San Francisco de Asís y el hermano León
meditando sobre la muerte.
(El Greco)
PUNTO PRIMERO: El Apóstol S. Pablo testifica, que así como todos hemos de parecer en el juicio; para dar cuenta de nuestras vidas, así también está determinado que todos, sin exceptuar alguno, pasemos primero por la muerte, que esta es una verdad tan infalible, que aunque las otras del juicio, infierno y gloria las sabemos por la Fe Divina, que no puede padecer engaño, esta la sabemos por la fe, y por la experiencia que nos muestra que todos somos mortales, y todos morimos, y cada día nos vamos acercando a la muerte, según lo cual el primer punto que se ha de meditar en esta materia es la certidumbre de la muerte, esta es infalible; y tú que estás leyendo esta escritura has de morir infaliblemente, y Dios está mirando el tiempo y el lugar y la enfermedad con que has de rematar la vida, sin que haya en esto réplica, ni apelación: piensa en esto, y mira lo que te conviene hacer para el poco tiempo que has de vivir, y luego da un paso más adelante, y medita que así como es cierto que has de morir, no sabes cuándo, y cómo morirás, porque no tienes día, ni hora segura, y no la tienes, para que no te asegures en alguno, mas estés siempre velando y apercibido, como dice Cristo, para su venida, la cual ordinariamente es cuando no la esperamos. Considera cuanto te importa que te halle el Señor apercibido, y pídele su gracia para no descuidarte ya más en negocio de tan grande monta.
PUNTO II. Considera lo que advierte San Pablo, y es que no has de morir más que una vez, y si esta se yerra, no es posible remediarla: si pierdes una pretensión, puedes ganar otra en la que repares; y si una acción te sale mal, puedes restaurarla en otra; pero los yerros de la muerte no tienen reparo, ni hay como soldarlos o enmendarlos: piensa por una parte cuánto importa el morir bien; pues de la buena muerte depende la vida eterna, y conforme te hallare Dios en aquel trance has de quedar para siempre; y por otra mira cuántos riesgos hay en la muerte, y que los muy santos como san Hilarión, después de setenta años de soledad y penitencia, y San Arsenio después de cuarenta, temblaron al pasar aquel puerto, y se hallaron alcanzados de cuenta, y que si se yerra, no tiene remedio; y pues la buena muerte depende de la buena vida, trázala de manera en el acatamiento de Dios, que te dé firme esperanza de alcanzar lo que deseas, y puedas entonces antes gozarte que temer.
PUNTO lll. Considera qué cosa es morir, cómo precede la enfermedad, que es como la batería que va enflaqueciendo el muro para caer, las medicinas y dolores, las angustias y sobresaltos que se padecen en aquel trance; luego cómo poco a poco se van disminuyendo los sentidos, los ojos se quiebran, los oídos se entorpecen, el gusto se pierde, el tacto falta, la memoria no recuerda, el entendimiento se oscurece, y el corazón padece mortales congojas, y todo el hombre tiembla y se enfría, y los miembros quedan yertos como se llega su fin, y últimamente se desata el alma del estrecho vínculo que ha tenido toda la vida con el cuerpo, y queda exánime, frío y helado, y es desposeído de todo cuanto tenía en este mundo, honras, riquezas, parientes, amigos, criados y conocidos, y sale del mundo desnudo, como entró en él: esto es morir, y esto ha de pasar por ti. Contempla cuán grande yerro es gastar los días de tu vida en allegar riquezas y honras caducas y perecederas, que tan presto te han de dejar, y te has de hallar sin ellas cuando más las habías menester; y pide al Señor gracia para buscar las inmortales, y atesorar las eternas, que son las verdaderas, y que nunca te han de dejar.
PUNTO IV. Considera lo que te ha de suceder después de la muerte: mírate a ti mismo difunto, tan sin sentido como si fueras una piedra, que si no te mueven, no puedes moverte; cómo luego tratan de enterrarte, y echarte fuera de tu propia casa; mira cómo te amortajan con la vestidura más vieja y pobre que dejaste, y toda la hacienda la reparten entre sí los parientes; cómo te ponen sobre un paño en el suelo, o por grande honra en una caja, que te cubren con otro paño funesto y dos o cuatro luces a los lados con un santo Cristo en medio: aplica el oído a los responsos que te dicen, y a los clamores que dan las campanas por ti; mira luego cómo vienen los clérigos, te llevan a enterrar cantando letanías, y acabados los oficios te lanzan en la sepultura en compañía de los otros difuntos, y luego te cubren de tierra, y la igualan con un pisón de madera, o con una losa de muchas arrobas, y te dejan y se van a comer, y a cenar, y a dormir, y a negociar, y tú te quedas allí en aquel lóbrego y estrecho aposento, y poco a poco te van olvidando, como si no hubieras sido; da un paso adelante, y vuelve a mirarte de allí a ocho o quince días, y te hallarás tal, que no te atrevas a mirarte hirviendo de gusanos con un hedor intolerable: esto eres, y en esto has de parar, y este es el fundamento de todas las torres de viento que levantabas de tus estimaciones, y para este cuerpo apercibiste tantos regalos, y por él diste tantos pasos: este es el fin y paradero de todos; estudia en este libro, mírate en este espejo, y saca desengaño para conocer la verdad, y despreciar cuanto el mundo adora, y mira lo que quisieras haber hecho entonces, y haz lo que quisieras haber hecho cuando mueras.
Padre Alonso de Andrade, S.J
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