San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

martes, 7 de julio de 2015

SOBRE LAS CUATRO PRINCIPALES PUERTAS DEL INFIERNO (La cuarta puerta: La impureza) – Por San Alfonso María de Ligorio


La Cuarta Puerta del Infierno: la Impureza
(San Alfonso María de Ligorio)


Ésta es la puerta por la cual entra el mayor número de pecadores.

   Los impúdicos consideran que Dios tendrá piedad de este pecado, porque sabe que somos de carne. ¡Y qué! ¿Dios tiene compasión de este pecado? Más se lee en la Escritura que por este pecado envió Dios sobre la Tierra las más espantosas catástrofes. Observa San Jerónimo que leemos haberse Dios arrepentido de haber criado al hombre, en especial por el pecado de la carne. (Gen. 6.) Dios no ha castigado pecado alguno, ni aun sobre la Tierra, con tanto rigor como el de la impureza, dice Eusebio. (Ep. Ad dam.) En castigo de este pecado hizo caer fuego del cielo sobre cinco ciudades, y permitió que pereciesen en las llamas todos sus habitantes. Por causa de este pecado, principalmente, el diluvio universal destruyó todo el género humano, a excepción de la familia de Noé. Este es un vicio que ya castiga Dios a menudo en este mundo de una manera terrible.

   Ya que tú has querido olvidarme, dice el Señor, y me has abandonado por un miserable placer, quiero que aun en esta vida sufras la pena de tus crímenes.

   Dios ¿tiene compasión de este pecado? Atended que este delito es el que arrastra mayor número de almas al Infierno. Asegura San Remigio que la mayor parte de los condenados lo son por causa de este pecado. Del mismo sentir es el P Señeri, siguiendo a San Bernardo (T. 4, Serm. 21) y a San Isidoro  (L. 2, sent, c. 39). Santo Tomás dice que este pecado es muy agradable al demonio, porque, el que cae en este muladar del Infierno, queda pegado en él y no puede casi levantarse. Este vicio quita hasta la luz, y el pecador queda tan ciego, que casi llega a olvidarse de Dios, dice San Lorenzo Justiniano. (De lib. vit.f Os, v, 4.) Desconoce a Dios, no obedece ya ni a Dios ni a la razón; sólo obedece a la voz de los sentidos, que le arrastra a obrar como un bruto.

   Casi siempre los hábitos criminales se conservan hasta la muerte. Hállanse hombres de edad madura, viejos decrépitos, que tienen los mismos pensamientos y cometen los mismos pecados que cometían en su juventud. Así es cómo sus faltas se multiplican, y vienen a ser innumerables. Preguntad a este desdichado cuántas veces ha consentido en los malos pensamientos, y os contestará: ¿quién puede acordarse de ellos? Más si vos no sabéis el número de vuestros pecados, ya los sabe Dios, y no ignoráis vosotros que un solo pecado de mal pensamiento basta para precipitaros en el Infierno. ¿Qué será, pues, por tantas torpezas en las que se están revolcando estos desgraciados, como animales inmundos? ¡Oh espantoso pecado, cuántas almas precipitas en los Infiernos!
   Mas, Padre mío, ¿cómo hacerlo para resistir a tantas tentaciones? ¡Ah, yo soy muy débil!—Si sois débil, ¿por qué no os encomendáis a Dios y a la Santísima Virgen, que es la Madre de la pureza? ¿Para qué exponeros a las tentaciones? ¿Por qué no mortificáis vuestros ojos? ¿Por qué miráis objetos que excitan las tentaciones? ¿Por qué os abandonáis sin reserva al mal y a todas sus consecuencias, pues que la impureza conduce con frecuencia d otros pecados, como son los odios, los robos, y, sobre todo, las confesiones y las comuniones sacrílegas, o por efecto de reticencias o por defecto de contrición?

   Si sois culpable de este pecado a no quiero arrancaros toda esperanza: salid, empero luego, de este estado infernal, ahora que Dios os ilumina y os tiende la mano para ayudaros. Huid desde este momento las ocasiones: sin esto, todo está perdido; los juramentos, las lágrimas, los propósitos, no sirven de nada. Quitad las ocasiones; encomendaos en seguida a Dios y a María, que es la Madre de la pureza. Cuando seáis tentado, no os entretengáis con la tentación: nombrad, invocad al instante a Jesús y a María. Sus Nombres sagrados ahuyentan el demonio, y apagan estos ardores infernales. Si el demonio no cesa de tentaros, continuad invocando a Jesús y a María, y a buen seguro que no sucumbiréis. Para arrancar de raíz este hábito, haced alguna práctica especial de piedad dirigida a María, rogadle con confianza. Por la mañana, al levantaros, rezad con fervor la oración angélica en honor de su pureza; haced lo propio al acostaros, y, sobre todo, penetraos bien de esta verdad: que si rehusáis actualmente la gracia de Dios y os obstináis en vuestro pecado, tal vez ¡ay! no os corregiréis de él jamás.

(Acto de dolor)

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