La muerte de un ser querido nos sumerge en un profundo dolor,
en una profunda angustia, y a veces, en una tristeza que no parece terminar
nunca. Es por eso que nos preguntamos: cuando sufrimos la dolorosa pérdida de
un ser querido, ¿qué podemos hacer los cristianos católicos? ¿Estamos
desamparados ante el dolor? ¿Hay algún tipo de consuelo?
Frente al dolor que supone la pérdida de un ser amado, los
católicos no estamos solos, pues contamos con un auxilio y un consuelo que no
cuenta nadie más que no pertenezca a la Religión Católica, y es el acudir a la
Virgen, para pedirle aquello que más nos hace falta en los momentos más
dolorosos de la vida terrena, como lo es la pérdida de un ser al que amamos.
¿Por qué a la Virgen?
Porque la Virgen conoce, más que nadie en esta tierra, el
dolor que significa la pérdida de quien se ama, porque Ella misma perdió a
Aquel que era su vida y la razón de su ser y existir, su Hijo Jesucristo. La Virgen
estuvo el Viernes Santo, de pie, al lado
de la cruz, durante toda la agonía de Jesús, desde las doce del mediodía, en
que fue crucificado, hasta las tres de la tarde, en que murió. Ella asistió,
con paciencia y profundo amor, a la muerte dolorosísima de su Hijo –la muerte
en cruz es una de las más dolorosas que puede experimentar un hombre-,
ofreciéndolo al Padre y ofreciéndose Ella misma, en unión con su Hijo, como
Víctimas puras, inocentes e inmaculadas, por nuestra salvación.
Además, debemos acudir a la Virgen porque Ella es Nuestra
Madre del cielo, porque Jesús nos la donó, en la persona de Juan, en quien
estábamos todos representados, antes de morir Él en la cruz: “Madre, he aquí a
tu hijo”, y así como un niño pequeño, cuando se golpea, o tiene una pena, o una
tristeza, acude a su madre y sólo con el abrazo de su madre ya experimenta
consuelo, así también debemos hacer nosotros, que somos como niños pequeños,
necesitados del amor y del consuelo de Nuestra Madre celestial. Y puesto que la
Virgen es Nuestra Madre del cielo, al acercarnos a Ella, que está al pie de la
cruz, Ella nos acercará a su Hijo Jesús y, en el silencio de la oración, no
sólo nos dará el consuelo frente al dolor, sino que nos dará también la
fortaleza y el amor necesarios para sobrellevar cristianamente el dolor tan
profundo que significa la pérdida del ser amado.
Ella se encargará de enjugar nuestras lágrimas y de darnos
su amor maternal, para que llevemos con amor sobrenatural la cruz de la
pérdida, por la muerte, de quien amamos.
Acudamos a la Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, por la
oración, ofreciéndole el dolor de nuestros corazones y veremos cómo, casi sin
darnos cuenta, comenzaremos a experimentar su consuelo y amor maternal.
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