los réprobos y así será
por toda la eternidad [ ... ].
“Y
ahora, ¿quieres ver porqué la misericordia de Dios que te ha traído hasta aquí?”.
El ángel levantó un velo y vi un grupo de jóvenes de este Oratorio, a quienes
yo conocía a todos, condenados por este delito. Entre ellos estaban los que
aparentemente poseen un buen comportamiento. Continuó el ángel: “¡Predica por todas
partes contra la inmodestia!”. Luego hablamos por cerca de media hora sobre las
condiciones necesarias para hacer una buena confesión y concluyó: “¡Cambiar de
vida, cambiar de vida!”. Ahora -añadió el amigo- que has visto los tormentos de
los condenados, es necesario que pruebes tú también un poco de infierno!”.
Habiendo salido del horrible edificio, el guía me agarró la mano y me hizo
tocar la última pared externa; dí un grito [...]. Terminada la visión, me di
cuenta de que mi mano estaba hinchada y por una semana estuve vendado”.
María de Santa Cecilia romana
Sor
María de Santa Cecilia Romana: esta beata también tuvo la oportunidad de ver el
lugar al que nunca querríamos ir.
La
Beata Sor Mary S. Cecilia Romana (Dina Belanger , Quebec , Canadá , 30 de abril
1897 - Sillery , Quebec , Septiembre 4, 1929), beatificada el 20 de marzo de
1993, llegó a las alturas de la vida mística en su breve vida terrena. A los 4
años fue fuertemente impresionado por el diablo y el infierno, viendo a los
demonios en movimiento constante y agitado. Entendió entonces que el pecado es
una sugestión diabólica.
En
su autobiografía, escrita bajo obediencia, habla como si viviera una
experiencia aterradora del diablo y el infierno. Esta es la historia de un
encuentro con el Señor el 07 de abril de 1927: “Desde el 20 de marzo, la
enfermedad me obliga a estar en cama. Esta mañana, antes de la comunión, el
Señor me ha presentado el tema de mis consideraciones para estos dos días, es
decir, “el dolor infligido a su Corazón agonizante a causa de la inutilidad de
sus sufrimientos para un gran número de almas”. “En el momento de la comunión me
ha dado su cáliz bendito. Durante la acción de gracias me mostró, en espíritu, a
aquellos que, por millones y millones, corrían hacia la perdición eterna, seguiendo
a Satanás. Y Él, el Salvador, rodeado de un pequeño número de almas fieles,
estaba sufriendo, pero en vano, por todos aquellos pecadores. Su corazón veía
caer, de a miles de ellos, en el infierno. En este punto le dije: “Jesús mío, de
parte tuya, tu redención fue completa; pero entonces ¿qué puede faltar, desde
el momento en que tantas almas se pierden?”. Él respondió: “La razón es que las
almas piadosas no se asocian suficientemente a mis sufrimientos”.
Verónica Giuliani
Santa
Verónica Giuliani describe la repulsión que le dan las almas condenadas.
Santa
Verónica Giuliani (27 de diciembre 1660 - 9 de julio 1727) vivió en el
monasterio de las Clarisas de Città di Castello, y narra así sus visiones del infierno:
“Me pareció que el Señor me hacía ver un lugar oscurísimo; pero en el que
igualmente había un incendio como si se tratara de un gran horno. Había llamas
y fuego, pero no se podía ver la luz; sentí gritos y ruidos, pero no podía ver
nada; salía hedor y humo horribles, pero no hay , en esta vida, algo con lo que
se puede comparar.
En
este punto, Dios me dió una comunicación acerca de la ingratitud de las
criaturas, y de cómo aborrece este pecado. Y aquí se me mostró todo flagelado, azotado,
coronado de espinas, con una pesada cruz en el hombro.
Entonces
me dijo: “Mira y ve bien este lugar que nunca terminará. Está, para el tormento,
mi justicia y mi desprecio riguroso”.
Mientras
tanto, me pareció oír un ruido fuerte. Aparecieron muchos demonios: todos, con
cadenas, sostenían animales de diversas especies. Estas bestias, repentinamente,
se convirtieron en criaturas (hombres), pero tan espantosas y horribles, que me
daban más terror que los mismos demonios. Yo estaba temblando de pies a cabeza,
y me quería acercar adonde estaba el Señor. Pero a pesar de que había poco
espacio, nunca pude acercarme más. El Señor estaba chorreando sangre, y estaba
bajo aquel grave pesado. ¡Oh Dios! Querría haber recoger su Sangre y tomar la Cruz.
En un instante, aquellas criaturas se convirtieron, una vez más, en forma de
animales y, a continuación, todos fueron precipitados en aquel lugar oscurísimo,
y mientras eran precipitados, maldecían a Dios y a los santos.
Me
pareció que el Señor me hiciese entender que aquel lugar era el infierno y que esas
eran almas muertas y, por el pecado, se habían convertido en bestias; entre
ellos había también religiosos […].
Y
yo tenía delante mío todos mis pecados [ ... ]. Sentía un incendio de fuego,
pero no podía ver las llamas; sentía alguno que soplaba sobre mí, pero no veía
a nadie. De repente, sentí como una llama de fuego que venía hacia mí, y yo
sentía que me golpeaban, pero no veía nada. ¡Oh! ¡Qué pena! ¡Qué tormento! No
puedo describirlo, e incluso el solo recordarlo, me hace temblar. Al final, en
tanta oscuridad, me pareció ver un poco de luz como por el aire. Poco a poco,
se dilató y agrandó. Me parecía que me librara de estas penas, pero no veía
nada”.
Otra
visión del infierno es del 17 de enero de 1716. La santa narra que en ese día fue
transportada por algunos ángeles al infierno: “En las profundidades del abismo
vi un trono monstruoso, hecha de demonios aterradores. En el centro había una
silla formada por los jefes del abismo. Satanás se sentaba encima en su horror
indescriptible y desde allí observaba a todos los condenados. Los ángeles me
dijeron que la visión de Satanás constituye el tormento del infierno, así como
la visión de Dios constituye el deleite del Paraíso. Mientras tanto, me di
cuenta que el silencio almohadón de la silla era Judas y otras almas
desesperadas como él. Le pregunté a los ángeles si quiénes eran aquellas almas
y tuve esta terrible respuesta: “Ellos eran prelados religiosos y dignatarios
de la Iglesia”. Y en ese abismo, vio precipitar una lluvia de almas. Y una voz
grita: “Siempre será así. Siempre, siempre, siempre”. Verónica es conducida
ante la presencia de Lucifer. El tiene a su alrededor a las almas que más
gracias recibieron del cielo, pero que nada hicieron por Dios, por su gloria; y
los tiene bajo sus pies, como una almohada, golpeando continuamente las almas
de aquellos que faltaron a sus votos”. “¡Vete fuera, intrusa, que aumentas
nuestros tormentos!”, le grita furioso a sus ministros. Una vez sacada del
infierno, Verónica repite aterrorizada: “¡Oh, justicia de Dios, cuán poderosa
eres!”.
Alfonso M. de Ligorio
San Alfonso María de
Ligorio: “Si los hombres muestran poca paciencia ya sobre la tierra... ¿cómo harán
para luego soportar las llamas del infierno por toda la eternidad?”.
En su obra: “Preparación
para la muerte”, dice así el santo: “¿Qué será, cuando Dios en la muerte dirá a
los réprobos: “Vete, que no quiero verte más”. “Abscondam faciem ab eo, et invenient
eum et omnia mala” (Deut 31 . 17). “Ustedes
(dirá Jesús los condenados en el último día) ya no sois más míos, Yo no soy más
vuestro”. (..) Los condenados dirán a los demonios: “Guarda, ¿qué de la noche? “Custodio,
quid de nocte?” (Is 21, 11). ¿Cuándo
termina? ¿Cuándo terminan estas tinieblas, estos gritos, estos hedores, estas
llamas, estos tormentos? Y se les contesta: “Nunca, nunca”. ¿Y cuánto van a
durar? “Siempre, siempre”. Oh, Señor, da luz a tantos ciegos, que al pedírseles
que no se condenen, responden: “En fin de cuentas, si voy al infierno,
paciencia, no importa”. ¡Oh Dios, ellos no tienen paciencia para sentir un poco
de frío, ni para estar en una habitación caliente, ni para sufrir un golpe;
pero luego tendrán paciencia para estar en un mar de fuego, golpeados por los
demonios y abandonados por Dios y por todos por toda la eternidad! (…) Pero,
¿cómo –dirá un no creyente-, qué clase de justicia es esta? ¿Castigar un
pecado, que dura un momento, con un castigo eterno? Pero, ¿cómo (respondo yo)
puede tener la audacia un pecador de ofender a un Dios de infinita majestad por
el gusto de un momento? Incluso en el juicio humano (dice Santo Tomás, I. 2 .
Q. 87. a. 3) la pena no se mide según la duración del tiempo, sino según la cualidad
del delito... (.. ) La muerte en esta vida es lo que más temen los pecadores,
pero en el infierno será la cosa más deseada” (Ap 9, 6).
El extraño (e
inquietante) caso del prof. Diocrè
Pintura que representa
el caso del prof. Diocrè.
Cuánto
bien bien pueda hacer el pensamiento del infierno, nos lo dice lo sucedido en
los funerales de un famoso maestro de la Sorbona de París, Raymond Diocrè. El
episodio, clamoroso, fue , en palabras del P. Tomaselli , reportado y analizado
con rigor en todos sus detalles . Esto es lo que sucedió: a la muerte del
profesor, que tuvo lugar en París, se prepararon funerales solemnes en la
iglesia de Notre-Dame. Asistieron profesores y hombres de la cultura, autoridades
eclesiásticas y civiles, además de discípulos del difunto y fieles de todas las
clases sociales. El cuerpo, colocado en el centro de la nave, estaba cubierto
con un simple velo. Se comenzó a recitar el oficio de difuntos. Cuando se llegó
a las palabras: “Responde mihi : Quantas habeo iniquitates et peccata...”, es
escuchó una voz sepulcral salir de debajo del velo: “¡Por el justo juicio de
Dios, he sido acusado!”.
Con
consternación se quitó el velo, pero el cuerpo estaba quieto y sin movimiento.
Se reinició el oficio interrumpido, en medio de la conmoción general. Cuando se
llegó al mismo versículo anterior, el cadáver se levantó a la vista de todos y
gritó: "¡Por el justo juicio de Dios he sido juzgado!”.
El
terror y el espanto se apoderaron de todos. Algunos médicos se acercaron al
cadáver que se había sumergido nuevamente en la más absoluta inmovilidad, pero solo
pudieron constataron que el profesor estaba realmente muerto.
En
este punto, no tuvieron ánimo para continuar con el funeral y decidieron
continuarlo al día siguiente. Las autoridades eclesiásticas no sabían qué hacer:
algunos decían que estaba condenado y no se podía rezar por él; otros dijeron
que todavía no había certeza de la condena, a pesar de haber sido acusado y juzgado.
El obispo ordenó que se reiniciara la recitación del oficio de difuntos. Pero cuando
se llegó nuevamente al mismo versículo, el cadáver se levantó y gritó: “¡Por el
justo juicio de Dios he sido condenado al infierno para siempre!”.
Ya
no había ninguna duda: el difunto había sido condenado. El funeral terminó y se
pensó que era mejor no sepultar el cadáver en el cementerio común. Entre los
presentes se encontraba un cierto Bruno, discípulo y admirador de Diocrè, que quedó
profundamente conmovido por lo que había pasado. A pesar de que era ya un buen
cristiano, decidió dejarlo todo y dedicarse a la penitencia. Con él, otros
tomaron la misma decisión. Bruno se convirtió en el fundador de la Orden de los
Cartujos o trapense, orden que se encuentra entre las más estrictas de la
Iglesia Católica.
Si nos creen en lo que se les revela a los Santos ¿Para qué lo publican? Es el caso de la condenación de Lutero. Averigue más y encontrará que muchos santos lo han visto en el Infierno.
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