San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

jueves, 8 de octubre de 2020

Las visiones del Infierno de Santa Verónica Giuliani


 


LAS VISIONES DEL INFIERNO DE SANTA VERÓNICA GIULIANI

La visión del Infierno que tuvo en 1696:

«Me pareció que el Señor me hubiese mostrado un lugar muy oscuro; pero estaba un incendio como si fuese una gran fundición. Eran llamas y fuego, pero no se veía luz; oía chirridos y ruidos, pero no se veía nada; salían un hedor y humo horrendos, pero no hay, en esta vida, algo con que se podría comparar. A este punto, Dios me da una comunicación sobre la ingratitud de las creaturas, y como Le desagrade este pecado. Y ahí se demostró todo afligido, flagelado, coronado de espinas, con viva, pesada Cruz en Su Espalda. Así me dijo: “Mira bien este lugar que nunca tendrá fin. Allí está, por tormento, Mi Justicia y Mi rigurosa indignación”. En esto mientras me pareció oír un gran ruido, aparecieron muchos demonios: todos, con cadenas, tenían bestias atadas de diferentes especies. Dichas bestias, en un instante, se volvieron creaturas (hombres), pero tan espantosas y feas, que me daban más terror que no los mismos demonios. Yo estaba toda temblorosa, y me quería acercar donde estaba el Señor. Pero, no obstante, estuviese poco espacio, nunca pude acercarme más. El Señor sangraba, y estaba bajo aquel grave peso. ¡Oh Dios! Yo habría querido recoger la Sangre, y tomar aquella Cruz, yo con gran ansiedad deseaba el significado de todo. En un instante, aquellas creaturas se volvieron, de nuevo, en figuras de bestias, y luego, todas fueron precipitadas a aquel lugar muy oscuro, y maldecían a Dios y a los Santos. Aquí me llegó un rapto, y me pareció que el Señor me hubiese hecho entender que aquel lugar fuese el Infierno, y aquellas almas estaban muertas, y, por el pecado, se habían convertido como bestias, y que, entre ellas, estaban unos religiosos también […]


Me pareció trasladarme a un lugar desierto, obscuro y solitario, donde no oía nada más que gritos, chirridos, silbidos de serpientes, ruidos de cadenas, de ruedas, de herraduras, estallidos tan grandes, que, a cada golpe, pensaba que todo el mundo se derrumbara. Y yo no tenía apoyos donde dirigirme; no podía hablar; no podía invitar al Señor. Me parecía que fuese el lugar de castigo y de indignación de Dios hacia mí, por las tantas ofensas hechas a Su Divina Majestad. Y tenía delante de mí todos mis pecados […]


Sentía un incendio de fuego, pero no veía llamas; mucho más que los golpes sobre mí; pero no veía a nadie. En un instante, sentía como una llama de fuego que se acercaba a mí, y me sentía golpear; pero no veía nada. ¡Oh! ¡Qué pena! ¡Qué tormento! Describirlo no puedo; y además, solamente recordarme de eso, me hace temblar. Al final, entre tantas tinieblas, me pareció ver una pequeña lumbre como por el aire. Poco a poco se agrandó mucho. Me pareció que me aliviaba de tales penas; pero no veía nada más.»

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