La beata Ana Catalina Emmerick decía:
“Veo a los santos derramar siempre beneficios sobre los lugares donde reposan sus huesos. Los cuales brillan con la misma luz y los mismos colores que ellos y siempre parecen como una parte de ellos, pero más especialmente donde son invocados”. Pidamos a Jesús que nos una a todos los santos del cielo para que lleven nuestro nombre en su corazón y amen y adoren a Dios también en nuestro nombre.
Las almas del purgatorio
Nuestra unión espiritual llega también al purgatorio. Estas almas pueden ayudarnos, y nosotros podemos y debemos ayudarlas con nuestras oraciones y sufrimientos, y, en especial, con misas. Pensemos que hay una común unión extraordinaria entre los familiares vivos y los difuntos.
¡Cuánto bien hacen a sus familiares los difuntos buenos, ya desde el purgatorio! Se dan casos de la conversión y acercamiento a Dios de familias enteras a la muerte de la madre. Una buena madre es una bendición de Dios para todos sus descendientes hasta el final de los siglos. Recuerdo que un obispo contaba que tenía mucha devoción a su madre difunta y siempre la invocaba en sus problemas y sentía su protección especial. Santa Teresita, hablando de la muerte de su padre, dice: “Después de seis años de ausencia, lo siento en torno a mí, mirándome y protegiéndome” (Carta a Leonia, 24-8-1894).
Nuestra común unión también se da estrechamente entre los hombres que vivimos en la tierra. Por eso, es muy importante pedir ayuda espiritual a otras personas y rezar por ellos. La oración, decía San Agustín, es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. ¡Cuántas gracias habremos obtenido de otros que han orado por nosotros, incluso en siglos pasados o que rezarán en siglos venideros, y Dios nos ha dado las bendiciones de sus oraciones! Decía Santa Teresita: “Cuántas veces he pensado que, muchas de las gracias extraordinarias con las que Dios me ha colmado, se las debo a algún alma humilde a la que sólo conoceré en el cielo”.
Santa Faustina Kowalska dice en su Diario: “Siento muchas veces, cuando otras personas rezan por mí. Lo siento de repente en mi alma. Pero no siempre sé quién es la persona que intercede por mí” (15-3-1937).
Tú también habrás recibido muchas gracias a través de tus antepasados o de personas desconocidas, sin mérito alguno de tu parte. ¿Qué sabemos de los misterios inescrutables de Dios? Los padres de Santa Teresita pedían a Dios un hijo misionero y Dios les di una hija patrona de las misiones. ¡Cuántos milagros se pueden conseguir con la oración por los demás! Por eso, procura aprovechar el tiempo. Si eres anciano, enfermo, desempleado, aprovecha tu tiempo en cosas útiles y en hacer más oración por los demás. Cada oración, cada acto de amor, cada obra buena o sacrificio, tiene un gran valor para la eternidad. No los desperdicies, ora mucho y acepta tus sufrimientos en unión con los sufrimientos de Cristo por la salvación de los demás.
A veces, he pensado: Muchas almas se habrán condenado eternamente por su propia culpa, por supuesto; pero también, porque aquellos que debían ayudarlas no lo hicieron, comenzando por sus familiares. Si nosotros fuéramos más generosos y oráramos más, muchos otros podrían obtener gracias extraordinarias con las cuales podrían salvarse. María Simma, la gran mística austríaca, cuenta que un día un alma del purgatorio le dijo: “Hoy morirán en Voralberg dos personas que están en gran peligro de condenación. No se salvarán, si no se reza mucho por ellas”.
Según lo que dijeron las almas del purgatorio, muchos se van al infierno porque se reza poco por ellas. Se podrían salvar del Infierno muchas almas si por la mañana y por la tarde se recitase esta oración indulguenciada por aquellos que murieron ese día.
"Oh Jesús que ardes de amor por las almas, os suplico por la agonía de Vuestro Sacratísimo Corazón y por el dolor de Vuestra Madre Inmaculada que purifiques con Vuestra Sangre a todos los
pecadores de la tierra que están en agonía y que van a morir hoy mismo. Corazón agonizante de Jesús ten piedad de los moribundos". María, ayudada por otras personas, rezó todo el día. A la noche siguiente, otra alma le dijo que los dos se habían salvado, gracias a sus oraciones, a pesar de que una de ellas no había recibido los últimos sacramentos.
Personalmente, todos los días en la misa encomiendo a todos los hombres, especialmente a mis familiares, a mis hermanas espirituales y a todos los que Dios ha puesto en mi camino y que forman parte de la gran familia espiritual, que Dios me ha encomendado. También en la misa diaria encomiendo a todos mis antepasados, a todos los que han hecho posible que yo exista físicamente y también a quienes me transmitieron la fe. ¡Cuántas gracias habrán recibido en siglos pasados, porque Dios los bendijo, sabiendo que un sacerdote iba rezar por ellos, después de cientos de años! También encomiendo a mis familiares de los siglos futuros, porque la oración no tiene fronteras, abarca a todos los tiempos y lugares, ya que para Dios todo es presente.
del libro " Hacia la santidad " P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.