San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

miércoles, 17 de diciembre de 2014

¿Qué dice el Catecismo sobre la Muerte? (1)


(Homilía para Misa de difuntos)
         El Catecismo enseña que luego de la muerte, que acaece cuando el alma se separa del cuerpo, el cuerpo “cae en la corrupción”, comienza un proceso de descomposición orgánica, porque se ha separado de su principio vital, que es el alma, mientras que el alma, va “al encuentro del juicio de Dios y espera volver a unirse al cuerpo, cuando éste resurja transformado en la Segunda Venida del Señor. Comprender cómo tendrá lugar la resurrección sobrepasa la posibilidad de nuestro entendimiento y de nuestra imaginación”[1].
         De este punto del Catecismo, vemos entonces que, para el cristiano, la muerte no es nunca un hecho definitivo, porque consiste en una separación temporaria, por así decir, del alma y del cuerpo, hasta la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo. No importa tanto la muerte en sí misma, sino lo que sucede inmediatamente después de la muerte, y es lo que nos dice el Catecismo: el alma va “al encuentro del juicio de Dios”, porque allí el alma ve desplegarse, delante de sus ojos, todas sus obras, las buenas y las malas, y allí se decide su destino eterno, el cielo o el infierno. Por la misericordia de Dios, siempre esperamos obtener el cielo, para nosotros y para nuestros seres queridos difuntos, pero para eso, debemos hacer el propósito de vivir en gracia, detestar y huir del pecado y obrar la misericordia, para que, en nuestra propia muerte, como dice el Catecismo, nuestra alma se una a nuestro cuerpo, cuando éste “resurja transformado en la Segunda Venida del Señor”.
         Y puesto que esperamos confiados en la Misericordia Divina, que nuestros seres queridos difuntos están ya con Dios, si así obramos, es decir, si vivimos en gracia, detestando el pecado y obrando la misericordia, al morir, nuestras almas se unirán a nuestros cuerpos glorificados y, en Cristo resucitado, nos uniremos a nuestros seres queridos, a quienes conmemoramos en la Santa Misa, y entonces sí, nunca más nos separaremos.



[1] Catecismo, Compendio, n. 205.

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