1. El testimonio de Jesús y de San Pablo.
Jesús, según testifican los Evangelios, realizó la liberación de muchos poseídos por el demonio en momentos decisivos de su ministerio. Los exorcismos que realizaba iluminan el misterio de su persona y misión (cf. p. e. Mt 8, 28-34; 12, 22-45).
Sin poner nunca a Satanás en el centro de su mensaje, Jesús habla de él en momentos decisivos y con declaraciones importantes.
El Señor comienza su ministerio siendo tentado por el Maligno en el desierto (cf. Mc 1, 12-13). El Señor advierte constantemente a los suyos sobre la presencia y acción del Maligno, por ejemplo, en el Sermón de la montaña y en el Padrenuestro (Cf. Mt 5, 37; 6,13).
En sus parábolas, Jesús atribuye a Satanás los obstáculos que encontraba en su predicación (cf. Mt 13, 19), como la mala semilla sembrada en el campo (Cf. Mt 13, 39).
A Simón Pedro le anuncia que las “puertas del infierno” querrán prevalecer por encima de su Iglesia (cf. Mt 16, 19) y que Satanás miraría de cribarlo como el trigo (cf. Llc 22, 31).
En el momento de dejar el cenáculo Cristo declara inminente la venida del “príncipe de este mundo” (Jn 14, 30), aunque Él sabe que este personaje ya ha sido juzgado y condenado (Jn 16, 11).
Estos hechos, recuerda el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe Fe cristiana y demonología, no son casuales ni pueden ser tratados como datos fabulosos que deben ser desmitificados.
Pablo ha recogido los elementos más importantes de la enseñanza sobre el Maligno y el combate espiritual. El Apóstol habla del drama redentor como de una lucha suprema de Cristo contra las potencias del Mal.
San Pablo no duda en afirmar que Dios ha anulado la condena que pesaba sobre los hombres y que Dios ha desposeído de poder a Principados y Potestades, haciendo un público espectáculo de los vencidos en el séquito triunfal de Jesucristo (Cf. Col 2,15).
San Pablo describe el efecto de la obra redentora haciendo ver que aquellos que estaban muertos como consecuencia de las culpas y pecados y que vivían según “el Príncipe de las potencias de los aires, aquel espíritu que opera en los hombres rebeldes” (Cf. Ef 2,2), han sido salvados por gracia y viven ahora de la vida de Cristo.
Además, el apóstol habla “de aquellos que se pierden, a los cuales el Dios de este mundo ha cegado la mente incrédula para que no vean la luz del glorioso evangelio de Jesucristo” (Cf. 2 Cor 4, 4).
Aquellos que han sido liberados del dominio de Satanás corren el riesgo de recaer, cediendo a las sugestiones del Maligno (1 Cor 7, 5).
Por eso el apóstol advierte de no ceder espacio al Diablo (Cf. Ef 4,27). La vida cristiana comporta una lucha constante contra el Demonio y hay que temer que se retorne a la seducción de la Serpiente antigua (Cf. 2 Cor 11, 3).
Esta lucha se hará intensa en las postrimerías de la historia cuando el Impío, que sostenido por Satanás obrará muchos prodigios, será derrotado en la segunda venida del Señor (Cf. 2 Tes 2, 7-10).
Pablo constata en su propia experiencia apostólica esta temible lucha que no combate únicamente personas humanas.
El apóstol encontró tremendos obstáculos a la evangelización (también los encuentra la Iglesia hoy) y entendió de dónde provenían.
Nos dejó un testimonio de su experiencia para que aprendamos también nosotros: “Revestíos con la armadura que Dios os da para poder hacer frente a los ataques astutos del diablo. Pues no nos toca de luchar contra realidades humanas, sino contra las potencias y las autoridades, contra los que dominan este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos que están a las regiones aéreas…
(Cf. Ef 6, 11-12).
¿Tendremos los cristianos de hoy la buen cordura de acoger estas palabras que el Espíritu Santo nos dirige por boca del Apóstol?
2. La Iglesia recuerda: El Maligno existe y actúa.
El 22 de noviembre de 1998, el prefecto de la Congregación para el Culto divino y de la disciplina de los sacramentos, firmaba el decreto de promulgación del nuevo ritual de exorcismos de la Iglesia católica.
El ritual fue públicamente presentado a primeros de año. Los medios de comunicación se hicieron eco de esta noticia. En la mayoría de los casos los periodistas apuntaban una cierta ironía al tema con observaciones que reflejaban una idea de fondo: ¿Cómo es posible, aún hoy, hablar de manera seria del demonio?
La naturaleza y acción de los ángeles caídos no es un tema fácil y se presta fácilmente a desviaciones doctrinales o a supersticiones groseras. No es fácil hablar con acierto del demonio, pero eso no significa que no exista ni que la Iglesia de nuestros tiempos pueda abandonar la lucha contra el Maligno.
La Iglesia ha reprobado siempre toda forma de superstición y la preocupación excesiva o enfermiza por Satanás y los demonios. Nunca ha sido este el tema central de la predicación.
Pero eso no quiere decir que la consideración del demonio no tenga nada que ver con el mensaje de la Buena Nueva del Señor resucitado y de la salvación que nos ha obtenido en su Misterio Pascual, cuando ha sido vencedor del Maligno, del pecado y de la muerte.
Ya san Juan Crisóstomo advertía a los cristianos de Antioquía: “No es ningún placer para mí hablaros del diablo, pero la doctrina que este tema me sugiere será muy útil para vosotros”.
Como advierte el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) Fe cristiana y demonología, sería un error funesto comportarse como si el Maligno no existiese y considerar que la redención ya ha producido todos sus efectos sin que sea necesario sostener la lucha de la cual nos habla el Nuevo Testamento y los maestros de la vida espiritual.
La demonología constituye un apartado de la teología que ha sido últimamente olvidado. Muchos estudiantes, seminaristas y futuros presbíteros, raramente han oído hablar del demonio en las aulas de las facultades teológicas y no es difícil encontrar aún sacerdotes y catequistas que cuando oyen hablar del tema esbozan una sonrisa tan llena de ingenuidad como de ignorancia.
En nuestro ambiente secularizado, lo más cómodo –pero no ciertamente lo más cristiano- es no hablar del demonio y esconder la cabeza bajo el ala. Y mientras tanto, como muchos observadores ponen en evidencia, el satanismo aumenta de manera alarmante en este mundo secularizado.
Un dicho irónico pero acertado, afirma que la más gran victoria del demonio en nuestros días es haber logrado hacernos creer que no existe. Eso comporta no tenerlo presente y no preocuparse para luchar contra él, quedando de esta manera muy desarmados ante un temible enemigo del cual no somos conscientes.
Esta actitud evasiva no concuerda con el testimonio bíblico y eclesiástico del que se aparta quien niega la existencia del diablo.
Ya hace casi dos mil años, el príncipe de los apóstoles y primer papa, san Pedro, advertía con palabras claras a los cristianos de su tiempo de guardarse de las insidias del diablo.
El texto es meditado cada semana en la lectura breve de las completas del martes:
“Sobrii estote et vigilate, quia adversarius vester diabolus tamquam leo rugiens circuit quaerens quem devoret; cui resistite fortes in fide” [Sed sobrios; velad. Vuestro adversario, el diablo, como un león que ruge, ronda buscando quien engullir; resistidle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos sufrimientos los deben soportar todos vuestros hermanos que hay al mundo] (1 Pe 5, 8-9).
Dos milenios después, un sucesor de Pedro y vicario de Jesucristo, el papa Pablo VI, volvía a advertir dramáticamente sobre esta terrible realidad:
“Delante de la situación de la Iglesia de hoy, tenemos el sentimiento de que, por algunas fisuras, el humo de Satanás ha entrado en el pueblo de Dios. Vemos la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud, la insatisfacción, el enfrentamiento. Ya no se tiene confianza en la Iglesia, se confía en el primer profeta que acaba de llegar… sin tener en cuenta que nosotros ya poseemos la verdadera Vida y que Nosotros somos maestros… Se creía que después del Concilio el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia, pero en lugar de sol hemos tenido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la búsqueda y la incertidumbre. Hemos promovido el ecumenismo y nos separamos cada día más unos de otros… ¿Cómo ha podido producirse todo eso? Una potencia adversa ha intervenido. Su nombre es el diablo: este ser misterioso al cual se refiere san Pedro en su carta (1 Pe 4, 8-9)… Nosotros creemos en la acción que Satanás ejerce hoy en el mundo…”.
La fe de la Iglesia afirma claramente la existencia del Maligno y su acción, aun reconociendo su carácter misterioso.
El documento de la CDF del 26 de junio de 1975 acaba con unas palabras que siempre debemos tener bien presentes en este tema:
“La realidad demonológica, testificada concretamente por aquello que nombramos el misterio del mal, permanece aún hoy como un enigma que rodea la vida cristiana. Nosotros no sabemos mejor que los Apóstoles por qué lo permite el Señor ni cómo lo hace servir para sus designios”.
El mismo año 1972, concretamente en la audiencia general del 15 de noviembre, el Papa volvía a recordar a la Iglesia la misteriosa realidad del diablo:
“El pecado es efecto de la intervención en nosotros y en nuestro mundo de un agente oscuro y enemigo, el demonio. El Mal no es solamente una deficiencia. Es el hecho de un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Realidad terrible, misteriosa y temible. Se apartan de la enseñanza de la Biblia y de la Iglesia aquellos que rehúsan reconocer su existencia o que hacen de Él un principio autónomo que no tiene, como toda criatura, su origen en Dios, o que lo explican como una pseudorrealidad, una invención del espíritu para personificar las causas desconocidas de nuestros malos”.
Se trata de una realidad misteriosa pero claramente testificada por las fuentes de la Revelación.
3. Exorcismos y oraciones
La acción del Maligno y la lucha contra él por parte de la Iglesia tienen, a mi parecer, mucho a ver con la situación actual de la Iglesia. A propósito de esta última consideración quiero evocar el testimonio del famoso exorcista Gabriele Amorth sobre la supuesta visión diabólica del Papa León XIII y las rogativas de exorcismo que mandó rezar a toda la Iglesia aquel Pontífice.
Antes de la reforma litúrgica llevada a cabo después del Concilio Vaticano II, el celebrante y los fieles se arrodillaban al acabar la Misa para rezar una oración a la Virgen María y otra a San Miguel Arcángel (rogativa, que por cierto, ha sido recuperada por el Nuevo Ritual de exorcismos y que los fieles pueden rezar libremente).
La oración dice en su versión latina:
“Sancte Michaël Archangele, defende nos in proelio. Contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium. Imperet illi Deus, supplices deprecamur. Tuque, Prínceps militiae caelestis, Satanam, aliosque Spiritus Malignos quien ad perditionem animarum pervagantur in mundo, divina virtute in infernum detrude. Amen”.
Amorth se pregunta sobre el origen de esta rogativa y dice (siguiendo lo que escribió el Padre Domenico Pechenino en
Ephemerides Liturgicae):
“No recuerdo exactamente el año. Una mañana, el Santo Padre León XIII había celebrado la Santa Misa y como de costumbre, estaba asistiendo a otra en acción de gracias. De repente, vi que levantaba la cabeza de manera enérgica y miraba alguna cosa por encima del celebrante. Miraba fijamente, sin cerrar los ojos por nada, pero con un aspecto de terror y de maravilla, cambiado el color de su cara. Le pasaba alguna cosa grande y extraña.
Finalmente, como retornando en sí, con un ligero pero enérgico gesto, se levantó. Vemos que se encamina a su despacho privado. Los familiares le siguen con prisa y ansiedad. Le dicen “Santo Padre, ¿os encontráis bien? ¿Necesitáis alguna cosa?” y él responde “nada, nada”.
Transcurrida media hora hace llamar el secretario de la Congregación de Ritos y, dando un folio, manda que sea impreso y enviado a todos los obispos diocesanos del mundo. ¿Qué contenía? La rogativa que rezamos al acabar la Misa con el pueblo con la súplica a María y la encendida invocación al Príncipe de las milicias celestiales, implorando a Dios que confine a Satanás al infierno”.
La rogativa fue enviada a los obispos el año 1886. Refiriéndose a esta rogativa dice el Cardenal Nasalli Rocca:
“León XIII escribió personalmente esta oración. La frase [los demonios] que vagan por el mundo para perder las almas tiene una explicación histórica que nos fue referida en diversas ocasiones por su secretario particular, Mons. Rinaldo Angeli. León XIII experimentó verdaderamente la visión de los espíritus infernales que se concentraban sobre la Ciudad Eterna; de esta experiencia nació la oración que él quiso hacer rezar a toda la Iglesia. Él la rezaba con voz vibrante y potente: la oímos muchas veces en la Basílica Vaticana. Y no sólo eso, sino que escribió de puño y letra propios un exorcismo especial contenido en el Ritual Romano (edición de 1954, tit. XII, c. III, pp. 863ss.). El Papa recomendaba a los obispos y sacerdotes que rezasen a menudo este exorcismo en sus diócesis y parroquias. Él, por su parte, lo rezaba frecuentemente a lo largo del día”.
Sería muy conveniente restaurar estas oraciones como también traducir correctamente la última petición del Padrenuestro que decir “líbranos del Maligno” y no “líbranos del mal”.
La traducción catalana, si cabe, aún es más desafortunada “ans deslliureu-nos de qualsevol mal”, como rezamos actualmente. “Cualquier mal” puede ser un mal de muelas, y no se trata de eso.
El diagnóstico de Pablo VI en el año 1972 nos parece aún hoy muy válido y acertado. Hoy, sin embargo, providencialmente, la Iglesia toma una conciencia más viva de la necesidad de luchar con eficacia contra el enemigo común del género humano. El nuevo ritual de exorcismo y las rogativas por la liberación del mal que le acompañan pueden ser un paso adelante en esta lucha.
Hay que conocer al Maligno para poder luchar contra Él. Muchos pueden pensar que es una cosa pasada de moda insistir hoy en este tema. Nosotros pensamos con Pablo VI que éste es uno de los temas más urgentes para afrontar hoy.
Parodiando una frase de San Agustín sobre el pecado original, yo diría que esta realidad, la del diablo, es “nihil obscurius ad intelligendum, sed nihil necessarium ad loquendum”, nada más difícil de entender, nada más necesario de hablar…
En el discurso de la audiencia del 15 de noviembre de 1972, Pablo VI declaraba: “¿Cuáles son las necesidades más grandes de la Iglesia? Que no os maraville como simplista o incluso supersticiosa o irreal nuestra respuesta: Una de las más grandes necesidades de la Iglesia es la defensa contra este mal que llamamos demonio”.
Ciertamente, como observa Amorth, las palabras del Papa superan el restringido campo de los exorcismos, pero es también cierto que lo incluyen.
El nuevo ritual de exorcismos en su proemium y en los praenotanda resume y recuerda las principales convicciones de la fe de la Iglesia sobre la existencia y acción del Maligno y sobre la lucha que los cristianos debemos llevar a cabo.
Fragmento de la conferencia de Joan Antoni Mateo pronunció el 23 de febrero de 2014 en la basílica de la Concepción de Barcelona.
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