San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

viernes, 2 de diciembre de 2016

La existencia del Infierno eterno es Dogma de Fe de la Santa Iglesia Católica


Así lo dice el Magisterio de la Iglesia pues la existencia del Infierno es un dogma y los dogmas pertenecen al depósito de la fe de una manera irreversible. Negar algún dogma significa negar la misma fe, pues supone negar la autoridad de Dios, que lo ha revelado. El dogma del Infierno: Primera proposición dogmática: “Existe el infierno, al que van inmediatamente las almas de los que mueren en pecado mortal” (De fe divina expresamente definida). Segunda proposición dogmática: “La pena de daño del infierno consiste en la privación eterna de la visión beatifíca y de todos los bienes que de ella se siguen” (De fe divina). Tercera proposición dogmática: “A la pena de daño del infierno se añade la pena de sentido, que atormenta desde ahora las almas de los condenados y atormentará sus mismos cuerpos después de la resurrección universal” (De fe divina). Cuarta proposición dogmática: “La pena de sentido consiste principalmente en el tormento del fuego” (De fe divina). Quinta proposición dogmática: “El fuego del infierno atormenta no sólo a los cuerpos, sino también a las almas de los condenados” (De fe divina). Sexta proposición dogmática: “Las penas del infierno son desiguales según el número y gravedad de los pecados cometidos” (De fe divina). Séptima proposición dogmática: “Las penas del infierno son eternas” (De fe divina). La existencia del infierno y de que es eterno, fue definido dogma de fe en el IV Concilio de Letrán. El Concilio IV de Letrán (1215) declaró: “Aquellos [los réprobos] recibirán con el diablo suplicio eterno” Dz 429; cfr. Dz 40, 835, 840. ¿En qué consisten las penas del infierno? El sufrimiento del alma por no poder ver a Dios, llamado pena de daño. El sufrimiento del cuerpo o pena de sentido.
NATURALEZA DEL INFIERNO
La Teología escatológica en el apartado sobre el Infierno, enseña que existen dos castigos o penas aplicadas a los condenados:
Pena de daño (Poena Damni): Privación de la visión beatífica de Dios, es decir, de un alejamiento total de su presencia: “No os conozco”: (Mt. 25, 12); “¡Apartaos de mi malditos!”: (Mt. 25, 41); “¿No sabéis que los injustos no poseerán el Reino de Dios?” También se le llama “dolor de pérdida” porque el condenado ha “perdido” a Dios para siempre, siendo esa infelicidad y amargura irreversible, cristalizada ya en la eternidad de su pena, siendo plenamente consciente de que Dios y los santos del Cielo gozan también eternamente de una paz y felicidad ya inalcanzables, lo que conlleva al sentimiento de una angustia mortal que no se calma con nada ni con nadie.
Pena de sentido (Poena Sensus): Entendida como aquel suplicio que experimenta el condenado, y que lo percibe sensitivamente tanto en el espíritu (antes de la resurrección) como en el cuerpo y en el espíritu (después de la resurrección). La pena de sentido no sólo se refiere al sufrimiento causado por el fuego, sino también a todo tipo de suplicios sensitivos que afectan los sentidos espirituales y corporales, como son dolorosas torturas que infligidas a cada condenado según la parte o partes del cuerpo con las que llegó a pecar.
Catecismo Mayor Papa Pío X:
250.- ¿En qué consiste la infelicidad de los condenados? – La infelicidad de los condenados consiste en ser privados por siempre de la vista de Dios y castigados con eternos tormentos en el infierno. 
251.- ¿Son únicamente para las almas los bienes del cielo y los males del infierno? – Los bienes del cielo y los males del infierno son ahora únicamente para las almas, porque solamente las almas está ahora en el cielo o en el infierno; pero después de la resurrección, los hombres serán o felices o atormentados para siempre en alma y cuerpo.
“¡Ahora, oh cuerpo, estás pagando el precio de los placeres con que te regalaste a ti mismo!… ¡¡¡Y todo ello lo hiciste por tu propia y libre voluntad…!!!.” (El Infierno revelado a Sor Josefa Menéndez).
“Los condenados están en el abismo infernal como dentro de una ciudad malaventurada, en la cual sufren indecibles tormentos en todos los sentidos y miembros; porque como emplearon en el pecado todos sus miembros y sentidos, sufrirán en todos ellos las penas correspondientes al pecado. Los ojos, por sus licenciosas e ilícitas miradas, sufrirán la horrible visión de los demonios y del infierno; los oídos, por haberse deleitado con discursos malos, jamás oirán ‘ otra cosa que llantos, lamentos y desesperaciones, y así de los restantes”. (San Francisco de Sales, Introd. a /a vida devota, 1, 15).
Santa Teresa de Ávila: “No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo. Cuanto a la vista, muy más espantosos me parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo”.
San Pablo advierte: “Esos [los que no conocen a Dios ni obedecen el Evangelio] serán castigados a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tes 1, 9; cfr. Rom 2, 6-9; Heb 10, 26-31). Dice Ap 21, 8, los impíos “tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre»; allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (20, 10; cfr. 2 Pe 2, 6; 7).
Apocalipsis 14: 10: “(Si alguno adora a la Bestia) tendrá que beber también del vino del furor de Dios, que está preparado, puro, en la copa de su cólera. Será atormentado con fuego y azufre, delante de los santos Ángeles y delante del Cordero”.
Después de la muerte no hay lugar para el arrepentimiento
Todo lector de historia, u observador de lo que sucede alrededor, no puede sino saber que la regla es que los hombres terminen una vida perversa con una muerte miserable, mientras que es una excepción que el pecador muera de manera feliz; y, por el otro lado, no sucede con frecuencia que aquellos que viven bien y santamente lleguen a un fin triste y miserable, sino que muchas personas buenas y piadosas entran, después de su muerte, en posesión de los gozos eternos. Son demasiado presuntuosas y necias aquellas personas que, en un asunto de tal importancia como la felicidad eterna o el tormento eterno, osan permanecer en un estado de pecado mortal incluso por un día, viendo que pueden ser sorprendidas por la muerte en cualquier momento, y que después de la muerte no hay lugar para el arrepentimiento, y que una vez en el infierno ya no hay redención. (San Roberto Belarmino. Comentario a las siete palabras de Jesús. Cap. VI, n. 26).
San Alfonso María de Ligorio:
La Cuarta Puerta del Infierno: La Impureza. Ésta es la puerta por la cual entra el mayor número de pecadores.

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