"El infierno consiste en la condenación eterna de quienes, por libre elección, mueren en pecado mortal" (Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, 212)
martes, 31 de diciembre de 2013
lunes, 30 de diciembre de 2013
Los que practican la Wicca, la brujería, la magia, el ocultismo, conocerán la ira de Dios por la eternidad si no se arrepienten
"No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de
los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen" (Mt 7, 6).
Debo reconocer que siempre me pareció un poco excesiva esta frase del Mesías; (Mt. 7:6) pero, como
siempre sucede, este parecer ha resultado infundado y la realidad se ha encargado de
hacerme apreciar la infinita sabiduría que, una vez más, fluye de las palabras de Dios hecho
Hombre. Y para corroborarlo, basta con leerse algunas de las páginas de la red. Pornografía,
blasfemias, insultos, imprecaciones, maldiciones, falsedades manifiestas e hipocresías sin
límites, son algunas de las "lindezas" con que nos agasajan algunos internautas de filiación
satánica. Y es que esta gente, sin duda alguna, no pertenece a la raza humana. Actúan como
cerdos, hablan como cerdos, piensan como cerdos... en resumen, son cerdos. Porque escrito
está: POR SUS OBRAS LOS CONOCERÉIS. Como no quiero acabar este comentario sin
aportar una pizca de positivismo y de esperanza, recuerdo a esta piara de marranos que las
perlas aludidas más arriba son también asequibles para ellos. Sólo tienen que poner un
mínimo de esfuerzo en abandonar su miserable condición cerdícola y elevarse a la dignidad
de hijos de Dios, condición sine qua non para poder optar a las perlas de la redención.
Presiento que será una advertencia inútil. La Escritura nos advierte que el perro vuelve a su
propio vómito y la cerda bañada a revolcarse en el fango. Y esto es aplicable a las personas
que conocen los mandatos de Dios, los aplican un tiempo en sus vidas y como no les gusta
que los disciplinen sino mas bien hacer lo que quieren, entonces empiezan a hablar mal de
Dios y de su Palabra la Biblia. La inmensa mayoría de estos pobres inconscientes serán
incapaces de abandonar la pocilga en la que tan plácidamente viven revolcándose en sus
propios excrementos. Cuando les llegue la inexorable hora del matadero, bajarán de cabeza
al abismo, donde serán convertidos en churrasco suculento para el mayor deleite del gran
cerdo y su porcina legión de lacayos. Y no será esto por que no los hayan avisado
sobradamente, no. Será porque, aunque humanos en apariencia, son gorrinos de corazón.
Animalitos de la especie guarra que se regodean en su propia indignidad y en la degradación
ajena. Cerditos que se niegan a sobreponerse a su miserable condición animal y convierten
este mundo en un gigantesco estercolero para mayor gloria de sus más bajos e inconfesables
instintos.
Mt. 7 13
"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a
la Perdición, y son muchos los que entran por ella. 14 Pero ¡qué estrecha es la puerta y qué
angosto el camino que lleva a la vida! Y son pocos los que la hallan. 15 "Guardaos de los
falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero que por dentro son lobos
rapaces. 16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de
los abrojos? 17 Así también, todo árbol sano da buenos frutos, pero el árbol podrido da malos
frutos. 18 El árbol sano no puede dar malos frutos, ni tampoco puede el árbol podrido dar
buenos frutos.
Transcribo este pasaje para ilustrar el título del mensaje. Y el título del mensaje es diáfano.
Tan diáfano que mucha gente no se lo cree.
El propio Jesús hablaba hace dos milenios de los
falsos profetas que nos rodean, tratando de conducirnos por el camino de la maldad que lleva
inexorablemente al infierno. Sin embargo, es mucha la buena gente que no puede dar crédito
ni a estas palabras del Mesías, ni al título de este mensaje. Simplemente no se lo creen. Son
víctimas de una simplicidad mental que les induce a pensar que todo el mundo piensa igual
que ellos. Si ellos piensan en hacer el bien, cómo puede haber gente que no actúe así
-piensan ingenuamente.
Y no puedo dejar de comprenderlos, porque no es fácil descubrir las
motivaciones que inducen a la carroña humana a actuar como lo hace.
A algunos puede
parecerles excesivo el calificativo, pero creo que me quedo corto. Esta escoria humana es
pura carroña, un cúmulo de podredumbre y maldad que parece estar en el mundo sólo para
extender a su alrededor todo el estiércol imaginable. Árboles podridos hasta la raíz que
engendran frutos podridos hasta la médula, pero que, sin embargo, aparecen ante nuestros
ojos como frutos relucientes y apetitosos. Esta gentuza queda bien definida en la parábola
del sepulcro reluciente por fuera, pero que por dentro no es más que un cúmulo de gusanos,
hedor y carne podrida.
Así es la carroña humana. Sé que muchos no me creen, les resulta
increíble que alguien pueda hablar así del prójimo, y esto ocurre porque no reconocen la
maldad. Están deslumbrados por el fulgor del ataúd, e imaginan que por dentro son tan
deslumbrantes como por fuera, pero se equivocan. No culpo a nadie por este error. La
carroña humana, todo falso profeta que nos rodea, utiliza toda clase de artimañas para poder
extender su podredumbre con más eficacia. Es mejor, más efectivo y más profundo el daño
causado cuanto más desprevenida cojan a la víctima.
La carroña se disfraza, simula,
tergiversa, suplanta personalidades, actúa en la sombra, a traición, esperando la ocasión de
inyectar su carga de podredumbre en el sitio donde más duela. Percibo la perplejidad en
muchos lectores, la incredulidad más manifiesta, pero sé que todo esto que expongo es
cierto. No es fácil convencerlos de lo contrario, porque la incredulidad es una de las armas
preferida de la carroña, la explotan al máximo, la fomentan con toda clase de argucias a fin
de desviar el camino de los justos hacia senderos espinosos que sólo conducen a la mayor de
las miserias.
Pero vayamos al meollo del asunto. Cuáles son las motivaciones de la carroña para actuar de
forma tan perversa.
La respuesta no es simple, y muchos no la creerán por parecerles
demasiado irracional, sin embargo es estrictamente lógica. La motivación profunda está en
la complacencia en el mal ajeno. Esta escoria humana adolece de una mente mezquina y
perversa que siente un irreprimible placer en las miserias del mundo. Si ven un pobre
hombre muerto de hambre, un niño enfermo y moribundo, si ven a su propia madre
atropellada y despanzurrada por un camión sus neuronas entran en un proceso de excitación
morbosa que, en algunos casos, alcanza el paroxismo.
Y que nadie piense que hablo de casos
extraordinarios. Es en las situaciones especiales cuando se dejan traslucir este tipo de
sentimientos profundos, y generalmente ocultos. Durante las guerras no resultan extrañas
las conductas más sádicas. Incluso hay testimonios recientes sobre soldados que
participaron en las guerras mundiales que reconocían explícitamente "excitarse sexualmente
cuando abayoneteaban a un enemigo". Y en casos aún más recientes, resultan ilustrativas
las descripciones de torturas masivas e indiscriminadas efectuadas durante las guerras del
Vietnam y las dictaduras latinoamericanas.
Un caso espectacular es el del antiguo
emperador de la república Centroafricana, Bokassa, que hace unos cuarenta años fue
acusado de canibalismo infantil. Incluso en nuestras sociedades "modernas" no son
infrecuentes las noticias sobre dantescas torturas ejercidas contra niños a manos de sectas
satánicas... Esta excitación morbosa en la podredumbre del mundo es lo que incita a la
carroña humana a expandir la maldad por donde quiera que pasan. Todos estos casos
aludidos son hechos históricos que cualquiera puede comprobar. No son invenciones, sino la realidad pura y dura.
Pero nuevamente nos tropezamos con el muro de la incredulidad. Parece como si estas
realidades resultasen demasiado duras para que la mente pudiese asimilarlas sin más, y se
defendiese negando la evidencia. Otra de las razones de la incredulidad es la acción de la
carroña. Ante estos testimonios, los malvados actúan negando la evidencia. No les conviene
que la gente salga de su letargo. Es mejor que piensen que todo es mentira, que los
malvados no existen, que todos son buenas personas... y así poder pillarlos desprevenidos en
la próxima ocasión.
Es esta actitud la que explica, por ejemplo, la negación de una evidencia
tan constatada como es el genocidio practicado por los nazis sobre los judíos. Las evidencias
son abrumadoras, pero sembrando la duda sobre la autenticidad de estos hechos se consigue
que alguna gente pueda seguir cómodamente aletargada con las prédicas de los falsos
profetas, para la mayor gloria de Satanás. Porque, como ya dije, todo forma parte del engaño
de la carroña. Las menos veces actúan a cara descubierta, pocas: no es rentable, se les
descubre fácilmente y se les acaba rápidamente el plan maléfico. Es mejor, más productivo,
actuar bajo subterfugios diversos. Lo que mejor resultado les da es fomentar la parte animal
del hombre. Hacer que los instintos más primarios y brutales dominen sobre las voluntades.
Esto explica el porqué de tantísima pornografía en internet, en cualquier librería, incluso en
libros de texto escolares. La táctica es simple: cuanto más estimulemos el animalismo, más
retrotraemos la voluntad y más almas acaban prisioneras de los instintos carnales. Otras
veces es más conveniente disfrazarse de protector de los pretendidos "débiles" de la
sociedad: las prostitutas, los homosexuales, los abortistas, los enfermos que piden la
eutanasia, los suicidas, etc. Es una "ayuda" interesada la que se presta y siempre con las
intenciones más perversas actuando en la sombra.
Cuando se defiende a las prostitutas, a
los homosexuales, a los suicidas, a los eutanásicos, no se les está prestando realmente
ayuda. Lo que hacen -con intenciones claras en sus mentes, pero trasmudadas en buenas
palabras cuando las recitan de sus labios- es perjudicarlos. No los ayudan a salir de su
lamentable situación, ni a solucionar su problema por la vía de la caridad hacia el prójimo. Su
"solución" consiste en estimular a seguir a toda esta gente en sus errores. A la prostituta la
defienden tratando de "dignificar" un oficio intrínsecamente indigno. Al homosexual lo
"ayudan" animándolo a que continúe con su desviación, e incluso la expanda todo lo que
pueda por la sociedad, con actitudes cada vez más ostentosas, e incluso fomentando la
aberración de la adopción de niños.
A las madres solteras se las "anima" facilitándoles la
labor de asesinar a sus hijos, en lugar de procurarles a ambos la posibilidad de vivir con
dignidad. Todo esto no es casual. Forma parte de la estrategia de estos falsos profetas a fin
de convertir el mundo en un gigantesco estercolero donde lo que prima es el egoísmo, el
desamor y la muerte. Para finalizar, sólo puedo lamentarme de que lo están consiguiendo. El
propio Jesús advertía que: (Mt. 7:13) amplias son las puertas de la perdición Y SON MUCHOS LOS
QUE ENTRAN POR ELLAS.
TODO AQUEL QUE ADORE A LA BESTIA CONOCERÁ LA IRA DE DIOS (Apoc. 14:9)
Este mensaje va dirigido a todos aquellos inconscientes que se dedican a adorar al maligno, a ofrecerle sacrificios y solicitarle toda clase de maldades para el prójimo. Me consta que hay innumerables pululando por la red. En general no se identifican como tales, prefieren mantenerse ocultos bajo pseudónimos diversos para ir minando los argumentos de los creyentes que tratan de difundir la fe.
TODO AQUEL QUE ADORE A LA BESTIA CONOCERÁ LA IRA DE DIOS (Apoc. 14:9)
Este mensaje va dirigido a todos aquellos inconscientes que se dedican a adorar al maligno, a ofrecerle sacrificios y solicitarle toda clase de maldades para el prójimo. Me consta que hay innumerables pululando por la red. En general no se identifican como tales, prefieren mantenerse ocultos bajo pseudónimos diversos para ir minando los argumentos de los creyentes que tratan de difundir la fe.
Me consta que son gentuza, ratas de alcantarilla
podridos por la maldad más extrema y los deseos más impuros que nadie podría siquiera
imaginar. De todas formas, incluso estos seres gangrenados por el mal tienen derecho a ser
advertidos. Las palabras que dan título a este mensaje son muy explícitas. Los ritos
satánicos son una opción clara e inequívoca por el mal y un rechazo explícito a todo lo que
Dios representa.
El destino de esta pobre gente también resulta inequívoco. El infierno les
espera. Dudo que sirva para nada este mensaje; esta gente está tan plagada por la
podredumbre del mal que ya ni siquiera son capaces de discernir lo que les conviene; de
todas formas tenía que decirlo para dejar mi conciencia tranquila.
LA LUZ Y LAS TINIEBLAS
Quería clarificar una cuestión, un error que está muy extendido cuando se trata de temas religiosos.
Dios es el Absoluto, el diablo no es más que un espíritu del mal, un ángel caído; es decir, no es más que un ángel y, si bien para nosotros es un ser con mucho poder, porque la naturaleza angélica es muy superior a la humana, delante de Dios es un ser insignificante, un ser que, frente a la Omnipotencia divina, no puede ni siquiera moverse si Dios no se lo permite.
Dios no es lo contrario de Satán,
como mucha gente piensa. Dios es la Luz, pero Satán no es la tiniebla. La tiniebla es la AUSENCIA
de Luz, no es lo contrario de la Luz. Satán en lengua hebraica significa el enemigo, y de eso se trata.
Satanás y sus cómplices, los ángeles caídos, son el peor enemigo del hombre, porque están tratando
de impedir que el hombre alcance la Luz. Dios es la Luz, y Satán no es más que una sombra que se
pone entre nosotros y la Luz para impedirnos alcanzar a Dios.
La razón es la maldad, la envidia y la ausencia total de caridad entre las criaturas que habitan el
infierno. Satanás es como esas personas que nos encontramos a veces a nuestro alrededor, que
parecen disfrutar con el mal ajeno. Cuanto peor está el prójimo, cuanto más dolorido, enfermo,
hambriento y miserable, tanto más disfrutan y se regodean. Por otro lado, la envidia corroe a estos
ángeles caídos. Son como el perro del hortelano, que, una vez que ven que han perdido su
oportunidad de disfrutar de las maravillas celestiales, desean que nadie pueda hacerlo tampoco.
Algunos dirán, pero entonces porque Dios, que tanto ama al hombre, no elimina a Satanás y hace que
todos los hombres se salven? En esto, actúa también siguiendo un principio de Justicia. Dios no desea
interferir en nuestra libertad. Y la libertad implica que haya posibilidad de elegir. La elección que
tenemos está entre la salvación que nos ofrece Jesús, y los engaños y el abismo de la muerte eterna
que nos ofrece -de forma escondida, pero muy violenta- Satán. La libertad es una cualidad esencial en
el hombre, y esta libertad es la que hace que el hombre pueda elegir entre la Luz, o dejarse llevar por
los encantos engañosos del mundo y de la carne que conducen al abismo tenebroso.
Por último, una sóla acotación más. De la misma forma que tenemos un ángel guardian que nos
protege, también tenemos un sinfín de demonios que nos tientan. Ahora mismo, en este momento que
lees este mensaje, ten la seguridad de que a tu alrededor existen espíritus malignos que están tratando
de confundirte. Pueden leerte el pensamiento y sugerirte toda clase de ideas, como la de que este
mensaje que estás leyendo es puro engaño. De la misma forma, el ángel de la guarda te indicará lo
contrario. Tú, y tu libertad sois las que debeis optar. O te guias por la Justicia y la Verdad, aunque sea
dura de sobrellevar, o te dejas arrastrar por los placeres del vicio y de la vida en falsedad. Este último
es el camino ancho del que habla la Escritura, el camino que te aleja para siempre de la Luz.
Jesús lo advirtió: Seguid el camino estrecho que lleva a la vida. Anchas son las puertas de la perdición,
y son MUCHOS los que entran por ellas.
(extraído de: http://iesvs.tripod.com/NOTIREISLASPERLASALOSCERDOS.htm)
viernes, 27 de diciembre de 2013
Experiencias del Infierno (III)
Las siguientes son
experiencias del Infierno vividas por un alma en oración, en nuestros días,
transcriptas literalmente.
No despreciemos los
llamados de atención que nos hace el Cielo, porque son para nuestro bien.
Recordemos lo que nos dice la Sagrada Escritura: "Medita en las
postrimerías y no pecarás jamás" (Ecl 7, 40).
(Continuación)
Experiencia g.
"Estaba en casa de papá. Conversábamos. Quedé en mí sin mí. Estuve en lo que considero es: el Infierno. La profundidad del abismo. El silencio más silenciado. Veo la roca grande, como la vez anterior y otras rocas que están superpuestas en distintos niveles; veo el fuego azulino, que nos consume sin consumirnos, y una luz que viene de arriba, iluminando desde la roca grande. Todo es oscuro, excepto por este rayo de luz. Hay una especie de niebla o humo oscuro o algo así.
Incluso me veo o estoy, con el mismo vestido que llevo en esos instantes.
No puedo precisar si estoy apoyada en algo o si sólo (estoy) suspendida. Luego regresé en mí como si nada hubiese pasado.
¡Jesús, José y María, tened Misericordia de todos nosotros, pecadores!".
Experiencia h.
"Noche del jueves 4 al viernes 5, en el Oratorio de Yerba Buena. Cumplía con mi turno de adoración. Ya estando en Santo Domingo me sentía muy mal. Luego me compuse. En el Oratorio de Yerba Buena, considero me dormité, estando en la oración. Quedé en mí sin mí.
En ese estado digo: "¿Dónde estoy?". Considero es como una cueva. El fuego, que fuego no es, es el mismo al de anteriores experiencias. El mismo color. Todo igual. En ese estado, veo frente a mí un hueco cuya entrada es redonda. Adentro se ve oscuro. Parece (o sé), es profundo. Luego, no sé qué pasó.
Al volver en mí luego de esta experiencia, fue como si hubiera dormido mucho, mucho. No puedo medir el tiempo en esos estados".
miércoles, 18 de diciembre de 2013
El infierno existe porque Dios, en su infinita justicia, no puede dejar de dar a los impenitentes lo que libremente eligieron
"Algunos piensan que por no creer en el infierno son más libres. Pero no es así. Lo que son es más inconscientes. Cerrar los ojos ante la verdad no enriquece al hombre, lo empobrece. La prudencia no está en ignorar un riesgo, sino en estudiarlo y prevenirlo. Cerrar los ojos ante un riesgo es señal de inconsciencia. " (3.8)
"Tenemos alma inmortal. Nos guste o no nos guste. Esto es una verdad indudable. Y además, dogma de fe. Y el que no lo crea, se va a enterar, porque se va a morir. Negar que tenemos alma es como el que niega que tiene hígado porque no lo ve o no lo siente. Somos como somos, independientemente de cómo quisiéramos ser.
Dentro de mil millones de años estaremos todavía vivos: felices en el cielo, o sufriendo en el infierno; pero vivos. Y vivos para siempre. Y para siempre felices, o para siempre sufriendo. Y esta felicidad o este tormento, depende de los años de vida en este mundo. Por otra parte, ante la afirmación de Cristo-Dios, de que el hombre sigue vivo más allá de la muerte, es lógico y prudente tener esto en cuenta.
Si voy por la carretera y me encuentro un letrero que dice «Carretera cortada después de la curva: puente hundido», lo lógico es frenar. Tomar esa curva a toda velocidad es suicida. Quien vive en esta vida sin preocuparse de la otra es un loco. Lo lógico, lo racional, lo inteligente, es vivir aquí pensando en lo que ciertamente ha de venir después de la muerte.
Nos preocupamos mucho de nuestro futuro inmediato: seguro de accidentes, de enfermedad, de vejez. Y nos olvidamos de nuestro futuro definitivo: la vida eterna. La póliza de este seguro son las buenas obras.
Nos preocupamos de mantener la salud, la buena presencia física, el capital, etc. Por conservar o mejorar todo esto hacemos esfuerzos, sacrificios y gastamos dinero. ¿Y abandonamos la salvación del alma? Si la perdemos, lo hemos perdido todo y para siempre. Si la salvamos, nos hemos salvado para siempre.
La preocupación por nuestra salvación nos impedirá vivir en pecado mortal, pues una muerte repentina nos llevaría a una condenación eterna. Son frecuentísimas las muertes repentinas: accidentes, enfermedades inesperadas y fulminantes, etc.
¿Quién dormiría tranquilo con una víbora en su cama? Muchos habrá en el infierno que dejaron su conversión para después, y ese después no llegó nunca porque ellos murieron antes. Jesucristo nos lo avisa repetidas veces en el Evangelio: «No sabéis el día ni la hora»1.
Y nos lo jugamos todo a una sola carta, pues sólo se muere una vez. No hay segunda oportunidad. Y todo a cara y cruz. No hay término medio entre salvarse y condenarse. O cielo o infierno. Y esto para toda la eternidad.
El equivocado en el momento de morir, jamás podrá rectificar su yerro". (10.10)
"Esta vida es el camino para la eternidad. Y la eternidad, para nosotros, será el cielo o el infierno. Sigue el camino del cielo el que vive en gracia de Dios. Sigue el camino del infierno el que vive en pecado mortal. Si queremos ir al cielo, debemos seguir el camino del cielo. Querer ir al cielo y seguir el camino del infierno, es una necedad." (42.1)
"Antes de pecar, el demonio dijo a nuestros primeros padres que si pecaban serían como dioses. Ellos pecaron y se dieron cuenta del engaño del demonio. Con esto el demonio logró lo que pretendía: derribar a Adán de su estado de privilegio.
El demonio es el «padre de la mentira» . Eva fue seducida por él. El que peca se entrega al espíritu de la mentira. En la medida que somos pecadores somos «mentirosos» , pues el pecado es el abandono de la verdad, que es Dios, por la mentira.
El demonio también nos engaña a nosotros en las tentaciones presentándonos el pecado muy atractivo, y luego siempre quedamos desilusionados, con el alma vacía y con ganas de más. Porque el pecado nunca sacia. Pero el demonio logra lo suyo: encadenarnos al infierno. El demonio nos tienta induciéndonos al mal, porque nos tiene envidia , porque podemos alcanzar el cielo que él perdió por su culpa .
Todas las tentaciones del demonio se pueden vencer con la ayuda de Dios. (43.3)
"Hay, además otros pecados llamados pecados de omisión: «los pecados cometidos por los que no hicieron ningún mal..., más que el mal de no atreverse a hacer el bien, que estaba a su alcance»2 . Jesucristo condena al infierno a los que dejaron de hacer el bien: «Lo que con éstos no hicisteis»3 . A veces hay obligación de hacer el bien, y el no hacerlo es pecado de omisión. " (56.4)
"Los efectos del pecado mortal son: perder la amistad con Dios, matar la vida sobrenatural del alma, y condenarnos al infierno, si morimos con ese pecado "(59).
"EL QUE PECA MORTALMENTE Y MUERE SIN ARREPENTIRSE DE SUS PECADOS MORTALES SE VA AL INFIERNO.(98)
«Vive siempre como quien ha de morir», pues es certísimo que, antes o después, todos moriremos. En la puerta de entrada al cementerio de El Puerto de Santa María se lee: Hodie mihi, cras tibi que significa: «Hoy me ha tocado a mí, mañana te tocará a ti».
Esto es evidente. Aunque no sabemos cómo, ni cuándo, ni dónde; pero quien se equivoca en este trance no podrá rectificar en toda la eternidad. Por eso tiene tanta importancia el morir en gracia de Dios. Y como la vida, así será la muerte: vida mala, muerte mala; vida buena, muerte buena. Aunque a veces se dan conversiones a última hora, éstas son pocas; y no siempre ofrecen garantías. Lo normal es que cada cual muera conforme ha vivido."(98.1)
"EL INFIERNO ES EL TORMENTO ETERNO DE LOS QUE MUEREN SIN ARREPENTIRSE DE SUS PECADOS MORTALES" (99)
99,1. "El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. La existencia del infierno eterno es dogma de fe. Está definido en el Concilio lV de Letrán1 .
«Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la triste y lamentable realidad de la muerte eterna, llamada también infierno»
«Dios quiere que todos los hombres se salven» Pero el hombre puede decir «no» al plan salvador de Dios, y elegir el infierno viviendo de espaldas a Él. El pecado es obra del hombre, y el infierno es fruto del pecado.
El infierno es la consecuencia de que un pecador ha muerto sin pedir perdón de sus pecados. Lo mismo que el suspenso de una asignatura es la consecuencia de que el estudiante no sabe. Jesucristo habla en el Evangelio quince veces del infierno, y catorce veces dice que en el infierno hay fuego.
Y en el Nuevo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego. Aunque este fuego es de características distintas del de la Tierra, pues atormenta los espíritus6 , Jesucristo no ha encontrado otra palabra que exprese mejor ese tormento del infierno, y por eso la repite.
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe dijo, el 17 de mayo de 1979, que «aunque la palabra “fuego” es sólo una “imagen”, debe ser tratada con todo respeto» . En el infierno hay otro tormento que «es el más terrible de todas las penas del infierno». Según San Juan Crisóstomo, es mil veces peor que el fuego.
San Agustín dice que no conocemos un tormento que se le pueda comparar Los teólogos lo llaman «pena de daño». Es una angustia terrible, una especie de desesperación suprema que tortura al condenado, al ver que por su culpa perdió el cielo, no gozará de Dios y se ha condenado para siempre. Ahora, como no entendemos bien ni el cielo ni el infierno, no comprendemos esta pena, pero entonces veremos todo su horror.
La Biblia pone en boca del condenado un grito terrible: «Me he equivocado»
Como el que va volando sobre el Atlántico en un «Jumbo» 747, y al ver en la pantalla la ruta del viaje, se da cuenta de que se ha equivocado de avión, pues su deseo es ir a Australia. Y en el viaje a la eternidad no es posible rectificar: no hay retorno. … Si un condenado, después de haber probado el infierno, pudiera volver a la Tierra para hacer méritos y así librarse del infierno, ¿qué haría? ¿Cómo atesoraría méritos? Pues nosotros podemos todavía hacerlo, sin haber probado el infierno" (99.1)
" «El infierno es la negación del amor y el fracaso de nuestra libertad»
El infierno es la condenación eterna. Es el fracaso definitivo del hombre. «Aquel que, con plena conciencia de lo que hace, rechaza la palabra de Cristo y la salvación que le ofrece; o quien , luego de aceptarla, se comporta obstinadamente en contra de su ley; o aquel que vive en oposición con su conciencia: éstos tales no llegarán a su destino de bienaventuranza y quedarán, por desgracia suya, alejados de Dios para siempre».
A algunos, que no han estudiado a fondo la Religión, les parece que siendo Dios misericordioso no va a mandarnos a un castigo eterno. Sin embargo, que el infierno es eterno es dogma de fe .
Pero hemos de tener en cuenta que Dios no nos manda al infierno ; somos nosotros los que libremente lo elegimos. Él ve con pena que nosotros le rechazamos a Él por el pecado; pero nos ha hecho libres y no quiere privarnos de la libertad que es consecuencia de la inteligencia que nos ha dado.
Por el pecado he renunciado a Dios y he elegido a Satanás. Dice San Juan que el que peca se hace hijo del diablo10. Dios lo acepta con pena, pero me respeta. Como los padres apenados por el hijo que se ha ido de casa.
Jesucristo nos enseñó clarísimamente la gran misericordia de Dios. Pero también nos dice que el infierno es eterno.
Cristo afirmó la existencia de una pena eterna: «... DONDE EL GUSANO NO MUERE Y EL FUEGO NO SE APAGA»
«Dirá a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo» Y después añade que los malos «irán al suplicio eterno y los justos a la vida eterna»
«Es preciso subrayar que la verdad más veces enunciada en el mensaje moral del Nuevo Testamento es la existencia de un “castigo eterno” para quienes no obran correctamente. (...) Negar que la conducta humana merece “premio” o “castigo” no sólo se opone a la fe, sino que es carecer de un mínimo de rigor intelectual en la lectura e interpretación del Nuevo Testamento».
El infierno eterno es una pena tremenda. Pero hay que caer en la cuenta que es para ofensas graves y deliberadas (no con atenuantes) al SER SUPREMO = DIOS. Es dogma de fe que existe un infierno eterno para los pecadores que mueran sin arrepentirse. Aunque Dios es misericordioso, también es justo.
Dice la Sagrada Escritura: «Tan grande como ha sido mi misericordia, será también mi justicia». Y su misericordia no puede oponerse a su justicia. Aunque la justicia de Dios no es inexorable, sino que está dulcificada por su misericordia, y siempre inclinada a tener en cuenta todos los atenuantes.
Como Dios es misericordioso, perdona siempre al que se arrepiente de su pecado; pero como es justo, no puede perdonar al que no se arrepiente. «Dios no nos perdona si no estamos arrepentidos».
La justicia exige reparación del orden violado. Por lo tanto, el que libre y voluntariamente pecó y muere sin arrepentirse de su pecado, merece un castigo. Y este castigo ha de durar mientras no se repare la falta por el arrepentimiento; pues las faltas morales no se pueden reparar sin arrepentimiento. Sería una monstruosidad perdonar al que no quiere arrepentirse. Dice Santo Tomás que Dios no puede perdonar al pecador sin que éste se arrepienta previamente.
El mismo Jesucristo pone el arrepentimiento como condición previa al perdón. Ahora bien, como la muerte pone fin a la vida, el arrepentimiento se hace ya imposible, porque después de la muerte ya no habrá posibilidad de arrepentirse.
Después de la muerte no se puede rectificar. La muerte fija irrevocablemente a las almas.
Después de la muerte no se puede merecer nada: con la muerte se acaba el tiempo de merecer. «La muerte aparece como punto final del estado durante el cual el hombre puede hacer opciones en las que se abra o cierre a Dios». La falta del pecador que murió sin arrepentirse queda irreparada para siempre, luego para siempre ha de durar también el castigo.
En el infierno no es posible el arrepentimiento, lo mismo que en el cielo no es posible pecar . Los bienaventurados del cielo se sienten tan atraídos por el amor de Dios, que el atractivo del pecado les deja indiferentes . «El hombre que disfruta de la visión del Creador, ya no puede dejarse arrastrar por un bien creado».
Dios es infinitamente justo y no puede quedar indiferente ante las maldades que se hacen en este mundo. ¿Cómo van a estar lo mismo en la otra vida, el asesino, el ladrón, el egoísta y el vicioso, que el honrado y caritativo con todo el mundo? Evidentemente tiene que haber un castigo para tanta injusticia, tanto crimen y tanta maldad como queda en este mundo sin castigo.
El temor al infierno no es el mejor motivo para servir a Dios. Es mucho mejor servirle por amor, como a un Padre nuestro que es. Pero somos tan miserables que a veces no nos bastará el amor de Dios, y conviene que tengamos en cuenta el castigo eterno, porque es una realidad.
Cristo nos lo avisa para que nos libremos de él. Se oye decir de labios irresponsables: «Hoy a la juventud no le interesa la religión del miedo o de las seguridades». Depende: tener miedo a cosas irreales es de idiotas; pero cerrar los ojos a los peligros reales es de imbéciles. Lo mismo: buscar seguridades ficticias es de idiotas; pero despreciar seguridades reales y preferir inseguridades, es de imbéciles.
«La doctrina sobre el infierno podríamos sintetizarla así:
a) El Nuevo Testamento afirma que el destino de los justos y el destino de los impíos, en el estado escatológico, son diversos.
b) El elemento más característico del estado escatológico de los justos es “estar con Cristo”. De modo paralelo, la nota más esencial del estado escatológico que corresponde al impío es el rechazo del Señor.
c) La situación de condenación se describe como un estado de sufrimiento.
d) Se insiste en la eternidad del sufrimiento del condenado» .
El concepto de eternidad se opone al concepto de tiempo, que supone un antes y un después. La eternidad supone una duración ilimitada, una permanencia interminable.
Una imagen que puede ayudar a entender la eternidad es un reloj pintado a las nueve en punto. Por mucho que esperemos, nunca señalará las nueve y cinco.
La idea de que al final todos se salvan por aquello de San Pablo «Dios quiere que todos los hombres se salven» , requiere explicación. Hay que distinguir entre el deseo de Dios y su decisión absoluta.
El verbo utilizado aquí por San Pablo no implica eficacia absoluta, sino una voluntad que respeta la libertad de los hombres ." (99.2)
Fuente: (La numeración del) Libro Para Salvarte. Autor: Padre Jorge Loring SJ.
jueves, 12 de diciembre de 2013
Santos en el Infierno
Ana Catalina Emmerich
“Vi
[ ... ] al Salvador acercarse, severo, al centro del abismo. El infierno se me
apareció como una enorme caverna oscura, apenas iluminada por una luz tenue de
brillo casi metálico. En la entrada se destacaban enormes puertas negras con
cerraduras y cerrojos incandescentes. Los gritos de terror se elevaban sin cesar
desde ese abismo tenebroso en el cual, de repente , se hundieron las puertas.
Así pude ver un mundo horrible de desolación y oscuridad.
El
infierno es una prisión de ira eterna, donde luchan los seres enfurecidos y
desesperados. Mientras que en el cielo se disfruta de la alegría y se adora al
Todopoderoso en jardines llenos de flores y frutas deliciosas que comunican la
vida, en el infierno por el contrario se habita en mazmorras cavernosos, y se
ven horribles desiertos e inmensos lagos llenos de monstruos espantosos que provocan
un miedo horrible. Allí dentro hierve la discordia eterna y terrible de los
condenados. En el cielo en cambio reina la unión de los Santos eternamente felices.
El infierno, por el contrario, encierra cuanto el mundo produce de corrupción y
de error; allí impera el dolor y se sufren por lo tanto suplicios en una
indefinida variedad de manifestaciones y penas. Cada condenado tiene siempre
presente este pensamiento: que los tormentos que padece, son el fruto natural y
justo de sus fechorías.
Todo
lo que se siente y ve de horrible en el infierno es la esencia, la forma
interior del pecado descubierto, de aquella serpiente venenosa que devora a los
que la cobijaron en su seno durante la prueba mortal. Todo esto se puede
entender cuando uno se ve, pero no se puede expresar en palabras.
Cuando
los ángeles, que escoltaban a Jesús, derribaron las puertas del infierno, se
elevó como un torbellino de maldiciones , insultos, gritos y lamentos. Algunos
ángeles habían arrojado más allá a una cantidad enorme de demonios, que
deberían haber reconocido y adorado al Redentor. Esto constituía su mayor
suplicio. Muchos de ellos fueron entonces encarcelados dentro de una esfera, que
contenía muchos círculos concéntricos.
En
el centro del infierno se hundía un abismo tenebroso, donde había sido
precipitado Lucifer encadenado, el cual estaba inmerso en vapores oscuros. Todo
sucedió según determinados arcanos divinos. Supe que Lucifer debía ser
desencadenado durante algún tiempo, cincuenta o sesenta años antes del año 2000
después de Cristo, si no me equivoco. Algunos demonios en cambio deben ser
soltados antes de esa época para castigar y exterminar a los mundanos. Algunos
de ellos fueron desencadenados en nuestros días, otros lo serán pronto.
Mientras escribo, veo ante mis ojos escenas del infierno tan horripilantes, que
su sola visión me podría hacer morir”.
Sor
Josefa Menéndez, mística perteneciente a la Sociedad del Sagrado Corazón, tuvo
un carisma particular: Dios le permitió experimentar el infierno para que diera
testimonio de su existencia, especialmente en este momento en el que es
fuertemente rechazado. He aquí su experiencia: “En un instante estaba en el
infierno, pero sin ser arrastrada como en otras ocasiones, tal como caen los
condenados. El alma se precipita desde sí misma, se arroja como si deseara
desaparecer de la vista de Dios, para poderlo odiar y maldecir. El alma se dejó
caer en un abismo, del cual no se podía ver el fondo, que era inmenso [ ... ] .
He
visto el infierno como siempre: cuevas y fuego. Aunque no se ven formas
corporales, los tormentos destrozan a los condenados como si los cuerpos estuvieran
presentes, y las almas se reconocen. Me sumergí dentro de un nicho de fuego y
aplastada como entre placas candentes y como si hierros y picos encendidos se
introdujeran en mi cuerpo. He sentido como si se quisiera –aunque sin lograrlo-
arrancarme la lengua, lo que me reducía al extremo, con un dolor insoportable.
Los ojos parecían salir de órbita, creo que a causa del fuego que los quemaba
horriblemente. No se puede mover un dedo para buscar alivio, ni cambiar de
posición; el cuerpo está como comprimido. Las oídos están aturdidos por los
gritos confusos, que no cesan ni por un momento. Un olor repugnante y
nauseabundo asfixia e invade todo, como si se quemase carne en putrefacción con
brea y azufre. Todo esto lo he experimentado como en otras ocasiones, y aunque
estos son terribles tormentos, serían nada si el alma no sufriera. Pero el alma
sufre de una manera indescriptible. He visto algunas de estas almas condenadas
rugir por el tormento eterno que saben que deben sufrir, especialmente en las
manos. Creo que han robado, porque dijeron: “¿Dónde está ahora aquello que
habías tomado? ¡Malditas manos!”. Otras almas acusaban a su propia lengua, los
ojos... Cada alma acusaba a lo que había sido causa del pecado: “¡Bien pagadas
están las delicias que te concedía, oh cuerpo mío…!”.
“Y
eres tú, cuerpo, el que lo ha querido! (…) Por un instante de placer, una
eternidad de dolor!”. Me parece que en el infierno las almas se acusan
especialmente de pecados de impureza. Mientras estaba en aquel abismo, he visto
precipitarse a los mundanos y no se puede decir ni comprender los gritos y
rugidos que emitían: “¡Maldición eterna! ¡Me engañé! ¡Estoy perdido! ¡Estoy
aquí para siempre , para siempre y ya no hay más remedio! ¡Maldita sea mi alma!”.
Una niña gritaba desesperadamente, maldiciendo contra las malas satisfacciones
otorgadas al cuerpo y maldecía también a los padres, que le habían dado
demasiada libertad para seguir la moda y las diversiones mundanas. Estaba
condenada desde hacía tres meses. Todo
esto que he escrito - concluye Sor Josefa Menéndez - no es sino “una sombra en
comparación con lo que se sufre en el infierno”.
Beata María Serafina Micheli
(el encuentro con Lutero)
Lutero
había dicho que “ni siquiera los ángeles podrían desafiar su doctrina”, lo cual
es “Vanidad de vanidades”, como dice la Biblia.
En 1883, Sor María
Serafina Micheli (1849-1911), beatificada el 28 de mayo de 2011, se encontraba
de paso en Eisleben, Sajonia, ciudad natal de Lutero, con motivo del centenario
de su nacimiento. Encontrando una Iglesia cerrada, comenzó a rezar en las
escaleras, pero un ángel le advirtió que era una iglesia luterana protestante y
le hizo ver a Lutero en el infierno, con sus padecimientos. Así cuenta la
historia: mientras rezaba el ángel de la guarda se le apareció y le dijo: “Levántate,
porque esta es una iglesia protestante”. Luego añadió: “Quiero que veas el
lugar donde fue condenado a Martín Lutero y el castigo que sufre en castigo de
su orgullo”.
“Después de estas palabras vi una horrible
vorágine de fuego, en la cual eran horriblemente atormentadas un incalculable
número de almas. En el fondo de esta vorágine había un hombre, Martín Lutero,
que se distinguía de los otros: estaba rodeado por demonios que lo obligaban a
estar de rodillas y todos, munidos de martillos, se esforzaban, pero en vano,
en clavarle un clavo en la cabeza.
La
hermana pensaba: “Si la gente viera esta escena dramática, con toda seguridad no
le tributaría honores, recuerdos, conmemoraciones y festejos a tal personaje”. Más
tarde, cuando se presentó la oportunidad, recordaba a sus hermanas en religión
el vivir en la humildad y escondidas a los ojos del mundo. Estaba convencida de
que Martín Lutero fue castigado en el infierno, especialmente a causa del
primer pecado capital, el orgullo.
¡Atención!
Con esto no queremos erigirnos en jueces de Lutero, no sabemos si está o no en
el infierno. La pedagogía de Dios va más allá de la curiosidad que a menudo nos
anima, y no es este –la curiosidad vana- el mensaje que Dios quiere darnos a
través de sus santos, sino el evitar aquello que puede condenar nuestras almas,
el pecado mortal.
Decimos con el
salmista: “Señor, mi corazón no es soberbio ni altivos mis ojos, no estoy en
busca de grandes cosas, más allá de mis fuerzas” (Sal 130).
Ofrecemos a Dios
nuestra “nada”: la incapacidad, las dificultades, el desánimo, la desilusión, las
incomprensiones, las tentaciones, las caídas y la amargura de todos los días.
Más bien nos reconocemos pecadores, necesitados de su misericordia. Jesús, precisamente
porque somos pecadores, nos pide que abramos el corazón y nos dejemos amarnos
por Él.
San Juan Bosco
San Juan Bosco: conducido
por su ángel de la guarda hacia el valle de las sombras...
San Juan Bosco tuvo una
visión del infierno que él contó así a los jóvenes: “Me encontré con mi guía
(el Ángel de la Guarda) en el fondo de un precipicio que terminaba en un valle
oscuro. En ese momento aparece un inmenso edificio, que tenía una puerta
altísima, cerrada. Tocamos el fondo del precipicio, un calor sofocante me
oprimía, un humo espeso, casi verde, se levantaba sobre los murallones del
edificio, junto con llamas sanguinosas. Le pregunté: “¿Dónde estamos?”. “Lee
–me dijo mi guía- la inscripción en la puerta”. Había algo escrito que decía: “Ubi
non est redemptio!”, es decir, “¡Donde no hay redención!”.
Mientras
tanto, vi caer en ese abismo [ ... ] primero un joven, después otro, y todavía
otro más; todos tenían escrito en la frente su propio pecado. Exclamó el guía: “Esta
es la causa principal de estos condenaciones: los malos compañeros, los malos libros
y los hábitos perversos”.
Los
infelices eran jóvenes conocidos por mí. Le pregunté: “Pero entonces es inútil
que se trabaje con los jóvenes, si tantos terminan así?”. ¿Cómo impedir tanta
ruina?”. “Aquellos que has visto, todavía están vivos, pero ésta es su
situación actual y si muriesen, ¡vendrían aquí sin duda!”.
Después
entramos en el edificio, se corría con la velocidad del rayo. Leí esta
inscripción: “¡Ibunt ignem impía en Aeternum!”, es decir: “¡Los impíos irán al
fuego eterno!”. “¡Ven conmigo!”, agregó el guía. Me tomó de la mano y me llevó
a una puerta, que se abrió. Se me presentó a la vista una especie de caverna
inmensa, llena de fuego; aquel fuego sobrepasaba los miles y miles de grados de
calor.
No
puedo describir esta cueva en toda su espantosa realidad . Mientras tanto, de
repente, vi a los jóvenes caer en la caverna de fuego. El guía dijo: “La
transgresión del sexto mandamiento es la causa de la ruina eterna de muchos
jóvenes”. “Pero si han pecado, sin embargo se han confesado”. “Ellos confesaron
sus pecados, pero los pecados contra la virtud de la pureza los han confesado mal
o los han callado”. Por ejemplo, uno había cometido cuatro o cinco de estos
pecados, pero él dijo que sólo dos o tres. Hay quienes han cometido uno en la
infancia y han tenido siempre vergüenza de confesarlo, o lo confesaron mal y no
dijeron nada. Otros no tuvieron dolor ni propósito de enmienda; otros, en vez
de hacer un examen de conciencia, estudiaban maneras de engañar al confesor. Y
quien muere con esa resolución, elige ser del número de los réprobos y así será
por toda la eternidad [ ... ].
“Y
ahora, ¿quieres ver porqué la misericordia de Dios que te ha traído hasta aquí?”.
El ángel levantó un velo y vi un grupo de jóvenes de este Oratorio, a quienes
yo conocía a todos, condenados por este delito. Entre ellos estaban los que
aparentemente poseen un buen comportamiento. Continuó el ángel: “¡Predica por todas
partes contra la inmodestia!”. Luego hablamos por cerca de media hora sobre las
condiciones necesarias para hacer una buena confesión y concluyó: “¡Cambiar de
vida, cambiar de vida!”. Ahora -añadió el amigo- que has visto los tormentos de
los condenados, es necesario que pruebes tú también un poco de infierno!”.
Habiendo salido del horrible edificio, el guía me agarró la mano y me hizo
tocar la última pared externa; dí un grito [...]. Terminada la visión, me di
cuenta de que mi mano estaba hinchada y por una semana estuve vendado”.
María de Santa Cecilia romana
Sor
María de Santa Cecilia Romana: esta beata también tuvo la oportunidad de ver el
lugar al que nunca querríamos ir.
La
Beata Sor Mary S. Cecilia Romana (Dina Belanger , Quebec , Canadá , 30 de abril
1897 - Sillery , Quebec , Septiembre 4, 1929), beatificada el 20 de marzo de
1993, llegó a las alturas de la vida mística en su breve vida terrena. A los 4
años fue fuertemente impresionado por el diablo y el infierno, viendo a los
demonios en movimiento constante y agitado. Entendió entonces que el pecado es
una sugestión diabólica.
En
su autobiografía, escrita bajo obediencia, habla como si viviera una
experiencia aterradora del diablo y el infierno. Esta es la historia de un
encuentro con el Señor el 07 de abril de 1927: “Desde el 20 de marzo, la
enfermedad me obliga a estar en cama. Esta mañana, antes de la comunión, el
Señor me ha presentado el tema de mis consideraciones para estos dos días, es
decir, “el dolor infligido a su Corazón agonizante a causa de la inutilidad de
sus sufrimientos para un gran número de almas”. “En el momento de la comunión me
ha dado su cáliz bendito. Durante la acción de gracias me mostró, en espíritu, a
aquellos que, por millones y millones, corrían hacia la perdición eterna, seguiendo
a Satanás. Y Él, el Salvador, rodeado de un pequeño número de almas fieles,
estaba sufriendo, pero en vano, por todos aquellos pecadores. Su corazón veía
caer, de a miles de ellos, en el infierno. En este punto le dije: “Jesús mío, de
parte tuya, tu redención fue completa; pero entonces ¿qué puede faltar, desde
el momento en que tantas almas se pierden?”. Él respondió: “La razón es que las
almas piadosas no se asocian suficientemente a mis sufrimientos”.
Verónica Giuliani
Santa
Verónica Giuliani describe la repulsión que le dan las almas condenadas.
Santa
Verónica Giuliani (27 de diciembre 1660 - 9 de julio 1727) vivió en el
monasterio de las Clarisas de Città di Castello, y narra así sus visiones del infierno:
“Me pareció que el Señor me hacía ver un lugar oscurísimo; pero en el que
igualmente había un incendio como si se tratara de un gran horno. Había llamas
y fuego, pero no se podía ver la luz; sentí gritos y ruidos, pero no podía ver
nada; salía hedor y humo horribles, pero no hay , en esta vida, algo con lo que
se puede comparar.
En
este punto, Dios me dió una comunicación acerca de la ingratitud de las
criaturas, y de cómo aborrece este pecado. Y aquí se me mostró todo flagelado, azotado,
coronado de espinas, con una pesada cruz en el hombro.
Entonces
me dijo: “Mira y ve bien este lugar que nunca terminará. Está, para el tormento,
mi justicia y mi desprecio riguroso”.
Mientras
tanto, me pareció oír un ruido fuerte. Aparecieron muchos demonios: todos, con
cadenas, sostenían animales de diversas especies. Estas bestias, repentinamente,
se convirtieron en criaturas (hombres), pero tan espantosas y horribles, que me
daban más terror que los mismos demonios. Yo estaba temblando de pies a cabeza,
y me quería acercar adonde estaba el Señor. Pero a pesar de que había poco
espacio, nunca pude acercarme más. El Señor estaba chorreando sangre, y estaba
bajo aquel grave pesado. ¡Oh Dios! Querría haber recoger su Sangre y tomar la Cruz.
En un instante, aquellas criaturas se convirtieron, una vez más, en forma de
animales y, a continuación, todos fueron precipitados en aquel lugar oscurísimo,
y mientras eran precipitados, maldecían a Dios y a los santos.
Me
pareció que el Señor me hiciese entender que aquel lugar era el infierno y que esas
eran almas muertas y, por el pecado, se habían convertido en bestias; entre
ellos había también religiosos […].
Y
yo tenía delante mío todos mis pecados [ ... ]. Sentía un incendio de fuego,
pero no podía ver las llamas; sentía alguno que soplaba sobre mí, pero no veía
a nadie. De repente, sentí como una llama de fuego que venía hacia mí, y yo
sentía que me golpeaban, pero no veía nada. ¡Oh! ¡Qué pena! ¡Qué tormento! No
puedo describirlo, e incluso el solo recordarlo, me hace temblar. Al final, en
tanta oscuridad, me pareció ver un poco de luz como por el aire. Poco a poco,
se dilató y agrandó. Me parecía que me librara de estas penas, pero no veía
nada”.
Otra
visión del infierno es del 17 de enero de 1716. La santa narra que en ese día fue
transportada por algunos ángeles al infierno: “En las profundidades del abismo
vi un trono monstruoso, hecha de demonios aterradores. En el centro había una
silla formada por los jefes del abismo. Satanás se sentaba encima en su horror
indescriptible y desde allí observaba a todos los condenados. Los ángeles me
dijeron que la visión de Satanás constituye el tormento del infierno, así como
la visión de Dios constituye el deleite del Paraíso. Mientras tanto, me di
cuenta que el silencio almohadón de la silla era Judas y otras almas
desesperadas como él. Le pregunté a los ángeles si quiénes eran aquellas almas
y tuve esta terrible respuesta: “Ellos eran prelados religiosos y dignatarios
de la Iglesia”. Y en ese abismo, vio precipitar una lluvia de almas. Y una voz
grita: “Siempre será así. Siempre, siempre, siempre”. Verónica es conducida
ante la presencia de Lucifer. El tiene a su alrededor a las almas que más
gracias recibieron del cielo, pero que nada hicieron por Dios, por su gloria; y
los tiene bajo sus pies, como una almohada, golpeando continuamente las almas
de aquellos que faltaron a sus votos”. “¡Vete fuera, intrusa, que aumentas
nuestros tormentos!”, le grita furioso a sus ministros. Una vez sacada del
infierno, Verónica repite aterrorizada: “¡Oh, justicia de Dios, cuán poderosa
eres!”.
Alfonso M. de Ligorio
San Alfonso María de
Ligorio: “Si los hombres muestran poca paciencia ya sobre la tierra... ¿cómo harán
para luego soportar las llamas del infierno por toda la eternidad?”.
En su obra: “Preparación
para la muerte”, dice así el santo: “¿Qué será, cuando Dios en la muerte dirá a
los réprobos: “Vete, que no quiero verte más”. “Abscondam faciem ab eo, et invenient
eum et omnia mala” (Deut 31 . 17). “Ustedes
(dirá Jesús los condenados en el último día) ya no sois más míos, Yo no soy más
vuestro”. (..) Los condenados dirán a los demonios: “Guarda, ¿qué de la noche? “Custodio,
quid de nocte?” (Is 21, 11). ¿Cuándo
termina? ¿Cuándo terminan estas tinieblas, estos gritos, estos hedores, estas
llamas, estos tormentos? Y se les contesta: “Nunca, nunca”. ¿Y cuánto van a
durar? “Siempre, siempre”. Oh, Señor, da luz a tantos ciegos, que al pedírseles
que no se condenen, responden: “En fin de cuentas, si voy al infierno,
paciencia, no importa”. ¡Oh Dios, ellos no tienen paciencia para sentir un poco
de frío, ni para estar en una habitación caliente, ni para sufrir un golpe;
pero luego tendrán paciencia para estar en un mar de fuego, golpeados por los
demonios y abandonados por Dios y por todos por toda la eternidad! (…) Pero,
¿cómo –dirá un no creyente-, qué clase de justicia es esta? ¿Castigar un
pecado, que dura un momento, con un castigo eterno? Pero, ¿cómo (respondo yo)
puede tener la audacia un pecador de ofender a un Dios de infinita majestad por
el gusto de un momento? Incluso en el juicio humano (dice Santo Tomás, I. 2 .
Q. 87. a. 3) la pena no se mide según la duración del tiempo, sino según la cualidad
del delito... (.. ) La muerte en esta vida es lo que más temen los pecadores,
pero en el infierno será la cosa más deseada” (Ap 9, 6).
El extraño (e
inquietante) caso del prof. Diocrè
Pintura que representa
el caso del prof. Diocrè.
Cuánto
bien bien pueda hacer el pensamiento del infierno, nos lo dice lo sucedido en
los funerales de un famoso maestro de la Sorbona de París, Raymond Diocrè. El
episodio, clamoroso, fue , en palabras del P. Tomaselli , reportado y analizado
con rigor en todos sus detalles . Esto es lo que sucedió: a la muerte del
profesor, que tuvo lugar en París, se prepararon funerales solemnes en la
iglesia de Notre-Dame. Asistieron profesores y hombres de la cultura, autoridades
eclesiásticas y civiles, además de discípulos del difunto y fieles de todas las
clases sociales. El cuerpo, colocado en el centro de la nave, estaba cubierto
con un simple velo. Se comenzó a recitar el oficio de difuntos. Cuando se llegó
a las palabras: “Responde mihi : Quantas habeo iniquitates et peccata...”, es
escuchó una voz sepulcral salir de debajo del velo: “¡Por el justo juicio de
Dios, he sido acusado!”.
Con
consternación se quitó el velo, pero el cuerpo estaba quieto y sin movimiento.
Se reinició el oficio interrumpido, en medio de la conmoción general. Cuando se
llegó al mismo versículo anterior, el cadáver se levantó a la vista de todos y
gritó: "¡Por el justo juicio de Dios he sido juzgado!”.
El
terror y el espanto se apoderaron de todos. Algunos médicos se acercaron al
cadáver que se había sumergido nuevamente en la más absoluta inmovilidad, pero solo
pudieron constataron que el profesor estaba realmente muerto.
En
este punto, no tuvieron ánimo para continuar con el funeral y decidieron
continuarlo al día siguiente. Las autoridades eclesiásticas no sabían qué hacer:
algunos decían que estaba condenado y no se podía rezar por él; otros dijeron
que todavía no había certeza de la condena, a pesar de haber sido acusado y juzgado.
El obispo ordenó que se reiniciara la recitación del oficio de difuntos. Pero cuando
se llegó nuevamente al mismo versículo, el cadáver se levantó y gritó: “¡Por el
justo juicio de Dios he sido condenado al infierno para siempre!”.
Ya
no había ninguna duda: el difunto había sido condenado. El funeral terminó y se
pensó que era mejor no sepultar el cadáver en el cementerio común. Entre los
presentes se encontraba un cierto Bruno, discípulo y admirador de Diocrè, que quedó
profundamente conmovido por lo que había pasado. A pesar de que era ya un buen
cristiano, decidió dejarlo todo y dedicarse a la penitencia. Con él, otros
tomaron la misma decisión. Bruno se convirtió en el fundador de la Orden de los
Cartujos o trapense, orden que se encuentra entre las más estrictas de la
Iglesia Católica.
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