FUERTE VISIÓN DEL INFIERNO
El señor Gaspar Cardiel, que hacía parte en un ministerio de liberación, comparte una experiencia que en una ocasión Dios le permitió tener por intercesión de la Virgen:
«El Infierno es una realidad a la que podemos llegar si no nos apartamos del mal camino. Voy a contarles una visión que tuve en noviembre del 2017.
Yo acostumbraba reunirme con mis hermanos de comunidad para orar. Un día, mientras orábamos con los ojos cerrados, de repente dejé de escuchar todo ruido alrededor de mí y mi cuerpo se fue adormeciendo. Sentí que comenzaba a caer a un lugar muy profundo y oscuro, y luego apareció un resplandor: eran llamas de fuego y rocas incandescentes. Seguí cayendo hasta que llegué al fondo, en el que la tierra se veía muy rojiza, muy caliente. El ambiente era asfixiante y se percibía un olor fétido. Yo quedé ubicado sobre un montículo de piedra y miraba para todos lados y vi que era como una caverna que no tenía fin.
Escuché unos gritos aterradores y miré de dónde provenían. Cuando levanté la mirada, vi que en la entrada había unos seres grotescos, semihumanos pero deformes, y en el rostro se reflejaba una maldad inmensa. Estos seres estaban recibiendo a las almas que acababan de tener su juicio con Dios y habían sido condenadas, y ellos las lanzaban por una cascada de lava y fuego hasta caer en un lago de la misma lava hirviente. Tan pronto se sumergían en ese lago, su cuerpo comenzaba a quemarse hasta quedar completamente carbonizado, pero luego comenzaba a regenerarse y de nuevo volvía a quemarse, y así una y otra vez. Estas almas emergían a la superficie con alaridos de dolor.
En eso aparecieron otros seres (como los que había visto arriba) a las orillas de ese lago. En sus manos llevaban lanzas, arpones y ganchos. Con un odio indecible hacia esas almas condenadas, se lanzaban contra ellas y las atravesaban por los ojos y el estómago, y las hundían una y otra vez hasta que el estómago y los ojos se les comenzaba a derretir, lo cual las hacía aullar de dolor.
Mientras esto ocurría, vi un ser de mayor tamaño sentado en un trono frente a ese lago, y al parecer tenía mayor potestad, pues todos le obedecían. Él miraba fijamente y parecía gozar de los tormentos que padecían esas almas. Con un aspecto grotesco, les daba indicaciones a los otros demonios para que llevaran esas almas a otras distintas cavernas, cada una de las cuales estaba identificada con cada uno de los pecados capitales. Los gritos que se escuchaban hacían que todo mi ser se estremeciera.
De repente, estos seres se dieron cuenta de mi presencia y dijeron: “¡Ah, ya estás aquí!... Ahora es nuestra venganza... Ahora es cuando tú te vas a quedar entre nosotros y te vamos a maldecir, te vamos a torturar, te vamos a hacer pedazos... Nos vamos a vengar de ti... Somos todos esos demonios que tú sacaste por el Nombre de Jesús...”. Luego el más grande se lanzó con mucha ira contra mí y todos los demás le siguieron. Me maldecían, me decían malas palabras y me arrojaban lo que tenían en sus manos, como fieras llenas de odio. En las palabras, forma y expresión en que me maldecían y se dirigían a mí, se podía notar todo el odio que me tenían. Jamás pensé que alguien pudiera odiarme tanto. Cuando ya estaban cerca, comenzaron a lanzarme cadenas mientras me maldecían y gritaban: “¡Aquí te quedarás! ¡No saldrás!”, y se carcajeaban. Luego me arrojaron una cadena inmensa que cayó sobre mí, cosa que me hizo sentir bastante miedo. Yo estaba ahí sin movimiento, como petrificado. Jamás había sentido un miedo y una desesperación tan grande como en ese momento.
Después caí en cuenta de algo: las cadenas que ellos me lanzaban, tan pronto llegaban cerca de mi cuerpo, se derretían, cosa que los ponía más furiosos. Tambien me di cuenta de que había algo que no les permitía acercarse más de lo que hubieran querido, y miraban hacia arriba de mí y gruñían. En medio de mi desesperación, me encomendaba a Dios y le rogaba su ayuda.
Finalmente sentí que alguien me agarró por los hombros con unas manos muy suaves, y de una forma tal como diciendo: “Tranquilo”. Levanté mi cara y pude ver que era la Santísima Virgen, toda esplendorosa y llena de luz, y acompañada de muchos ángeles. Bajó su rostro hacia mí y me miró con esos ojos llenos de un profundo amor y paz, me sonrió de forma suave y me dijo: “Todo está bien, no temas. Todo esto que ves, debes contarlo a las personas. No es para causar miedo ni asustarlas. Es para que los que te escuchen, tomen consciencia, se conviertan y se salven. Tienes que hablar de esto”.
En ese instante perdí el sentido y regresé a mi cuerpo. Cuando abrí los ojos, vi que mis hermanos me miraban extrañados y me preguntaban si estaba bien. Yo temblaba del miedo y sentía que mi cuerpo ardía. Ya luego pude calmarme un poco y les conté que había visto el Infierno.
El espanto me duró como 2 semanas. Yo le decía a mi esposa: “Oye, pero es que todo lo que está allá afuera está mal, es pecado”. Todo me daba miedo. Salía a la calle pero con mucho temor. Así duré como 2 semanas a causa del impacto que la visión me produjo.
Pasadas las 2 semanas, yo me seguía sintiendo muy mal y en oración le dije a Dios: “Señor, por favor ayúdame, porque no sé qué hacer con esto que siento”. En la oración me fue dicho: “Calma, tranquilo, que ese destino no es para ti, con tal de que vivas como el Padre quiere”.
Y pues a partir de ahí comencé a hablar, porque me dijeron que si no hablo, estoy cometiendo pecado de omisión.
Por último decir que cuando la Virgen se me apareció, también me dijo: “Cuando me llames, llámame así: Dichosa y Bienaventurada siempre Virgen María”».
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De los testimonios más fuertes que he escuchado. Y pues orar, orar y orar para poder ir saliendo de la vida de pecado, especialmente en aquellos casos en los que nos cuenta abandonar algún vicio que nos mantiene esclavizados.
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