“Yo soy sin principio ni fin. No hay cambio en mí ni de años ni de días. Todo el tiempo del mundo es como una sola hora o momento para mí. Todo el que me ve, contempla y entiende todo lo que hay en mí en un instante. Sin embargo, esposa mía, al estar tú en un cuerpo material no puedes percibir ni conocer igual que un espíritu. Por ello, por tu bien, te explicaré lo que ha sucedido. Yo estaba, por así decirlo, sentado en el tribunal para juzgar, porque todo juicio me ha sido dado, y cierta persona vino a ser juzgada ante el tribunal.
La voz del Padre resonó y le dijo: ‘Más te valiera no haber nacido’. No era porque Dios se arrepintiese de crearlo, sino como cualquiera que sintiera preocupación por otra persona y se compadeciese de él. La voz del Hijo intervino: ‘Yo derramé mi sangre por ti y acepté una durísima penitencia, pero tú te has enajenado completamente y eso ya no tiene nada que ver contigo’. La voz del Espíritu dijo: ‘Yo busqué por todos los rincones de su corazón para ver si podía encontrar algo de ternura y caridad, pero es tan frío como el hielo y tan duro como una piedra. Este hombre no me concierne’.
Estas tres voces no se oyeron como si fueran tres dioses, sino que han sido hechas audibles para ti, esposa mía, porque de otra forma no habrías podido comprender este misterio. Las tres voces del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se transformaron inmediatamente en una sola voz que retumbó y dijo: “¡De ninguna manera merece el reino de los Cielos! La Madre de la misericordia permaneció en silencio y no desplegó su merced pues el defendido no era digno de ello. Todos los santos clamaron a una voz diciendo: ‘Es justicia divina para él el ser perpetuamente exiliado de tu reino y de tu gozo’. Todos en el purgatorio dijeron: “No tenemos una penitencia suficientemente dura para castigar tus pecados. Habrás de soportar mayores tormentos y, por lo tanto, tienes que ser apartado de nosotros’.
Entonces, el mismo defendido exclamó con una horrenda voz: ‘¡Ay, ay de la semilla que fecundó en el vientre de mi madre y de la que yo me formé!’. Por segunda vez exclamó: ‘¡Maldita la hora en la que mi alma se unió a mi cuerpo y maldito aquél que me dio un cuerpo y un alma!’. Volvió a clamar una tercera vez: ‘¡Maldita la hora en la que salí a vivir del vientre de mi madre!’ Entonces llegaron tres voces horribles del infierno, que le decían: ‘¡Ven con nosotros, alma maldita, como el líquido que se derrama hasta la muerte perpetua y vive sin fin!’ Por segunda vez, las voces lo volvieron a llamar: ‘¡Ven, alma maldita, vaciada por tu maldad! ¡Ninguno de nosotros dejará de llenarte de su propio mal y dolor!’. Por tercera vez, agregaron: ‘¡Ven, alma maldita, pesada como una piedra que se hunde y se hunde y nunca alcanza fondo en el que descansar! Descenderás más bajo que nosotros y no pararás hasta que no hayas llegado a lo más profundo del abismo’.
Entonces, el Señor dijo: ‘Como un hombre con varias esposas, que ve caer a una y se aparta de ella y se vuelve hacia las otras, que permanecen firmes, y se alegra con ellas, así Yo he apartado de él mi rostro y mi merced y me he vuelto a los que me sirven y me obedecen y me alegro con ellos. Por tanto, ahora que has sabido de su caída y desdicha, ¡sírveme con mayor sinceridad que él, en proporción a la mayor misericordia que te he dispensado! ¡Apártate del mundo y de sus deseos! ¿Acaso acepté yo tan acerba pasión por la gloria del mundo, o por que no podía consumarla en menos tiempo y con más facilidad? ¡Claro que podía! Sin embargo, la justicia exigía eso. Como la humanidad pecó en todos y cada uno de sus miembros, se tuvo que hacer cumplida justicia en todos y cada uno de los miembros.
Por esto, Dios, en su compasión por la humanidad y en su ardiente amor hacia la Virgen, recibió de ella una naturaleza humana a través de la cual pudo soportar todo el castigo al que estaba abocada la humanidad. Al haber tomado Yo vuestro castigo sobre mí, por amor, permanece firme en la verdadera humildad, como mis siervos ¡Así no tendrás nada de que avergonzarte ni nada que temer más que a mí! Guarda tus palabras de tal forma que, si esa fuera mi voluntad, tú no hablarías. No te entristezcas por las cosas temporales, que tan sólo son pasajeras. Yo puedo hacer a quien yo quiera rico o pobre. ¡Así pues, esposa mía, deposita toda tu esperanza en mí!”.
EXPLICACIÓN
Este hombre era un canónico de noble reputación y subdiácono, quien, habiendo obtenido una falsa dispensación, se quiso casar con una rica doncella. Sin embargo, fue sorprendido por una muerte repentina y no consiguió su objetivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario