El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, en su
número 206, dice lo siguiente: “¿Qué significa morir en Cristo Jesús? Morir en
Cristo Jesús significa morir en gracia de Dios, sin pecado mortal. Así el creyente
en Cristo, siguiendo su ejemplo, puede transformar la propia muerte en un acto
de obediencia y de amor al Padre. ‘Es cierta esta afirmación: si hemos muerto
con Él, también viviremos con Él’” (2 Tm
2, 11).
Para interpretar correctamente este punto, debemos recordar
que la muerte ingresó en la especie humana con el pecado original, el pecado
cometido “en los orígenes” de la humanidad, por Adán y Eva. Por ese pecado,
Adán y Eva perdieron la gracia santificante, para ellos y para toda la
humanidad que se originaría a partir de ellos, y es así como el hombre comenzó
a experimentar la vejez, la enfermedad, el dolor y la muerte. La muerte se
presenta así como un elemento extraño en el plan del Creador, puesto que Él nos
creó para la vida y no para la muerte, y se presenta como un castigo y como una
consecuencia por haber cometido el pecado original. Al cometer el pecado
original, Adán y Eva eligieron oír la voz de la Serpiente Antigua, portadora de
la muerte, y eligieron, en cambio, desoír la voz de Dios Padre, que les había
prohibido comer del fruto del Árbol prohibido. Pero en esta elección, se quedan
libremente aislados y desconectados de la Fuente de Vida, que es Dios, puesto
que Dios es la Vida Increada y el Autor de toda vida creada, y al quedarse sin
Dios, ingresan, en el cuerpo y en el alma, la muerte, física y espiritual (el
pecado). En este esquema, la muerte es entonces un castigo por el apartamiento
libre de la Voluntad de Dios.
Sin
embargo, el Redentor, Cristo Jesús, hará “nuevas todas las cosas” con su
sacrificio y muerte en cruz, y una de las cosas que “hace nuevas”, es la
muerte, porque al asumir la naturaleza humana, el Hombre-Dios asume la muerte,
y destruye a la muerte con su propia muerte, convirtiendo, al mismo tiempo, a
la muerte, en un sacrificio agradable a Dios, porque Él la santifica con su
propia muerte. En otras palabras, Jesucristo, el Hombre-Dios, al morir en cruz,
mata a la muerte y la santifica, convirtiéndola, de castigo original por la
desobediencia a Dios, en sacrificio agradable a Dios. Es esto lo que el
Catecismo nos dice, al introducir la expresión “morir en Cristo Jesús”: “significa
morir en gracia de Dios, sin pecado mortal. Así el creyente en Cristo,
siguiendo su ejemplo, puede transformar la propia muerte en un acto de
obediencia y de amor al Padre”. El Catecismo re-define a la muerte, como vemos:
de “castigo” original, a “acto de obediencia y de amor al Padre”, que es en lo
que consiste el sacrificio de Jesús en la cruz.
De
esta manera, el Catecismo nos está diciendo, por un lado, que no es lo mismo
morir “en Cristo Jesús”, que morir “sin Cristo Jesús”. “Morir en Cristo Jesús”,
significa morir en gracia y la gracia se obtiene por los sacramentos –en este
caso, para el moribundo, el Sacramento de la Penitencia, la Unción de los
enfermos y la Comunión Eucarística-; morir sin Cristo Jesús, implica el rechazo
voluntario a los sacramentos y quedar excluidos de la comunión de vida y amor
con Él y, por su intermedio, con la Trinidad. Al “morir en Cristo Jesús”,
además, el Compendio abre la consecuencia lógica de esta muerte, la
resurrección en Cristo Jesús, porque si participamos de su muerte en cruz, por
medio de la gracia recibida en los sacramentos, participamos también de su
gloriosa resurrección: ‘Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él,
también viviremos con Él’” (2 Tm 2,
11).
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