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miércoles, 14 de noviembre de 2012

La confesión sacramental: pasaporte para el cielo






Joven chica condenada
En la misión de Itatina, en Perú, presidida por el padre Samaniego, S.J., ocurrió un hecho extraordinario que fue conocido por los habitantes de la ciudad y fue certificado por tantos testigos, que su veracidad no puede ser puesta en duda.




En la casa de una rica mujer, vivía una joven sirvienta de dieciséis años llamada Catalina. 




A medida que iba creciendo, ella se volvía más y más viciosa, hasta el punto de que era a menudo castigada por su señora.




Catalina pecó y fue a Confesión. Sin embargo, a causa de la vergüenza, ocultó lo que estaba haciendo.




En agosto de 1500, cayó enferma. Un sacerdote vino a escuchar su confesión, pero Catalina la hizo sólo superficialmente.


En la noche en que murió, toda la casa se inundó con un espantoso hedor que obligó a sacar su cadáver al exterior.




Durante este mismo mes, cuando una de las sirvientas estaba entrando en el comedor, oyó por tres veces una llamada con la voz de Catalina. Espantada, abandonó la habitación y no retornó hasta que otras dos la acompañaron con velas.




Cuando ellas llegaron, las tres oyeron como Catalina llamaba a la primera para que se separase de sus compañeras y tirase su vela, porque le causaba dolor. El fantasma desprendía un nauseabundo olor, las llamas podían ser vistas desde el lugar desde el que procedía la voz.




Catalina dijo: "Debes saber que he sido condenada y que sufro horriblemente porque yo declaraba en confesión solamente mis más livianas faltas, acusándome por ejemplo, de haber hablado demasiado, de haberme enfurecido, etc., mientras que mis más graves pecados, los callaba. Dios me ha ordenado darte este aviso para que tú puedas dárselo a otros."




En este momento, la campana del Angelus fue oída desde la cercana iglesia y el espectro llameante desapareció.




Este hecho está relatado por el Padre Francisco Benci, el jesuita, en su Cartas Anuales de la Compañía de Jesús (1500-1501, pg. 762).

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