Por juicio se entiende el estricto examen de toda nuestra vida ante el tribunal de Dios, seguido de la sentencia que decidirá nuestra suerte por toda la eternidad.
Hay dos juicios: uno particular entre el alma y Jesucristo inmediatamente después de la muerte; y otro universal a final de los tiempos entre Jesucristo y todos los hombres reunidos. El Juicio Universal es una ratificación o confirmación del particular.
Certeza o pruebas de este Juicio
Pruebas de fe. — En varios pasajes de la escritura hallamos sentencias, ejemplos o parábolas que prueban la realidad del juicio de Dios. He aquí algunas citas:
Dice San Pablo: Está establecido que los hombres mueran una sola vez y que a la muerte siga el juicio.
Jesucristo habló del juicio cuando dijo: Estad siempre preparados (para morir) porque a la hora que menos penséis el Hijo del hombre va a pediros cuenta de vuestra vida.
Y en otra ocasión: Vigilad, pues, porque, ignoráis el día y la hora (de la muerte y del juicio).
También hacen a este propósito las parábolas del rico Epulón y Lázaro, la del mayordomo injusto (Lucas, XVI, 1-9), de las diez vírgenes (Mat., XXV).
Pruebas racionales. — 1) Dice Santo Tomás: El hombre puede ser considerado como individuo aislado y como parte del género humano; luego debe someterse a un doble juicio: a) Uno particular en el cual sea premiado o castigado según sus obras, pero, sin que trascienda su sentencia. b) Otro juicio, universal en el que llegue a conocimiento de toda la sentencia merecida y todos alaben la justicia o misericordia de Dios. 2) Por analogía. – En toda sociedad bien constituida nunca se condena a un hombre sin antes juzgarlo; así también Dios, juez rectísimo y sapientísimo, juzga al hombre para que éste comprenda el motivo de su salvación o condenación. 3) Testimonio de los pueblos. – Aun los pueblos privados de la luz de la fe creían en un juicio de las almas. Se han hallado en las tumbas egipcias dibujos que representan ese juicio bajo el símbolo de una balanza donde es pesada el alma. El poeta Virgilio en su “Eneida” (libro sexto, versos 565 y siguientes) hace ver cómo las almas se presentan al juez Radamanto, quien las obliga a confesar sus delitos. Análogas creencias existen en los pueblos salvajes.
Celebración del Juicio.
El juez será Jesucristo, según lo dijo Él mismo: El Padre no juzga a ninguno: mas todo el juicio ha dado al Hijo. La razón es porque Jesucristo ha sido nuestro Redentor y como a tal le corresponde pedirnos cuenta del uso que hemos hecho de su redención.
Jesucristo cuando nos juzgue estará revestido ya no de los atributos de la misericordia, pero sí de la justicia: será un Juez justo que dará a las obras buenas y malas su verdadero valor; sabio, que todo lo conoce, hasta los más leves pensamientos; no podrá ser engañado como los jueces de la tierra; incorruptible, que no se deja desviar, como los jueces humanos, por premios o amenazas; inapelable, del cual no se puede apelar a otro juez superior para que cambie la sentencia.
Lugar del juicio. — Donde la muerte sorprendiera al hombre, allí se levantará el tribunal del supremo Juez.
Modo. — Dios iluminará el alma con una luz tan viva, que abarcará de una sola mirada todos los detalles de su vida, la fealdad y gravedad de sus pecados, como también la belleza y méritos de sus obras buenas.
Materia. — Jesucristo nos juzgará sobre todo lo bueno y lo malo que hubiéramos hecho, a saber:
a) El mal cometido, juzgado en sus causas, en su malicia, en sus efectos.
b) El bien voluntariamente omitido (pecado de omisión) hecho con negligencia, practicado con hipocresía o por fines humanos, p. ej.: para ser visto, aplaudido, etc.
c) Los escándalos dados a las almas, a los niños, a los criados, a los ignorantes.
d) Las gracias de que se abusó: sacramentos, instrucciones, remordimientos, buenos ejemplos, enfermedades, reveses de fortuna, bienes materiales.
Será tan riguroso este juicio, que apenas se salvará el justo. Dice San Pedro en su primera epístola: “Sí el justo a duras penas se salvará, ¿dónde irán el impío y el pecador? (IV, 18).
La sentencia.
Terminado el juicio, Jesucristo pronunciará la sentencia, la cual es irrevocable, por cuanto no hay excusas que alegar; no hay defensor en quien esperar; no hay ya lugar a suplica porque con la muerte termina el tiempo de la misericordia y sólo queda estricta justicia.
La sentencia para el alma justa será: Ven, alma bendita a poseer el reino que té está preparado desde el establecimiento del mundo” (Mat., XXV, 34).
Si el alma no está purificada enteramente de sus faltas veniales o tiene algo que expiar, la enviará Dios al Purgatorio, de donde, acabada la expiación, subirá a la gloria.
La sentencia para el alma culpable será: “Apártate de mí, maldita, vete al fuego eterno que está aparejado para el diablo y para sus ángeles” (Mat., XXV, 41). En seguida el alma será precipitada en el infierno por toda la eternidad.
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