San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

viernes, 4 de mayo de 2018

La Confesión Sacramental



         Antes del sacramento, considerar el pecado y la gracia.
El pecado es una mancha espiritual maligna que puede llegar a quitar la vida de Dios en el alma si es mortal. Una comparación válida es con la neoplasia o tumor maligno en relación al cuerpo. El alma es inmortal pero el pecado mortal le quita la vida de la gracia y por eso se dice que está muerta a la vida de Dios, aun cuando la persona respire, hable y camine. El pecado es sinónimo de malicia: el hombre elige libremente lo opuesto a los Mandamientos de la Ley de Dios, que son los Mandamientos de Satanás). La libertad en elegir el pecado justifica la existencia del Infierno, porque en Justicia, Dios debe dar a cada uno lo que cada uno elige con sus obras libres. A los buenos, el Cielo, a los malos, el Infierno. El que muere en pecado mortal lo hace por libre elección. Dios no condena, sino que da al condenado lo que el condenado quiere, una vida eterna de pecado. Solo que esa vida se vive en el Infierno. Ahí es donde se ve la verdadera realidad y el verdadero aspecto de la lujuria, de la avaricia, de la pereza, y no con el disfraz de la sensualidad con el que se ve el pecado en esta vida.
         La gracia es participación del alma en la vida de Dios Uno y Trino. Por la gracia, el alma recibe a Dios Trino, que empieza a vivir, con su Trinidad de Personas divinas, en el alma. Sin la gracia, el alma vive una vida puramente natural y no puede perseverar más de un tiempo (doce meses) sin cometer un pecado mortal. La gracia es al alma lo que el alma al cuerpo: así como el cuerpo sin alma está muerto, así el alma sin la gracia está muerta a la vida de Dios y Dios no está en esa alma.
         Aspectos teológicos del Sacramento de la Confesión:
Con su muerte en cruz, Jesús quita los pecados, derrota al demonio y vence a la muerte.
         En el Calvario, su Corazón es traspasado y brotan Sangre y Agua, con la Sangre y el Agua, el Espíritu Santo. La gracia del Espíritu Santo se nos comunica por los sacramentos, bajo un aspecto particular.
         En el Sacramento de la Confesión, se nos comunican el Agua, que lava los pecados y la Sangre que, conteniendo al Espíritu Santo, nos justifica o santifica.
         Por la Confesión Sacramental, recibimos el Agua y la Sangre que brotaron del Corazón traspasado de Jesús. Al confesarnos, estamos como el centurión romano que, al dar el lanzazo, recibió sobre sí el Agua y la Sangre que brotaron del Corazón de Jesús.
         Otro aspecto es la Misericordia Divina: Jesús se interpone entre la Ira de Dios y nosotros, recibiendo el castigo que merecíamos todos y cada uno de nosotros. Él recibe los golpes y a cambio, nos da su Amor Misericordioso.
         Dios no tiene obligación de perdonarnos los pecados. Si lo hace, es por pura misericordia.
         Si Dios no nos perdona, nuestro destino es la eterna condenación en el Infierno. No es un cuento para niños, sino la realidad de la vida.
         Aspectos técnicos: debe ser cada 20 días aproximadamente. Los mortales se confiesan con número y especie, sino, la confesión es inválida. Los veniales se perdonan con la absolución dada al inicio de la Misa por el sacerdote y con la Eucaristía. El arrepentimiento por temor al Infierno es imperfecto y no es salvífico (atrición). El arrepentimiento por amor a Dios es perfecto y salvífico (contrición) pero es una gracia, por lo que hay que pedirla siempre.

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